Capítulo 48
Dos guardias ataviados de una pesada armadura negra adornada por elaborados diseños plateados se apresuraron a abrir la gigantesca puerta de dos hojas al ver las dos féminas acercarse al santuario. Sin ni siquiera un susurro, las hojas fueron abiertas para revelar una gran sala circular de lustrosos pisos y paredes color carbón. La oscuridad del lugar era rota por rayos de luna que entraban a través de octágonos cortados en el techo, los cuales estaban perfectamente alineados con los tragaluces de la ciudad. La luz de la madre luna iluminaba el suelo en un hermoso patrón circular que acentuaba el gran altar en medio de la sala y resaltaba algunos de los relieves, los cuales cubrían la roca rectangular a vuelta redonda, que contaban la creación de los drow.
El lugar era hermoso y se respiraba un aire casi sagrado allí dentro pues había sido construido en las ruinas de un antiguo templo para los Ases, una de las dos ramas de dioses supremos que dominaban los reinos de Yggdrásil.
Los guardias, dos hombres que lucían como veteranos de guerra ya que numerosas cicatrices surcaban lo poco visible de sus cuerpos, cerraron la puerta en silencio una vez ellas entraron en el enorme salón.
-¿Estás segura de que deseas convocar al Señor de las Pesadillas en el altar privado de la familia real?
-Tú perteneces a la familia real, aunque hayas escogido la religión sobre la política, hermanita -Karish la observó de reojo con una expresión altiva antes de dirigir su mirada escarlata al trio de gigantescas estatuas, exquisitas representaciones en metal de sus tres principales deidades: luna, muerte y pesadillas-. Además, ¿no querías que esto permaneciera como un asunto privado? Aquí podremos realizar todo sin que nadie se entere.
-¿Inclusive tu marido? -La menor de las drow arqueó una perfecta ceja blanca mientras se acercaban al altar-. Yo creía que el fingir que Nalgorit era tu segundo colmillo de la araña incluía compartir todos tus secretos con el pobre hombre.
La reina exhaló ruidosamente y torció la boca en una mueca antes de arrodillarse frente al altar rodeado por las efigies de sus deidades. A su lado, su hermana se sentó sobre los talones y colocó los brazos sobre sus muslos con las palmas hacia arriba, la manera tradicional para hacer plegarias. Lanzando otro suspiro, Karish se inclinó hacia adelante hasta que su frente tocó el frío y oscuro piso hecho de turmalina, solo entonces sus labios comenzaron a moverse en un murmullo.
Una convocación siempre debía comenzar con el agradecimiento a las deidades o, de lo contrario, corrías el peligro de incurrir en su ira.
Sin embargo, la concentración de la elfa al lado de la reina no estaba en apaciguar a los dioses, todo lo contrario, su mirada llena de odio se hallaba clavada en la efigie plateada que se alzaba imponente tras el altar: Loth.
La diosa había sido representada en su forma despiadada, la más popular entre los elfos oscuros. El rostro femenino mostraba tres pares de ojos adicionales sobre una frente alargada que era enmarcada por una larga cabellera, la cual caía en cascada sobre el torso desnudo de la deidad. De su boca surgían dos apéndices que terminaban en filosos colmillos, muy parecidos a los de las tarántulas gigantes que se solían criar en las afueras de las ciudades. Sus piernas habían sido reemplazadas por un abdomen arácnido y gigantescas alas de murciélago se alzaban de su espalda, dándole una apariencia aún más imponente.
La menor de las elfas cerró las manos en puños y su mandíbula tembló debido a la fuerza aplicada sobre sus molares. Los ocho ojos de la madre luna la observaban sin ninguna expresión en aquellos orbes plata y, sin embargo, percibía la acusación en ellos como una bofetada en su rostro.
No recrimines mis acciones, no cuando le diste a otro lo que siempre debió ser mío por derecho. Ahora tomaré lo que desee y me vengaré de todos los que me rechazaron.
A su derecha, Karish se enderezó y volteó el rostro para observarla.
-Recuerda que el convocar a un dios puede ser doloroso para ti en tu estado -La reina colocó una mano sobre el puño de su hermana sin apartar su mirada de aquellos orbes rojo sangre-. ¿Lista?
La mujer asintió sin pronunciar palabra alguna, pero la monarca veía a leguas la rabia que llameaba en los irises de su la'ramia. A pesar de ser la menor de todas las hijas de la antigua reina Maelar Yis Akmel, fundadora del Reino Occidental, la sacerdotisa era la única que había heredado el carácter obsesivo y vengativo de su madre; lo cual sólo la guiaría a su perdición. La hermana mayor en Karish rogaba porque detuviera a su última compañera de nido que aún caminaba Svartálfaheim, pero la monarca drow la instaba a continuar adelante pues uno de sus súbditos necesitaba ser vengado. Al final, sabía que lo correcto era complacer a su pequeña hermana, aunque su corazón se partiera en pedazos si algo le llegara a suceder.
Eres demasiado parecida a nuestra difunta madre, hermanita. Ella también fue llevada de vuelta al palacio del Gran Padre Oscuro debido a un hombre.
Sacudiendo la cabeza ante lo que le parecía una repetición del pasado, Karish tomó la mano de su hermana, cerró sus ojos y elevó su plegaria a la efigie violeta oscuro que se erguía a su derecha.
-Gran Señor de las Pesadillas y Poseedor de los Temibles Humos, escucha el llamado de tus abnegadas hijas. Necesitamos de tu ayuda, oh, verdadero dueño de la noche, y solicitamos tu presencia al ofrecer aquello que nos mantiene vivas, nuestra sangre -No bien hizo una pausa, manifestó un elaborado cuchillo con el mango lleno de filamentos en oro que asemejaban enredaderas a la palma de su mano derecha y cortó su izquierda. Sangre brotó de inmediato, pintando su piel violeta grisácea de bermejo, mientras cerraba sus dedos en un puño y se giraba hacia su hermana para repetir el proceso-. Oh, Amado de las Sombras, escucha nuestro llanto mientras apaciguamos a tus enemigos con la delicia en nuestras venas -clamó la reina, deteniéndose frente a la negra estatua del Segador de Almas y dejando caer unas gotas de su sangre sobre los pies del gigante metálico, seguida de cerca por la sacerdotisa-, y vendamos sus ojos con placer -sentenció, repitiendo sus acciones bajo la imponente mirada de Loth.
Luego de dejar su ofrenda a los pies de la Madre Luna, su hermana se adelantó hacia la enorme efigie de Kaesir entonando una tenebrosa melodía en el idioma de los Ases, acentuando con mayor fervor la parte final del ritual. La monarca, en cambio, caminó sin apuro hasta la estatua violeta metálico del Señor de las Pesadillas y, utilizando su magia, dirigió su sangre en un arco hasta derramarla sobre las manos formando un triángulo que la deidad sostenía frente a su guapo rostro. A la misma vez, su hermana frotaba su palma ensangrentada sobre los pies de la estatua.
-Exaltado Kaesir, Señor de las Pesadillas, Poseedor de los Temibles Humos y Amado de las Sombras, tus hijas necesitamos de tu ayuda para vengarnos de los sirvientes de tu mayor enemiga.
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