Capítulo 47
La chica se tensó de inmediato y frío descendió por su espalda, erizándole los vellos de su cuerpo. Si su elfo pensaba que tal proclamación le había sonado sexy, estaba muy equivocado.
—No es por asustarte, mi duendecilla, solo estoy advirtiéndote lo que sucederá mañana —expresó con voz solemne mientras sus dedos se cerraban alrededor del seno derecho de su linda mortal—. Yo quería darte el tiempo restante para que tomaras una decisión sobre nuestra relación, pero parece que los dioses quieren acelerar el plan de la Señora de los Ojos Brillantes. Debo saberlo ahora, mi sar’gek —tomó el pezón entre su pulgar y dedo índice, masajeándolo hasta arrancar un gemido de ella que le erizó la piel—, ¿me acompañarás de vuelta a Svartálfaheim?
El corazón de Adara latía agitado en su pecho, producto de las atenciones de su travieso marido, pero pareció detenerse por un segundo cuando éste abordó el tema de su planeta una vez más. Sin embargo, una vocecita le decía que esta vez sería definitivo. Lo que saliera de su boca determinaría el destino de ambos para siempre.
Sus latidos aumentaron y sudor comenzó a cubrir su frente mas en el momento que abrió la boca para responder, las palabras se atascaron en su garganta, negándose a salir. Sus ojos se agrandaron mientras el miedo se iba esparciendo por todo su cuerpo.
No. No puede ser. Debo decirle…
Sus manos temblaron y lágrimas sin derramar le nublaron la vista.
Vamos, Adara, una vez, intentémoslo una vez más. Itagar debe saber la decisión que tomaste desde aquel día.
Organizando sus pensamientos por segunda vez, separó los labios, emoción formó una bola en su pecho y… Nada. En vez de vocalizar aquello que su elfo necesitaba saber, lo único que logró fue exhalar el aire en sus pulmones.
No, no, no, no. Esto no me puede estar pasando.
—Entiendo —murmuró su elfo con la voz ronca mientras apartaba las manos de su cuerpo—. Me quedaré hasta que el portal se reabra a fin de mes, pero concédeme una cosa, por favor.
—¿Qué cosa? —Su voz salió baja y temblorosa.
¿Es en serio? ¿Puedo hablarle ahora, pero cuando debía hacerlo no pude? ¿Qué carajo me pasa?
—No me pidas que pare una vez te tome mañana, me debes eso al menos —Su mirada lucía opaca y vacía de toda emoción, un reflejo perfecto de su mente. La ahora familiar pared los separaba una vez más, protegiendo sus sentimientos de ella—. No quiero parar, no cuando tendré que despedirme de ti para siempre.
Las lágrimas que intentó detener antes se derramaron por las mejillas de Adara a la misma vez que el pecho parecía cerrarse en torno a su corazón al igual que una boa constrictora. No, él no podía abandonarla, no cuando por fin se había decidido a cerrar la página de su violación y aventurarse a comenzar otra en la que ambos escribieran. Ella no se había rendido, entonces ¿por qué no podía gritar a los cuatro vientos que se atrevería a pisar Svartálfaheim a su lado?
¡Esto no es justo, Dios!
Sin importarle que el elfo la pensara hipócrita cuando la realidad era otra, dejó de luchar contra el dolor que continuaba azotando su pecho y los sollozos sacudieron su cuerpo. Ojos plateados la miraron con frialdad, observando su dolor como si ella fuera una más del montón, no, peor aún, como si no fuera nada más que una extraña.
Una llama de enojo se encendió en medio de su agonía, provocando que empuñara las manos hasta que sus uñas se clavaron en sus palmas y el olor a metal le llenó la nariz. Ambos habían soportado y sufrido demasiado como para que le permitiera escapársele entre sus dedos, llevándose la alegría de su vida con él.
—Itagar… —Nuevamente la frase rehusó salir de su garganta, provocando que más lágrimas desbordaran sus ojos—. Itagar —recomenzó entre sollozos mientras colocaba sus manos ensangrentadas sobre los hombros desnudos del drow, utilizándolos de apoyo para subirse a la cama y sentársele sobre el regazo—. Yo te amo con toda el alma y deseo estar contigo siempre —susurró hundiendo el rostro en el cuello de él buscando algo de calor, pero hallando solo la rigidez del hielo.
—Esa es una vil mentira —respondió el exgeneral, entornando los ojos sobre la figura de su sar’gek. Sin embargo, a su miembro no parecía importarle el enojo y la decepción que le retorcían su interior pues el maldito crecía como si nada al sentirla sobre sus piernas.
—¡No estoy mintiendo, maldita sea! ¡Las palabras no me salen! —gritó la chica, empujándolo sobre las sábanas. Sus manos fueron prontas a apoyarse sobre el firme pecho del elfo en un esfuerzo para no perder su balance.
—Esa es la más estúpida excusa que he oído en mi vida, y te aseguro que ha sido una muy larga.
Ella golpeó sus puños contra los pectorales del maldito drow, tratando de evitar mostrarle el torrente de lágrimas que sus frías palabras habían conjurado.
—No me tientes, pequeña humana, te dije lo que la violencia provoca en los míos y eso es sin sumarle el efecto de tus feromonas en mi cabeza —Sus pupilas se dilataron mientras sus manos se aferraron a la cintura de la engreída muchacha, guiándola al punto perfecto donde podía rozarse contra su centro. ¿Qué? Pensé tomar sus manos, no acomodarla… ¡Argh!
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