Capítulo 45
Su hermosa mortal lanzó un suspiro, puso sus manos sobre las suyas y se recostó sobre él, girando la cabeza para rozar aquel pálido rostro contra el suyo. Él hundió su nariz en el cabello de su duendecilla e inhaló el dulce aroma que éste despedía. Sus brazos la apretaron con más fuerza, sus músculos se endurecieron y su miembro cobró vida de inmediato, levantándose en tiempo récord.
—Lo hice, gemí tu nombre —confesó su niña con las mejillas rojas como dos tomates.
Itagar gruñó y sus manos se separaron para ir subiendo por las costillas de su deliciosa mortal. Lento, disfrutando cada estremecimiento de su sar’gek, sus dedos fueron cubriendo pulgada por pulgada de pálida piel mientras levantaba la blusa negra con un estampado de una tortuga marina sobre los pechos de la chica. Aquel olor a jazmín con un toque de vainilla aumentaba con cada centímetro de piel descubierto, inundando sus fosas nasales y enviando otra onda de deseo directo a su pene.
—Este olor, Adara… —Otro gruñido abandonó sus labios mientras hundía su nariz en la curvatura del cuello femenino y mordisqueaba la sedosa piel—. Tu aroma me está volviendo loco. Anoche olías rico, pero no tanto como ahora. ¿Qué te pusiste en el cuerpo mientras dormía?
—Yo no me he puesto nada aparte del jabón y desodorante que uso todos los días —dijo ella entre risitas—. Tus constantes erecciones deben estar afectándote el cerebro, amor —Su mano se deslizó entre sus cuerpos buscando un tesoro hasta que sus dedos rozaron la punta del duro miembro presionado entre sus nalgas. Él ahogó un gemido y reaccionó empujando más de su pene contra la palma de ella.
—¿Estás segura? —Su voz sonaba ronca, llena de la lujuria que energizaba todo su ser en aquellos momentos—. Hueles a jazmín y vainilla, Adara. Juro que ese aroma ha ido aumentando en tí durante la semana hasta el punto de que solo puedo pensar en metértelo, kaflan.
—Claro que lo estoy. ¿Crees que usaría un afrodisiaco para torturarnos aún más? Además, si estuviera usando algo así el aroma se mantendría igual todo el tiempo, no se intensificaría —explicó ella mientras comenzaba a mover la mano torpemente sobre la dura erección.
Él gimió y sus caderas empujaron hacia al frente, deslizando su miembro hasta que la punta de éste se liberó de su confinamiento. Sintiendo el centellazo de deseo como suyo propio, la bestia chocó su hombro contra los barrotes de su jaula y exigió su liberación, sin embargo Itagar se mantuvo firme. La última vez que su oscuridad se había liberado, ésta había impuesto su deseo sobre su pequeño colmillo, obligándola a ceder para satisfacer su lujuria. Debía evitar que tal cosa se repitiera a toda costa.
¡Déjame salir, bastardo!
No, te quedarás donde estás.
¡Ella está fértil, eso es lo que has estado oliendo, imbécil!
No…
Necesitamos preñarla, Itagar, así no escapará de nosotros jamás, gruñó el monstruo en su interior y volvió a arremeter contra los barrotes de su celda.
—¿Qué significa kaflan? —lo interrogó su alma gemela, volviéndolo a la realidad y acariciando su mejilla con su cálido aliento.
—Seductora —respondió el elfo antes de retroceder hasta chocar la parte trasera de sus rodillas contra el borde de la cama. Su bestia rugió, estremeciendo la mente del drow con la fuerza de su furia. Era obvio que no le agradaba la distancia que Itagar impuso entre su sar’gek y ellos—. Adara, ¿tú estás en tu ciclo de luna?
La chica peliazul se giró, extrañando el calor corporal de su compañero y alzó una ceja ante la pregunta.
—¿Ciclo de luna? —repitió frunciendo el ceño y arrugando la nariz.
—Esos días en los que las hembras están fértiles y receptivas para ser fecundadas.
Adara soltó una carcajada antes que se tapara la boca, pero a pesar de sus esfuerzos sus hombros se sacudieron y sus ojos se llenaron de brillo. Quizás no debiera reírse pues su interior le decía que su elfo intentaba decirle algo serio, sin embargo la forma en que habló fue tan graciosa que no pudo evitarlo.
—¿Te refieres a mi ovulación? —Cuando él se encogió de hombros con una expresión de confusión en su perfilado rostro, ella continuó—: Se supone que sea mañana. ¿Por qué lo preguntas con tanto miedo?
La piel del drow pareció tornarse gris mientras dejaba caer su trasero sobre el mullido matre con una mirada perdida que preocupó a Adara.
—¿Itagar? Me estás asustando.
El aludido lanzó un suspiro para luego tragar en seco. Sus irises plateados se posaron en ella mostrando un millar de emociones nadando en aquellas profundidades metálicas.
—Usando términos humanos, se puede decir que los drows sufrimos un... ¿frenesí de apareamiento?
—¿Ustedes caen en celo como los animales? —cuestionó Adara mientras se acercaba al elfo.
Itagar asintió a la vez que alzaba un brazo para atraerla incluso más cerca a él.
—No es tan fuerte mientras no encontramos a nuestro segundo colmillo de la araña, pero una vez lo hacemos —sus manos la soltaron para deslizarse bajo la blusa del pijama y tocar la tersa piel sin molestas barreras—, el instinto de tener relaciones con nuestra pareja hasta conseguir un embarazo es irresistible —Itagar se mordió el labio inferior mientras una mano se arrastraba hasta la espalda baja de su sar'gek y la otra subía sobre las costillas—. Tú no eres drow así que no sientes ese instinto, pero al parecer yo estoy reaccionando a tu período fértil igual que si fueras uno de los míos.
Entonces esa era la razón para su excitación anterior. Ya fuera por sus propias hormonas, por su conexión psíquica con el elfo o porque estaba bajo los efectos del celo, a pesar de ser humana, no podía negar que su apetito sexual había aumentado. Cada caricia de su amado enviaba deliciosas corrientes placenteras directo al centro pulsante entre sus piernas.
—Pero tú mismo dijiste que jamás podría quedar embarazada en la Tierra.
—Ese es el problema, seré incapaz de hacer otra cosa que metértelo durante el transcurso de tu ovulación y no habrá cosa que me detenga, ni siquiera tus ruegos.
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