Capítulo 41 ✔

La noche había caído siendo testigo de una peculiar pareja descansando en el sofá mientras veían Cincuenta Sombras de Grey en el televisor. Ella descansaba su cabeza sobre el regazo de su compañero a la vez que jugueteaba con el largo cabello de éste. Él, en cambio, no era tan pasivo y tenía una mano metida bajo el pantie, agarrándole el trasero a la chica como si lo reclamara de su propiedad.

-Me gusta ese cuarto -dijo Itagar, admirando la habitación llena de látigos, sogas, cadenas y otros objetos característicos del BDSM donde los protagonistas estaban teniendo sexo.

-Por supuesto que amarías ese cuarto, sería el paraíso para ti, ¿no? -murmuró Adara y dio un suspiro.

-Ahora que los chiquillos se han ido podemos intentar lo que ellos están haciendo -susurró el elfo, inclinándose sobre ella y moviendo su mano en lentos círculos sobre sus nalgas.

Los segundos se alargaron sin que ella respondiera hasta que aferró la mano de él sobre su trasero, la retiró y la movió hasta su vientre a la vez que se giraba para quedar boca arriba. Sus miradas se encontraron antes que el elfo, aún disfrazado de humano, ladeara la cabeza y frunciera el ceño.

-¿Adara?

-Lo he estado pensado todo el día y vi que tienes paciencia con los niños... incluso más que conmigo -dijo ella entre risas taimadas sin dejar de sujetarle la mano a su amado sobre su vientre-. Serías un buen padre.

Los ojos plateados del drow se agrandaron, llenándose de alegría y luego amor. ¡Por fin lo había hecho! ¡Por fin se había decidido a acompañarlo de vuelta a Svartálfaheim! Juro que te haré la mujer más feliz de los nueve mundos y tendrás todos los hijos que desees.

-Confieso que no nos había imaginado de esa manera, pero ahora que lo dices verte embarazada y con dos niños escondiéndose de tí en los túneles de la Ciudad Oscura sería mi paraíso personal.

El cuerpo de Adara se puso tenso de repente y su piel perdió un poco de su color mientras apartaba la mirada de los hermosos irises de su elfo. Habían pasado tres meses y tres días desde su escape de aquel perverso mundo, pero solo la mención de su nombre le ponía el corazón a mil por hora. Él guarda la esperanza que yo decida regresar a su hogar.

-¿Tiene que ser allá? -murmuró ella mirando a todos lados menos al drow-. Sé que aquí no podrás vivir para siempre, pero yo no viviré ni un siglo, podemos formar nuestra familia aquí y luego... -Un nudo se formó en su garganta al pensar en lo mucho que él sufriría cuando ella muriera-. Luego que me vaya, podrás regresar a tu hogar con nuestros hijos. No creo que tu inmortalidad se afecte por estar unas décadas aquí conmigo.

¿Cómo podía sugerir cosa semejante? ¿Tanto terror le provocaba Svartálfaheim que prefería hacerlo sufrir su muerte, volver a experimentar aquellas malditas voces que casi lo matan?

Ella no sabe sobre el glavarshker y la locura que éste trae, su bestia gruñó amenazante desde su jaula.

Tenía razón. No podía culparla cuando su duendecilla peliazul no conocía prácticamente nada sobre la cultura drow. Sin embargo, el glavarshker no era el tema para iniciar aquella conversación. Debía comenzar con algo más leve y fácil de digerir.

-Yo... no puedo darte hijos en este mundo.

Hubo un momento en el que ninguno de los dos habló, solo se podían escuchar su respiración y la ignorada película al fondo, hasta que su duendecilla se levantó para luego sentarse a horcajadas sobre él.

-¿A qué te refieres, amor? -Su delicada mano le acarició la mejilla y el contraste entre su piel blanca y la de color caramelo oscuro de él le pareció la combinación perfecta.

-La semilla de los drows necesita alimentarse de un ambiente mágico para que pueda echar raíces -Sus ojos se humedecieron. No le era para nada placentero romperle la ilusión a su colmillo, pero era esencial para que ella entendiera la complejidad de la relación que intentaban echar hacia adelante-. Tu planeta, Midgard, como nosotros lo llamamos, no posee magia natural. Está muerto. No importa cuanto lo intentemos, nunca quedarás embarazada porque en tu hogar no existe la magia que el bebé necesitaría para desarrollarse.

Las aguamarinas de su hermoso segundo colmillo se anegaron de lágrimas y agitó la cabeza en total negación.

-Pero un hijo nuestro sería mitad humano, quizás no...

-Adara, ¿no quieres volver a poner un pie en mi mundo? -la interrumpió Itagar-. Porque estás buscando cualquier excusa para que me quede en Midgard contigo.

La mujer saltó lejos del elfo de inmediato y sus ojos lo observaron con tristeza mientras las lágrimas le resbalaban por el rostro. Sus palabras sonaron como si le estuviera sacando en cara que ella no quería una relación con él y eso no era cierto. Cada mañana luchaba con lo que le sucedió en aquella dimensión para permitirse vivir con el hombre que amaba como una mujer normal; pero no era tan fácil como él quería pensar, incluso con aquella rara conexión psíquica entre ellos.

-¡Y tú las buscas para que yo regrese junto a tí a ese maldito lugar!

-¡Mi planeta no tiene la culpa que te hayan violado, Adara! -exclamó Itagar con la voz más fuerte de lo que había deseado y sostuvo del brazo para evitar que se marchara de la sala-. ¿También quisieras abandonar la Tierra si te hubiese atacado un humano aquí en tu propio pueblo?

Más lágrimas se derramaron sobre sus mejillas y las ganas de abofetearlo, que tuvo cuando él tuvo el atrevimiento de defender a su planeta, murieron de inmediato que escuchó su pregunta. Era cierto que se estaba comportando como una niña engreída mas no sabía que otra cosa hacer. La sola mención del planeta de Itagar llenaba su corazón de aprehensión y rencor, sin embargo, era tonto culpar al lugar por algo que un solo individuo había cometido. Como dijo su elfo, si le hubiese pasado en el pueblo, habría buscado ayuda para superarlo y seguido con su vida lo mejor pudiera; pero al ser otro mundo ajeno al de suyo, estaba cometiendo el error de generalizar.

-Tienes razón, si me hubiesen violado aquí, no odiaría a mi planeta; así que dime todo de una vez. Dime todo lo que necesite saber sobre tu cultura y tu planeta, Yis L'Itagar Gamel'le.

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