Capítulo 33 ✔

Cuando sus ojos escarlatas volvieron a abrirse, lo primero con lo que se encontraron fue el rostro de una mujer de penetrantes ojos verdes, reluciendo como si la magia nadara en ellos. Largo cabello rubio, que mostraba algas verdes entrelazadas con las hebras, enmarcaba aquel rostro etéreo, cayendo en hondas sobre pálidos hombros adornados por pecas.

¿Un hada de luz? Podría haber jurado que el altar pertenecía a la corte oscura.

La rubia se echó a reír con un sonido timbrado, encantador, igual a una canción de cuna; algo de esperarse de un hada.

-No confundas mi apariencia con lo que soy, cariño -dijo y sus orbes se convirtieron en dos ónices de inmediato-. Mi nombre es Naire y te aseguro que mi corazón es tan negro como el de cualquier otro miembro de la Corte Unseelie. Te pido, por favor, que no me compares con esos imbéciles, debiluchos de Álfheim.

Intentó levantarse de la mullida cama en la que se hallaba, pero una lengüeta de ardor mezclado con dolor subió desde su estómago, haciéndole perder la fuerza y logrando que cayera de nuevo sobre las acogedoras sábanas. Un quejido escapó de sus labios mientras su frente se arrugaba, casi cerrando sus ojos. Por un momento había olvidado la herida mortal que aquel bastardo le propinó.

-No te muevas mucho, cariño. -advirtió la unseelie, empujándole de vuelta a la cama-. Logré detenerte la hemorragia y coserte antes que el Maestro te diera un poco de su sangre, pero ninguno de los dos podemos usar magia sanadora así que debes tener cuidado de no reabrirte la herida.

-¿Maestro? ¿Te refieres al dueño del altar? -interrogó, volviendo su mirada sobre el hada oscura-. ¿Quién es tu maestro, Naire de Niflheim? ¿A quién le debo la vida?

-El nombre es Maleken, pequeña drow -declaró una voz desde la oscuridad que permeaba aquella habitación de piedra y madera. Tenebrosa y seductora a un nivel animalístico, aquella voz grave le serpenteaba por la piel, erizándola al instante con una mezcla de deseo y terror-. Tu nuevo dios es uno de los señores espectrales de Hel.

Adara se quedó mirando la puerta de vidrio que daba al interior de su casa con los ojos grandes y los labios entreabiertos. Todo había estado perfecto hasta que, de momento, su chico se había enojado y la había dejado sola en el patio trasero.

Consiente de sus alrededores más que nunca, ella miró a su alrededor, queriendo confirmar que de verdad se hallaba sola allí. Sin vecinos mirones, transeúntes... en fin, sin nadie vivo cerca excepto ella.

Sí, se hallaba sola y sin embargo...

-¡Itagar! ¡Itagar, espera! -llamó a la misma vez que corría a seguirlo. Lo alcanzó atravesando la cocina para dirigirse al vestíbulo. Estiró un brazo para detenerlo, pero en el momento que se dio cuenta que la piel de su elfo había vuelto a su color ónix, lo retiró con la misma rapidez que si se hubiese quemado-. ¿A dónde vas?

-Lejos. Necesito aclarar mis pensamientos.

La chica estuvo a punto de replicar, pero sus ojos repararon en algo que no se había percatado antes. Marcas de un gris pálido atravesaban la espalda de su elfo en diferentes patrones lineares un poco retorcidos. No, no eran marcas, eran cicatrices. Delgadas y apenas visibles cicatrices.

-¿Quién te hizo eso? -le preguntó con el entrecejo fruncido y una bola de tristeza, furia e indignación atorada en la garganta. Su mano se movió por sí sola, rozando sus dedos sobre las cicatrices para descubrir que éstas apenas se diferenciaban de la piel sana. Aún así, sus ojos se anegaron de lágrimas y su voz se volvió un tono más agudo al decir-: Estas no estaban aquí la última vez que hicimos el amor.

Una corriente eléctrica descendió por su espalda hasta llegar a su entrepierna, despertando una parte que era mejor permaneciera dormida en aquellos momentos. Su duendecilla o no era consciente de lo mucho que su tacto lo afectaba o no le importaba; y ese tipo de proceder era muy peligroso para ella en el momento. Lo que él había estado deseando en el jardín, que lo tocara de nuevo sin miedo, estaba sucediendo y le era casi imposible contenerse. Esta vez era más fuerte que el deseo que lo invadió en el patio; ahora, no eran llamas lo que sentía encender su cuerpo, sino un infierno voraz que devoraba cada centímetro de su ser, dejándolo más tenso que el hilo de un arco.

-No dolieron demasiado -declaró, la voz tan ronca que comenzaba a preguntarse si lo había entendido-. Estaba fuera de mí con furia por lo que te hizo el hijo de puta de Sheif como para sentir las caricias del látigo de la gran sacerdotisa.

Aquellos dedos divinos abandonaron su piel antes que escuchara los suaves pasos sobre el piso de madera al ella retroceder, dándole el espacio que necesitaba para recobrar un poco del control sobre su cabeza y cuerpo. Espacio que odió y agradeció al mismo tiempo.

-¿Qué? ¿Te lo dijeron para provocarte?

-No -respondió, sacudiendo la cabeza-. Yo sentí tu miedo y la desesperación cuando te diste cuenta de sus intenciones; luego...

-¿Sentiste eso? -Los ojos azules de Adara se convirtieron en platos mientras se llevaba una mano temblorosa a los labios-. ¿Cómo? ¿Por qué?

Tragando en seco, Itagar se volteó para encarar a su sar'gek y sus orbes plateados se suavizaron al ver la mortificación que brillaba en los de ella. No tenía idea de cómo reaccionaría a la noticia de que eran almas gemelas y, técnicamente, ya estaban casados, pero ya era tiempo que ella supiera la verdad. Quizás conociendo la complejidad de su lazo, consideraría volver junto a él a Svartálfaheim.

-Será mejor que nos sentemos, Adara. Hay varias cosas que necesito explicarte.

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N/A: Ya que el libro se está poniendo un poco complicado con términos inventados o sacados de la mitología nórdica y celta, les pregunto: ¿desean que ponga los significados de la terminología al final de los capítulos o los recopilo en un glosario al final de la historia (el cual añadiría nuevo contenido según transcurra la historia)?

Por otro lado, ¿ya saben quién es la drow que estaba hablando con mis nuevos personajes?

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