Capítulo 31 ✔
El elfo cerró los ojos y pasó una mano por su cabello, tratando de calmar el tumulto en su interior antes de posar la mirada de vuelta en su amada. Adara se mordía el labio inferior mientras sus hermosos zafiros lo observaban con la misma expresión de un animal aterrado. Frunciendo el ceño, Itagar siguió su mirada hasta darse cuenta del motivo de aquel estado. Al alejarse de ella tan repentinamente, la frisa que cubría su desnudez había quedado olvidada al lado de donde la chica estuvo sentada por lo que se hallaba en toda su gloria frente a su duendecilla. Debería agradecer a Loth que por lo menos ya no tenía una erección, el susto de haberla lastimado había borrado todo vestigio de su sueño erótico de su mente.
Agarrando la frisa y envolviéndosela alrededor de su cintura, el drow se levantó del sofá para luego acercarse a su sar’gek. A pesar de que ella no se apartó y le regaló una sonrisa que a leguas se veía forzada en aquel hermoso rostro en forma de corazón, él podía percibir como su miedo escapaba por cada poro de su tersa piel. Sin embargo, a diferencia del día en que la conoció el miedo de su chiquilla ya no lo excitaba, sino que despertaba un sentimiento de protección en él que sólo había sentido con una persona en el pasado: la hechicera que Adara tanto le recordaba, Yira.
—No tienes por qué temerme, mi hermoso colmillo —susurró, acercando el dorso de sus largos dedos para acariciarle el rostro, pero antes de tocarla sus ojos se agrandaron levemente, cerró la mano en un puño y la dejó caer a su costado—. Yo moriría antes de hacerte daño.
Ella bajó la mirada al suelo y movió la cabeza de lado a lado, negándose a aceptar tales palabras. Algunos de los flecos más cortos de su cabello se desprendieron de la trenza, cayendo sobre sus ojos.
—Lo último que deseo es que mueras, Itagar —dijo ella, luchando contra el repentino deseo de besarlo. Mordió su labio inferior, debatiéndose entre la necesidad de contacto y el temor a que él respondiera la acción con mayor anhelo del que ella pudiera soportar. Al final, decidió que tragarse su deseo e interrogarlo era la ruta más segura. Ella necesitaba saber con qué intenciones él había venido a buscarla—. ¿Por qué me seguiste hasta mi mundo?
La pregunta pareció confundirlo por un segundo antes de que se sentara en la esquina del mueble-cama y lanzara un agotado suspiro.
—La diosa me dio un mes aquí en Midgard para convencerte que vuelvas conmigo a Svartálfaheim o quedarme aquí contigo.
—¿Lo harías? ¿Te quedarías si no quiero volver a ese lugar? —Odió el tono receloso y angustiado que le mostró en su voz al pronunciar “ese lugar”, pero él pareció no tomar ofensa alguna.
Aquellos hermosos irises plateados que ella amaba tanto parecieron perder el brillo por una fracción de segundo antes que éste volviera, seguido por una deslumbrante sonrisa. El drow se limitó a asentir sin perder la encantadora expresión de sus labios y el corazón de la chica se aceleró como un auto fórmula uno.
Movida por la emoción del momento, Adara saltó sobre él, lanzándolo de vuelta al sofá-cama y, sin pensarlo, le dio un rápido beso en los labios. Fue el turno de ella para sonreír, prácticamente brillando de felicidad mientras lo observaba agrandar los ojos y separar aquellos deliciosos labios en sorpresa. Sin embargo, poco a poco la inyección de endorfinas abandonó su cuerpo y cayó en cuenta de sus acciones; lo que provocó que saltara lejos del elfo con los mismos ojos salvajes de un gato aterrado.
Parada casi en el recibidor de su casa, la chica comenzó a acariciarse las manos en nerviosismo y clavó su mirada en la alfombra color vino que decoraba el piso de la sala. Su pecho subía y bajaba al compás de su ruidosa respiración, pero por más que lo intentó, ninguna palabra quiso salir de su garganta.
Itagar se levantó, sentándose en la esquina de su cama y aquellos irises plateados se posaron sobre sus aguamarinas con la intensidad de una forja medieval. Era como si le quemaran un hoyo en su pecho, abriéndose paso hasta la esquina más recóndita de su alma para develar toda la mugre en su interior.
—Adara, hace siglos atrás alguien me dijo que el amor vence todos los obstáculos y tú acabas de saltarme encima sin miedo alguno —dijo su elfo, logrando que su vista se nublara con lágrimas con tan sólo una oración—. Sé que lograrás superar lo que ese hijo de puta te hizo. No importa el tiempo que te tome, te esperaré porque tú eres mi segundo colmillo de la araña.
***
Horas después se hallaban en el patio trasero de la casa disfrutando del sol del mediodía mientras saboreaban unas hamburguesas hechas por Adara. Bueno, al menos su duendecilla sí disfrutaba del sol, él, en cambio, no tanto. A pesar de tener unas gafas totalmente oscuras puestas para proteger sus ojos, la sensación de los rayos calentando su piel no era una que encontrara placentera. Prefería mil veces la fría oscuridad en la que Loth brillaba en todo su esplendor a estar bajo el dominio de Yamrar y su luz.
Murmurando una maldición entre dientes que su sar’gek no sería capaz de oír, Itagar atacó su segunda hamburguesa con la misma ferocidad que si estuviera devorando la carne de sus enemigos. Sabía que se estaba comportando como un verdadero animal mas no le importaba para nada. Él ya le había contado a la chiquilla peliazul sobre su aversión al sol y aún así ella había insistido en almorzar fuera de la casa.
Sentada directamente enfrente del drow, Adara no pudo evitar romper a reír ante el espectáculo. Itagar, quien gracias a uno de sus hechizos lucía como un hombre negro con largo cabello rubio cenizo, se hallaba a punto de echar humo por las orejas del mal humor que tenía. Sí, era cierto que lo había obligado a acompañarla en el patio, pero en su defensa él no parecía que lo estuviera pasando tan mal bajo la luz del mediodía. Al menos no se había cubierto en llamas y convertido en cenizas como los vampiros en las películas así que ella no tenía por qué sentirse culpable de tomar un poco de aire fresco. Sola no se hubiera atrevido a salir de las cuatro paredes de su casa siquiera, pero estando su chico a su lado todo era diferente.
Más bien todo era diferente DESDE la mañana.
Las palabras de él habían cambiado algo en su interior y, lo quisiera o no, era casi como si un pequeño peso hubiera sido levantado de sus hombros. Ahora se sentía un poco más ella alrededor de su guapo elfo; y, quizás, eso significaba que también podría ser un poco más ella alrededor de otros hombres.
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