Capítulo 28 ✔

Itagar se hallaba sentado en un balcón natural nacido al final de uno de los tantos túneles que llevaban hasta la Ciudad Oscura. Sus piernas colgaban del borde sin miedo mientras él observaba su hogar desde la lejanía.

Un río de aguas luminosas dividía a la ciudad en dos, separando lo común de lo ostentoso. En el lado izquierdo, donde los nobles residían y el templo de Loth se alzaba sobre las demás estructuras, exquisitas fuentes, torres y mansiones se levantaban orgullosas, alumbradas por la luz de luna capturada dentro de cristales de amatistas, lo cual creaba el color violeta que se podía vislumbrar escapando a través de las ventanas, entradas y balcones de todo el lugar. En el lado derecho, el lugar de la plebe, la cosa era muy distinta. Las estructuras eran cuadradas, sin hermosas cúpulas o picos, y ninguna rebasaba los dos pisos de altura; además, se veían oscuras en su mayoría pues muy pocos podían costear los elegantes cristales lumínicos.

Un suspiro escapó de sus labios. Su hogar siempre había sido marcado por jerarquías y castas, sin mencionar de la cantidad de monedas que llevabas en los bolsillos. Era un lugar cruel y despiadado, pero aún así tenía su belleza; solo tenías que saber dónde buscar.

Itagar fue momentáneamente distraído por una colonia de murciélagos que huyó de algún punto de la ciudad para volar sobre su cabeza y colgarse de las estalactitas que cubrían el techo del túnel. Sin embargo, incluso cuando los tragaluces estaban cerrados para cortar la luz del día que bañaba la superficie de Svartálfaheim en aquellos momentos, los acompañantes voladores de la Ar’gik Chysmallar los evitaban a toda costa. En ese mundo de túneles, galerías y cavernas llenas de penumbra hasta los animales sabían que no pertenecían bajo el sol.

La Ciudad Oscura siempre había sido dominio de Loth y sus habitantes no permitían que su hogar fuera contaminado por la luz del enemigo de la Señora de los Ojos Brillantes. Aunque su vida dependiera de ello, jamás dejarían entrar el sol hasta el corazón de su metrópolis, solo la luna… solo la madre plateada iluminaba la civilización subterránea que tanto orgullo les traía a los drows.

—Itagar —lo llamó en un susurro fantasmal aquella melodiosa voz que ya conocía tan bien—. Es hora, Aquel que la Noche Oculta. Tu premio te espera.

Él se incorporó, sacudiendo la tierra y polvo de sus pantalones de cuero, e inclinó la cabeza en reverencia ante su diosa. Después de tres días de perseguir, torturar y disfrutar de sangre ajena corriendo por su cuerpo, no podía esperar a ver a su duendecilla peliazul de nuevo. Loth prometió ayudarlo con su reencuentro y no lo había decepcionado.

Tomando forma sólida frente a él, la Ar’gik Chysmallar sonrió al mismo tiempo que la colonia de mamíferos alados entonó su agudo cántico en conjunto, abriendo las alas como si ejecutaran su propio tipo de reverencia hacia la madre luna.

—Tranquilos —dijo y el silencio se apoderó del túnel de inmediato. Fue entonces que aquellos ojos ónix se posaron sobre el antiguo general y, por una fracción de segundo, sus labios se tornaron una fina línea—. Todavía te queda una prueba por superar, pero no te preocupes por eso ahora. La enfrentarás sólo si vuelves.

—¿Sólo si vuelvo? ¿A qué se refiere, mi señora?

Ella lo observó como una madre a su niño.

—Tendrás la oportunidad de buscar a tu sar’gek, pero la decisión de volver, con o sin Adara, es tuya, Yis L’Itagar Gamel’le. Yo no impediré que te quedes en el mundo humano y pierdas tu inmortalidad si así lo deseas; sin embargo, si lo haces, recuerda que cuando ella muera volverás a sentir los síntomas del glavarshker sin importar que estés lejos de tu hogar. La maldición de Yamrar es algo de lo que nunca podrás escapar.

—Entiendo muy bien, mi diosa.

Loth levantó una mano en el aire antes de comenzar a trazar un óvalo con el índice y dedo medio hasta que la oscuridad pareció partirse con líneas de luz plateada y gotas de agua comenzaron a acumularse en el interior. Luego de un minuto de aumentar en diámetro, el óvalo líquido se había convertido en una ventana a un mundo que Itagar jamás esperó conocer. Una ventana al mismísimo hogar de su duendecilla.

—El portal se abrirá para ti al final del día, mi criaturita de oscuridad. Tienes un día en Svartálfaheim, lo cual equivale un mes en Midgard, para convencerla de regresar contigo o te quedarás atrapado allá por el resto de tus días. Sin embargo, si ella regresa contigo significará que aceptará convertirse en mis ojos y oídos. Ella espiará Svartálfaheim para mí —El portal de agua giró con más velocidad mostrando a Adara sentada en mueble con los brazos alrededor de sus piernas y el mentón sobre las rodillas—. La inmortalidad será su regalo mas también tendrá otros cambios físicos.

—¿Qué cambios?

Las próximas palabras fueron dichas directo a la cabeza del drow, pero antes de que éste pudiera reaccionar siquiera a lo que le fue revelado, la divinidad continuó:

—Una cosa más: tu humana estará aseándose cuando llegues. Ella no te espera así que no la asustes.

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