Capítulo 26 ✔
La luna estaba comenzando a retirarse del cielo cuando llegó a la superficie de Svartálfaheim y prácticamente se arrastró lejos de las veredas conocidas, pintando las plantas a su alrededor con su sangre. Tenía que ocultarse para poder sanar; claro, ese era su principal objetivo si y solo si lograba detener la hemorragia en su estómago primero. Si no resolvía ese pequeñito detalle, no tendría un futuro para vengarse. Sin embargo, sus reservas mágicas estaban vacías así que utilizar hechizos sanadores estaba fuera de sus opciones a menos que se tendiera en algún lugar a absorber luz de luna y reabastecer sus reservas. Cosa que no era muy aconsejable cuando se estaba en la superficie; al menos no en su condición.
Caminó tambaleándose entre el follaje hasta que tropezó con una roca y su cuerpo se abalanzó sobre el terreno. Sus rodillas golpearon la tierra primero, pero sus brazos se extendieron hacia adelante de inmediato, absorbiendo el impacto mientras sus dedos se enterraban entre la hojarasca, y deteniendo la caída antes que se lastimara aún más el estómago.
Una maldición voló de sus labios, su frente se frunció mientras cerraba los ojos con fuerza y apoyaba su peso en un brazo para presionar el otro contra su herida sangrante. Sus orbes rojo sangre se abrieron como si temieran a otra oleada de dolor y poco a poco fue enderezándose hasta poder sentarse sobre la parte trasera de sus piernas.
Varios metros más adelante, una construcción en piedra se alzaba entre arbustos de hojas escarlata y árboles de troncos negros que apenas parecían estar vivos. Tres plataformas circulares, cada una menor en circunferencia que la anterior, exhibían una antigua mesa circular flanqueada por cuatro estructuras que lucían como garras emergiendo del suelo.
Una retorcida media sonrisa intentó curvar sus labios.
El contraste de la vegetación era impresionante, pues el verde, rojo, naranja y hasta azul que veía a su alrededor iba perdiéndose, volviéndose en bermejos y ónices entre más cerca se hallaban a aquel altar. Era casi como si la construcción hubiera mutado la flora circundante a una que fuera más acorde con su atemorizante apariencia.
Ese debía de ser uno de los altares de la Corte Unseelie, la corte de las hadas oscuras originarias de Niflheim.
Apretó los labios en una línea mientras una idea se cementaba en su enfebrecida mente. El dueño de aquel altar era su única salvación, la única manera que tenía de sobrevivir en aquellos momentos; así que, si debía rogar, pondría su orgullo de lado y lo haría. Rogaría por su vida y luego... Luego su venganza comenzaría.
Sin embargo, la clave estaba en cuánto tiempo podía permanecer consciente luego de pedir ayuda.
Aún haciendo presión en su herida para intentar contener la hemorragia, levantó el brazo libre hacia la luna llena y sus irises rojos comenzaron a brillar. Una energía plateada fue acumulándose en su palma hasta que poco a poco fue convirtiéndose en una pequeña llama violeta. Sus labios se movieron sin pronunciar sonido, dando una orden, y la llama se disparó en un arco hasta caer sobre la mesa del altar.
-Tendrán lo que quieran si... -murmuró en una tenue voz antes que sus músculos perdieran su fuerza y sus párpados cayeran, cubriendo su mundo con un manto de negrura.
Cuando Itagar llegó a la grieta en forma de medialuna que servía de entrada a su prisión, el olor de magia aún permeaba todo el lugar, obligándolo a enfrentarse a su realidad. Una de la que estaba consciente, aunque la razón intentara decirle lo contrario. De hecho, lo había sabido desde que encontró un vacío en su interior en lugar de Adara, pero su mente se había negado a aceptarlo. Ella se había ido sin esperarlo o despedirse de él. Huyó lo más rápido que pudo sin siquiera mirar atrás.
Saltando a la oscuridad de la cueva, cayó sobre sus pies con la gracia de un gato y el sonido de movimiento acompañado de la voz de Reiner se escuchó a sus espaldas. Ignorando al elfo, miró a su alrededor sin prestarle atención a nada; ni a las llamas que aún crepitaban en las paredes de la cueva, ni al altar de la Señora de los Ojos Brillantes donde había hecho suya a Adara por primera vez, ni en la pulsante luz plateada que las dagas en su cintura comenzaron a emitir, hasta que sus irises cayeron sobre la figura de su carcelero. El maldito lo observaba con los brazos cruzados, una ceja levantada y las comisuras de sus labios levemente curvadas, como si se estuviera burlando de lo que veía frente a él.
Las palabras de la diosa regresaron a su mente. «Esto fue el resultado del egoísmo de Reiner, nada más ni nada menos.»
Ese bastardo lo había separado de su segundo colmillo adrede y debía pagar.
Lanzando un rugido de furia, apareció enfrente de Reiner en una fracción de segundo y, moviendo los labios sin emitir ningún sonido, lanzó una onda psíquica que golpeó al otro drow en el pecho. El rubio perdió todo el aire en sus pulmones con el impacto al mismo tiempo que salía disparado hacia atrás y le pegaba a la pared de roca con tanta fuerza que sus huesos protestaron, amenazando con quebrarse. Pero Itagar no solo casi lo mata con aquel despliegue, sino que también lo enterró varios centímetros en la pared de la cueva.
-¿Qué hiciste, maldito desgraciado? -gritó el exgeneral.
-¡Tenía que regresar a su hogar, aquí sólo estaría en peligro! -respondió el elfo morado, tratando de liberarse de la roca solo para percibir una fuerza manteniéndolo en su lugar.
-No... -Aquellas palabras fueron como una bofetada para el peliblanco-. Ya no lo estaría -susurró el drow, apartándose de su carcelero y volviéndose hacia el lugar donde había estado el portal. Confundido y oyendo los gritos de su bestia que demandaban por Adara de vuelta, se quedó mirando la pared de roca frente a él por largos minutos. Por más que el monstruo en su interior luchara por tomar el control, ya no había nada que hacer. Su colmillo se había ido de vuelta al plano mortal, llevándose consigo el espejo. Podría arriesgarse a usar magia dimensional, pero había un problema. Svartálfaheim no solo se encontraba en una dimensión diferente a la terrícola, sino que era en sí otro planeta. Las líneas de tiempo de su mundo eran completamente distintas a las del planeta de su duendecilla, por lo que perderse sería muy fácil. Él no sabía nada sobre su chica aparte de un nombre, el cual ella misma le había dicho que no era su nombre completo, haciendo que seguirla, sin el espejo, fuera imposible. Sí, la diosa le había concedido parte de sus poderes, pero no sabía si sería para siempre y tampoco lo había hecho omnisciente.
Una lágrima descendió por su oscura mejilla a la vez que sus piernas perdían su fuerza, lanzándolo de rodillas al suelo. Deshizo la magia que sujetaba a Reiner y cerró los ojos, escuchando al elfo quejándose de tener que despegarse de la pared de la caverna.
-No te quejes tanto, al menos aún estás con vida a diferencia de Sheif y Cerias -murmuró, sintiendo el corazón pesado de angustia y arrepentimiento. Quizás si hubiera sido más fuerte... si no hubiera permitido que la violaran, ella estaría a su lado.
Reiner se paró en seco mientras sus ojos lila se clavaban en la espalda del derrotado elfo. ¿Qué acababa de decir? ¿La Gran Sacerdotisa de Loth estaba muerta? Eso no era posible. Su ama no podía haber muerto y mucho menos a manos de un drow con tan pocas reservas mágicas como Itagar, ¿o sí?
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