Capítulo 23 ✔

Volteó para salir de la condenada biblioteca y el mundo giró sin control a su alrededor. Su cabeza se sintió repentinamente pesada del lado izquierdo, provocando que cayera sobre el librero de nuevo. Sus piernas estaban ancladas al suelo, pero él se sentía que se hundía en un hoyo cada vez más profundo mientras el mundo continuaba girando; aunque, para ser sincero, ya no era tan rápido como al principio.

Cerró los ojos para tratar de aliviar su mareo, sin embargo, sus síntomas sólo empeoraron. Parecía que los giros tomaban velocidad y que la tierra lo devoraba con ansias. Sus manos se aferraron a las esquinas del librero a la misma vez que sus orbes plateado-rojizo se abrían.

¿No nos ibas a enseñar lo que era un verdadero animal? Carcajadas sonaron a su derecha, ¿o era a su izquierda?

Sí, es cierto. Al final, el perro sarnoso resultó ser todo ladrido y nada mordida.

Itagar apretó los dientes mientras intentaba separarse del librero y permanecer erguido. Paso a paso se concentró en caminar directo a la puerta, haciendo lo mejor que podía para ignorar las voces que continuaban susurrando en su cabeza; pero ¡maldita sea que era casi imposible! Si tan solo los bastardos fueran reales, les daría una paliza de la que no se levantarían jamás.

Era lamentable que sólo existieran en su cabeza. ¿O acaso...?

Pobre insecto, nunca sabrás la verdad. Siempre dudarás de lo que estás oyendo, sin saber si somos reales o no.

Odiaba tener que darle la razón al cabrón mas eso no quitaba la verdad en ellas. Sus sentidos ya no eran confiables así que aquello que estaba sintiendo, viendo y escuchando podía ser una retorcida fabricación de su cabeza. Nunca había presenciado o le habían contado cómo era perder a un segundo colmillo, cómo era volverse loco por la ausencia de tu otra mitad, y, por lo tanto, no sabía qué esperar.

Yo sí sé qué esperar y estoy esperando por ese acto de bestialismo que nos prometiste.

Más risas; esa vez fueron femeninas.

Será peor para ti si no nos entretienes, engendro.

-¡Cállense ya, malditos, hijos de puta! -gritó Itagar, empuñando las manos y dando un paso tentativo al frente. Carcajadas volvieron a hacer eco por todos lados, haciendo que hundiera sus uñas en sus palmas hasta sentir su piel abrirse y sangre mojar las puntas de sus dedos. Las risas continuaban, pero las punzadas lo calmaron, logrando que se concentrara en salir de aquella biblioteca. Paso a paso, continuó tambaleándose y hasta se fue dos veces contra las paredes y libreros, pero logró salir de allí.

Recostándose del marco de la puerta, el elfo miró hacia ambos lados del pasillo y pareció divisar la sombra de una figura al final del lado derecho. ¿Su próxima víctima? No podía permitir que lo vieran mas no estaba seguro de lo que veían sus ojos. ¿Cómo podía confiar en sus sentidos? Todavía sentía la cabeza como si flotara separada de su cuerpo, pero era una sensación soportable en comparación con lo anterior. Sin embargo, las malditas voces no lo abandonaban. Todo el eterno trayecto hasta aquella puerta, habían estado murmurando cosas entre dientes, cosas que no podía entender debido a la cantidad de voces y al tono tan bajo que usaban. Era exasperante.

Tenía que encontrar una manera de hacerlas callar... de que lo dejaran en paz.

Los susurros aumentaron en volumen con tanta rapidez que el drow terminó agarrándose la cabeza mientras se deslizaba al suelo. Los gritos eran ensordecedores, amenazando con reventarle los tímpanos. Se mordió el labio inferior hasta saborear hierro y tironeó de su cabello con fuerza antes de sentirlo; una delicada mano se posó sobre su hombro, cubriéndolo con su calor.

-¿Es usted, amo Itagar? -preguntó la esclava, mirando con compasión a aquel quien hacía varios siglos la había arrancado de su hogar. Un hombre al que habían encarcelado mil años atrás-. No es seguro que esté aquí, debe irse. ¿Amo? ¡Amo!

Reaccionando a las sacudidas sobre su hombro además del contacto de aquellos delicados dedos, levantó el rostro para encontrarse con una elfa de largo cabello negro enmarañado y una pálida piel cremosa como la de Adara. Si sus ojos no lo engañaban, se trataba de la esclava que solía servirle; una princesa de Álfheim que tomó como prisionera trecientos años antes de que lo encarcelaran.

-Qik'ta... -comenzó el drow, pero las malditas voces gritaron con más ahínco, robándole sus palabras y la poca razón que le quedaba. Tenía que callarlas costara lo que costara-. Vas a ayudarme una vez más, Qik'ta -susurró antes de abalanzarse sobre ella mientras sus manos se cerraban alrededor de aquel pálido cuello.

El rostro de la elfa de luz se distorsionó mientras se revolcaba bajo él e intentaba apartarle los brazos de su cuello. Lágrimas descendieron por el rostro de la mujer y sus labios se movieron, pero Itagar no podía escucharla. Todo lo que resonaba en sus oídos eran aquellas malditas voces que no lo dejaban en paz.

Ella forcejeó con más fuerza, logrando conectar un rodillazo en sus costillas. Un gemido escapó de entre los labios del drow antes de relamérselos y aumentar la presión sobre aquel pequeño cuello. Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo. Si el dolor no había hecho que se callaran, entonces derramar más sangre debía ser la respuesta. Y él estaba dispuesto a degollar a la Ciudad Oscura entera con tal de no oír más voces dentro de su cabeza.

Hubo más patadas, arrañazos y hasta intentos de mordidas que solo lograron elevar su excitación, pero al final el cuerpo bajo el suyo fue relajándose poco a poco.

Finalmente, la esclava se detuvo y, luchando para respirar, alzó una mano hasta la mejilla del exgeneral mientras sus ojos dorados le sostenían la mirada a los plateado-rojizo de él. Más lágrimas brotaron de sus orbes hasta perderse entre las oscuras hebras de su cabellera y de nuevo intentó hablar. Esa vez pronunció las letras con lentitud para que él pudiera leerlas.

Gracias.

Qik'ta le estaba dando las gracias por matarla.

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