Capítulo 19 ✔
Unos cuantos pasos después, Itagar se encontró con la puerta de la biblioteca privada de Cerias. Miró el pomo, considerando girarlo, abrir la maldita puerta y atacar lo primero que se cruzara en su camino, mas una sensación extraña en lo profundo de su alma, lo frenó. El repentino deseo de cerrar los ojos se apoderó de él y, al seguirlo, su mente de vació de todo pensamiento, concentrándose en la habitación tras la puerta. Al otro lado, una llama de energía roja, amarilla y naranja en un mar de oscuridad, indicaba la presencia de un drow en la biblioteca. ¿Cuáles eran los chances de que esa llama fuera la bruja que estaba buscando? Sus ojos se entornaron, deseando ver tan claro como si la puerta frente a él no existiera, sin embargo, el truco no funcionó esa vez y su vista retornó a la normalidad.
Apretando los dientes, Itagar se preparó para lanzar un hechizo silenciador, pero una vez más, aquella sensación lo detuvo. En su mente apareció un conjunto de runas que nunca antes había visto y al pronunciarlo en un susurro, una chispa eléctrica le recorrió todo el cuerpo. Dolor se regó por todo él, siguiendo la electricidad como doncella a su amante, provocando que cerrara los ojos con fuerza mientras un quejido casi lograba abandonar sus labios. Luego de un par de minutos, que parecieron más largos que su condena, tanto la chispa como el dolor desaparecieron, dejándolo sin aliento. Todavía intentando llenar sus pulmones, miró hacia ambos lados del pasillo y exhaló en alivio. ¡Gracias a la Ar'gik Chysmallar, el lugar continuaba tan desierto como cuando se adentró en él!
Quienquiera que seas, no escaparás de mí.
Abrió la puerta con extremo cuidado y se deslizó dentro de la biblioteca, procurando no hacer sonido alguno, ni siquiera con sus pisadas. Pegándose al arco de la entrada para usar el borde como escondite, la justicia de Loth clavó su vista en la primera víctima de la noche. Largo cabello plateado, piel gris oscura y una armadura negra con dorado que relucía en la media luz de la habitación. Sheif. El bastardo que había violado a su querida duendecilla de cabello azul.
Sus manos apretaron las dagas con fuerza mientras luchaba contra sí mismo para no emitir sonido y percibía sus irises tornarse cromados con ese anillo rosado que anunciaba la liberación de su bestia. Apretando los dientes, Itagar salió de su escondite. Sheif continuaba ojeando los mapas y libros sobre la mesa frente a él sin darse cuenta de que la muerte lo acechaba. Si no fuera porque alertarías a todo el mundo en este templo, te haría gritar hasta que me rogaras por una muerte rápida, maldito hijo de puta.
El filo de una oscura daga se alzó en el aire. La justicia de Loth se acercó unos pasos más y el arma descendió. Una sonrisa comenzó a curvar los labios del asesino antes que una fuerte ráfaga de viento lanzara a Sheif contra los libreros a su izquierda, salvándolo de una muerte instantánea.
Itagar maldijo para sus adentros a la vez que se volteaba, enfrentando la nueva amenaza. Cerias lo miraba directo a los ojos con una mezcla de orgullo y odio en el brillo de aquellos crueles orbes escarlata.
—¿Qué carajo fue todo eso? —gritó el elfo de cabello plateado mientras se levantaba de entre el montón de libros que cayeron sobre él—. ¿Por qué demonios me atacaste, Cerias?
Ella movió su mirada por unos segundos, sus ojos entrecerrándose sobre Sheif, antes que retornaran a Itagar. Sus labios carmesíes se curvaron en una sonrisa malvada que hizo gruñir al exgeneral.
—¿Eres tan inepto que no puedes verlo? Nuestro querido Yis L'Itagar Gamel'le está aquí con nosotros —dijo la sacerdotisa, señalando al drow que apuñaló su corazón con una sucia humana—. Esa es magia antigua, amor. ¿Quién te la enseñó?
—¿Itagar? Pero...
Ignorando tanto a la sacerdotisa como a su carcelero, la justicia de Loth se observó las manos. Él podía verse, pero otros no. Debía ser a causa del aquel hechizo y el horrible dolor que sufrió después. Acaso... ¿Acaso la Señora de los Ojos Brillantes estaba guiando sus pasos? Sin embargo, hechizo o no, su antigua ama podía verlo. Los poderes de la bruja continuaban sorprendiéndolo incluso siglos después de su amorío haber terminado.
—Cerias.
Aquellos irises escarlatas parecieron convertirse en dagas dirigidas directo a su corazón y su labio superior tembló, mostrándole los dientes; un acto muy animal viniendo de ella.
—¿Cómo te atreves? Yo soy tu señora, tu ama.
—La Ar'gik Chysmallar ha decretado que ya no serás la ama de nadie —gruñó Itagar entre dientes mientras un brillo azul comenzó a cubrir el filo de las armas en sus manos—. Estás condenada a morir por mis manos con estas —levantó las dagas para que la mujer pudiera observar cada detalle en ellas—, sobre tu cuello.
A sus espaldas, Sheif desenvainó su espada y saltó sobre él con una furia casi bestial. Sin embargo, el filo pasó a un pie de su hombro izquierdo; era obvio que el maldito no podía verlo. Era una oportunidad que le fue puesta en bandeja de plata, no podía desperdiciarla. La justicia de Loth movió las dagas con tal rapidez que el aire gimió a su alrededor. Lamentablemente las armas nunca llegaron a su destino. Antes que las puntas se hundieran en la piel gris oscura de su atacante, un rayo lo golpeó; la descarga lanzando a ambos hombres a diferentes lados de la habitación.
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