Capítulo 18 ✔
Ya en la superficie de Svartálfaheim, Reiner se detuvo para girarse hacia la chica que caminaba a su izquierda. Ella lo imitó de inmediato, observándolo como un venado que no sabe si correr o seguir pastando al escuchar un sonido extraño en el bosque. Una vez más su bestia comenzó a escalar su agujero, tratando por todos los medios de tomar control del cuerpo.
—Sé que debe ser difícil, pero te pido, por favor, que intentes calmarte. Tu miedo sólo provoca al monstruo que duerme en mi interior y no quiero lastimarte —comenzó el drow, apretando los dientes en una clara lucha interna—. Dejando eso de lado, quería preguntarte dónde está el espejo que te trajo aquí.
Adara bajó la mirada al suelo, indecisa sobre si contarle lo que había sucedido o no. ¿El espejo era suyo? ¿La lastimaría como le hizo su amigo si se enteraba que ella había roto el objeto?
Los minutos se alargaban mientras ella continuaba sin responder; su vista concentrándose en la tierra bajo sus botas. La luz de la luna iluminaba un camino de rocas que brillaban plateadas cada vez que el satélite natural las besaba. Dicho camino se perdía entre la vegetación y la oscuridad del bosque que los rodeaba, al igual que había sucedido con su valor.
—Mujer, te hice una pregunta.
La voz endurecida de su acompañante la hizo temblar de pies a cabeza y fue entonces que sus labios se movieron. Era mejor responder antes que el elfo utilizara magia para forzarla, pues eso era algo que no podría soportar una segunda vez. No deseaba sentir su cuerpo siendo dominado por magia nunca más.
—El espejo se encuentra roto en la red de cuevas de Itagar —respondió, por fin, en un susurro.
—¿Está roto? —le interrogó Reiner, agrandando los ojos y endureciendo su voz, provocando que la joven se encogiera ante él.
—N-no fue mi intensión. Itagar me prometió que podía arreglarlo con magia, pero nunca tuvo la oportunidad de hacerlo —Intentó explicarse mientras sus manos temblaban. No quería que la lastimara mas no podía evitar aterrarse al ver la furia dentro de aquellos irises lila. Luego de lo que había pasado, la más mínima estupidez ponía su corazón a mil por hora.
Reiner dio unos pasos hacia ella, su mirada vacía, pero a la misma vez mostrando una bestia en su interior. Ella ahogó un grito, retrocediendo y tropezando con una roca que casi la lanza al suelo. Recobrando el balance, vio cómo su acompañante sacudía su cabeza y apretaba los puños por largos segundos hasta que todo cesó y el brillo regresó a su mirada.
—Lo siento —se disculpó el drow para luego carraspear su garganta—. Entre más rápido encontremos el espejo y te envíe de vuelta, más rápido estarás a salvo.
Adara asintió, pasándose las manos de arriba para abajo sobre sus brazos en un vano intento por controlar lo arisco que se había tornado su corazón. Sus pies siguieron al elfo sobre el sendero de rocas brillantes hasta que luego de varios minutos, los cuales para ella se sintieron eternos, llegaron al sumidero que servía como entrada al sistema de cavernas donde había estado prisionero Itagar.
Negándose a acercarse demasiado al borde, por miedo a que el terreno cediera y la lanzara a la caverna de la manera más dolorosa, la chica estiró el cuello para mirar entre los helechos y la hierba al altar que se encontraba abajo.
—Todos los pedazos están allí en el altar; justo donde los dejamos —Señaló ella a los restos del artefacto que descansaban amontonados sobre el bloque de piedra, varios metros bajo ellos.
Los pasillos estaban silenciosos pues la mayoría de los drows se hallaban tomando su periódico baño de luna bajo los túneles y grietas cavados en la roca que servían como tragaluces para la Ciudad Oscura; y en el templo habían dos grandes salones destinados para tal uso. No todos los guardias de la Gran Sacerdotisa tenían permitido asistir al mismo tiempo, por obvias razones de seguridad, pero por lo menos aquellos de más alto rango estarían ocupados reabasteciendo sus reservas mágicas mientras platicaban entre ellos. Y a veces hasta se emborrachaban por la ingestión de alcohol y los altos niveles de magia recorriendo su cuerpo.
Itagar recordaba con perfecta claridad aquellos momentos. Siendo el general de la guardia, él se sentaba en el medio del tragaluz para recibir el abrazo del astro nocturno por completo mientras que sus pares hacían un círculo a su alrededor. Siempre comenzaban sentados con las piernas cruzadas sobre hermosos y elegantes cojines colocados en el suelo mas luego de dos horas de pláticas, comida, bebida y hasta peleas, terminaban acostados unos sobre otros mirando la luz de aquella que le otorgaba más que la vida.
El exgeneral suspiró para luego apretar los dientes. Extrañaba las bromas y la camaradería… Extrañaba a sus amigos y aún así se odiaba a sí mismo por anhelar la compañía de los seres que le habían causado tanto daño a la hechicera humana que atormentaba sus días.
Un ruido proveniente del final del pasillo lo hizo mezclarse con la sombras de la pared, aguantando la respiración y procurando no moverse de ninguna forma. Una figura hizo el intento de entrar al pasillo, pero retrocedió sobre sus pasos al ser llamada por un guardia pidiendo más vino. Por suerte no había sido nada más que un esclavo.
Despegándose de la pared, Itagar sujetó con mayor fuerza las dagas que le obsequió Loth, las cuales habían dejado de brillar no mucho después de que la diosa desapareciera, y continuó caminando en dirección a las habitaciones de la gran sacerdotisa. Mmm, cómo ansiaba sentir sus manos cubiertas por la sangre de la maldita mientras veía la luz escapar de sus horribles ojos rojos. Su bestia gruñó, removiéndose de placer e impaciencia. Sólo unos minutos más y lo lograría. Unos minutos más y vengaría no sólo a Adara, sino a su hermanita humana también.
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