18: La sentencia
Nagi sostuvo la mirada desilusionada y confundida del niño mientras sostenía el balón en sus manos.
—¿Por qué no? —preguntó el niño.
—No sé jugar —respondió a secas.
—¿No te gusta el fútbol? —inquirió, con la mirada azul asomándose encima del borde del balón.
—La verdad me da igual.
El niño mostró una cara resignada, tratando de no mostrar una sonrisa nerviosa por la indiferencia que Nagi le demostraba en cada palabra. Por un momento, el niño llegó a pensar que él era muy raro y por la pena se empezó a sentir incómodo.
—No eres de los que les gusta esforzarse mucho, ¿verdad? —preguntó el niño.
—Bingo —soltó a secas, fastidiando al chico—. Solo es meter goles, ¿no es así? No suena interesante.
Nagi notó como sus hombros se tensaban y sus manos se aferraban más al balón. Su flequillo azabache cubría parte de sus ojos, por lo que no podía descifrar su semblante. Sin embargo, no le importó.
El viento empezó a soplar ligeramente, removiendo el flequillo del niño y, mientras este levantaba un poco la mirada del balón, Nagi vio un atisbo de emoción en sus iris, que se resaltaban por sus cejas suavemente hundidas. Eso extrañó a Nagi.
—¿En serio lo ves como algo tan fácil? —preguntó, mostrándose en desacuerdo.
—Yo no dije eso.
El niño se le quedo viendo un rato y se tranquilizó, ruborizándose por la pena de haberse fastidiado. Él suspiró y dio media vuelta.
—Olvídalo —dijo el niño—. Gracias de todas formas.
Nagi vio como el niño se alejaba despacio para ponerse a jugar con el balón. Finalmente pudo volver a disfrutar de la frescura del parque con los ojos cerrados, ignorando el sonido de las patas que el niño bajito hacia mientras jugaba. Con tal de que no lo molestarán todo estaría bien.
Paso el tiempo y estaba por quedarse dormido, cabeceando cada dos por tres, pero abrió sus ojos abruptamente de un susto. Algo había golpeado con fuerza el árbol en el que estaba apoyado y le había rozado la mejilla izquierda. Por instinto se alejó a un lado, aún sintiendo el roce en su pómulo, como si el balón le hubiera caído en toda la cara.
—¡Lo siento! —gritó el niño, yendo presuroso a tomar su balón.
Nagi lo vio extrañado con los ojos entornados. Cuando el niño cruzó miradas con él se ruborizó hasta las orejas, apartando la mirada mientras abrazaba el balón contra su pecho.
—Perdón... —musitó el niño—. E-el balón rebotó mal y... bueno... En serio lo siento —tartamudeó, aun sin dirigirle la mirada.
Nagi, al ver la cara asustada y tímida del niño, como si este le fuera a hacer daño, suspiró cansado.
—Solo ten cuidado.
—Sí —asintió y se volvió a alejar rápidamente.
Sin embargo, Nagi se mostró inconforme de cierta manera. El susto le había quitado el sueño, y no podía regresar a casa hasta que pasará un buen rato, pues sus padres le habían pedido expresamente que saliera a caminar y a tomar aire fresco. Para sus padres, quienes tenían la mentalidad de la vieja escuela, un niño debía salir a jugar y divertirse con sus amigos, disfrutar de su infancia, pero él prefería jugar videojuegos en su teléfono, consola o computador. No obstante, no tenía elección. Sus padres le habían amenazado con salir o quedarse sin sus juegos por tres meses. No iba a poder aguantar tanto tiempo.
No obstante, él, a escondidas de sus padres, se había llevado su teléfono. No tenía planeado estar aburrido toda la tarde en las calles solo porque sus padres creyeran que era lo más saludable para él.
Al ver que el niño se alejaba, Nagi se dispuso a sacar su teléfono de su bolsillo para jugar. Está vez, dándole una mirada cada cierto rato al niño para esquivar los posibles balones que él pudiera mandarle por accidente. Y así pasó media hora, esquivando uno que otro balón del niño, quién no dejaba de disculparse con toda la cara roja y la cabeza completamente inclinada hacia adelante en un gesto de disculpa.
Él aceptaba las disculpas, pero para la quinta vez ya se había hartado, y decidió retirarse luego de completar el nivel que le faltaba de su juego, después de todo ya estaba oscureciendo y no debía volver tan tarde a casa.
Nagi estaba a punto de ganar su juego, pero, al oír otra sonora patada, alzó la mirada rápidamente. El balón rebotó contra el tronco de uno de los árboles que el niño usaba con límites del arco, y voló con potencia hacia él. Nagi se cubrió el rostro e inclinó su torso hacia un lado, evitando que el balón lo golpeará, y, sin perder su rumbo, vislumbró entre sus brazos como se elevó sobre su cabeza, alejándose cada vez más. Al final, el balón quedó atorado entre el tronco y una rama gruesa levantada de uno de los árboles.
El niño miró con sorpresa la altura en la que su pelota se había quedado atorada. De repente, sintió una mirada en su nuca y, al volverse sobre sus talones, se encontró con unos ojos grises azulados que lo miraban fijamente sin expresión alguna.
—¿Qué? —inquirió el niño.
Nagi tanteó su mirada en el niño y en la pelota. Irremediablemente, ahogó una carcajada que elevó sutilmente sus hombros. Estaba aguantando las ganas de reír, pero le era difícil. El niño se sorprendió y se volvió para encararlo con las mejillas sonrosadas.
—¡No es gracioso! —dijo el niño, alzando un poco la voz con pena.
Sin embargo, Nagi siguió ahogando las risas, apretando sus labios para reprimir una sonrisa. El niño, ante su actitud cedió y suspiro.
—No tengo otra opción...
Y resignado, el niño comenzó a escalar el árbol con cautela.
—No vas a llegar.
Ante el negativismo de Nagi, el niño lo miró de soslayo con los ojos entornados.
—No lo sabré si no lo intento —contestó, y siguió trepando, pero al no aguantar mucho su peso, su cuerpo se deslizó un poco por el tronco, a pesar de sostenerse como puede.
—Con lo bajo que eres lo dudo.
—¡No soy bajito! —reprochó, volteando a verlo.
—Entonces alcanza el balón.
El niño iba a responder, pero empezó a meditar las cosas. Algo inseguro, alzó la mirada para ver su pelota, y, al sentir un pequeño ardor en sus manos y pierna, advirtió que estás estaban enrojecidas por aferrarse a la aspereza del tronco. Sin duda era muy bajito para llegar a la cima de la rama.
Nagi se había quedado como espectador para ver si aquel niño conseguía recuperar su balón sin darse cuenta. Y al advertir que este bajaba levemente la cabeza con solemnidad, pensó que había aceptado la rendición.
—¿Te rindes? —preguntó Nagi.
—No —negó el niño, y comenzó a jugar con sus dedos con timidez—, pero..., aun así, ¿Crees poder ayudarme?
Nagi dejó caer la cabeza a un lado, pensativo.
—¿Y qué gano yo?
El niño lo miró con los ojos en blanco.
—Olvídalo.
Y volvió a escalar con persistencia, y lo intentó tantas veces que Nagi advirtió que sus manos y rodillas estaban apunto de sangrar. Eso fue suficiente para Nagi.
—Te vas a hacer daño —dijo Nagi, levantándose del césped, y guardó su celular en su bolsillo. Después de todo ya había perdido por la distracción del niño.
—Ya casi llego... —dijo el niño, subiendo nuevamente.
—No lo vas a conseguir. Te vas a hacer daño —insistió Nagi, mirando al niño a mitad del tronco.
—Casi... Lo... tengo... —instó el niño, con sus dedos rozando la pelota.
Nagi, de cierto modo, no pudo evitar sorprenderse un poco. Llevaba un rato intentando y finalmente estaba a punto de conseguirlo. Inconscientemente, se hipnotizó, esperando a ver qué pasaba. Sus dedos estaban prácticamente tocando el balón a su perspectiva.
—Ya... casi...
Impaciente, Nagi se inclinó un poco para ver, pero no lo logró. El niño deslizó el pie por el tronco y se resbaló mientras soltaba un gritó ahogado. Se esperaba la peor caída de su vida, pero algo lo amortiguó. El niño se extrañó y bajó la mirada. Sus ojos se iluminaron con regocijo al ver que Nagi había atrapado sus muslos sobre sus hombros.
—Vaya, eres liviano como una pluma —dijo Nagi, alzando la cabeza para verlo—. ¿Estás bien?
El niño sonrió en grande, aliviado.
—Sí, gracias. Pero, ¿Tú estás bien?
—Solo me frotaste las orejas con fuerza.
—Perdón.
—Olvídalo —dijo, repitiendo el mismo tono que el niño había usado con él—. Ahora recupera tu balón. Puedes apoyarte en mis hombros.
El contrario sonrió dulce y asintió.
—Sí.
—Levanta la pierna —dijo Nagi, tomando su tobillo.
El niño hizo caso y vio como Nagi posaba su mano sobre su muslo izquierdo y posaba su pie sobre su hombro, empujando parte de su torso hacia atrás, lo que lo hizo gritar un poco, aferrando sus manos en el tronco.
—¡Espera, me voy a caer! —chilló asustado.
—No lo harás, te estoy agarrando —dijo Nagi, y, sin pedir permiso, posó el otro pie sobre su otro hombro, haciendo que el niño ahogará otro grito.
Nagi vio la posición en la que se encontraban los dos y entornó los ojos con algo exasperación.
—Enderézate, tus zapatos me lastiman —dijo Nagi, sosteniendo aún sus tobillos. Apenas podía mantener el equilibrio por como el niño de ojos azules estaba prácticamente de cuclillas sobre él, con sus manos aferradas al tronco.
El niño abrió los ojos y tragó en seco al ver lo lejos que estaba del suelo, a su perspectiva, se sentía sobre una montaña.
—Veo el abismo... —comentó.
—No soy tan alto —dijo Nagi—. Tu eres el bajito.
—¡No soy bajito! —reprochó.
—Y llorón también.
—Tampoco.
—Entonces enderézate y agarra tu balón, me estas haciendo perder el equilibrio.
El niño alzó la cabeza para ver su balón. Por los nervios de caerse, lo vio inalcanzable, pero ese era su juguete favorito. El único que siempre quería llevar a todas partes y eso iba a hacer. Tomó una gran bocanada para envalentonarse y, con ayuda del tronco, se puso de pie sobre Nagi. Al ver que lo logró sonrió levemente, lo había conseguido.
—¿Ves? No era tan difícil.
El niño bajó la mirada y le sonrió más.
—Sí —asintió y con la yema de los dedos tumbó el balón al césped—. ¡Lo logramos! —dijo y, para sorpresa de Nagi, este saltó de sus hombros para aferrarse al tronco. Luego, este fue testigo de cómo bajaba con calma, como si hace un segundo no hubiera tenido miedo.
<<Este niño...>>, pensó Nagi, incrédulo. <<¿En serio así de la nada se pone valiente y alegre?>>
El niño tocó el suelo y se volvió a él con euforia.
—¡Gracias por ayudarme! —dijo efusivamente.
Los hombros de Nagi se erizaron un poco por la energía del niño. Nunca nadie se había dirigido de esa forma hacia él, y aquello fue algo diferente, pero reconfortante.
—Eh... De nada.
El niño rio suavemente y comenzó a rascarse la nuca con pena.
—Como verás, el fútbol a veces no es tan sencillo.
—Una mala patada no es algo difícil de superar.
El brillo de los ojos del niño se desvaneció y lo comenzaron a mirar. Nagi por un momento se preguntó si había dicho algo malo.
—Eso ya lo sé —dijo, cruzándose de brazos—. Por eso estaba practicando. ¡Quiero ser tan grande como Noel Noa! —finalizó con una sonrisa.
Nagi alzó una ceja.
<<¿Noel Noa?>>, pensó Nagi, confundido.
—¿Es... un famoso o algo así?
El niño asintió insistencia, y el brillo en sus ojos volvió a nacer en sus iris, mientras un hermoso brillo naranja tocaba su cara y hacía un gran contraste con la profundidad del azul en sus pupilas.
—Sí, es un futbolista famoso. ¡Es el mejor delantero del mundo!
Nagi siguió viéndolo confundido mientras se rascaba la cabeza con el índice.
—¿Y tú quieres ser famoso? —preguntó Nagi.
El niño se le quedo viendo por un momento, y luego, con vergüenza, bajó la mirada. Inconscientemente, juntó sus manos y comenzó a frotar su pulgar sobre el dorso de su otra mano.
—Bueno... famoso o no... yo ya sé lo que quiero ser —dijo, y una pequeña sonrisa infantil se asomó por sus labios.
Normalmente a Nagi no le importaban esas cosas, pero ese niño entusiasta le aumentó la curiosidad.
—¿Y eso es...?
—Yo...
Nagi esperó a que respondiera, pero al parecer decirlo le estaba costando mucho, como si le diera vergüenza decirlo. Ante el silencio, Nagi se sintió un poco impaciente.
—¿Es algo malo?
—¿Eh?, ¡No! —negó con la cabeza.
—¿Entonces por qué no lo dices?
El niño volvió a mantenerse en silencio, dejando a Nagi en la inquietante incertidumbre. Pasaron unos segundos en los que él estuvo con la mirada baja, pero entonces la alzó de golpe, mirando fijamente sus ojos, como si quisiera entrar en su mente.
—Yo... quiero ser el mejor delantero del mundo —soltó de pronto.
Nagi se le quedó mirando, sin querer, se había perdido mirando sus ojos ardientes de perseverancia mientras meditaba lo que el niño le había dicho.
—¿Te parece raro? —preguntó, bajando la mirada al ver qué no recibía ninguna reacción por parte de Nagi.
Nagi, por su parte, finalmente salió de su trance.
—Mi opinión no cuenta si eso es lo que vas a hacer —dijo, llamando la atención del más pequeño, quién lo miró extrañado—. Es decir, de qué sirve que te diga algo alguien que acabas de conocer.
Los ojos del niño brillaron más con su comentario.
—No te debería importar lo que digan los demás —agregó Nagi—. Pero si tuviera que decir algo... diría que... creo que es mucho trabajo para alguien tan pequeño.
El niño arrugó la nariz.
—A mí hacer eso me daría mucha pereza. Pero si amas meter balones en un arco, diviértete.
—Lo dices como si fuera sencillo.
—Es solo hacer más puntos que el equipo rival... —dijo, pero se detuvo a pensar para ver si estaba en lo correcto—, ¿Cierto?
—Si es así para ti, pues demuéstramelo —desafió el niño, señalándolo con el dedo determinadamente.
Nagi encarnó una ceja, entornando los ojos.
—¿Me estás desafiando a un juego?
—¡Sí!
—Ya te había dicho que no quiero.
El niño, sonriendo más ampliamente, fue por el balón y se lo lanzó a las manos. Nagi atrapó el balón extrañado.
—Entonces hagamos esto —dijo el niño—. Solo déjame meterte un gol, y te dejó en paz. Por favor —pidió, juntando ambas manos delante de su rostro a modo de ruego.
—Mejor ve a descansar. Tus manos y tus rodillas no se ven bien.
—Solo uno, por favor —insistió—. Lo único que tienes que hacer es evitar que el balón entre en la portería.
—Dirás entre los árboles.
—¡Es lo mismo!, ¡Por favor!
Nagi vio que estaba comenzando a oscurecer más. Debía irse lo antes posible de regreso con sus padres. Sin embargo, al volver a bajar la mirada, encorvando un poco la nuca para ver a aquel niño, sintió una extraña sensación de desafió. Esos ojos azules lo miraban decididos y desafiantes en un modo infantil muy atrayente. Además, había algo en su corazón, que creía dormido, que lo alentaba a aceptar. Quizás, eran las típicas emociones de curiosidad de un niño que, sin darse cuenta, tenía los estímulos dormidos. Algo nuevo por descubrir que llamó su atención y que, extrañamente, no le parecía aburrido o fastidioso.
Si sus padres decían que un niño normalmente debía jugar y divertirse con los amigos, debía ser común para él. Pero al ser la primera vez que sentía algo así, Nagi no pudo evitar sentirse tentado, sobre todo por aquel niño con cambios tan esporádicos y enigmáticos que, a pesar de su forma de ser, lo estaba invitando de buena manera a jugar nuevamente aunque lo haya rechazado.
<<Jugar con este niño...>>, pensó por un momento. Y, decidido, suspiró rendido.
—Está bien —dijo, intensificando así la sonrisa del niño—. Pero solo un gol —aclaró, señalándolo a modo de sentencia—. ¿Lo prometes?
El niño asintió.
—¡Sí!
Nagi, sin decir nada más, se posicionó enfrente de los árboles que simulaban ser el arco del portero, y se quedó parado viendo como el niño se posicionó a una distancia decente de donde él se encontraba.
<<Solo debo parar el balón...>>, pensó Nagi, tranquilo, y el niño se volvió a verlo.
—¿Estás listo?
Nagi asintió.
—Sí.
—Bien —dijo el niño, posando su pie sobre el balón—. Empecemos...
Nagi separó un poco sus piernas para mantener el equilibro. Tal vez no sabía nada de fútbol, pero si el arco era limitado por la altura de los árboles, debía prepararse para saltar y detener el balón.
—¡Ahora! —avisó el niño y fue corriendo con el balón hacia la portería.
Nagi no lo perdió de vista, ni al niño y al balón, y, al tenerlo cerca de él, advirtió apenas como el balón pasaba entre sus piernas. El niño había apuntado hacia el arco de sus piernas, pensando que así tendría un gol fácil, pero, lastimosamente, lo había subestimado. Nagi no era tonto. Cualquier hueco era válido y él ya sabía que estaba desprotegiendo el "arco" al abrir las piernas. Por eso, para frenar el balón, Nagi giró sobre su talón derecho hacia atrás, llevándose hacia adelante el balón con el empeine para patearlo lejos de su zona.
No obstante, el niño reaccionó rápido y se interpuso en el giro de ciento ochenta grados de Nagi con el pie derecho, cruzando su rostro con el de él mientras evitaba que pateará el balón. El niño no ocultó su sorpresa ante la agilidad y control de pelota que Nagi poseía, ¿No se suponía que él no sabía jugar fútbol?
—Oye —dijo Nagi, llamando la atención del niño, quién intentaba quitarle el balón del pie, pero entre los dos se produjo una especie de dribleo improvisado y poco equilibrado, interponiendo sus cuerpos el uno contra el otro para evitar que alguno robará o pateará el balón—. El que anote el gol gana, ¿cierto?
El niño se extrañó, porque se suponía que debía ser él quien anotará el gol, no Nagi, pero este lo estaba haciendo retroceder cada vez más hasta estar lejos del arco, y todo solo con evitar algún movimiento de más de cinco centímetros entre sus piernas. Eso no era fútbol, simplemente era andar quitando el balón mientras se daban empujones con los hombros para cortarse el paso. Aun así, al niño se le hacía extraño y sorprendente que Nagi lo estuviera manteniendo a raya a pesar de no saber jugar. ¿Qué estaba pasando?
—Eh... este... sí, pero...
—Bien —dijo, casi en un susurro, y, aprovechando que el niño separó las piernas por un momento por desequilibrio, pateó hacia la dirección contraria de donde estaban los árboles entre las piernas del contrario, haciendo un cañón.
El niño se sorprendió, pero lo que lo dejó más helado fue ver como Nagi se alejó de él para que se desequilibre y, acto seguido, hacer una ruleta hacia el lado derecho del más pequeño con el apoyo de sus talones.
—Entonces yo anotaré.
El niño quedó boquiabierto al ver cómo este pasó por su lado para correr rápidamente hacia el balón, y, sin quedarse de brazos cruzados, lo siguió para sobrepasarlo. Sin embargo, Nagi llegó primero, con la pelota en el aire delante suya. Sin miedo, vislumbró sutilmente los dos troncos de los árboles mientras miraba su cuerpo, y pateó el balón con la derecha hacia la portería. El niño no hizo más que quedarse estático al sentir como el balón voló a toda velocidad, rozando su rosada mejilla, la misma que antes él había casi osado a lastimarle a Nagi.
El niño volteó en la misma dirección que el balón y lo vio caer entre los dos árboles, estrellándose con una piedra que frenó la velocidad de la misma. Nagi había anotado con un control perfecto del balón.
—Gané —dijo Nagi, sintiendo aún un atisbo de emoción en su pecho, tanto que él incluso estaba sorprendido de sí mismo, pero todo ya había terminado.
Nagi reguló su respiración después de haber hecho tanto esfuerzo en mantener la pelota a su merced. El niño, por otro lado, seguía de espaldas mirando el balón.
—Una promesa es una promesa —prosiguió Nagi—. Ya no me vas a insistir más, ¿verdad?
El niño, sin prestarle mucha atención, se giró para verlo. Nagi abrió un poco los ojos al ver la mirada perdida, que parecía que lo recibía con los brazos abiertos, de ese niño. Se veía maravillado y sus pupilas estaban dilatadas, como si estuviera viendo una estrella delante de sus ojos. Algo lo hizo perderse en esas dos grandes pupilas por un rato, viéndolo confundido.
—Uno más... —dijo el niño, sin quitarle la mirada de encima.
—¿Qué?
—Uno más... —repitió, hablando como si no tuviera aliento—. Por favor...
Esas palabras hicieron estremecer la columna de Nagi, y, a pesar de que quería irse, no pudo evitar ceder. Después de todo, él también, en lo más profundo de su ser, quería seguir jugando, aunque terminara agotado. Era un niño, y ahora iba a actuar como tal, ya otro día podría jugar con sus videojuegos como siempre.
—Está bien.
Sin que los dos se dieran cuenta, comenzaron a jugar sin parar, cada uno intentando meter su propio gol. Nagi nunca se había divertido tanto como tal, ni siquiera se daba cuenta, pues solo se sentía perdido en aquella sensación diferente que le recorría el cuerpo y que era provocada por el ánimo de ese niño, aquel que no le dejaba de sonreír y de desafiar para quitarle el balón.
Estaban inmersos en el balón y, en un intento del niño por quitarle el balón a Nagi, terminó enredando sus tobillos con los de él. Nagi entendió que ese pequeño había intentado arrebatarle el balón usando la misma táctica que usó antes, pero no resultó, y ambos cayeron uno sobre otro.
Ese día, con ese hermoso atardecer, se sentenció el momento más tenso para Nagi. Su peso había caído encima del niño y, con rudeza, sus bocas se había chocado una con la otra, golpeándose estrepitosamente el interior de los labios por el choque de sus dientes.
Ambos se miraron absortos y sorprendidos por lo que estaba pasando. Sus bocas se habían tocando sin ningún tipo de delicadeza, haciéndolos sentir dolor mientras cada uno sentía la respiración del otro rozando sus mejillas. Era extraño, doloroso y ciertamente desconcertante, con Nagi apoyando su mentón sobre el hombro del contrario.
Nagi se alejó rápidamente por la impresión, con sus manos acorralando la cabeza del niño. Lo primero que contempló fue una mirada en blanco y perdida que hacía contraste con unas grandes y rosadas mejillas, con su cabello negro regado por el suelo como si de un halo solar se tratase. Inconscientemente, por la emoción del juego y de lo sucedido, Nagi también sintió como sus mejillas se tornaban rosas, y, sin decir nada, se apartó de su encima.
El niño, por otro lado, mientras se reincorporaba también, se cubrió su boca, aun impactado. Nagi quería decir algo, pero no sabía qué exactamente, solo podía concentrarse en el dolor punzante que sentía por detrás de sus labios y por el ardor en sus encías.
—Ehm... yo...
Sin embargo, no fue necesario decir nada. De pronto, se había vuelto víctima del miedo y la confusión. Esos ojos azules lo miraron por un segundo y, luego de que parpadearán un par de veces, el niño comenzó a sollozar, para la sorpresa de Nagi.
—Oye... ¿Estás...?
En ese momento, Nagi temió lo peor, y ese temor se cumplió al ver que el niño comenzó a sollozar un poco más fuerte mientras se cubría la boca.
Los llantos de aquel niño eran molestos, pero eso no era lo que le preocupaba. Todo lo contrario, lo ponían nervioso.
<<¿Qué hice?>>, <<¿Por qué llora?>>, <<¿Hice algo malo?>>, pensó Nagi, algo confundido y nervioso. Siendo tan solo un niño pequeño, ni siquiera sabía cómo debía reaccionar a algo nuevo, y los llantos de aquel niño desconocido solo hacía que sus nervios aumentarán.
<<¿Lo lastimé?>>, se preguntó, y las preguntas no dejaron de aparecer en su mente, creando un torbellino que solo lo volvió aun más inquieto.
Los llantos del niño no paraban y cuando intentaba hablar, se detenía, pues no sabía si eso empeoraría las cosas. Solo tenía nueve años en ese entonces, y ni siquiera sabía qué fue lo que pasó.
<<Él tiene la culpa, no yo. Él me invitó a jugar y pisó mal. Que niño tan llorón.>>, pensó Nagi, algo fastidiado, viendo al niño de rodillas sobre el césped, con sus mejillas sonrojadas mientras se tapaba sus ojos llorosos. Sin embargo, no quería tener problemas con nadie, eso sería muy fastidioso. Por lo tanto, no supo hacer otra cosa más que ceder, y, aunque no quería admitirlo, la verdad era que estaba asustado. Era una sensación incómoda e inquietante, ya que él no había hecho nada.
—Ehm... ¿Lo siento? —dijo, algo inseguro, tratando de mostrarse tranquilo—. Yo... no quise hacer nada malo...
El niño dejó sus palabras al aire por un momento hasta tranquilizarse. Alzó la cabeza y, ni bien Nagi cruzó sus ojos grises azulados con los ojos azules del contrario, los dos se quedaron mirando con cierta curiosidad e inquietud. Al darse cuenta del paso del tiempo en el que nadie decía nada, se sintieron incómodos. Los dos apartaron la mirada del otro y no se veían dispuestos a decir ni una palabra.
—¡Yo-chan! —se escuchó a lo lejos. Era la voz de una mujer, que al parecer llamaba a alguien con un tono dulce.
Nagi miró la dirección por donde venía la voz, y el niño, por otro lado, al oír el llamado, se levantó apresurado, tomó su balón de fútbol y salió corriendo, con las mejillas y los ojos ardiendo por las lágrimas.
Él, simplemente, se fue, dejándolo solo de nuevo en ese parque. No obstante, a pesar de quedarse solo, Nagi no pudo evitar sentirse acompañado todavía. No por una persona o por sus pensamientos, sino por una duda quisquillosa que le daba un extraño hormigueo en el vientre. Quizás tenía hambre.
Luego de eso, toda la vergüenza se volvió oscuridad a medida que iba creciendo, ya que no recordaba mucho la mayoría de momentos de su infancia, y, para él, era mejor olvidar y no darle importancia a los pensamientos incómodos y molestos, ya que él no tenía la culpa de nada. Y así siguió su vida, sin preocuparse por nada, y como sus padres no interferían en su toma de decisiones, ya que era un chico que no buscaba problemas y que siempre tenía buenas calificaciones, terminó formando un carácter bastante perezoso y poco activo.
Ahora, ese recuerdo olvidado, se había vuelto una sentencia para Nagi al estar Isagi Yoichi presente en Blue Lock. Aquel niño llorón estaba de regreso en su vida y dependía de sí mismo decidir cómo es que eso le afectaría. Solo era cuestión de tiempo... y de que empezará el último partido del equipo V. Eso lo decidiría todo.
*+*+*+*
Creo que este es el capítulo más largo que he escrito, espero les haya gustado. Estoy ansiosa por saber su opinión, ya sea buena o mala, eso me ayuda bastante.
Por cierto, para los que se pregunten cómo fue la escena del "incidente". No es que haya sido un beso como tal, en realidad fue algo similar como pasó en Dan Da Dan, donde Momo y Okarun chocan sus dientes (perdonen por los spoilers para quienes no vieron el manga o anime).
Lastimosamente mis vacaciones se están acabando y no he podido escribir tanto como quería, pero al menos espero haberles acumulado varios capítulos para que la pasen bien. Se les quiere mucho, y esperen mañana otro capítulo más.
Muchas gracias por leer, bye. :D
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