Capítulo dos
— Emma, ¿dónde está mi corbata roja?— preguntó Julián desesperado desarreglando completamente los cajones. Emma giró los ojos estresada.
— En el cajón de las corbatas. Primer montón, la última. Si no está ahí, ya la usaste— contestó terminando de vestirse. Ropa casual, holgada, típico de ama de casa.
Los años la habían maltratado, chupando su juventud. Tenía veintiún años pero sus ojeras gritaban treinta y el cabello despeinado tampoco ayudaba y mucho menos el poco uso del maquillaje, mientras que su esposo... ¡Su esposo, por dios! Parecía salido de una revista para médicos sensuales. Los años parecían no pasar por el, manteniendo esa sonrisa jovial que derretía a todas las enfermeras.
—No está, Emma. Tengo una operación hoy, la necesito— comentó entre enojado y frustrado.
Emma terminó de ponerse sus tenis y soltando un suspiro se fue a la canasta de la ropa sucia, donde efectivamente estaba la corbata. Pasó por el baño y prácticamente la empapó de perfume.
—A penas llegues hoy me la das para lavarla, es la segunda vez que la baño en perfume. ¿Llegarás temprano?— preguntó mientras anudaba la corbata, cariñosamente, rozando su dedos por su cuello.
Julián calló por unos segundos.
—Trataré— respondió evitando la mirada de su mujer. Emma conocía esa frase y era completamente consiente de su significado. No llegaría temprano... Otra vez.
—¡Julián!, ¡La nena te extraña, yo te extraño, incluso Firulais te entraña y ese perro no quiere a nadie que no sea Lizzie! — exclamó frustrada. La casa se sentía sola sin su marido, aún más ahora que Lizzie había empezado a ir al Kinder.
—¡Pues lo siento!— y ahí empezaron los gritos. La típica pelea que ya no terminaba enredados en las sabanas, quizás por la falta de tiempo o simple falta de deseo— ¡Perdón por partirme la espalda para sacar adelante a esta familia, mientras tú te limitas a jugar con pinturas como si tuvieras aún quince años!¡Tienes veintiún años, Emma!¡Una hija y esposo del que..— él calló. Había pasado la línea y lo sabía por los cristalinos ojos de su esposa.
—¡¿Del que?, ¿del que, Julián?!, ¡Termina la frase!— Julián soltó un suspiro y abandonó la habitación.
Emma trató de tranquilizarse, se negaba a admitir que su matrimonio se estaba cayendo a pedazos. ¿Qué haría ella sin Julián?
No había terminado el colegio, desde que Lizzie había nacido se había dedicado un cien por ciento a su casa, a su hija y a su marido. Solo sabía pintar, pero no se gana mucho de eso, al menos no cuando no eres reconocida.
Regresar con sus padres tampoco era una opción, no había tenido noticias ellos desde que le habían mandado un mail remitente de una foto de Lizzie recién nacida en el que daban a conocer una vez más su disgusto y le informaban que no querían saber nada de ella, ni de la niña y peor de Julián.
Emma soltó un suspiro y limpiando sus lágrimas también abandonó la habitación que guardaba silenciosamente la verdad de su matrimonio.
Bajando las escaleras se percató de la hora y corrió de vuelta arriba a despertar a la niña. Tenían quince minutos para vestirla, desayunar, correr al colegio tres cuadras lejos. Usualmente Julián las llevaba, pero entre discusión y discusión la tradición parecía desaparecerse.
—Mami, ¿papi venir con nosotras?— preguntó aún adormilada la niña, mientras Emma terminaba de colocarle las medias.
—No, mi vida. Papi salió temprano hoy. Nos toca caminar— la cogió entre sus brazos y prácticamente volando bajo las escaleras, la sentó en su banquito de Winnie Pooh.
— ¡Pancakes, mom! — exigió la niña.
— Ya sabes lo que dice tu papi, solo español en la casa— la reprendió dulcemente mientras del refrigerador extraía frutos secos y una gelatina, junto con un paquete de oreos y leche— Y lo siento, reina. Pero vamos tarde, tendrás que comer solo oreos con leche hoy— hizo un puchero y le entregó el paquete junto con la leche de cartón. Guardó el resto en su cartera, se los comería después.
—¡But Mommy, daddy is not here, and promise me you'll make pancakes tomorrow!— se quejó la pequeña mientras empezaba a beber y abrir las galletas. Ella soltó un suspiro disimulado. Elizabeth se empeñaba en hablar en inglés, Julián en que hablase en español, para que no se perdiese su cultura y tradición, mientras que Emma, la pobre quería una familia normal. Sin tanta etnia, o idiomas. Internamente agradecía que su madre no la hubiese reconocido como nieta porque sino la tuviera hablando alemán.
—Okey, honey. Hagamos un trato, tu hablas en español, todo el tiempo, incluso cuando papi no esta aquí y yo te prometo que te haré pancakes todos los días.
—With blueberries?— preguntó con los ojos brillosos, muy emocionada. Tan emocionada que ni quiera se había dado cuenta de que se le habían acabado las galletas.
—Lo siento, yo no hablo inglés— Emma fingió no comprender y una arruga se formó en el tierno rostro de Elizabeth.
—Mmm... ¿Cómo se decir Blueberries en español?— preguntó mientras se bajaba del banquito y se sacudía las migajas.
Era muy notorio que tenía poca practica en el español porque aún tenía problemas en las conjugaciones, otro tema muy común en las discusiones de la pareja. Emma sonrió con ternura, estaba orgullosa de su niña.
—No decir, la palabra correcta es dice, y se dice "Mora azul" y si mi vida, con moras azules y con todo lo que quieras— le dio un beso y en el oído le susurró "Anda a cepillarte los dientes" y le dio una palmita.
Mientras Elizabeth corría dando saltitos al baño, Emma empezaba a buscar el cepillo y unas ligas dentro de su cartera para hacerle las trenzas, cuando un grito agudo lleno el usual silencio mañanero de la casa. Emma soltó el bolso y corrió escaleras arriba, al baño.
Lizzie se encontraba sentada en un rincón, agarrándose la cabeza con las manos, una lagrimita salía por su ojito azul. Emma estaba petrificada, no sabía que hacer, Elizabeth era una niña con una salud esplendida, y había pasado por la varicela al año y medio, y de ahí no había tenido ningún incidente médico que no fuese una gripe.
Deseo que Julián estuviese ahí, él hubiese sabido que hacer.
—¡Mommy!, ¡My head hurts!, ¡Mommy, it hurts!— Elizabeth se quejaba empezando a llorar. Emma en su desesperación lo cogió en sus brazos y con cuidado bajo la escaleras y salió de la casa.
No tenía carro, y el hospital esta a media hora en metro. Aún asustada y aturdida por los gritos de dolor de Lizzie, fue a prácticamente tirar la puerta de su vecino, el cual no demoró en abrir la puerta, y al darse cuenta de la situación salió disparado al carro para llevar a la niña al hospital donde trabajaba Julián.
La niña lloró todos los 15 minutos que tomó de viaje, nada parecía calmarla y el dolor solo parecía empeorar. Corriendo entraron por emergencias, donde el un doctor Freddy la trató, quién casualmente conocía a Emma por los años de universidad de su esposo. Él le dio un par de antibióticos que minimizaron el dolor y minutos después calló dormida a causa de los mismos.
—Dime, Fred, ¿Qué le pasa a la niña?, ¿es grave?¡Fred, responde!— cuestionó ya al borde de la desesperación.
Freddy se rió y negó cómico.
—No cambias de paranoica, Emma. Tranquila que Lizzie no tiene nada grave, una simple alergia, que tome la medicina que le voy a dar y verás que en una semana, esto quedará en el olvido.
Emma sintió como podía volver a respirar tranquila. Le sonrío a Freddy y estaba dispuesta despedirse y marcharse cuando él la detuvo.
—Mejor deja que descanse aquí un rato, yo no tengo más consultas hasta las diez. Además puedes aprovechar a visitar a Julián, tengo entendido que su operación es en dos horas. Suficiente tiempo para que le den a Lizzie un hermanito— le ofreció, añadiendo un guiño al final, logrando que ella se sonrojase. Freddy río por su inocencia no tan perdida y le informó que llamaría una enfermera para que la niña no se quedase sola y bajo esa condición acepto.
Iba caminando por los pasillos, mirando las placas de las puertas buscando la habitación B-11, donde se suponía que descansaban los doctores, cuando le entraron ganas de ir al baño. Con más urgencia buscaba esa sala, porque podía apostar por todo el dinero en el mundo que ahí debía haber un baño.
A paso rápido encontró la habitación y entro sin tocar, soplada corrió al baño. ¿Cuál fue su error?
No haber notado la corbata roja colgando de la perilla de la puerta... aunque aún si la hubiese notado, ¿cómo iba a saber ella de los códigos en el hospital?
Gran sorpresa la que se encontró detrás esa puerta. Su esposo, su Julián, la persona quién le había jurado amarla y respetarla por la vida entera, estaba en pleno acto de adulterio. Una rubia montada sobre él, gimiendo desesperadamente, mientras él hundía su cabeza entre sus pechos.
Emma, era una roca en ese instante. Sabía que las cosas iban mal desde hace un tiempo, pero no esperaba eso. Definitivamente no esperaba eso. Evitando llorar, irguiendo su cuerpo y olvidándose completamente de su ganas de orinar, hizo un sonido con su garganta tratando de llamar la atención de ese par, quienes aún no notaban su presencia.
Julián al levantar su rostro esperaba ver algún doctor nuevo que no sabía de la corbata roja, pero definitivamente no espera ver a su esposa. Instantáneamente botó a la rubia de su regazo e intento subirse los bóxers, pero solo lo hacía ver más ridículo.
—Creo que utilizaré otro baño— dijo Emma, mientras la rubia, con una sonrisa se ponía su uniforme de enfermera tres tallas más pequeñas de las que necesitaba— Ah, y Julián, no regreses a casa sin los papeles de divorcio, porque no te dejaré entrar— y sonriendo sarcástica, cerró la puerta casi destruyéndola.
Ahora si necesitaba una respuesta para la pregunta de hoy en la mañana, porque definitivamente no quería una vida con Julián.
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