Capítulo VIII

Thomas comenzó a temblar al percatarse de todo. El rubio, que hasta hace unos segundos pretendía molerlo a golpes, ahora estaba encerrado junto con él. Tal cual una presa encarcelada en la misma celda que su depredador.
Recordó vagamente el coliseo romano, alguna inconclusa historia semejante, un cuadro en el que él era un pobre muchacho condenado y Newt ocupaba el papel del feroz león que segundos después iba a cenarlo sin hacer un mayor esfuerzo. También, algo similar era lo que sucedió en el Laberinto una semana atrás, cuando quedó atrapado junto con Minho y Alby toda la noche, rodeados de muros y Penitentes listos para eliminarlo. Una gama en su interior hubiera preferido otra noche fuera del Área antes que esa asquerosa situación.

Thomas tuvo miedo de mirar a Newt más allá de lo que le permitían sus reflejos, no quería ver el ceño fruncido del rubio o sus puños apretados. Se mantuvo casi inmóvil, como si con tal acción consiguiera volverse invisible a los ojos de su colega. Estaba bañado en sudor frío por los nervios, rogando por que todo sea solo un mal sueño, tan irreal como parecía su vida desde que pisó ese lugar. Quiso hipar porque podía sentir los golpes en su cara, los arañazos en su cuello y los gruñidos de ira de su compañero. Nada conseguía salirle bien últimamente.

Y para colmo, Minho lo dejó servido en bandeja de plata, listo para ser devorado por una bestia llena de furia.

El castaño contó hasta diez en su mente, luchando fuerte por no cerrar los ojos y mantener relajados sus músculos, debatiendo internamente si debía enfrentar al rubio o gritar a todo pulmón por su liberación. Aún creyendo que está última era la más inteligente de las opciones, se animó a enfrentar a Newt.

El jovencito estaba a un costado, sentado, con su espalda pegada a la pared, una pierna extendida y la otra flexionada. Su expresión le supo indescifrable, una sutil mezcla de cansancio, dolor y hartazgo.
Sus ojos gélidos no se despegaban de un punto fijo en la tierra y por momentos amenazaban con cerrarse, como un tic por el dolor. Su boca se mantenía entreabierta y jadeante, un ligero corte en el labio adornaba su rostro rudo y serio, también podía ver un raspón en su sien derecha, pero no era nada grave. Encontró más raspones a lo largo de sus brazos y otro en su tobillo que, débilmente, aún destilaba un poco de sangre. Pudo imaginar una infinidad de golpes por todo su cuerpo que luego serían moretones oscuros asomando por los rincones de su pálida piel.

De pronto pasó su vista a sí mismo. Tenía la sensación de haberse enfrentado a una manada de Penitentes durante horas. Adolorido hasta el tuétano, con heridas y hematomas que seguramente permanecerían por varios días.
Su ropa llena de polvo comenzaba a picarle y quería deshacerse de ella, ansiaba estar solo y poder quejarse tranquilo. En cambio, guardó silencio, incapaz de permitirse aullar libremente por el ardor que sentía cuando el sudor hacía contacto con sus raspones.

Con una mueca de dolor se puso de pie, reprimiendo mil y un quejidos que querían escapar de su garganta. Aún sentía los golpes que le profirió Newt en sus costillas y le dolían las piernas. Sacudió sus ropas y su cabello, desprendiéndose un poco del polvo que lo hostigaba hasta el hartazgo. Se acercó tambaleante hasta la única salida de su cárcel, con un hilo de esperanza de encontrar a Minho a la distancia y pedirle se rodillas que lo saque de ahí. O que retire a Newt. Cualquier cosa estaría bien. La perspectiva de pasar la noche entera con ese rubio le quitaba el aliento y le sabía más que un suplicio infernal. Una noche en el Laberinto no le parecería tan mala luego de ver su actual situación.

Se llenó de desesperanza cuando no halló lo que esperaba encontrar.

Las luces titileaban débilmente a la distancia y pequeños murmullos se oían con dificultad. Podía ver como Sartén terminaba de guardar todo en su lugar y hasta escuchó cómo dejó caer una caserola que hizo un ruido fuerte y estrepitoso al estrellarse contra el suelo. Unos Habitantes lo miraron y se mofaron de él con risas que apenas pudo oír.
Buscó a Minho entre los que aún seguían despiertos pero no lo halló por ningún lado. Ni rastros de su amigo que, en ese momento, era su única salvación, aquella llave que abriría el candado, lo alejaría de Newt y lo mantendría a salvo toda la noche.

Suspiró rendido, arrepentido por sobre todas las cosas. Odiándose por no haber detenido a Chuck en esa estúpida broma sin sentido. Odiando a Chuck. Odiando Newt y odiando a Minho.
Más que a nadie, a Minho, por haberle dejado a solas con Newt.

Volvió a su lugar, esta vez sin esforzarse ni un poco por ocultar lo adolorido que estaba, quejándose y jadeando por el ardor de sus heridas. Tocó su rostro, cerciorándose de un rasguño justo en la mejilla, debajo del ojo derecho, producto de algún manotazo del rubio seguramente. Retiró el escaso sudor que asomaba en su frente y sacudió una vez más su cabello.
Paseo sus manos por algunos raspones en sus brazos y quitaba rastros de tierra a su paso, frunciendo el ceño cada que se encontraba con algún raspón aún cubierto de sangre y balbuceando insultos hacía nadie en especifico cuando le ardía una que otra herida de las piernas. Quiso reír porque nada era realmente grave, pero todo parecía dolerle el doble, entonces solo acertaba a fruncir exageradamente el ceño como respuesta a todos sus males.

Unos segundos despues se encontró mirando a Newt de nuevo, sin siquiera disimular un poco, analizándolo desde su lugar, tratando de averiguar si el rubio quería seguir golpeándolo o si la rabia ya se había disipado. Le resultaba realmente extraño que todavía no le haya saltado encima para terminar el trabajo que empezó a las afueras del comedor, cuando parecía querer matarlo a golpes.
Thomas buscaba en sus facciones alguna pista, algún gesto que le dijera algo concreto, pero como siempre, no halló nada. Newt era un experto ocultando sus emociones bajo esa estúpida expresión seria. Su mirada pocas veces le decían algo. Mantenía tan al margen sus emociones que Thomas llegó a dudar de que las tuviese de verdad, pues el castaño por más que se esforzara, no siempre podía ocultar lo que sentía. Siempre desbordaba y explotaba. Como un vaso, que se llena de algo hasta un punto y luego colisiona, dejándolo caer todo cuando ya no puede retenerlo por más tiempo. Así era Thomas, acotado, con topes y puntos, un vaso grande y profundo pero con límites bien marcados que, por alguna razón, siempre desbordaba cuando se trataba de Newt.

Newt siempre lograba alterarlo, incluso cuando no hacía mucho. Bastaba con que le dirigiera la palabra o que lo mirase de esa guisa tan indiferente que le helaba la sangre, de esa manera tan seca, que días antes le hubiera importado poco, pero ahora lograba robarle la tranquilidad.
Desde el beso en la cabaña todo se descarriló, convirtiéndose en un desastre sólo visible para él, sólo palpable para él, pues el rubio parecía no darle importancia, o simplemente lo ignoraba.

Thomas siempre se veía deseando ser tan impasible como Newt, salir ileso de todo.

Repentinamente, el rubio dejó ir un quejido muy bajo que bastó para romper el ensimismamiento del castaño y éste al fin pudo desprenderse del rollo en su cabeza. Tal vez unos segundos más y perdería la razón entre tanto desastre.
Thomas se le quedó mirando por un buen rato, sin apartar la vista ni un mísero segundo. Fue capaz de ver cada uno de sus golpes y memorizar todos los raspones a la vista, arrepentido al cien por ciento de haberle golpeado tanto. Newt era un idiota con él, pero Thomas jamás quiso cobrarle ese mal trato con golpes.

Un jadeo más resbaló de los finos labios de Newt y ésta vez el castaño quiso correr hasta él y ayudarle, pero una marea de ínfulas de orgullo logró llegar a tiempo, abrazarlo y mantenerlo quieto en su lugar.
Thomas supo, entonces, que gran parte de los golpes que le dio se debieron nada más y nada menos que a la rabia que hace días venía consumiendo su interior. Coraje que apareció repentinamente de la nada y se instaló en sus venas porque de un día para el otro se vio a sí mismo mirando a Newt con otros ojos, esperando tontamente a que el aludido devolviera la mirada de la misma forma.

No conseguía aceptar que tales cosas estuvieran aconteciendo en su interior. La perspectiva de que Newt le pareciera atractivo podría parecerle admisible, porque aceptaba que era bastante bonito, pero se sentía incapaz de digerir la idea de que él le gustara《de la forma en la que solo debería gustarle una chica.

Un orgullo accidentado y cubierto de escombros le reprochaba cada cinco segundos:《¿Qué haces, tonto? ¡No lo mires así!》

Y su mundo seguía girando al revés y boca abajo, todo le parecía un sueño, o más bien una maldita pesadilla, lo último que necesitaba era que su corazón entre en los juegos mierteros del amor.

Thomas no sabía si estaba del todo mal gustar de su amigo, pero él no se sentía bien. Eso lo estaba agotando, y algo en su interior le advertía que no era correcto.

No quería sentir nada por Newt, no podía permitírselo. Pero los días pasaban y él seguía sintiendo lo mismo. Al principio quiso dejarlo pasar, como cuando dejaba ir algunos pasillos del Laberinto porque parecían no brindarle nada útil, y le estuvo funcionando durante un tiempo. Incluso pensó que llegó a evaporarse, pero cuando quiso echarle una mirada, eso, que era como un pequeño sentir abstracto y minúsculo, se había convertido en una montaña gigante estorbando en su alma, mente y corazón. Se le hizo muy difícil ignorarlo, y aunque se propuso a sí mismo ajustar todo lo que sentía en las profundidades más recónditas de su corazón, no podía evitar querer saltarle encima y besarle hasta el cansancio cada que lo tenía cerca. Le resultaba muy difícil convivir con eso todos los días y actuar como si no existiera era casi imposible.

Pronto se vio admirando la idea de echarse en el suelo y llorar como un niño, utilizando como excusa la única razón de que no sabía qué hacer con todo lo que sentía. Deseó tener el poder de arrancar esas alteraciones y enterrarlas en algún lugar del Área, arrojarlas por el Acantilado o tirarlas por la abertura de los muros justo antes de que las puertas se cierren, que los Penitentes las hagan pedazos durante la noche y no volver a saber de ellas nunca más. Pero nada de eso era posible. Le gustaba Newt y debía aceptarlo. Aún sabiendo que no podía ser correspondido, debía aceptarlo.

Le gustaba, y no podía pretender que no lo sabía, tampoco podía dejarlo así.
Ignorarlo era evadir la verdad e intentar deshacerse de eso era luchar en vano contra un fantasma, pelear y gastar energías en una batalla con una obvia derrota asegurada.
Siempre ha sido un torpe manejando sus sentimientos, y fue un tonto al pensar que podía controlarlos.

Y después de aquel cataclismo devastador, estaba Newt, tan ajeno a todo ese caos.
Thomas estaba muriendo por gritarle "¡Estoy sufriendo por ti, imbécil! ¡Date cuenta de una vez!" pero calló.

Quiso informarle de sus sentimientos, quiso que se enterara del desastre que tenía dentro, como si confesárselo solucionara en algo las cosas. Era un consuelo casi tonto, tal vez lo único que gane con eso sea que Newt se burle de él y luego lo golpee por ser un marica. Entonces casi se rió de sí mismo. Aún no entendía si era correcto sentir lo que sentía o si era un idiota por haberse fijado en su Encargado.

—Eres un idiota.

Thomas casi se atraganta con su propia saliva al escucharlo hablar. La desesperación trepó rápidamente por sus piernas, arañándolo con fuerza e intentando quebrar aquella pequeñísima gama de calma casi nula que era todo lo que lo atajaba para no aventarse de lleno a la locura. La intranquilidad se abrazó a él con ímpetu, instalándose en su cuerpo como un virus letal, y él luchando fuerte para no demostrar nada.

¿Acaso estuvo pensando en voz alta todo ese tiempo?

El castaño se sonrojó fuertemente. Sus mejillas ardían como fuego porque creía que Newt lo había descubierto y él no podía odiarse más por ello. Quiso que un hueco se abriera en el suelo, se lo tragara por completo y que nunca jamás lo devolviera a la superficie.

—Por tu culpa me he quedado sin cenar y ahora muero de hambre —continuó el rubio unos segundos después con una voz quejumbrosa muy parecida a la de los niños pequeños cuando no consiguen lo que quieren.

Thomas frunció el ceño desconcertado. Los efectos del casi-infarto desaparecían de a poco.

—¿Qué? —logró preguntarle. Encontrarse la voz fue una de las cosas más difíciles que le hubo tocado hacer. Newt rió.

—Que tengo hambre —le contestó el rubio, la sombra de su risa nunca desaparecía mientras hablaba—. Tu desayuno de mañana es mío, ¿entendido?

Thomas casi suspiró aliviado.

Su rostro intentó esconder toda evidencia de pena, el carmesí abandonó por fin sus mejillas y aire gélido refrescó sus pulmones. Alivio casi sólido fluía en sus venas, su mente y corazón festejaban internamente con un grito alegre y silencioso "¡No sospecha nada!".
Suspiró agotado está vez, muy en el fondo, el castaño quería ser descubierto, acabar con su agonía, enterarse de una buena vez si era correspondido o debía quitarse esas ideas tontas de la cabeza y seguir con su vida. Esa gama estúpida de inquietud ardiendo en su pecho, prometiendo no dejarlo en paz ni un segundo, clavándole esa duda y no permitiendole avanzar.

Thomas solo asintió como un idiota sin saber puntualmente qué acuerdo estaba cerrando. Estaba algo desorientado y apenas podía reaccionar a lo exterior. Estaba ido.《Uno de los efectos Newt.

Newt siempre lograba que él dejara de pensar con la cabeza, hacía que su mente no encuentre el razonamiento, de alguna manera distorsionaba su realidad y no lograba distinguir lo real de lo incierto, hacía que siguiera sus impulsos sin pensar en las consecuencias, hacía que perdiera la movilidad y la capacidad de hablar. Lo dejaba tan tonto.

¿Cómo puede tener estos efectos en mí y ni siquiera percatarse de ello? ¿O es que acaso ya lo sabe pero lo ignora porque le importa una mierda?

—¿Te ayudo con eso? —le escuchó preguntar pero no supo a qué se refería.
Thomas frunció nuevamente el ceño de manera inquisitiva—. Tú hombro —le indicó Newt, apuntándolo con la barbilla—. Está sangrando.

Dicho eso, Thomas pareció salir de un trance. Recuperó su oscilamiento y su capacidad de pensar con claridad. Dirigió su mirada hacia donde Newt le apuntaba y pudo percatarse de la gran mancha de sangre que tenía en la tela de su remera.

—Oh, ¡maldición! —susurró entre dientes, un gruñido acompañó a su blasfemia—. No lo había notado —se excusó, creyendo necesario el dar una explicación de su torpe descuido.

Intentó ver más de su herida pero no descubrió mucho. El dolor era casi imperceptible pero punzante y se expandía hacía su espalda, tendría que estar hecho de elástico para poder ver un poco más.

—A ver, shank —le dijo Newt mientras se ponía de pie y se acercaba a él—. Déjame ver eso.

Thomas se mantuvo inmóvil, incapaz de creer que Newt se estuviera acercando a él con intenciones de ayudarlo y no de golpearlo hasta hacerle perder el conocimiento. Parte de su mente quiso permanecer alerta, con sus reflejos activos y cada músculo de su cuerpo bien despierto, por si toda esa afable voluntad de buen samaritano fuera nada más que una distracción para luego saltarle encima y atacarlo cuando él bajara la guardia.

—Tommy —el rubio le llamó la atención, su voz era potente y sonaba muy cerca de él. Pasaba la mano derecha por delante de sus ojos en un intento por que Thomas volviera en sí. Parecía no estar ahí—. ¿Dejarás que te ayude o no? Vamos, no tengo toda la noche para ti.

Newt rió cuando terminó de hablar y el sonido de esa risa fue el ancla que devolvió a Thomas a la realidad. El castaño tragó saliva, reprimiendo las ganas de colgarse de la mirada chocolate del rubio en cuestión. ¿Cómo era posible que la situación cambie de esa manera de un momento a otro? Hacía un rato ambos se revolcaban en la tierra, buscando ver quien se deshacía de su ira más rápido en medio de una maraña de golpes y manotazos poco acertados, y pasaron de esa guerra ridícula a esta escena que para Thomas no tenía el menor sentido. Newt fue quien lo lastimó, y ahora era quien quería ayudarle. Nada parecía lógico.

Thomas ahogó un grito cuando sintió unas frías manos en sus costados, más precisamente en la parte de su cintura, en donde se encontraba el borde de su remera. Newt pretendía quitársela.
El castaño instintivamente le sujetó las muñecas, impidiendo que llevara a cabo sus intenciones. No podía explicarse por qué no hallaba la voz en su garganta para negarse con palabras y no como un salvaje, justo como lo estaba haciendo.
Newt hizo una mueca y frunció el ceño, jamás soltando ni un poco la prenda del menor.

—Quiero ver que tan mal está —expuso Newt, su voz estaba cargada de preocupación y remordimiento—. Vamos, me siento culpable, Tommy —confesó—. Quiero ver si puedo ayudarte en algo.

Thomas tragó saliva otra vez y ésta pareció quemarle la garganta, por otro lado, su piel pasó de sentir calor a helarse por completo, entretanto una sombra de duda quiso apoderarse de él. ¿El Newt de antes del beso en la cabaña estaba de vuelta?
Todo parecía ser una especie de ilusión, tal vez un montaje ficticio que su propia mente hubo inventado porque extrañaba mucho al Newt que conoció y lo quería devuelta. Tuvo miedo de respirar y que al soltar el aire descubra que todo eso era nada más que una vil mentira, un espejismo incierto, obra de su trastornada cabeza que quería a su rubio de regreso.

Soltó lentamente las manos del mayor y éste sonrió, subiendo de a poco la camiseta y retirándola cuidadosamente del casi tembloroso cuerpo de Thomas.
El castaño no pudo apartar ni un mísero segundo su mirada del rostro de Newt, le resultaba bellísimo bajo la escasa claridad que le proporcionaba la luna y el débil fuego de una vieja lámpara que había a un costado de ellos. Su cabello parecía un poco más oscuro, lo contrario a su piel, que a pesar de tener rastros de tierra por doquier, se notaba tan pálida como siempre. Thomas no supo a qué fuerza mayor tuvo que invocar para no morderse el labio cuando Newt terminó de quitarle la prenda y le miró a la cara haciendo una mueca muy bonita, sus rostros tan cerca que con el más mínimo de los movimientos un toque sería inevitable.

—Bien, veamos eso —dijo Newt mientras se acomodaba a un costado de Thomas, alejándose repentinamente de él y moviéndolo un poco para tener mejor vista de su espalda.

Tal vez si su mente estuviese mejor ubicada, lo hubiera agradecido, pero tomando en cuenta el desastre de su cabeza y el que sus pensamientos no pueden ir por un mismo lado ni por dos segundos, Thomas se vio frunciendo el ceño cuando ya no sintió la respiración de Newt chocando contra su rostro.

—¡Oye! ¡Ten cuidado! —se quejó Thomas al sentir la tela de su propia ropa contra la herida de su espalda, raspándole. Comenzó a dolerle un poco más—. Lo estas empeorando.

—Shh, tengo que tratar de limpiarla un poco —contestó sin dejar de pasar la tela por alrededor de la lesión una y otra vez con el mayor cuidado—. No es tan grave. No seas marica.

Newt rió, totalmente ajeno a la reacción que tuvieron sus palabras sobre el castaño. Thomas tuvo la sensación de un balde de agua fría cayendo justo en su cuello. No pudo evitar pensar en su situación sentimental, como si no tuviera suficiente estando encerrado entre cuatro gigantescas paredes de piedra, rodeado por un enorme laberinto sin una salida aparente y custodiado por decenas de bestias babosas y metálicas esperando a enterrarle sus agujas a la primera oportunidad, para colmo de males, no podía recordar nada de su vida pasada y todo parecía empeorar a medida que pasaban los días. Su mundo era un maldito signo de interrogación y no conseguía hilar una sola respuesta. Que bonita vida le había tocado.

Thomas estaba procurando concentrarse en las cosas más importantes, dejando de lado aquellas alteraciones absurdas de su corazón. Él lo intentaba. Nadie podía negar que lo estaba intentando, arañando y destrozando aquellas ganas de romper en llanto como un niño perdido, aunque pretender ser fuerte pocas veces le daba resultado. Era un simple adolescente. Chuck le dijo que aparentaba tener 16 años, pero él se sentía más viejo, como alguien que ha vivido mil años y ha pasado por todas y cada una de las catástrofes que puede pasar un ser humano. Estaba perdido, encerrado en un gran Laberinto, sin la más pálida idea del paradero de sus padres, con la memoria vacia, sin familia y había cometido el terrible y torpe error de fijarse en una persona que seguramente jamás iba a corresponderle. Y, aunque eso último debería ser lo menos trágico, era lo que más por el suelo le tenía.

Y por enésima vez, quería reventarse la cabeza contra los muros.

Su defensa tenía una pequeñísima grieta y Newt logró derribarla por completo con una simple sonrisa ante la cual el castaño desbarrancó como un tonto. No sabía el momento exacto en el que cayó a sus pies, solo sabe que fue la garlopa más miertera que ha hecho desde que llegó a ese lugar.

—Hey, shank —escuchó la voz de Newt en su oído, justo detrás de él—. Ya esta listo —le comentó, no moviéndose nunca de su lugar y haciendo que su respiración chocase de lleno contra el cuello del contrario, provocando que los latidos de Thomas incrementaran su velocidad a un ritmo intolerable.

Fue el castaño quien, por su propia seguridad, se apartó de Newt, sentándose frente a él. Poco menos de un metro los separaba.

—Gracias —le dijo Thomas, no teniendo idea de dónde consiguió sacar la voz pero muy agradecido por ello.

—Descuida, no logré hacer mucho —lamentó el rubio con una divertida mueca—. Mañana tendrás que ver a Clint o a Jeff. Puede infectarse.

Thomas simplemente asintió, no importándole en absoluto su lesión. Él estaba más bien concentrado en el chico que tenía enfrente, en el cabello rubio y desordenado que le quedaba muy bien y en su desgastada ropa, cubierta de polvo y con algunos agujeros en el pantalón justo a la altura de sus rodillas. Visualizando con más atención aquellos raspones que tenía en los brazos, nada era tan grave como él lo hubo creído unos momentos atrás. Sus ojos eran oscuros, lo miraban fijamente a él. Jamás demostraban nada, la serenidad siendo siempre su arma más eficaz contra cualquier cosa. Era tan común y a la vez la persona más extraña del mundo o, por lo menos, así lo veía Thomas. Y cuán difícil se le hacía no quedarse todo el tiempo prendido a él, si tan sólo supiera las excusas que ponía para poder verle y lo mal que se sentía al estar deseando que Minho y los demás corredores jamás recuperen el valor de retomar sus antiguos roles sólo para no alejarse de Newt, para tenerlo al lado suyo todo el día, aún si eso significara tardar más en encontrar alguna salida y seguir encerrados ahí dentro por mucho más tiempo.

Que imbécil. Se reprende a sí mismo, no evitando burlarse de su propia monumental estupidez. ¡Soy tan imbécil! ¿Me pregunto si ya habrá descubierto que estoy loco por él?

—¿Podrías dejar de mirarme así? —logró escuchar a Newt. Thomas sintió su rostro arder y no fue capaz de responder. Newt siguió—. Me miras como aquella noche en la cabaña —rememoró y al escucharlo Thomas no podía estar más rojo—. Cuando me besaste, ¿recuerdas? —le preguntó al final, evicándole al castaño el caos colosal que se hubo creado por esa pequeñísima y tonta acción.

Thomas quiso levantarse, tomar su vergüenza y huir lejos de ahí... Si tan sólo no estuviera encerrado bajo llave. 《Estúpido Minho.》

El castaño sentía las mejillas hirviendo y más que nunca agradeció la poca luz del lugar, por un segundo quiso acercarse a la lámpara y romperla en mil pedazos, quedar en penumbras y que sea imposible para Newt captar el sonrojo de todo su rostro.

Thomas no encontraba la voz. Ni siquiera tenía alguna pálida idea de qué debía decir, si es que el rubio esperaba respuesta alguna o tal vez sólo buscaba incomodarlo y burlarse de él, como parecía ser su costumbre.

—Lo haces mejor que Stan —mencionó, ausente, hablando para sí mismo, como si realmente no pretendiera que Thomas lo escuchara.

Pero el aludido lo escuchó perfectamente.

—Sin embargo a él si le correspondiste —reprochó más sin sonar ofendido, una sutil pizca de lamento adornaba sus palabras.

—¡Era una maldita prenda, shank! —impugnó a modo de defensa—. No tienes idea de lo que les pasa a los que arruinan la diversión de Alby.

Thomas rió. De nuevo esa risa loca hacía su aparición solo por causa de Newt.
El castaño confirmó una vez más que estaba perdiendo la cabeza debido al rubio y que, sin sombra de duda, a él le gustaba su amigo.
Newt siguió su risa, Thomas vio su rostro y su corazón despegó una persecución de alta velocidad. Lo que alguna vez fue un cosquilleo minúsculo, ahora desgarraba su estómago. Aún no estaba seguro de qué era, pero ese sentimiento se había tragado todo de él y sabía que había perdido el control de su corazón. Le resultaba difícil ver hacia dónde iba todo eso.

Tenía que averiguar si Newt sentía lo mismo. No necesitaba las respuestas de todas las preguntas del mundo, solo quería saber si era correspondido por él. Necesitaba acabar con esa ansiedad que no lo dejaba respirar tranquilo.

La idea de abalanzarse sobre él y besarlo hasta el hartazgo le supo exquisita, más la voz de la experiencia susurró asperamente contra su oído: 《Es una mala idea. Las cosas no irán bien si no aprendes a controlarte.》 Y Thomas sabía que tenía razón, sabía que una noche en el Laberinto era menos arriesgado que esa apresurada jugada.

Quería huir de su intelecto, actuar sin pensar, tirar por la borda el raciocinio y dejarse llevar por ese impulso saqueador de arremeter con fuerza los labios del contrario y acabar con la duda inquietante que lo consumía poco a poco.
Y en un momento de desesperación, de la nada se acerca al rubio, pudo sentir el segundo exacto en el que sus cuerpos chocaron. Los ojos asombrados de Newt fue lo último que vio antes de cerrar los ojos y juntar sus labios.

Gran parte de sí esperaba un golpe, y estaba preparado para recibir todos los porrazos que Newt quiera darle, más no estaba preparado para que el rubio lleve las manos a su cuello e intensifique el beso y definitivamente no estaba preparado para que Newt muerda sus labios y sea él quien lleve la riendas de la situación.

Y en ese momento no importó si era un espejismo más o siquiera tuvo lugar aquella antaña duda de si será correcto, solo quedó lugar para fundir las ganas de probarlo y hartarse de sus labios, si eso era posible, disfrutar de él, de su calidez y su dulzura. Y fue ahí cuando su desacuerdo se convirtió en un espectáculo de besos.

■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■■

□><□
HOLA. Ahr actualizaba a las 2am we.

Espero disfruten del capítulo ♡

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top