8 | No tiene pulso
A veces caminamos y caminamos, hasta que sin darnos cuenta nos acabamos metiendo en la boca del lobo. No somos conscientes de lo que significa, y cuando realmente comprendemos dónde estamos, vemos que no tenemos escapatoria.
Grace, Parker y Juliette se hallaban así.
Alejados de su casa y bajo un techo desconocido. Vigilados por un misterioso asesino que no paraba de mandarles notas sutiles. Quizá podrían llamar a la policía, al menos lo harían si tuvieran cobertura, pero sus teléfonos móviles se encontraban pinchados, por lo que era imposible ponerse en contacto con nadie.
Estaban perdidos.
—Ya que vamos a estar aquí, al menos podemos disfrutar un poco, ¿no? —sugirió Parker ante las atónitas miradas de las chicas.
Grace no estaba muy de acuerdo con ese plan. Ella seguía queriendo alejarse de allí lo más rápido posible. Disfrutar como si no pasara nada no entraba dentro de sus planes, y no entendía por qué de pronto Parker parecía feliz de estar en aquel lugar. ¿Acaso no se daba cuenta de que no era la mejor situación para pasar el rato?
—¡Estás loco! —exclamó Juliette—. ¿Te crees que estamos de vacaciones?
Parker murmuró algo por lo bajo, pero ninguna de las dos entendió lo que dijo. Dio una última mirada a las dos chicas, y se volteó en dirección a las escaleras que subían a la primera planta.
—Me largo a buscar mi habitación. Vosotras también deberíais poneros cómodas —señaló por toda la casa—. Me da a mí que vamos a estar por aquí un largo rato.
Grace y Juliette se miraron sin comprender. Parecía que Parker había comenzado a enloquecer. De un momento a otro había dejado de ser ese chico asustado, y ahora todo parecía darle igual. ¿Acaso no era consciente de la situación en la que se encontraban?
—¡Es un idiota! —exclamó Grace, y Juliette le dio la razón asintiendo con la cabeza—. Estaba loco cuando vio toda esa comida. —apuntó a la mesa repleta de alimentos. Ahora algunos de los platos se hallaban algo vacíos debido a lo que se había comido Parker.
—Yo creo que es esta casa —murmuró Juliette echando un vistazo por toda la estancia—. Por eso es mejor tratar de pensar en cómo salir de aquí.
De pronto, un grito se hizo eco por toda la casa. Después tan solo hubo silencio.
Las dos jóvenes subieron corriendo por las escaleras y apunto estuvieron de trastabillar con un escalón a causa de la velocidad. No sabían de dónde procedía el sonido, así que fueron una por una mirando en todas las habitación hasta dar con la adecuada.
Un grito de espanto escapó de sus bocas cuando cruzaron la última puerta del pasillo.
Justo encima de la cama, yacía el cuerpo de Parker. Parecía que estaba dormido. Con miedo se acercaron hasta él. No había señal de ninguna herida, ¿pero entonces por qué no abría los ojos? ¿Y el grito? ¿Habría sido causado por él?
Juliette se armó de valor y agarró una de sus muñecas. Posó dos dedos sobre ella y en silencio comenzó a contar, pero enseguida apartó la mano.
—No tiene pulso.
Esa misma frase se repitió una y otra vez en su cabeza.
No tiene pulso.
No tiene pulso.
No tiene pulso.
Eso solo podía significar una cosa. Parker estaba muerto. Se habían cargado al chico en sus narices. No estaban solas en esa casa. Pero a Grace había algo que no le cuadraba.
—Hay algo que no entiendo —susurró. Estaba claro que si Parker estaba muerto, había alguien más que ellas dos en esa casa, así que era mejor no hacer mucho ruido—. ¿Por qué justo él? Digo, abajo en el comedor no había manifestado su negativa a irse, es más, parecía encantado de quedarse en este lugar...
Juliette era incapaz de ponerse a analizar la situación. Le daba igual los motivos del asesino. Le daba igual que el chico quisiera quedarse en esa casa.
Parker estaba muerto.
Lo que significaba que si hacían un mal movimiento, si se atrevían a cruzar la puerta y largarse de allí, ellas serían las siguientes. No tenían escapatoria. Se encontraban en clara desventaja.
—¿Se lo has dicho a mamá?
Annie se encontraba haciéndose una trenza mientras se miraba al espejo. Había escuchado con claridad la pregunta de su hermana, pero prefirió no contestar, por lo que Grace supo enseguida que no.
—¡Genial! —exclamó con fingida alegría—. ¿Sabes que te va a castigar como se entere, no?
Una risa escapó de la boca de Annie. Ahora se había dado la vuelta para contemplar cara a cara a su hermana. Negó para sí misma cuando vio el ceño fruncido de Grace, como si toda la situación no fuera de su agrado. Y por una parte podía entenderlo, pero también quería que se pusiera en su lugar.
—Ya soy una adulta, Grace.
—Tienes diecisiete años, enana —Eso molestó un poco a Annie, que volvió a dirigir su mirada hacia el espejo—. Aún te queda un año.
No contestó. Siguió peinándose como si no hubiera escuchado nada. Su madre no podía enfadarse por lo que estaba dispuesta a hacer. Así que una vez tuvo la trenza hecha, dejó el cepillo sobre el pequeño tocador, y se volteó. Los ojos de Grace la miraban con advertencia, indicándole que cesara en su plan, pero ella no estaba dispuesta a rendirse.
¿Es que su hermana no entendía que era algo que necesitaba hacer?
—Quita esa cara, Grace, porque no te vas a salir con la tuya. Lo voy a hacer, te guste o no.
—¿Y si se lo cuento a mamá? —No se lo iba a contar a su madre, pero quería tensar la cuerda hasta ver dónde podía llegar Annie. Por una parte entendía su postura, pero por otra era inevitable sentir algo de desplazo.
Annie le regaló una mirada feroz. No le había gustado en absoluto su pregunta.
—Si mamá se entera de esto, será la última vez que te dirija la palabra, así que tú sabrás qué haces.
No pudo contestar a eso, porque de un momento a otro Annie salió por la puerta dando un portazo al cerrarla.
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