2 | El chico del vagón

Grace había admirado a sus padres desde que tuvo uso de razón. Su madre era una pintora increíble, al menos eso pensaba ella, sus pinturas le transmitían emociones que le transportaban a otro mundo. Verla pintar era algo tranquilizador. Su padre, por el contrario, era un buen abogado preocupado por defender los derechos de aquellos que la vida les había tratado mal. Era su tesón por el sentido del bien, su manera de disfrutar cada momento, lo que Grace ansiaba para ella en un futuro.

Pero todo se torció desde la muerte de su hermana.

La relación con sus padres cada vez iba a peor, y eso, de alguna manera, le destrozaba por dentro. Había días en que una parte de sus pensamientos, los más oscuros, culpaban a Annie por quitarse la vida y dejarle abandonada a su suerte. Pensar en su muerte le traía demasiados malos recuerdos, porque fue justo aquel día, que además de perderla a ella, también empezó a perder a sus padres. Todavía hay noches en que recuerda la escena de su madre devastada en la habitación de Annie, echándole la culpa por no haberla salvado.

¡Sabías que estaba mal! ¿Por qué no hiciste nada, Grace? ¿Por qué no la salvaste? exclamaba entre gritos mientras sostenía el cuerpo sin vida de su hija.

Grace intentó acercarse a su madre, pero esta le apartó de un empujón cuando sintió su mano rozando su hombro descubierto. Ese gesto fue como un puñal para la muchacha, que no entendía el rechazo de su madre. Ella también había perdido a Annie. ¿Cómo podía culparle de su muerte?

N-no me eches la culpa de esto, mamá. Sabes que yo no...

¡Cállate!

Pero... ¿No entiendes que yo no tengo la culpa de que Annie tomara esa decisión? Ella misma decidió...

Vete de mi vista ahora mismo Cuando vio como esta no se movía de su sitio, añadió—: Largo.

Su voz la hizo retroceder un par de pasos. Justo en aquel momento, y pese a pertenecer a aquella familia, se sintió fuera de lugar.

El sonido de un bebé llorando le devolvió a la realidad. Ante ella, una mujer conducía un carrito, mientras a su lado caminaba una niña que no podía tener más de cinco años. La madre le dedicó una tierna mirada antes de entregarle una gominola que sacó del bolso que colgaba del manillar. La niña tomó el dulce la mano de su madre y se lo metió en la boca, degustándolo como si estuviera comiendo un manjar.

La mujer le acarició la cabeza en señal de cariño y eso produjo en Grace cierta envidia. Ni siquiera recordaba los gestos de cariño de su madre. Había pasado tanto tiempo desde que esta le dedicó un gesto cariñoso o una simple palabra amable. Echaba de menos cosas tan simples como esas, pero que a la vez valían demasiado.

Observó la hora en el reloj y se dio cuenta de que su tren saldría dentro de poco, así que se levantó y ajustándose los pantalones que se le habían bajado un poco al sentarse, se encaminó hacia el tren.

Sintió el móvil vibrar en el bolsillo del pantalón. Cuando desbloqueó la pantalla el mundo pareció congelarse a su alrededor. El nombre de su padre aparecía reflejado en la pestaña de notificaciones, le había mandado un mensaje. Aún con el asombro en el rostro y dudando en si debía leerlo o no, se atrevió.

Papá: Disfruta del viaje.

Solo tres simples palabras. No había escrito nada más que eso. ¿Cómo sabía su padre que se iba de viaje? Ella no le había contado nada, ni a él ni a su madre. Justo en ese momento le llegó otro mensaje, pero esta vez era de Camile.

Camile: Espero que no me odies, pero le he avisado a tu padre que te ibas de viaje. Creo que le gustaría saberlo. Besos :)

Quiso odiar a Camile por haberse entrometido en la relación con sus padres, pero por otra parte le agradecía que al menos ella sí tuviera el valor de entablar una conversación con ellos, aunque supongo que el hecho de que ellos no la odiaban, ayudaba mucho. Dudó en si contestarle o no. ¿Qué le iba a decir? Después de meditarlo durante unos segundos, optó por mandarle una respuesta corta. Escribió un «Gracias» y marcó la tecla de enviar.

Inspeccionó su billete en busca de su asiento. Mientras caminaba por los distintos vagones, se asombró de que estos se hallaran vacíos. Le resultó extraño que no hubiese nadie, pero pese a eso, Grace se encaminó hacia su asiento sin pensar en nada más. No fue hasta que vio la puerta de un pequeño habitáculo, que a simple vista parecía ser un baño, que la curiosidad pudo con ella y se acercó hasta aquel lugar.

La puerta se encontraba abierta de par en par. Pero lo que logró perturbar su paz, fue el hecho de que había una persona recostada sobre el inodoro. Esta tenía las muñecas ensangrentadas. Se le revolvió el estómago cuando la imagen de su hermana en las mismas circunstancias se le vino a la mente. Ya había vivido algo así con Annie hace unos cuantos años.

Cuando sus ojos hicieron contacto con los de esa muchacha, profirió un grito que hizo eco por todo el vagón.

—No puede ser... —Se llevó las manos a la boca. Sintió como la bilis subía por su garganta. Estaba a punto de vomitar.

La chica que se ubicaba a escasos metros suyos era igual que su hermana. El mismo color de pelo, los mismos ojos sin vida, la misma nariz chata. Parecía una copia de Annie, y al igual que ella, también estaba muerta.

Se alejó de ahí como pudo. Trastabilló con la maleta y casi cayó de espaldas, pero se recompuso y a toda prisa escapó de aquel lugar. Estaba casi llegando a la puerta del vagón, cuando unos leves sollozos la hicieron detenerse. Habría jurado que estaba sola en el tren, pero ya no estaba tan segura de que fuera así.

Echó un vistazo por todo el vagón, y justo en una esquina, vio a un chico hecho un ovillo. Dudó en acercarse a él, después del cadáver de la extraña, no quería más sorpresas. Sus sollozos le dieron valor para caminar hasta él. No entendía por qué estaba llorando.

Con miedo, le tocó el hombro para captar su atención.

—Hey, ¿estás bien? —Se sintió un poco idiota después de soltar esa pregunta. ¿Pero qué más podía decirle?

—Tú también la has visto —murmuró fuera de sí. Tenía la mirada perdida, y Grace sintió lástima por él. Realmente se veía que lo estaba pasando mal.

¿A qué se refería? ¿A la chica del baño? ¿Él también la había visto y por eso se encontraba tan afectado? La verdad es que no era una imagen agradable, aún sentía la tripa algo revuelta. En vez de responderle que sí, preguntó:

—¿Sabes quién es?

El chico tardó en contestar, y cuando pronunció las siguientes palabras, prefirió no haberse acercado hasta él.

—Viene a por nosotros.


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