Parte única
En las penumbras de su oficina el joven detective se devanaba los sesos tratando de resolver el enigma. Las pistas estaban allí, pero eran inútiles. El asesino de la máscara blanca, era un personaje bastante escurridizo que siempre lograba escapársele. Se había convertido en su caso más desafiante.
A casi un año desde su primer asesinato lo único que tenía era indicios de aquel funesto personaje; cabello negro, delgada figura, su tan representativa máscara blanca y su manía de solo usar navajas. Pero nada lo suficientemente útil para dar un paradero exacto. Se sabía que sólo atacaba en las noches a las muchachas indefensas que cometían el error de volver tarde a sus casas.
Al principio, lo había tomado por un psicópata más, pero no resultó ser así. Debía estar en presencia de una verdadera mente siniestra para que pudiese burlar a las autoridades.
El pueblo no quería seguir viviendo en ese constante estado de alerta y lo culpaban; ponían en duda su capacidad como investigador. No les importaba la gran cantidad de casos resueltos que el detective tenía en su haber. Uno solo bastaba para tacharlo de inoperante. Fue un gran atentado contra su orgullo.
Por esto, se enfocó totalmente a este caso. Pero le trajo consecuencias. Al poco tiempo comenzó a ser invadido pesadillas. Eran imágenes difusas, difíciles de entender. Tortura, muerte, sangre.
Debía dejar el caso o perdería la cordura, estaba más que seguro. Pero no podía permitirse perder su record perfecto.
Esa noche, tuvo otra de sus pesadillas. Ésta no era como las otras, era nítida. Un hombre con una máscara blanca forcejeaba con una muchacha. Era el asesino. Ella le golpeó en la cabeza con una botella de vidrió, logrando que la soltara, pero éste se recuperó pronto y no tardó en someterla. El detective trató de ir en su auxilio. Le fue imposible, sus piernas no le respondían.
Despertó. La tenue luz de su vieja lámpara iluminaba su rostro. La cabeza le dolía ¿cuantas pastillas había tomado? Alcohol y sedantes no eran una buena combinación. Se levantó de la cama, arrastrando sus pies por el piso. Se sentía tan cansado y soñoliento.
En su letárgico andar, su pie se topó con algo blando en el suelo que le hizo trastabillar. Dirigió su mirada al suelo. No podía dar crédito a los que veía. Aquello con lo que había tropezado era el inerte cuerpo de una joven. Su navaja de afeitar aún continuaba clavada en el cuello de la chica y la sangre seguía brotando de su herida. La máscara blanca se deslizó del bolsillo de su cámara y cayó a sus pies.
Las luces de las sirenas de las patrullas comenzaron a iluminar su habitación.
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