Capítulo 9
Joy Miller
Con Jay dormimos hasta tarde. A veces lo pateo un poco, porque no estoy acostumbrada a compartir mi cama de una plaza y media, pero él siempre me encierra entre sus brazos y no me queda de otra que simplemente dormir. No es que busque hacerle daño, pero no reacciono de forma muy consciente.
Nos levantamos a eso de las once y media y todo porque un ronquido mío lo despertó. Hasta yo me sorprendí de sentirlo así. Y por eso mismo me cubro la boca mientras él se muere de la risa.
Qué cruel.
—¡Basta, Jayden!
—Eso sonó increíble —dice mientras se sostiene el estómago—. Es el mejor despertador que he tenido.
Me aprieto los labios reprimiendo todos mis insultos y lo empujo un poco, sin mucho efecto. Soy bastante débil a su comparación. Y quizás por eso se me termina aflojando también la risa, porque me gusta escucharlo así.
Pero ambos nos callamos cuando caemos en cuenta de que Noria debería estar aquí. Ella nunca entra a mi habitación sin preguntar y podría estar en casa, por esa misma razón le cubro la boca y hago un gesto para que se calle.
El muy descarado me lame la mano y luego me da un beso en la comisura del labio, divirtiéndose del peligro de andar a escondidas. Ama la adrenalina tanto como yo. O quizás un poco menos, ya que también aprovecha la paz. Es algo raro suyo.
—¿Tienes miedo de que vuelva a regañarme?
—Tengo miedo de que te prohíba venir a casa.
—Heather ya arregló todo con ella.
—¿Mandaste a mi hermana a decirle que éramos amigos? ¿Por qué y cómo hiciste eso?
—Hablamos y ya, cariño. No hay otra cuestión.
Frunzo un momento el ceño. Heather siempre ha sido dependiente de la opinión de Jayden y le ha creído en todo. No sé qué tan bien esté eso... Pero no puedo opinar nada al respecto, no soy nadie para meterme en lo que ellos alguna vez fueron.
Me acuesto boca abajo un segundo y me retiro de todo pensamiento estirándome un poco. Jayden aprovecha eso para pasarme las manos por debajo de la remera, tomarme de la cintura y acostar su torso sobre mi espalda. Es muy pesado, así que me imagino que debe mantener las rodillas sobre el colchón para no tirarse por completo.
—¿Qué anda pasando por esa cabecita?
—Absolutamente nada.
—Qué mentirosa eres, peque.
Siento la cosquilla de sus labios en mi cuello y agacho un poco la cabeza. Da pequeños besos en toda esa zona descubierta y luego llega a mi tatuaje de mariposa.
Me tatué una mariposa bien en la unión de mi cuello y la espalda, una mariposa que indica la liberación de mi alma, un nuevo inicio. Fue hace ya dos años y medio, cuando Jayden y yo acordamos que empezaríamos algo más romántico. Cuando me dijo que me amaba.
Luego él baja para besar uno de mis lunares y me hace cosquillas con sus manos que refuerzan su agarre. A mí eso se me hace muy especial.
Según lo que me contó Amber, siendo alguien totalmente espiritual, los lunares son las zonas que fueron besadas por tu amante en la vida anterior. Cuando le conté esto a Jayden, él dijo que podía ser una buena teoría, pero nunca sentí que realmente me creyera. ¿Es que acaso ahora cree en esa teoría?
—¿Sabes que estás besando mi lunar?
—Sé que te estoy besando a ti.
—Supongo que aún no crees en lo que te dije.
Él ríe, siento que dándome la razón, y luego me suelta. Estaba atesorando demasiado ese abrazo. Es algo casto, casi como todos lo que nos damos, pero me hace sentir algo, ¿se le dice mariposas? Sí, eso mismo no es. No me interesan los temas cursis sobre el amor. Así que nunca voy a ser de las que dicen que sienten eso en el estómago. Solo es un simple cosquilleo que él puede causarme.
Cuando finalmente me levanto de la cama con toda la vageza del mundo, él se esconde en mi armario como siempre. Siempre me termina desacomodando la ropa y nunca se pone a ordenarla de vuelta.
—Me debes una salida —sentencio, recibiendo un asentimiento intenso y viéndolo desaparecer tras las puertas—. Y quinientos dólares.
—No te voy a dar quinientos dólares.
—Quinientos dólares o le digo a mi tía que hay un ladrón en mi habitación.
Al final termina aceptando y yo me río de ello. Mentira, no le estoy pidiendo en serio 500 dólares, pero me gusta molestarlo con ello porque sé que le cuesta dar dinero.
Noria no está en casa. Probablemente ha salido a comprar lo que comeremos más tarde, así que vuelvo pronto a mi habitación y abro la puerta de mi armario. Y para mi confusión, me encuentro con Jayden usando una de mis medias de red y una remera corta que combina.
Creo que no puedo disimular mi duda.
—Mira, eh, quería hacerte una broma y...
—Me lo vas a romper.
—¡No, no, nada de eso! No creí que fuera tan ajustado, ya me lo quito.
—No, deja, yo te lo quito.
Hace un gesto para alejarme, pero luego corre las manos. Es la primera vez que lo veo tan ruborizado, quizás porque puede verse a la perfección en ese espejo mío.
No voy a mentir, es muy atractivo, incluso con las medias de red puestas a medias y la remera toda apretada. Nunca lo había visto tan sumido a mí.
Lo rasguño un poco mientras le quito las medias de red y cuando miro hacia arriba, solo noto que se aprieta el brazo y observa a un costado. Me gusta mucho esa reacción, es la primera vez que lo veo así.
No puedo evitar reírme y él me mira con cierto disgusto.
Solo cuando le saco la remera se digna a hablar.
—Se siente como si me hubieras tendido una trampa —me dice mientras se toca las piernas como si eso le hubiera dejado rastros. Ojalá lo hubiera hecho.
—Tú solo te tiraste a ella. Yo nunca te dije absolutamente nada. Tal vez tenías ganas de probar cosas nuevas...
—A mí no me hablas así, con ese tono y esas ideas —me dice con fiereza y me quedo paralizada. Mierda, no gritó, pero se acercó tanto y lo dijo con una furia que me resultó aún peor—. No me gustan estos juegos tuyos, deja de burlarte de mí, Joy.
—Pero tú solo quisiste hacer eso.
—¿Y? Quise que fuera gracioso, pero me resultó más humillante que otra cosa.
—Vamos, Jay, no te enojes...
Pero él me pasa por al lado y se dirige hacia la cocina. Y yo me quedo con las dudas en la boca. ¿Por qué está tan cambiante? En algún otro momento, me hubiera acorralado contra la pared y se habría burlado de mí de la misma forma. Ahora es como si realmente le hubiera pegado en ego.
Quizás debería disculparme y no minimizar cómo se siente. Ya de por sí tuvo que ser duro ver que no fui a buscarlo ni una sola vez... Incluso si a mí también me dolió su tardanza.
Bajo las escaleras y lo veo sentado en frente de la mesada. Mira un punto fijo hasta que le doy un abrazo y parece concentrarse en mí, aunque aún no me mira del todo, como si quisiera hacer notar su enojo.
—¿Te hizo sentir mal lo que dije?
—No me hizo sentir mal, Joyceline.
—Odio que me llames Joyceline, así que al menos te molestó.
—Si tú dices.
—No quiero que estemos peleados por esto.
No me gusta hacer esto, me siento terriblemente dañada cuando pido perdón, pero ¿acaso me queda de otra? Debe de estar tan molesto como yo cuando..., bueno, no hace muchas cosas que me molesten, así que ni eso me puede salvar.
—Perdón, a veces no noto cuando incomodo a la gente.
—Valoro tu disculpa —dice y noto un poco su sonrisa de costado—. No quiero que pierdas el respeto por mí ni me creas menos varonil.
—No te hace menos varonil si te llegase a gustar esa ropa.
—Vamos, Joy, eres tan chistosa.
Jayden no es una persona perfecta, por más que yo así lo note muchas veces. Él también resulta jodidamente machista a veces y teme no verse respetable por "ciertos gustos femeninos o raros". Es parte de ser hombre el tener esos pequeños gestos de machismo, así que no puedo reclamarle mucho. Solo le digo que está mal y ahí queda la conversación. Esta vez me río para complacerlo y me pongo a preparar el desayuno.
No es su culpa haber sido criado en un ambiente muy machista. Él lidia como puede con eso y creo que por esa misma razón yo intento comprenderlo, porque es el único que veo intentando reparar todo el mal que le han causado.
—¿Están las galletas que me gustan? —pregunta con mucho ánimos, pero justo eso estaba buscando.
Las galletas se las llevó el descarado de Gael. Antes de que me diera cuenta, estaba metiéndolas en una bolsa y luego en el bolsillo de su gran campera. Lo odio. Ahora resulta que son sus favoritas.
—Adivina quién se quedó sin galletas.
—¿Qué? Pero si nadie del hogar las come.
—Bueno, ayer vino mi "amigo" y se las llevó a escondidas. Ahora tengo a dos aficionados por las galletas, me pregunto cuántas voy a tener que hacer para cada uno.
—¿Y por qué le querrías hacer algo a él, Joyce?
Su tono no es ni agresivo ni molesto, es más, parece divertido de su propia duda, al menos eso siento cuando ladea la cabeza y alza las cejas con esa sonrisa traviesa suya.
No estoy entendiendo a qué se refiere.
—Un simple amigo no se merece esos gestos de alguien tan buena como tú. Además, seguro no los valorará, ya sabes cómo son los chicos de tu edad y también los demás hombres.
—¿Estás celoso?
—Ay, no, mi ángel, ¿celoso de un niño? Eso sería caer bajo.
Ahora a mí se me escapa una sonrisa ante su gran ego. Su edad lo hace mucho más maduro que todos aquellos adolescentes que se quedan sin atractivo muy rápido.
Quizás por esa razón no puedo evitar besarlo en los labios con completo encanto a su personalidad tan dura.
—Yo elijo a quién tengo cerca, pero tranquilo, es alguien pasajero.
—Como todos.
—Como todos menos tú.
—No me pienso alejar nunca, Joy.
Entrecierro los ojos y siento todas las arrugas que se me van a formar por la felicidad que me causa este hombre, con sus promesas llenas de valor y las acciones que confirman todo.
Hago las nuevas galletas mientras él pone un poco de The Weekend y se burla de cada tema. Me distrae cantando Earned it con el tono más agudo posible y pasándome la mano de arriba abajo con sátira. Me canta tan cerca que lo termino espantando con una espátula.
—¿No te gustaría que fuera tu Christian Grey? —dice haciendo una cara rara y yo hago mi peor cara de asco.
—Ay, sí, claro, no sabes cómo me pone la película.
—Yo al inicio sí creí que estaba buena.
—Yo no. Es más, quiero que la veamos juntos solo para reírnos un poco.
—Acepto tu maravillosa oferta, mujer de la galleta.
—No actúes como un raro, por favor.
Sonríe y me besa en la mejilla. Aporta un poco de magia a la cocina con sus funciones tan graciosas y difíciles de ver por la vergüenza que me causan.
Y todo es hermoso cuando me río sin parar o él se ríe conmigo como un niño más.
Todo es hermoso cuando él está cerca de mí actuando como un adolescente más.
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