Capítulo 7

Joy Miller

Estos días de descanso no me sirven de nada. Mi cabeza no deja de pensar en Jayden, en por qué no preguntó por mí ni ha venido a casa. A veces simplemente aparece a escondidas, pero ni eso. Y no creo que sea por Noria, porque debe saber que ella ahora mismo no se puede tomar días libres luego de las vacaciones.

Mi inquietud parece preocupar a mi tía que no me deja recibir los llamados telefónicos cuando está en casa. Y Heather igualmente supervisa que no conteste. Pareciera que están intentando alejarme de otras cosas que no sea el celular y dudo que eso tenga un grado de positivismo. Pero, igual, sé que él no llamaría por el teléfono fijo.

Nunca hace eso, lo conozco muy bien. Además, no recuerda ningún número, sería complicado que haga algún intento de comunicarse a la casa.

Uno de esos días recuerdo haber escuchado a mi tía mencionar palabras como "¿amigo?" "Joy es una buena chica, gracias por verlo" "Sí, pero yo te iré avisando cuándo" "Qué tierno gesto, jovencito". Supuse que eran algunos de mis pretendientes —si es que usamos las palabras de Noria— y no le di mayor importancia. Al menos hasta hoy.

Noria se ha pedido el día, algo raro en ella siendo que es viernes y prefiere pedirse los sábados, pero supongo que su trabajo de enfermera también conlleva cambios grandes y raros. Viene de familia estar de esclavo de la medicina. Heather estuvo a nada de seguir para ser cirujana, pero se arrepintió antes y ahora es una fabulosa profesora de biología.

—Noria, estás limpiando todo, déjame ayudarte —me ofrezco, ya aburrida de la lectura del segundo tomo de Heartstopper.

Es un libro bellísimo, pero la ternura de los personajes me hace sentir muy desorientada. Prefiero las novelas trágicas.

—No, no, no, tú sigue con lo que está haciendo que yo hoy me encargo de la casa.

—Vaya día para encargarse con esta humedad y lo que llueve...

—Bueno, sigue siendo maravillo. ¿No te alegran estos días?

Sí, cuando puedo ver películas de terror con Jayden. O cuando Marcos viene y trae lo que llama "bola de fraile", una especie de dona que tiene dulce de leche. También me divierto cuando Heather trae juegos de mesas y los tres nos ponemos a jugar... Pero esos solo parecen viejos recuerdos.

Hoy todo parece nostálgico y triste. Al menos hasta que miro la cara de emoción de Noria, como si estuviera por soltar la noticia del año.

—No hagas esa cara de perro mojado, hoy vendrá un amigo tuyo.

—¿Jayden?

—No, bueno, al menos no me dijo nada.

¿Y de qué "amigo" habla? Si eso para mí no existe. Incluso lo poco que le he contado a Noria ha sido de ese grupito mío, el cual no le cae muy bien por lo que se entera por su sobrina mayor.

—No te quise contar nada para que se mantuviera en sorpresa, pero tu amigo Gael vendrá a visitarte.

—¿Qué? Gael ni siquiera es mi amigo.

—¿Cómo que no? Él estuvo llamando preocupado por ti ya que te considera una amiga muy preciada.

Bien, este chico está muy involucrado en molestarme o algo por el estilo, porque no le encuentro otra vuelta a su raro comportamiento.

Pero no puedo evitar sentirme molesta con Noria al no consultarme primero sabiendo que mi humor puede llegar a varias mucho debido a mi recaída con la anemia. No puedo creer que solo quiera cumplir su capricho de que traiga a un amigo que ella pueda aceptar a casa.

—No tuviste que haber hecho eso. Al menos tendrías que haberme consultado.

—Solo quería darte una sorpresa linda.

—¡Odio las sorpresas, tía!

Y ahí noto el dolor que siente ante mis gritos y mis arrebatos emocionales. Soy fácil de alterar cuando de ella se trata.

Sé que ella solo quiere que tenga amigos sanos, pero yo estoy bien pretendiendo con distintos grupos y no creando vínculos. No sabe lo bien que me hace el simplemente no arriesgarme a lo que pueda dañarme.

—Lo siento, si quieres puedo cancelarle... Tan solo quería verte más contenta.

—No hace falta, ahora asumo el compromiso, pero ¿por qué le creíste?

—Porque su prima es la mejor amiga de tu hermana y sé que son una familia muy buena.

—¿Qué hay además de eso?

—Yo lo conozco al chico. Es alguien bueno, quisiera que realmente le dieras una oportunidad.

Tengo muchas dudas, pero su expresión de culpa me nubla todas las preguntas y solo hace que termine aceptando. "Lo espero, ¿viene para merendar?" asiente con la cabeza y yo dejo que me venga a acariciar el cabello.

Hoy me siento muy sola, una compañía de mi edad no me vendría mal. Ese chico parece decente y mi tía va a estar aquí, no tengo nada que temer. No es una fiesta, no es una juntada con drogas, es un tonto que va a venir porque se preocupó por mí o por alguna cosa por el estilo.

Aunque me cuesta confiar, no puedo hacer otra nada más que permanecer tranquila. Han pasado tantas cosas en mi vida que he quedado traumada con los hombres, es una realidad imposible de escapar... Pero la baja presencia de Jayden hace que opte por otra persona, un desconocido que soportó la extensa charla de mi tía y se propuso verme en este horario bonito.

En cuanto termino de lavar los platos escucho el timbre sonar y mi tía no tarda ni dos segundos en bajar la escalera. Se mira en el espejo practicando una sonrisa, que siempre le sale muy natural, y pasa a abrir la puerta. Me asomo lo suficiente para ver cómo son los padres del chico.

—Buenas tardes, señora y señor Diab. Soy Noria, la dueña de la casa.

No logro escuchar sus voces, pero sé que solo el hombre está hablando.

De todas formas, como digan las cosas no es de mi incumbencia sino más bien su rara forma de vestir. El padre lleva una especie de túnica blanca con un gorro y una cuerda que parece mantener este mismo y la madre lleva un hijab. Sí, reconozco el hijab porque tengo compañeras musulmanas, pero no tengo idea de qué es lo que usa aquel hombre.

Y antes de que me lo pueda esperar, Gael entra y nota mi mirada de curiosidad. Alza una ceja y pareciendo burlista. Eso me hace retroceder y darle un breve saludo. Aún tengo que saber por qué le dijo a mi tía que soy su "preciada amiga".

—Tenías una mirada muy peculiar.

—Es que me llamó la atención los tipos disfrazados.

—Los tipos "disfrazados" son mi padres y son musulmanes, no te asustes.

—Oh, lo siento... Mierda, no tengo mucha idea de la religión —admito con pena—. Y no me había asustado.

—Yo solo digo. Además, muchas personas creen que traen un misil en la espalda, lo cual sería más cierto si lo opinaran de mí.

Increíble, tengo a un tipo que hace chistes terroristas en mi casa, no puede ser mejor mi situación.

Aprovechando que Noria está arriba, podría empezar a bombardearlo con todas mis dudas sobre por qué tuvo el descaro de pedir venir a mi casa. Pero notando lo cómodo que se siente sentándose en la mesa y lo atento que está a la comida, no puedo evitar preguntarle qué quiere para comer entre todas las cosas que ha hecho Nona.

—Me gustan los waffles y te pido un vaso de leche, si puede ser.

—Pareces mi abuelo con la comida tan cotidiana como para marcar su nacionalidad. —Quiero hacer un chiste de buenas para ver su reacción, pero solo recibo una simple risa.

Desde esa risa supe que sería difícil tratar con él y lograr que ambos nos sintamos cómodos con el otro.

En la mesa pongo todos los platos con comida que parece para más personas, como si se hubiera imaginado que hasta sus familiares más lejanos vendrían a comer.

Hay pancakes listos para cargar con frutillas o frutos del bosque, galletas de avena con chips de chocolates que yo he horneado en medio de mi aburrimiento, tostadas francesas con kiwi o jamón y, por último, los waffles que él ha elegido. Sí, definitivamente mi tía se esforzó tanto no solo porque es la primera persona de mi entorno juvenil que viene, sino porque lo considera mi "persona especial".

Escucho unos pasos bajar de las escaleras mientras le sirvo el vaso de leche. No puede ser, va a venir a romper aún más el ambiente. La amo y la odio en este momento. No quiero tener que presentársela, pero incluso veo a Gael pararse y sonreír con ese desgano. Me pregunto si siempre es así.

Sigo con lo mío, intentando bajarle importancia a estos asuntos y a la razón por la que mi tía no cumple con sus palabras. Pero la mira un poco por el rabillo del ojo.

—Ah, tú eres Gael Diab, ¿cierto? Lamento no haberme presentado antes, pero no quería molesta a mi niña. Soy Noria Miller, un gusto conocerte. —Siempre finge esa calma cuando habla con los otros, pero sé que en realidad se emociona.

Sí, tía, hagamos de cuenta que conozco algo más allá del nombre de este chico.

—El gusto es mío, señora. Muchas gracias por permitirme visitar a mi amiga.

—Joy no tiene muchas visitas, así que me alegra saber que alguien más viene aquí y con un aura tan fuerte. Te ves bastante bien, jovencito.

—Gracias, en serio, estaba disfrutando de sus waffles.

—Es una receta turca de un viejo amigo... ¿Puede ser que tú también lo seas?

—Soy turco, aunque no se note tanto con mi estilo.

—Puros estereotipos. —Veo cómo hace un ademán con el que le restaba importancia—. Joy, lamento haberlos interrumpidos, pero me había olvidado mi chocolate de la tarde.

—Atrápalo.

Al ver cómo atrapa su chocolate con completa precisión, me hace pensar que ha soñado con este momento todo el tiempo. Casi parece preparada para todo, aunque siempre tiene unos increíbles reflejos. Luego de recibir su mirada poco discreta de mí hacia Gael, la veo marcharse nuevamente hacia arriba. Seguro solo quería presumir que era uno de los primeros invitados de su sobrina.

Termino de poner los platos en la mesa y me siento en frente de él junto con mi jugo de naranja. Espero que eso no haya incomodado más la situación.

—Qué tierna es tu madre.

—No, nada de eso —me alerto a informarle—. No es mi madre, es mi tía. Incluso ya tiene cerca de cincuenta y cinco años, podría ser mi abuela.

—Mi padre tiene cincuenta y cinco años.

—Podría ser tu abuelo, eso no me cambia la opinión.

—Es cierto lo que dicen de que eres bastante descarada y sincera.

—Los filtros se lo pueden guardar las personas que quieren ser aceptadas socialmente.

Y, aún así, yo sé que estoy siendo una hipócrita, porque intento reflejarme de una forma más madura delante de otros. Pero este chico también debe ser un poco hipócrita y pensar en eso me relaja.

A pesar de que tengo la duda en mi cabeza, no puedo evitar sacar otros temas, hablar de cosas comunes. Por esta vez no quiero incomodar todo.

Le saco el tema de la moda turca y de si las series mienten mientras solo tomo mi jugo de naranja. Es agradable hablar entretenidamente con otras personas. Y, para mi sorpresa, Gael es bastante interesante, sin miedo a los tabúes. Me explica un poco de Turquía, su país de origen, y sobre la vida dura para las personas de la comunidad LGBT+. Aunque a mí no me parece tan dura por cómo la cuenta. Al fin y al cabo, es más aceptada la diversidad sexual y de género allí que en otros países similares. Aparte, ¿él siquiera es de la comunidad? Quizás solo sea del tipo empático.

No sé si es porque me perdía en el relato que me hace de su vida allí, pero hay varias partes que me quedan inconclusa. Incluso si pregunto por ellas, él me saca el tema de su vida actual. Creo que cuanto más interés muestre en su situación, mayores cosas me esconde. Lo hace apropósito, estoy segura.

—¿Y tu familia es mega millonaria o cómo pudieron mudarse y establecerse en una escuela privada? —lo pongo a prueba, notando cómo baja la mirada hasta los platos y luego la vuelve a subir.

—Si quieres saberlo, primero deberías comer un poco.

—Primero me respondes, después como.

—Son como las cinco de la tarde y no has tocado nada de lo que está aquí encima. Come un poco, necesitas de las cinco comidas del día.

—Solo son tres.

—Son cinco para ser exactos.

—¿Por qué te interesa tanto si como o no?

No es la forma en la que quería hacer mi pregunta, pero se concentra en su punto. ¿Por qué le intereso yo, en primer lugar? No me gusta andar esperando y esperando a que finalmente la verdad se presente, creo que solo se va a presentar si yo la retengo entre mis manos.

Pero no recibo respuestas. Él me mira con la misma paz —o frialdad— que alguien mira al océano o a su propia gente. Yo nunca recibo silencio, por eso me enfurece de inmediato. El silencio no trae más que rabia a la gente como yo, gente que se mantiene con las palabras. Ni siquiera sé cómo explicar el calor en mi interior, el deseo de que responda.

¿Por qué siquiera me intereso en su palabra? Cuando intento relajarme y pensar un poco a profundidad en ello, me encuentro mordiendo con fiereza un waffle y comiéndolo como si de eso dependiera mi vida. Seguro es el tercero, tras ver los pequeños pedazos que hay alrededor de mi vaso. Estoy casi arrancando la comida, actué de una forma totalmente inconsciente y no entiendo si es para bien o para mal.

Cuando lo observo, veo como él suspira, no sé si del alivio, y toma otro waffle. Ni siquiera son mis favoritos y ya me siento un poco mal porque ese sea el último, peor si acaba en su boca burlesca.

—Acabo de perder control sobre mí —digo, dejando la mitad del waffle que tenía en la boca.

—No, acabas de hacer algo que querías impulsada por mis palabras. Me halaga que hayas deseado tanto saber si era multimillonario, aunque no pensé que fueras interesada.

—Cállate, literalmente estoy tan estable económicamente que podría viajar durante cinco años seguido por el mundo y no se me caería ni un solo suspiro —aclaro, porque es una realidad, mi madre me ha dejado una herencia más grande que la de mis abuelos.

—Entonces yo me veré interesado.

Incluso si estoy en un debate por sonreír o no ante su comentario, no puedo evitar forzar una parte de mí a darle el gusto. No sé si forzar es la palabra correcta. Solo no siento que me haya nacido el gesto y, aún así, no quiero dejarlo solo en el sentimiento. No lo sé, no soy de esas buenas personas que no quieren hacer sentir incómodas a los otros.

Ni siquiera sé por qué me siento cómoda con alguien desconocido. Es un sentimiento que he experimentado con pocos, tal vez con nadie, porque no recuerdo haberme reído para complacerlos o hablar con ellos interesándome por su vida.

Me termino de comer el waffle, porque ya no me queda de otra. Ya he comido, ¿qué sentido tiene dejarlo a la mitad? Y puedo diferenciar perfectamente la voz aguda en ese hombre, esa voz que uno usa cuando habla con un niño inocente y pequeño.

—Es un paso a paso, Joy. No te tienes que matar de hambre, porque te aseguro que la imagen que veras en el espejo no va a ser como la mujer que deseas ser. Nunca te vas a conformar al menos de que te aceptes.

No intenta tomarme de la mano como para hacerlo más jodidamente cliché ni mucho menos se acerca. Respeta mi espacio y a su vez me habla a mí, me habla conociendo los hechos. Ahí me doy cuenta que pude decir varias cosas equivocadas y que estas mismas llevaron a Gael hacia mí, incluso si no termino de creer sus verdaderas intenciones.

Sigo esperando a que se ría y me diga que estoy soñando o algo como "¿esto es lo que querías que comentara, perra?". Cualquier otro tipo de respuesta hubiera sido válida para mí. Pero ninguna me llega tanto como su silencio que me consuela ni como sus ojos que me resguardan. Ninguna me hace sentir tan bien. Me doy cuenta que preocupé a alguien ajeno a mí.

¿Por qué siento tanta culpa? No por él, por mí. Por lo que acabo de hacer. Por comer y dejar de comer. Por interesarme tanto por lo que los otros esperan de mí y por asquearme al ver mucha comida sobre la mesa porque eso me lleva a la peor imagen de mí, a una no aceptada.

—Al menos dime algo, me preocupa que solo haya agravado la situación.

—Tengo una duda. ¿Tú eres musulmán?

—Sí.

—¿Alguna vez has pensado "Dios debe odiarme"?

—He pasado por una etapa como la tuya o parecida, porque no sé muy bien cómo te sientes, y sí, he creído que es por culpa de Allah, porque él seguro me odiaba. Pero me considero más maduro que en ese entonces y lo acepto con todo mi corazón. El odio no es más que construido por los estereotipos. Como tú tienes los estereotipos de una mujer en tu cabeza, yo tengo los de un hombre. Y creo que tenemos algo similar.

—¿Qué es eso similar?

Solo recibo una simple mueca. Claro, tuve que esperármelo. Le gusta dejarme con la intriga y llegado a este punto no estoy dispuesta a llenarlo de cuestionarios de por qué hace eso. Ha sido ya suficientemente consciente con sus palabras llenas de empatía como para que yo lo empiece a incomodar.

En cierto punto, me alegra que no me haya respondido muchas cosas, porque eso implica que tenemos más temas de los que hablar más tarde. Quizás unos meses o años más tarde. Quién sabe, el parece probable de ocultar una verdad durante demasiado tiempo. Aunque puede que solo lo prejuzgue. ¿Qué más da? Quiero disfrutar esta tarde.

—No sé por qué mierda he dicho eso, de todas formas soy atea —resalto para calmarnos y recibo una pequeña risa de su parte.

—Sí, ya lo suponía. Tenías toda la pinta de diabólica.

—¡Eh! Tú no tienes la pinta de "seguidor de Allah" con tus remeras de Nirvana y el estilo dark. Más bien pareces peor de diabólico que yo con mi vestido rosado y mis vibras dulces.

—Me halaga que me mires tanto como para sacar esa conclusión, pero eres lo menos dulce que conozco, kötü cadi, sin ofender.

—¿Qué acabas de decirme?

—Un halago.

—Eso fue un insulto.

—Bueno, sí, fue un insulto: bruja malvada.

—¿Qué tanto me conoces?

—Tiras la hermosa comida de tu tía, eso ya es muy poco dulce. Y tu vocabulario, wow, no pareces ni de cerca alguien de barrio refinado.

—¡¿Eres multimillonario o no?! —se me escapa en medio de los desafíos, sintiéndome llena de intriga.

—Seguro eres una clasista, así que no te diré.

Me acerco hasta él y le doy un pequeño empujó en el hombro. Quiero saber qué es, no puede resultar que un tipo de Turquía haya venido aquí con todos los privilegios que tiene en su país y más aún el dinero. Dios, desearía ser millonaria para encontrarme en alguna de esas casas de lujo y recuperar mi humildad delante de los pobres... Pero seguro me odiaría luego de eso, incluso si nunca he experimentado la pobreza.

Lo veo sonreírme con simpleza y no puedo evitar empezar a empujarlo un poco más, todo sin fuerza, solo para que soltara al fin ese secreto. Y él se ve de lo más divertido, casi no tiene problemas para confesarme la verdad.

—Temiendo que me tires de la silla con tu súper fuerza, te contaré mi secreto —confiesa—, aunque no te incumbe, elfo clasista, soy de la clase media baja aquí. Allá era pobre.

Lo confiesa con tal tranquilidad que no sé si creerle o empezar a creer que me está jugando una broma. Nadie admite ser pobre como si no le doliera. Debe de haber algo mal en sus cálculos de economía. Incluso no me termino de creer que es clase media baja aquí.

Dejo de empujarlo y simplemente me quedo agachada a su lado. ¿Qué se le dice a alguien que seguro la ha pasado tan mal?

—Lamento eso.

—¿De qué te lamentas? No es como si tuviera una enfermedad terminal. Creo que no sabes que la pobreza ahí es mejor que la riqueza, porque al final, todos terminan haciendo algo erróneo para llegar a su sitio y no respetan en lo absoluto a Allah. Dañan su nombre con sus miserias mundanas, las cuales incluso pueden ser evitadas.

Realmente se inspira al hablar. Ni yo puedo expresar tantas palabras y eso que muchas veces digo estupideces. Supongo que no sé cómo reaccionar. Por un lado, me avergüenza su pregunta, parece ofendido y, a su vez, siento que hablaba con un sabio. ¿Cómo se llama el mayor predicador de Allah? ¿Mahoma? Creo que había oído su nombre. Quizás este tipo sea la reencarnación.

Bah, solo es una estupidez. Me gusta bromear con estas cosas, pero dudo que le haga gracia, así que no voy a hacerlo enojar con temas de su dios. Seguro tiene un punto y yo no lo estoy entiendo del todo, incluso si mi capacidad mental sea alta.

—Dejando de lado eso, felicidades por comer, elfo, seguro puedas crecer.

—¿Te estás burlando de mí luego de haber hablado de estupideces religiosas y sobre lo mundano?

—¿No te gusta que te llame elfo? Es que tienes rasgos parecidos, no era en un signo ofensivo.

—¿A quién le gusta que le llamen elfo?

—A mí me llaman bombita o cohete terrorista.

—Porque son unos putos xenófobos —suelto, comprendiendo que no me está tomando el pelo. Es un simple extranjero inocente.

—No me molesta lo de bombita. Quizás deba escoger algo mejor.

—Solo no me digas elfo.

—Está bien, siempre que algo te ofenda puedes decírmelo. No tiene gracia si a ti te hiere.

Levanta los hombros como si nada y se dispone a aceptar lo que dice. Las otras personas se hubieran reído, habrían insistido, querrían hacerme entender que es un simple apodo chistoso. Él no me humilla. Se calla y tomaba en cuenta mis sentimientos. Es raro, casi me hace sentir burlada por eso. No creo que hable en serio y tengo que comprobarlo las próximas veces que hablemos. No confío en sus palabras.

—Al menos busca un apodo ingenioso, nada en turco porque no te voy a entender.

—Ya me acostumbré a que nadie me entienda en turco.

—Es que parece sentido común que ningún turco de Turquía vendría aquí.

Ambos nos reímos por aquello y optamos por hablar un poco más hasta que se vuelven las siete de la tarde y lo veo rezar. En ese momento, tengo que dejarlo solo en una habitación pequeña que tenemos para las cosas viejas. A él no parece molestarle. Aunque su rezo se me hace ajeno, porque no habla. No musita ni una sola palabra.

Luego de eso, se despide de mí y dice que volverá a su hogar, que no es de él hablar tanto. Siento que está un poco molesto, no entiendo si por haber hablado o algo que sucedió en su conversación con su dios. Pero opto por no aportar mucho.

Cuando me quedo completamente sola ahí abajo y veo toda la comida en frente mío, no siento nada de lo que anteriormente había sentido con respecto a la tentación. He comido lo justo y necesario, lo que no me hará morir de hambre y estoy, ciertamente, disgustada con tanto dulce. Creo que voy a poder esperar para la cena de las ocho de la noche.

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