Capítulo 35
Joy Miller
Ignoro toda la tarde los mensajes de Jayden y me la paso bastante bien con Gael, quien no me pide ningún tipo de respuestas por mi malestar.
¿Esto es lo que se siente tener un amigo varón que te respete? Casi suena irreal cuando se dispone a acompañarme a casa al anochecer, luego de haber hablado puramente de feminismo y música.
—Escríbeme cuando llegues a casa —le digo y él solo se ríe—. ¿Qué? Está todo peligroso, incluso para un hombre.
—Me río porque no tengo celu, Joy.
—Ah... Dios, cierto que estás incomunicado con la sociedad.
—Soy feliz así —resalta mientras alza los hombros y me saluda con la mano—. Te veo mañana.
Le devuelvo el saludo con una sonrisa. Él es alguien agradable realmente. Quizás no sea tan mala la idea de tener amigos si puedo tener a alguien que esté para mí cuando la estoy pasando mal.
Pero mi ilusión se acaba cuando veo saliendo de su casa a Jayden, quien parece haber esperado a que Gael se fuera para hacer acto de presencia. Es muy obvio que no se olvidó nada en el auto por mucho que tenga la llave de este en manos.
—¡Peque! No me respondiste ningún mensaje, me habías preocupado —dice al acercarse con su mismo gesto falso.
Sí, seguro que le preocupé y para nada fue así porque se cansó de cogerse a alguien más. Increíble lo estúpida que me cree.
Me doy la vuelta para entrar a mi casa y cuando estoy por abrir la puerta, siento cómo me agarra de la muñeca. No, no me agarra, jala de mi muñeca y me tira hacia donde él quiere ir.
—¡Suéltame! —alzo la voz mientras intento alejarme de él, pero tiene mucha más fuerza.
—No grites, Joy, que sino todos van a pensar que pasa algo. ¿Tú quieres que nos descubran? ¿Que me metan preso?
—No, pero...
—Entonces cállate.
Es glacial su tono a la hora de silenciarme y no sé cómo hacer para volver a casa. No quiero ponerme a llorar de nuevo porque él no respeta lo nuestro. Pero tampoco sé cómo alejarme. Necesito un tiempo.
Antes de que pueda decirle nada de eso, me mete a su casa, aún sosteniéndome con demasiada fuerza, y cierra la puerta. Le echa llave, como si no quisiera que me vaya hasta que él decida, y la pone en una estantería alta que no voy a alcanzar ni en un puntas de pie. Usualmente, cuando actúa así, yo estoy a favor de él y nos reímos, porque solemos jugar de forma rara. Pero esta vez no me causa gracia.
—Suéltame que me estás apretando mucho.
—El problema sería si te zamarreo. Ahí te la podría romper, ¿no?
Trago en seco al escuchar eso y siento que perdí todo el poder que había tomado para mandarlo a la mierda. Me siento muy débil ante su mirada compasiva, como si yo fuera la mala.
Finalmente me suelta, aunque me duele mucho la muñeca y apenas puedo girarla bien. Esto no está bien, mañana tengo que practicar con mis compañeros y quiero impresionarlas con mis remates. Así no voy a poder.
—Así me sentí toda esta tarde viendo que me ignorabas. Además, ¿saltarte clases del colegio para andar con un hombre? No, Joy, eso es caer bajo. Tengo que informarle a Noria.
Dice todo eso mientras me presiona para me siente en su sofá y al terminar de hablar, va a buscar hielo. ¿Quiere delatarme con mi tía? No es justo, yo siempre lo salvé de todas, ¿por qué ahora actúa así?
—No le digas nada a Nona, yo nunca te delato.
—¿Y quién te va a creer si me delatas, Joy?
Su tono suena tan simpático como siempre, pero noto algo horrible, algo narcisista nacer de él y no me gusta nada.
Me quiero ir a casa, no me siento bien acá. Quiero acostarme a dormir y hacer de cuenta que Jayden no está actuando como un imbécil.
—Déjame ir a casa —suelto con un sollozo.
Lo odio, siempre tiene que hacer lo mismo, hacerme sentir mal a mí y revolcarse con otras chicas. ¿Por qué no soy suficiente nunca?
—Ey, solo quiero hablar contigo.
—Mentira, vete con la otra chica, con tu novia.
—¿Qué? Vamos, Joy, no me digas que te crees algo así.
Me cubro el rostro mientras me siento terriblemente humillada. Lo amo tanto que soporto esta clase de mierda. No sé por qué estoy tan estancada con alguien que no me quiere.
Pero él siempre viene, me limpia las lágrimas y me pide que no llore, todo con esa cara de bueno. Me cuida, me pone el hielo en la muñeca lastimada y dice que vamos a mirar mi peli favorita. Insiste en que no quiere perderme, que no tiene una novia, que es su amiga y solo hubo un malentendido con mis familiares. Me pide que no me preocupe, que pronto vamos a poder casarnos.
Y también me besa cuando menos me lo espero, se pone encima de mí y me deja el cuello marcado para demostrar que le pertenezco. Que soy su objeto más preciado y manipulable.
¿Puedo obtener algo mejor que Jayden? Solo es un milagro que exista alguien como Gael, pero seguro debe tener cosas peores que mi novio, así que no importa.
Jay hizo mucho por mí.
Por más que no me guste que haga esto conmigo, ¿tengo opción? Si le digo que no quiero tener sexo, va a insistir y me va a preguntar si es por él. ¿Es por él? No quiero que después me considere fácil y pierda interés por mí. Además, me gustaría que fuera un momento especial.
—¿Soy yo el problema para que no quieras hacerlo? —murmura contra mi pecho a la hora de quitarme la remera y mis labios tiemblan, no sé qué decirle—. Seré bueno. Te amo, Joy, solo demuéstrame que sientes lo mismo.
—¿Lo mismo le dices a la otra? —es lo primero que sale de mis labios y no es una decisión muy inteligente.
Jayden al escuchar eso, deja de mirarme con su cariño y se aleja de mí. Me da la remera y se sienta en el otro extremo del sillón. Aunque esto era lo que quería, no me gusta pensar que está enojado conmigo. No quiero que nos separemos así. Odio la brusquedad.
—Perdona —digo ante ese silencio.
Es una sensación tan fría y llena de amargura que me recuerda a mi madre o a la ausencia de mi padre. Todo su silencio es un castigo horrible para mí.
Me acerco hasta él y me pongo encima de sus piernas. Le pido por favor que me mire y eso hace, pero no veo nada en sus ojos tan hermosos.
¿Me habré equivocado? ¿Puede ser que haya escuchado mal?
No me sorprendería equivocarme de nuevo. No me interesa decir que estuve mal si eso implica que él me vuelva a hablar y no me torture ignorándome.
— Está bien, no pasa nada. Te respeto, no quiero presionarte. Sé que estás dolida por lo que pasó, y lo siento mucho —dice repentinamente, volviendo a sonreírme y acariciando mi mejilla—. Tendría que haberme explicado. Y lo siento también por quedarme en silencio, estaba procesando cómo decirte esto sin dañar mi orgullo.
Él casi nunca se disculpa, así que escucharlo siendo tan amable y reflexionando sobre mis sentimientos, me hace suspirar del alivio. Temía que esta fuera una pelea sin sentido en donde solo ganaría el que más ego tiene —y está claro que yo suelo tener ese horrible defecto entre nosotros dos—.
Dejo que me acaricie el cabello y me recuesto contra su pecho. Todo está en orden de nuevo. No hay dolor que tratar. Solo me queda una duda y él se atreve a responderla sin necesidad de que haga mayores preguntas.
Me cuenta que uno de los profesores —del que no me dirá el nombre para no generar conflictos mayores—, estaba por demás de ebrio y acosando a una de las chicas del bar y justo él la conocía, así que dijo lo primero que se le ocurrió para que deje de molestarla y fue justo lo que escucharon mi hermana y mi cuñado.
Es un buen tipo, le enseñé que, por sobre todas las cosas, es esencial defender a las mujeres de situaciones de maltrato. Siempre tiene gestos solidarios con aquellas que encuentra indefensas y las cuida. Prefiero un novio que protege a otras chicas, incluso a costas de que me pueda estar engañando, que uno ignorante de la realidad en la que viven y solo sumergidos en mí.
Es la ternura reencarnada en persona, pero a veces suele desviarse de su camino. Nadie es perfecto, pero por lo menos aprende conmigo.
—Sabes que yo nunca te haría daño —insiste mientras me acaricia—. A veces solo actúo como un tonto porque también me siento adolescente.
—Eres mucho mejor que un adolescente.
—Me gusta que tú lo digas.
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