Capítulo 34

Gael Diab

Es raro traer a una chica a casa. No es por nada de índole sexual, solo que me siento un poco tímido de tener que mostrarle todo. Desde las "lámparas estilo árabe" hasta el sofá bajo con cojines lleno de patrones y colores oscuros que los hacen lucir muy viejos. Ni siquiera mis amigos vienen seguido, porque mi casa la respeto como mi templo.

¿Qué hice invitando a Joy? La chica curiosa que ante su despecho intenta tocar todo lo que ve, algo que tengo que evitar, pidiéndole más discreción y que no se interese demasiado en las cosas.

—Esperaba algo más desordenado, lo admito.

—Me alegra haber ordenado bien. Mis hermanas suelen ser terremotos.

—¿Tienes hermanas?

—Ya ves por qué soy un hombre tan apropiado.

—Uhg, un hombre apropiado no dice eso.

—Qué mala.

Prendo la radio para no hacer tan pesado esto y la guío hasta el comedor que está justo pegado con la cocina. Me incómoda un poco que vea mi pobretona casa que tiene todo pegado. No me avergüenzan mis orígenes, pero tengo que admitir que Joy es una chica blanca de clase alta, algo que realmente me incomoda al tenerla aquí. Mis padres no la soportarían.

—Tienes una casa pacífica y silenciosa. ¿Pasan música turca por la radio?

Abro la boca para negarlo, pero escucho la voz característica de Buray cantando Nasil Unuturum Seni y no puedo evitar suspirar, tan dramático como a ella le gusta y le saca una sonrisa. Al menos está más contenta.

—Al parecer sí.

—¿No conocés mucho de tu cultura?

—Eh, conozco mucho, pero no me siento parte. Es decir, soy musulmán, pero no estoy ajustado a la cultura turca ni a la árabe. No las siento propias.

—Así que eres un nacionalista estadounidense de primera.

—No, ese es mi amigo, Demián.

—Oh, parecía.

Ambos nos reímos mientras yo le preparo un almuerzo con lo poco que tengo en casa. Apenas llegamos al mes como para hacer compras cada semana, pero yo recompondré todo esto con el sueldo que me depositen del trabajo.

—¿Qué me vas a cocinar? —pregunta ella, metiéndose por completo—. Luego te daré el dinero.

—No quiero que me des dinero por esto, Joy. Y voy a hacerte un shawarma de pollo.

—Ah, claro, mi receta favorita... Gael, lamento decirte que soy una feminista que investiga de la cultura oriental, pero no en los aspectos de comida.

—Me acabas de romper el corazón.

Hago una exageración de mis palabras y ella pone los ojos en blanco. Sé que le gusta que sea así y no lo puede negar.

—¿Te doy la explicación larga o la corta?

—Dime solo cual es su ingrediente especial.

—Pollo.

—Perfecto.

Me guardo mi excelente explicación breve de la receta y sigo cocinándole mientras ella se interesa en lo que hago. Por lo menos el silencio no es muy incómodo, pero no acostumbro a que una chica me mire tanto. Me pone un poco nervioso.

Me rasco varias veces el cuello hasta que ella se digna a decir algo sobre su fulminante mirada.

—¿Por qué eres hombre y sabes cocinar?

Bueno, esperaba algo mucho más inteligente antes que cuestionarme según prejuicios. Hasta cierto punto me molesta y por eso mismo le sigo dando la espalda.

—¿Por qué no sabría hacer algo tan básico?

—Perdona, me conocen por el poco tacto y a veces ir al choque —refuta ella y casi me parecen estúpidas sus palabras, hasta que dice algo diferente—. Me refiero a que la cultura árabe es muy machista y siendo que vienes de una familia conservadora, me sorprende que sepas cocinar o que, siquiera, limpies la casa.

—No todas las familias árabes son iguales ni por ser hombre tengo que actuar como el estereotipo, Joy.

—Solo quería saber de donde salieron tus dotes culinarios —expresa con más suavidad, pero me parece que, en realidad, no estaba con la cabeza en caliente para decir algo coherente.

Pobre, no todo el tiempo se puede aplicar su lógica feminista en la que se agarra de todas las ramas, pero, principalmente, de la radical. Se nota a millares que el liberalismo no es para ella y que hay un extremo que admira en el fondo de sus ojos.

Pero también es presa de ser tan misógina como yo, porque su entorno no está del todo consciente de sus pensamientos. Y si tengo la razón, si Jayden la asfixia en sus ideales, sus ideas revolucionarias desaparecerán pronto.

Así que, a pesar de que esto no va conmigo, voy a cambiar drásticamente el tema, haciendo de cuenta que no la escuché. Perdón, Joy, es por un bien mayor.

—Por cierto, pude aprender mucho del feminismo gracias a ti. Tengo ideales que, es cierto, mi familia conservadora no me inculcaría.

—Veo que al fin a un hombre le sirven mis discursos.

—Sí, recuerdo el último especialmente. Dijiste que se debería dejar de consumir pornografía porque es una forma de oprimir y degradar a las mujeres, junto al hecho de que nos hace más simios por creer que el sexo es así.

—¡Sí! Y justo me cortaron el micrófono y me prohibieron dar ningún discurso feminista que "corrompa con las reglas escolares". Basura total, si veo cómo mis compañeros acosan sexualmente a otras chicas y nunca se hace nada.

—¿Fue Jasón el que te dijo eso? —me intereso al darme la vuelta y observarla un poco mejor, parece iluminada por mi tema.

—¿Él? No, no, a él siempre le ha dado lo mismo. No sé ni quién fue el que le dijo al director que no era lo ideal. Algún viejo estúpido que le lavó la cabeza. El señor Morrinson es muy manipulable desde que perdió a la mujer.

Es cierto que el director tiene poca autoridad últimamente y toma cualquier palabra. A mí se me sigue haciendo heroico porque aceptó mis documentos falsos a la hora de presentarme como Gael Diab ante todos. Él nunca me juzgó ni criticó el hecho de que mi familia no me permitiera cambiar la documentación. Siempre lo mantuvo todo en privado.

¿Cómo se enteró de todo esto Jayden? No, no tengo que pensar en él, tengo que pensar en Joy. Ella me necesita.

—Sí, él es un muy buen tipo... ¿Dejaste de dar discursos por eso?

Mi pregunta la hace vacilar. Al menos no me miente de primera porque aprieta los labios y me sigue mirando, tal como si quisiera decirme que hay otra razón, aunque no me la dirá.

—Pasaron muchas cosas en el medio y supongo que perdí mi fama de feminista para volver a ser simplemente la puta del colegio.

—Tengo fe en que puedas retomar esa fama. Ya sabes, es mejor ser la feminista ardida y puta antes que solo la última palabra.

Ella se ríe de mi chiste y me da la razón.

Las próximas horas, la escucho maravillado hablar sobre la lesbofobia —cómo se las obliga a sufrir el doble al ser de la comunidad y, además, mujeres; insistiendo en que se las sexualiza demasiado— y la transfobia dentro de otras ramas del feminismo, aclarándome en todo momento que ella no considera una amenaza a las personas trans. No me considera una amenaza a mí.

Es motivador verla comer mi almuerzo a la hora en la que yo le recuerdo que coma y luego hable, pero, lo es aún más, notar que come dos donas sin ningún problema mientras me sigue hablando de su problemática.

Yo realmente quiero ayudarla, deseo que tenga una vida hermosa, porque ella mejoró la mía y necesito devolverle el favor.

No digo que sea el mejor amigo que ella necesita, pero, sin duda, seré mucho mejor que mucha de su junta. 

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