Capítulo 23
Joy Miller
¿Alguien conoce la sensación de saber que te están mintiendo, pero igual quedarte en ese lugar porque estás acostumbrada a que eso suceda? Me sentiría apoyada si una sola voz de mi cabeza respondiera que sí, pero no estoy tan pirada como para crear una personalidad alterna. Solo puedo decir que eso justo me está sucediendo a mí y sé lo fatal que se siente.
Siento culpa por quedarme al lado de Jayden a pesar de que sé que me engañó, pero una parte muy sensible de mí me dice que es inevitable, que nunca hablamos bien del tema de la relación y que, al no tener algo "legal", está bien que él no pierda sus chances. Quiero creer que lo hizo sin entender del todo los acuerdos y por eso mismo, mientras él me acaricia la cabeza y hablamos de tonterías en mi cuarto, le suelto la gran bomba: lo que permitiremos y no.
—Escucha, ya que arreglamos este problema hace unas horas, quiero que sepas que no me gustaría que se repita esto.
—No se repetirá —dice con calma mientras sigue concentrado en mi cabello.
No le atribuyo mucha importancia; eso es lo malo de él: es un hombre y a veces actúa como todos. Es decir: no le importa en lo absoluto lo que dices al menos de que seas sumamente específica con que estás molesta.
Me doy la vuelta para que deje de tontear y sus manos quedan en el aire. Ambos estamos sentados y nos miramos con extrañes. Mierda, es incómodo.
—Justo cuando quiero paz —se burla y vuelve a posar sus manos en mi cabello. ¿Qué tiene con mi pelo? Tengo tremendos rulos, pero no es razón para estar juegue y juegue.
—Es que tenemos que hablar.
—Qué miedo.
—No, ey, mírame a los ojos, hablo en serio.
Sostengo sus manos y las tiro para abajo, solo así consigo que me observe con menos burla en su expresión y me siento cómoda de verlo más serio.
Él quiere siempre la calma entre ambos y que no haya conflictos, es imposible discutirle nada.
—Hay que volver a marcar las reglas.
—¿Reglas? Por Dios, Joy, tratas esto como si fuera un juego —dice entre risas y me molesta que ni siquiera tema enfadarme con esa actitud.
—Trato esto como una relación real.
—¿Qué sabrás tú de relaciones, peque?
—Tú tampoco pareces saber mucho a juzgar de que tuviste una sola novia y duraste cinco meses justos con ella.
Solo en ese momento toda expresión divertida o calma desparece. Su rostro, que tiende a ser dulce y amable, muestra una nueva sombra y es como si no lo reconociera del todo al verlo fruncir el ceño.
—¿Qué bicho te ha picado ahora? ¿Tanto te interesa mi relación con Heather como para que digas eso?
—Te contesté de la misma forma que tú.
—Más bien fue como un ataque.
—Tómatelo como quieras.
—No, a ver, no es mi culpa que tengas esas inseguridades tuyas y que nunca hayas sabido manejar una relación.
—¡¿Qué voy a saber yo, si te me enojas si salgo con alguien, pero siempre te descubro en algo con otras?!
—Tú aceptaste que así sea.
—Lo acepté a los trece años, Jay. Vamos, era una niña.
—No, tú sabías en lo que te metías.
—¡Por Dios!
—No me vuelvas a levantar la voz.
Me aprieta el brazo ante esa advertencia y me mira de una manera muy fija, como si estuviera por enloquecer. Incluso se acerca más a mí, hasta el punto de que su aliento se mezcla con el mío. Y ya no sé por qué razón mi corazón late tan rápido; la adrenalina es muy intensa.
Debería pensar en una forma de responderle o de siquiera alejarlo, pero mi cuerpo no se mueve, ya que de por sí me asombra la presión que ejerce en mi brazo. A veces siento que no controla la fuerza que tiene para un cuerpo como el mío.
Jayden vive entrenando y manteniéndose activo, a diferencia de mí que prefiero el relajo y mi cuerpo flaco. Todos saben que está bien formado, pero su rostro de sonrisa dulce lo esconde todo a la perfección.
Sería un perfecto criminal. Nadie sospecharía de él. Jamás sabrían las cantidad de veces que se ha salido de las normas o, quizás, todos lo ignorarían.
¿Por qué no puedo enojarme con él? ¿Por qué tiene que estar mi cabeza distrayéndome ante su mirada? ¿Y de qué forma me veo si me acerco así para besarlo? Tan solo quiero que me suelte y que deje de actuar así, y solo lo hace cuando lo beso. Lo conozco demasiado bien.
Sus manos pasan a apretar mis mejillas y noto que se desquita en el beso, siendo todavía más salvaje. Su lenguaje juguetea con la mía y sus dedos arremeten contra mis mejillas, como si necesitara arrancarlas. Me veo sumisa ante su cuerpo grande y no sé cómo detenerlo a la hora en la que pasa a agarrarme de la cintura y colocarme debajo de él.
A veces es como una fiera sin domar. Y quizás merezca que el dé un poco de mi cuerpo... No quisiera que se cansara de mí.
Pero no puedo controlar mi reacción ni el pánico que me genera la simple idea de que me vea desnuda. Por eso, cuando no puedo resistirme a la caída de sus besos por mi cuello y la forma en la que me saca la remera, le doy una cachetada. No sé por qué hago eso, sé que tal vez debería hablar o quedarme callada como siempre suelo hacer ante otras circunstancias, pero jamás me había sentido tan utilizada.
Intento dar alguna palabra ante su mirada conmocionada, pero solo me salen balbuceos y todo se transforma en un caos en mi cabeza. No puedo evitar llorar como una niña pequeña que no quiere ser tocada por nadie. Hasta la simple caricia en mis manos me genera repudio.
Siento como si estuviera volviendo a cuando tenía seis años, a cuando era pequeña y estaba desprotegida ante la ida de mi papá.
¿A quién podría contarle esto más que a Jayden? Qué patética, si no tengo a más nadie para hablar de traumas.
—Peque —murmuran sus labios mientras acaricia mis mejillas—, ¿te apreté mucho? Dios, estás toda colorada, perdona, no me di cuenta. Sabes que no lo hice apropósito.
—Basta.
—Escucha, mejoraré, aprenderé a controlarme. Pero esto es raro, quizás deberías ir a terapia de nuevo.
Su voz cada vez suena más cerca y cuando me besa con suavidad en los labios, siento un cosquilleo horrible en todo el cuerpo.
Estoy sucia. Manchada. Usada. Seré tirada pronto si dejo que siga así. Si caigo en sus labios y dejo que haga lo que quiera, no seré nunca más mía.
Quiero seguir sintiéndome yo.
Aprovechando que ahora está un poco menos agresivo, lo alejo de mí e intento secar yo mis propias lágrimas, pero no se detienen y me hacen ver patética. Odio llorar delante de él, verme tan débil y pequeña.
Al final, soy débil y pequeña.
—No tendrías que haber seguido.
—Te recuerdo que tú me besaste.
—Te besé porque...
"Me dabas miedo" es un pensamiento efímero que pasa por mi cabeza y de inmediato me quedo muda. No, él no me daba miedo, me incomodaba. ¿Por qué le diría eso?
—Joy, no volveré a hacerlo si no quieres, solo dame la señal correcta.
—Estábamos discutiendo sobre nuestra relación y...
—Lo hablamos después, mejor vete a lavarte la cara y acuéstate un rato, linda.
Me da un beso en la mejilla tras sus palabras y se va de mi vista. Incluso escucho la puerta principal ser cerrada. Le cuesta afronta los problemas de forma sana y madura.
Este hombre a veces no parece de 23 años.
Le hago caso y me lavo la cara, pero al verme al espejo solo veo a una chica cansada y con miles de pensamientos que gritan "sucia".
No tengo que hacerlo. No puedo permitir que Noria tenga que sufrir de nuevo un ataque de ansiedad por mi culpa. No debo. Ni siquiera tendría que pensar en la manera en que mis dedos deberían entrar y cómo toda suciedad se eliminaría de mi cuerpo.
Solo me estaría purgando y no conseguiría nada... ¿cierto?
Justo cuando ese pensamiento pasa por mi cabeza, mi teléfono empieza a sonar y veo que recibo varios mensajes. Desbloqueo el celular solo para ver que me han añadió al grupo de vóley y las chicas están discutiendo quién es mejor jugadora si Jordan Larson o Kelsey Robinson. Ni siquiera las conozco, pero me entretengo viendo los argumentos de cada una.
Al menos eso logra distraerme de todo tipo de pensamiento crudo y me siento cómoda escuchando los audios de María gritando "punto punto punto". Es una imitación de un locutor deportivo de vóley argentino, por lo que nos informa.
Es increíble lo mucho que aprendes de algo que te gusta. Incluso resulta motivador.
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