Capítulo 2

Joy Miller

Jayden estaciona a tres cuadras de la escuela. Sé que es por seguridad, para que la gente no nos vea juntos. Y para poder besarnos un poco. Es algo atractivo besarse en medio de lo prohibido de un auto con ventanas polarizadas.

Acaricio un momento su cabello y noto que está mucho más suave y corto. Me alejo solo para mirarlo un poquito mejor y sonreír como una niña.

—¡Te cortaste el cabello!

—Sí... Me hice el mullet. Qué mala, creí que lo habías notado.

—Lo siento, pero te veía igual de guapo.

—Si tú lo dices.

Le doy otro beso para calmar su caprichosa molestia y él lo acepta, inclinándome un poco más a su lado. Pero tengo que ser yo quien corta todo porque veo que el horario se nos está excediendo.

—Estás reluciente, peque.

—Gracias, amor... Estuvieron buenas las vacaciones.

—¿Luego me cuentas?

—Sí.

Me bajo del auto y lo saludo en cuanto baja la ventanilla. Veo que algunas chicas de cursos mayores lo miran y también lo saludan. Pero no me molesta en lo absoluto su reacción amable con ellas. Sé que a muchas le encanta porque es un profe joven y toda esa onda.

Lo que me diferencia es que a mí me encanta porque lo conozco desde siempre. Y sé todo lo que ha sucedido en su vida.

Cuando veo desde atrás y noto cómo entra al colegio como el tipo que nada malo le pasa siento una sensación de tristeza que me inunda y me vuelve más fría. Les sorprendería lo sensible que es Jay. Lo muy parecido que somos en el dolor.

Mientras a él lo reciben llenándolo de atención, a mí me reciben con miradas raras y algunos comentarios desvalorizantes. Ya saben, soy lo que todos consideran "puta ofrecida". Yo me prefiero llamar "chica que disfruta de los placeres que le ofrece la vida", pero no es divertido el apodo si no es machista.

Estoy acostumbrada a recibir odio ajeno desde que tengo doce probablemente y puedo decir algo con toda la honestidad del mundo: llega un punto en el que empiezas a mandar todo a la mierda y llevarlo como se te da la gana, ya sin chillar.

No tuve que haberme liado con los tipos más bonitos de aquí y haber rechazado a los populares que no me gustaban. No tuve que haber nacido mujer, porque haga lo que haga y rompa el molde todos van a reaccionar ardidos.

No tengo ninguna duda de que muchos tipos hacen lo mismo que yo. El ser "amiga" de las populares me mete en el grupito de estos chicos de vez en cuando. Pero todos se ofenden menos si un hombre actúa con libertad.

Sí, creo que soy la típica feminista pesada. Eso entra en una larga lista de "razones para odiar a la puta de Joy Miller".

—Ay, Joy, siempre nos enteramos de que estás cerca porque todos murmuran algo nuevo —dice Megan, una de las chicas de mi grupo. Y solo ahí me doy cuenta que ya estoy rodeada por ellas.

Megan es llamativa por lo hegemónica que resulta, tanto que hace de modelo para una revista de Los Ángeles, la zona más cercana de Suki, nuestra ciudad. Y la verdad, no me cae nada mal. Es directa y me apoya en mis discursos feministas.

—Siempre hago un escándalo.

—Siempre —dice Monique con un tono de desagrado.

—Ya no nos extraña, Joyceline —murmura con una sonrisa Leticia, una chica media tonta.

—Su nombre es Joy, no Joyceline.

Leticia y Monique son las chicas que peor me caen del grupo, mientras que Megan y Amber —la chica que acaba de hablar con esa suavidad— son las que mejor me llevo. Pero ninguna es mi amiga, así que no me fío en lo absoluto. Prefiero pasar desapercibida entre su charla sobre cómo les fue en el verano.

Leticia cuenta su extensa historia teniendo todas las interrupciones posibles de las otras dos. Pero no me fijo en ella mientras esperamos para entrar a clases. No, ella es lo de menos. Me fijo en Amber que ha estado sosteniendo su brazo y mirando a otra parte.

La encuentro sumergida en un viaje astral. Al menos hasta que nota mi mirada y se gira con una sonrisita.

—¿Qué pasa?

—Parecías perdida.

—Oh... Sí, es que comencé con las drogas y todo eso.

—¿Drogas de qué tipo?

—Ah, cierto, eh no mucho. Marihuana y LSD.

—¿LSD? Creo que sí es un poco mucho a comparación de la marihuana.

—Sí, puede ser. No sé por qué dije eso.

Ella se metió a la clase antes que todas las demás y nadie más que yo noté su ausencia.

Amber está muy cambiada. Se ha hecho bucles, se ha teñido el cabello de rubio y se lo ha empezado a atar. Incluso creo que tiene un pircieng en alguna parte rara. Es como si toda su figura intentara asemejar a otra persona.

—Amber ya se metió a clases —anuncio, esperando que alguien piense que está rara.

—Ah, ¿sí? No la vi.

—Me gusta su nuevo estilo.

—Parece más popular así.

—Ay, pero el ser popular no le va a quitar los ojos bizcos.

—No son bizcos, están un poco más juntos.

—Creo que uno sí se le desvía.

—Es bonita, de todas formas.

—Según lo que uno piense de bonita.

Ignoro su conversación típica de ellas y entro también al salón.

La clase no tarda en volverse aburrida. Podrá decirse que para mí, al ser un básica puta que solo piensa en chicos, ninguna clase es interesante... Y no tienen razón. Las clases en las que los profesores no nos ven como simios se me hacen increíbles. Pero estar en décimo grado y que te vean como una estúpida enfrascada según sus propios estereotipos de alumno deja mucho en lo que pensar.

Yo me fijo en la ventana, pero está lo suficientemente lejos como para ver sufrir a los alumnos de Jasón, el profe soso de educación física. Además, creo que debe estar dándole clases a los onceavo grado así que seguro no los hace correr.

Una pequeña idea se me cruza por la cabeza mientras la profe de español pronuncia como una imbécil la palabra "vecindad". Irme de vacaciones a Argentina y tener de cuñado a un argentino me da mucho que decir de esta clase de español retorcido.

Al final me termino escabullendo con sencillez. Nadie dice nada porque la mayoría están dormidos o texteandole algún mensaje caliente a alguien. Típico de adolescentes, ¿no?

El Hamilton Institute es un lugar bastante agradable por sus profesores. Creo que la mayoría están en el rango de veinticinco a cuarenta años. Por eso mismo y por el prestigio de tener un ambiente de simpatía con los alumnos vienen chicos de todas zonas de California, incluso de algunos otros estados.

Es una zona llena de ventajas y por eso yo las aprovecho metiéndome en clases ajenas de algunos de los cuatro cursos diferentes que hay. Igual, no soy tan molesta, solo me quedo observando y algunas veces dando respuestas positivas. Soy una alumna que sí desea estar en esas clases.

Pero las mejores clases para mí son las de mi hermana y mi cuñado. También para añadir un extra las de Jasón, solo porque me gusta amargarlo. Y admito que las de Jay también son increíbles, pero eso todos lo piensan. Es una opinión sobrevalorada.

Heather está dando clases con su vestido típico de dark academy que le queda precioso y hace ademanes con elegancia para explicar las hormonas. A mí me tocan sus clases solo los jueves, pero nunca he notado gente muy interesada, ni siquiera por su rostro bonito.

Y sus clases son muy buenas, ella se esfuerza mucho. El problema es que la biología es muy odiada, tal como la matemática. Quizás por eso sale con Marcos.

—Los corticoides son un tipo de hormonas que producen nuestras glándulas adrenales. Para ser más sencilla y sin tanta terminología, se podría decir que...

Se frena en cuanto va dando vuelta la cabeza, creo que porque es evidente que yo estoy allí observándola desde la ventana. Opto por saludarla con una sonrisa. Pero lo que menos me devuelve es ese gesto. Por el contrario, suspira y retoma la clase dándome la espalda.

Decepción es lo que tiendo a ver en sus ojos. Nunca está satisfecha con nada de lo que hago... ¿Qué tan bien la hizo sentir hacerme semejante gesto y luego ignorarme? Se siente como si mi propia hermana me hiciera la ley del hielo. Y no sería la primera vez.

La dulce Heather se comporta como una mierda con su hermanita ocho años menor, a quien tuvo que terminar de criar.

Me marcho un poco más lejos, hacia donde está Marcos ahora. La verdad me aprendí los lugares en donde ellos dan clase y con sus respectivos horarios solo porque una vez a la semana me escapo de mi salón y busco una distracción motivadora que le dé un sentido a mi vida.

Es una exageración, solo quiero divertirme o sentir adrenalina. La adrenalina es lo mejor.

Aunque no uso la adrenalina a mi favor cuando se trata de Marcos, porque está explicando funciones exponenciales con un humor fatal. Supongo que Heather le volvió a servir té de arándanos en vez de naranja.

Me escondo detrás de la ventana mientras lo veo y noto el respeto que todos le tienen. También Marcos se esfuerza en darse a entender, pero advierte de que si lo sacan de quicio van a vivir una vida llevándose matemática. Y nadie quiere sacarlo de quicio, ni yo que suelo hartar a la gente por diversión.

Lo observo solo unos breves minutos. Admiro su forma de actuar ante estos adolescentes llenos de hormonas. Creo que si él diera clase a mi curso todos dejarían de ser tan idiotas.

Pero nada es justo en esta vida y por esa razón yo me termino metiendo en clases de Jasón como una alumna más. Si creyó que porque me mandó a dirección la última vez se libró de mí... Pues no. No me pusieron ni una sola amonestación.

Lo malo es que Jasón es todo un visionario y, a pesar de su estilo de viejo, tiene a todas las chicas enamoradas. Y las chicas tienden a odiarme, así que no paso muy desapercibida en ese salón lleno. Una no tarda en delatarme.

—Hay una chica aquí con un pircieng en la nariz que, por cierto, le queda como un torito.

—Gracias bella, es el mejor halago. Oh y se llama septum.

—Zorra.

—Kiara, escuché eso —dice Jasón con su voz fría y ese acercamiento lento—. Joy, acompáñame a la salida.

—¿Acaso me llevará a casa, profesor?

—No, te llevaré a mi oficina.

—Oh, no, lo siento. Desde ese incidente no me dejan ir a la oficina de ningún profe, excepto la de Marcos o Heather.

El año pasado un profesor se hartó de que estuviera respondiéndole con fundamentos sobre el por qué ninguna mujer es culpable de sufrir abuso sexual y me encerró con él en su oficina diciendo una serie de insultos hacia mi persona y amenazándome. Un chico escuchó todo, lo grabó y al menos lo dejé sin trabajo aquí. Pero sigue teniendo una feliz vida en Los Ángeles. Fue catalogado como una de las personas más solidarias y amables. Y obviamente su agresión hacia mi persona quedó en la nada misma porque soy una simple provocadora y él un pobre hombre cansado.

De todas formas, no le he dado mayor importancia. Por eso a Jasón le parece una tomadura de pelo lo que digo y me debe de hacer un simple gesto para que lo acompañe afuera.

Lo sigo e ignoro los comentarios que escucho detrás de mí. Siempre que vuelvo a decir esas palabras todos se alborotan. Y yo me replanteo el por qué no puedo cerrar un poco la boca.

—Joy, entiendo que haya sido un momento difícil, pero no puedes irrumpir en mis clases.

—Es que son tan interesantes.

—Deja la ironía. No entiendo qué te sucede conmigo.

—Oh, profe, estamos en la escuela, mejor hablemos de eso en otro sitio.

—Supongo que te sentirás más cómoda en clase de Jayden.

Siento que se me ilumina la cara cuando por fin dice algo positivo para mí y noto que a él le apena muchísimo hacer eso. Sabe que es completamente inmoral.

Pobre ser tan adiestrado para las normas, se está muriendo lentamente detrás de ese caparazón duro.

—¿Quiere un beso como agradecimiento?

—Joy Miller, vas a tener el doble de ejercicios en educación física.

—Eso es negligencia.

—El triple.

—No le voy a pedir disculpa.

—El quíntuple.

—¡Ey, se saltó un número!

—¿Quieres que añada más?

Solo por el temor de que si contesto lo añada me quedo en silencio y él me guía hacia el salón de Jayden, como si yo no lo conociera de memoria. Del que más sé su horario es de él, porque tiene muy pocas clases.

Llegamos al salón de Jay en un silencio incómodo, es más, siento que me mira. Pero todos me miran siempre y lo que menos me ofende es que este tipo lo haga. Es un rarito extrañamente frío y que se viste con poleras apretadas, cosa de un viejo en cuerpo "joven".

Espero afuera del salón con una sonrisa de lo más tranquila cuando esos dos se ponen a hablar. La mirada de Jayden se encuentra con la mía y cuando Jasón se da la vuelta, noto que está gustoso de recibirme porque no esconde esa sonrisita.

—Siempre metiéndote en problemas —murmura haciendo un falso gesto de molestia—. Siéntate con Gael, el chico de ropas oscuras.

Lo busco con la mirada y cuando lo noto, me decepciono un poco de lo lejos que está su banco de Jay. Lo miro como recriminándolo, pero él ya está explicando de forma mentirosa por qué estoy yo aquí.

Gael levanta la mirada del cuaderno que tiene solo cuando le toco el hombro y se saca un auricular. Es bastante gótico, aunque me gusta su estilo, luce bien.

—Buen estilo, bastante definido para ser tan joven.

—Tengo tu misma edad, pero gracias.

Incómodo. Veo que esta no será la mejor clase.

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