CAPÍTULO XII
Lana del Rey - Summertime sadness
Adelina pasó a verla felicitándola por la bebé. Glía sonreía relajada y la escuchaba atenta sin si quiera parecer consciente de la presencia de Antonio, que hablaba por teléfono con Víctor para organizar su apretada agenda; no se despegaría del hospital, todo lo que pudiera solucionar desde ahí, entonces lo haría, lo demás, tendría que esperar.
Más tarde se dio se duchó en el baño de la suite mientras ella dormía y se pudo cambiar gracias a la ropa que su asistente le llevó. Trabajó en la sala que estaba fuera de la habitación todo el día. Adelina ya se había ido a descansar y Augusta habló para saber cómo iban las cosas; no pretendía ir, no hasta que no cupiera duda de que fue sido un golpe mortal para ella y era evidente que se estaba protegiendo. Cuando el examen confirmara lo que él ya sabía, entonces Augusta bajaría la guardia, no con Glía, pero sí en todo lo concerniente a su hija.
Glía obedeció sin chistar, comió lo que se le llevó, durmió y estuvo tranquila. Por la noche Antonio entró para ver cómo seguía pues en el día intentó mantener la distancia, ella definitivamente lo estaba embrujando.
— ¿Cómo te sientes? —Le preguntó mientras ella comía un par de panqueques. Traía mejor color, aunque aún se le veía cansada. Se detuvo con los brazos cruzados a los pies de la cama. Ella se pasó el bocado avergonzada y regalándole una pequeña sonrisa.
—Mejor...
—Me alegro. Hablé con los médicos, mañana si tú estás en condiciones la bebé podrá permanecer aquí por la mañana y por la tarde, incluso la podrás alimentar —su rostro se iluminó excitada.
— ¿En serio?
—Sí, pero aún te encuentras... delicada... y en observación, por lo que no puedes hacerte cargo de todas sus necesidades, así que decidí que una enfermera se quedará aquí mientras la niña está contigo —su mirada se oscureció un poco.
—No creo que sea necesario —refutó seria. Su disgusto no le molestó, al contrario, sería una buena madre.
—Por ahora sí Glía, si quieres estar bien para ella harás lo necesario —enseguida suavizó la expresión asintiendo.
—Gracias... sé que... todo esto te... incomoda y... prometo no hacerlo más difícil —dio otro bocado a su cena.
— ¿Ya pensaste cómo quieres que se llame? —Glía arrugó la frente desconcertada, ¿desde cuando tomaba en cuenta su opinión? Ella sabía que no tardaría en saber que era su hija y cuando eso sucediera, lo que quisiera saldría sobrando.
—No en realidad —respondió sin verlo. Antonio notó su cambio de actitud, supo exactamente qué era lo que pensaba.
—Creí que lo sabrías, hoy por la mañana demostraste haber invertido mucho tiempo en todo lo concerniente a ella —no era una acusación, sin embargo, ella lo encaró herida.
—No creí que tuviera ese derecho, después de todo, lo que yo quiera es lo de menos, se llamará como tú lo decidas... ¿No es así? —Antonio admiró sus agallas y lo claro que era para ella la situación en la que se encontraba, pero eso no evitó que se sintiera incómodo. Estaba olvidando quién era en realidad y era increíble que fuera Glía quien se lo recordara. Caminó hasta una de las ventanas cromadas con las manos en los bolsillos del pantalón.
—Tienes razón, mañana entregaran los resultados, si es mi hija mañana mismo la registramos con mi apellido y llevará el nombre de mi madre: Camelia —Glía no mostró ninguna emoción, aunque por dentro se sentía furiosa, desgarrada. Sin embargo, en ese momento lo primero era su hija, nada lograría que lo olvidase. Si así se llamaría, entonces así sería. Lo único que no iba a permitir es que la separasen, eso nunca.
—Muy bien —consiguió decir engullendo otro pedazo.
—Me alegra que podamos comportarnos civilizadamente.
—Esto no es civilidad, es abuso e imposición, pero no tengo opciones, estoy en tus manos por lo que el nombre de mi hija no es precisamente lo que me quita el sueño —Antonio negó sobándose el puente de la nariz, se sentía agotado. Ahí iban de nuevo.
—Si esa es tu forma de verlo no es mi asunto, además que sí... sí estás en mis manos y me reconforta saber que aún lo tienes presente. Y en cuanto a lo que te quita el sueño, te lo seguirá quitando, tu jamás volverás a ver a ese hombre, no si Camelia es mía —salió sin esperar respuesta alguna, creer que ella podía sentir algo por otro lo enloquecía, lo aniquilaba.
Glía no logró descansar como debía, la emoción de conocer por fin a su bebé, la extraña actitud de Antonio a lo largo del día haciéndola sentir segura, protegida, pero al final la típica caída a la que aun intentando estar preparada, no lograba evitar que le doliera como siempre y por otro lado la herida, era un tanto molesta e incómoda.
Antonio llego temprano, su sueño fue inquieto, pero una noche como la anterior tumbaba hasta el más fuerte. A las nueve le llevarían a Camelia y quería estar ahí, para él también sería la primera vez que podría abrazarla, tocarla, sentirla.
Glía estaba dando unos pasos con mucho cuidado cuando entró a la habitación.
— ¿Qué haces? —Casi gritó lívido y corriendo hasta ella para tomarla de la cintura y regresarla a la cama.
—El médico me dijo que lo hiciera... —logró decir al tiempo que él quedaba frente a ella mirándola preocupado.
—Pero no tienes ningún apoyo a los lados, además debió dejarte con alguien para que te ayudara... ese hombre es un inepto —la joven sonrió tomándose de sus antebrazos, sentía su calor, su respiración, estaba recién bañado, olía a jabón de hiervas y a esa colonia que no tenía idea de su nombre, pero que siempre le recordaría a él.
—No sé si me dijo que esperara, no le entendí muy bien... —aceptó buscando que no descargase ese asombroso carácter contra el pobre hombre que intentó darse a entender amablemente hacía quince minutos.
—Dios, lo siento, no pensé que te dejaba sin poder comunicarte... Lo siento de verdad... Dejaré a Danilo hoy aquí por la noche, no volverá a suceder —Glía se ruborizó al ver que la disculpa de Antonio era genuina.
—No pasa nada, estabas agotado y creo que nadie lo pensó —él dio unos pasos hacia atrás lentamente mientras Glía lo seguía adolorida.
— ¿Duele mucho? —Indagó estudiando su gesto.
—Algo, pero nada fulminante —lo minimizó concentrándose en apoyar bien los pies que cosquilleaban un poco.
La puerta se abrió de repente haciendo que los dos girasen. Una enfermera llevaba a la niña en brazos envuelta en una cobija rosa pastel. Glía quería correr hasta ellas. Antonio notó su ansiedad y la ayud+o a sentarse en un sofá cercano. Tomó a la niña con sumo cuidado. Era una preciosidad, estaba dormida placida, feliz. Le dio un beso en la frente y la acercó, sin quitarle los ojos de encima, hasta la madre. Se la tendió con cuidado mientras Glía extendía los brazos desesperada, cuando la dejó sobre su regazo, Glía la acercó a ella con lágrimas en los ojos, su mirada era limpia, pura, de amor incondicional. La pegó con cuidado hasta su corazón disfrutando de la sensación. Al fin la tenía así, ahí, con ella.
—Ya quería conocerte —le susurró con voz cálida, llena de alegría. Le dio un beso dulce en la frente y tomó una de sus manitas estudiándola–. Eres perfecta... Dios, pero si eres muy hermosa —besó sus deditos con la vista nublada. Antonio se quedó congelado observando el cuadro. Si todo fuera diferente, si no hubiera sabido nunca la verdad, ellas serían su familia, su todo. La joven elevó la vista llorosa—. Es hermosa —repitió en voz baja. Él se sentó a su lado asintiendo, se pegó a ellas y los dos la observaron dormir absortos.
—Bellísima, Glía —le dio un beso en sus rizos rojos y la atrajo con cuidado hacia él sin quitar los ojos de aquella personita que ambos habían creado.
Permanecieron ahí sentados sin que el tiempo importara. Ambos la inspeccionaban y sonreían ante cualquier gesticulación de ese pequeño rostro.
— ¿Se puede? —Era el doctor asomando la cabeza y hablando en español. Antonio se puso de pie contrariado. Enseguida se dio cuenta de su falta de voluntad. No podía seguir así, todo lo que estuvo sucediendo desde hacía casi cuarenta y ocho horas lo estaba doblegando, lo estaba haciendo actuar sin usar la razón.
—Pase... —la nueva madre ni siquiera le puso atención, sólo tenía ojos para la pequeña.
—Me dijeron que había llegado.
—Sí, hace unos minutos —el hombre sonrió.
–Acaban de llegar los resultados de los exámenes, preferí traerlos personalmente —le tendió un sobre sellado. Antonio tomó el envoltorio con manos seguras.
—Gracias...
—A medio día regresaré a ver cómo sigue la paciente... pero le adelanto que todo va bien, es fuerte y muy decidida, si todo continúa igual en un par de días podrá llevársela a casa —Antonio miró a Glía, que no había entendido la conversación, pero que observaba el sobre deduciendo su contenido.
—De acuerdo...
—Los dejo, con permiso —dirigió la vista hacía Glía—. Felicidades, es hermosa —le dijo en su idioma, ella sonrío agradecida.
En cuanto se quedaron solos, Glía volvió su atención a Camelia. Antonio abrió el papel como hubiera abierto cualquier otro. Sacó la hoja y leyó sin mostrar ninguna emoción; era positivo. Lo dobló y lo guardó en una bolsa de su saco. Glía ni siquiera intentó ver su expresión, sabía muy bien qué era ese documento, pero era evidente que estaba completamente segura de la paternidad. En eso al parecer no le mintió, sin embargo, no debía dejarse llevar, eso no cambiaba nada. Glía probablemente solo se hubiese acostado con él, pues no había tenido muchas opciones y sabía usar la táctica más vieja de todas; darse a desear. Además, por otro lado, tener a esa bebé sería una forma de atarse a su vida de una forma definitiva, contundente. No, el que Camelia fuera suya no cambiaba en nada lo que sucedía con la madre de su hija, al contrario, sus conjeturas solo lograban empeorar lo que pensaba sobre ella.
—En un par de horas vendrán a registrarla... Camelia llevará mi apellido a partir de hoy —Glía asintió acariciando la cabecita de su hija indiferente a él o a lo que le decía. Salió molesto. Creyó que lo vería triunfante, que buscaría justificarse argumentando que ella nunca le mintió, que merecía una disculpa, pero ni siquiera lo miró, parecía tenerle sin importancia lo que sabía contenía ese sobre, como también el que la registraran en unas horas con el apellido de él. Sus actitudes lograban desorientarlo. ¿Qué era lo que en realidad quería?
Más tarde ambos firmaban el acta de nacimiento de la niña. Camelia Arantes Rivas. Glía a penas y había prestado atención al delegado, ayudó a poner las huellas de su pequeña sobre el papel y luego con mucha delicadeza le despintó su pie. Ya le había dado de comer y no dejaba de verla, de tocarla, de olerla. Una enfermera la ayudó a recostarse en su cama pues debía mantener reposo, mientras otra sujetaba a la bebé. En cuanto quedó sobre las almohadas pidió ansiosa de nuevo a la niña. Antonio observó todo el movimiento desde el marco de la puerta.
Casi a medio día llegaron por Camelia. Antonio decidió salir de ese lugar, que tanto lo martirizaba hacía unas horas, dejando a uno de sus escoltas en la puerta que dominaba el español.
Cuando intentaron llevarse a Camelia para cambiarla, y que Glía pudiese descansar; se negó. Las mujeres no podían comunicarse con ella por lo que entre ambas se la intentaron quitar. La guarura entró al escuchar el alboroto. Alejó a las mujeres de Glía y les preguntó qué sucedía. Las enfermeras le explicaron, mientras Glía se limpiaba una lagrima. Cuando el hombre comprendió miró serio a Glía y le tradujo todo con calma.
—Pero yo estoy bien, no quiero que se la lleven, Antonio dijo que una enfermera se quedaría aquí... —sollozó aferrando a su hija con cuidado. El hombre les informó a las jóvenes lo que acababa de escuchar. Otro intercambio de palabras que Glía observaba frustrada.
—No tienen esa orden... debe dárselas, son reglas del hospital —Glía negó.
—Dígales por favor que un poco más, se las daré en un rato más —una de las enfermeras negó con firmeza y ya molesta argumentando algo que para variar no comprendió. De repente una voz muy familiar intervino con sequedad. Glía observó a Antonio haciéndole señas a los tres para que salieran. La mujer que parecía enojada intercambio un par de palabras con él, sabía perfectamente que esa chica no era ni su esposa, ni su querida, incluso habían mandado a hacerle una prueba de paternidad y al parecer se sentía ya muy segura de su posición. Antonio le contestó algo que la dejó lívida. Los tres salieron sin decir nada. Unos minutos después él entró de nuevo con una chica de cara amable, pero vestida de blanco.
—Glía, ella es Fábia, sabe español y te ayudará con Camelia aquí y en la casa —la pelirroja pestañeó contrariada.
—Mucho gusto, Fábia —la saludó sonriendo con boca temblorosa, pero enseguida miró a Antonio–. Sé que no estoy del todo bien, pero no es necesario... yo puedo... cuidarla... —se hallaba pálida, desencajada. El hombre no comprendió.
—Salga un momento Fábia y lleve a Camelia a los cuneros —Glía lo observó como si fuera un monstruo–. Glía, dásela, te le traerán en una par de horas —las lágrimas salieron de sus ojos dándose cuenta de que había perdido la batalla. La enfermera se acercó y con cuidado se la quitó.
—No se preocupe, no me despegaré de ella... se lo prometo —parecía hablar en serio, pero esa promesa fue justo lo que la asustó. En cuanto se quedaron solos él giró sombrío.
—No me la quites Antonio... te lo ruego... yo puedo cuidarla en cuanto me mejore... por favor —le rogó desesperada. Él sintió escocer en las manos, en su piel, la necesidad de consolarla, no pudo. Se alejó mirando hacia el exterior.
—No sé lo que sucederá, pero por ahora no es lo que tengo planeado. Un recién nacido necesita de su madre y aunque este convencido de que no eres el mejor ejemplo, no puedo dudar de tu devoción hacia ella, que espero no sea fingida y otra pantomima, por si es, o no, Fábia ayudará en todo, cuidar a un bebé es extenuante y no quiero que le falte nada.
—No le faltará nada —expresó con un hilo de voz. Glía se daba cuenta de que la creía capaz de cosas que ni siquiera se podía llegar a imaginar, se sentía al borde de la histeria, de la locura y si no fuera porque Camelia era ahora su vida, sabía que ya hubiera perdido la razón hacía algún tiempo.
—Es precisamente de lo que me voy a asegurar... —sabía que discutir con él era como hacerlo contra una pared, Antonio ya había sacado sus conclusiones y nada lo movería de ahí.
— ¿De verdad la traerán más tarde? —Quiso saber llorosa y derrotada.
—Sí, tú mientras tanto debes comer y descansar... Así que no te quito más tu tiempo... y por favor... no quiero volver a presenciar un escándalo como el de hace unos minutos, si vienen por Camelia se las das y asunto terminado... —Glía ni siquiera lo vio, ya se había hundido acurrucada en la cama como una animalillo herido. La imagen volvió a conmoverlo y enojarlo en la misma proporción. Salió cerrando tras de él. La jefa del departamento de enfermeras ya estaba esperando visiblemente nerviosa. Una cosa era que Glía fueses lo que era, y otra muy diferente que en ese lugar, que valía un dineral la noche, la tratasen así. Cuando entró y escuchó todo, sintió una rabia tal que se tuvo que contener para no estrangular a esa mujer amargada que le hablaba de esa forma tan golpeada y poco desconsiderada a la madre de su hija. Después de exigir que a esa enfermera la relegaran de ese piso y de cerciorarse de que Glía recibiría la atención que él quería, abandonó el hospital.
Un par de días después la dieron de alta. Tenía que ir con calma y cuidarse; reposo relativo y estar al pendiente de la presión. Antonio se felicitó por contratar a Fábia, la necesitaría para Camelia... y para la salud de Glía. Sobre todo para la segunda, pues cuando se trataba de la niña parecía que se olvidaba de si y eso era lo que de verdad le preocupaba, el amor que le profesaba a la bebé era indiscutible, incuestionable. Augusta ya había ido a conocerla, pero solo por unos minutos demostrando así la inconformidad ante la situación, mientras que Adelina pasó dos tardes enteras ahí hablando de todo lo que ya había comprado para la habitación de Camelia.
Al llegar a casa Antonio la ayudó a bajar a pesar de que la joven parecía no querer si quiera que la tocara. Anduvo lentamente con la bebé en brazos. Pero cuando entraron él se la quitó con delicadeza y se la dio a su nana.
—Yo puedo —se defendió siguiendo a su hija con la mirada. Antonio le puso una mano por detrás de las piernas negando.
—No lo discutiré y queremos llegar hoy a la planta alta —Glía se aferró a su cuerpo estirando su cuello para ver a la niña. Cuando Fábia se adelantó a petición de Antonio, Glía descansó la cabeza en su hombro mirando hacia el frente.
Seis semanas pasaron de aquella terrible noche. Glía estaba muy bien, se recuperó con asombrosa rapidez. Al principio instaurar una rutina fue complicado, primero porque Camelia no tenía horarios, pero por otro lado la actitud de la madre no ayudaba. Insistía en que debía dormir con ella en su habitación, cosa a la que Antonio accedió parcialmente, solo en el día, por las noches no, Glía necesitaba reponerse. Discutieron por eso en algunas ocasiones, pero al final la objetividad de él triunfaba. Además también quería pasar tiempo con su hija y si la madre la acaparaba de esa forma era imposible, por lo que en las tardes después de comer y también después de cenar iba a la habitación de la niña y permanecía con ella en brazos varios minutos disfrutando de poder tenerla solo para él, pues Glía con Antonio era con el único que no chistaba y parecía sentirse tranquila cuando la tenía.
No coincidían mucho, pues él así lo procuró, sin embargo, a veces era imposible evitar verla. Siempre meciendo a la niña, cantándole tiernas canciones de cuna, cambiándola con pericia y paciencia, alimentándola mientras le hablaba sobre sus abuelos o cosas que le ocurrieron durante la infancia.
Glía parecía haber florecido, si eso era posible, ya era la misma chica esbelta de antes gracias a los pocos kilos que subió, el brillo en los ojos regresó y se le veía satisfecha con lo que hacía cada día, aunque sabía que vivía con el constate miedo a que él tomara por fin una decisión respecto a ella y su hija. Y la realidad era que había pasado noches enteras meditándolo; la deseaba más que a ninguna otra mujer, no podía imaginarse su vida sin su presencia a pesar de todo.
Esa joven de cabello color fuego lo cambió en más de una forma; soñaba con sus ojos, moría por tocar ese dulce y bello cuerpo, tenerla bajo su peso gimiendo de placer, de excitación, escucharla hablar, verla observarlo todo asombrada, su rubor, su boca, su melena esparcida en la almohada. Esa mujer lo enloquecía y por mucho que fuera un ser codicioso, manipulador e interesado, no la dejaría marchar tan fácil de su vida. Ella quería dinero, comodidades, se las daría, pero a cambio la tendría en su cama cada noche solo para él y su hija tendría una madre, que hasta ese momento, era amorosa y paciente.
Al día siguiente, sintiéndose más optimistas, fue a jugar golf con Máximo que había regresado de una larga temporada en el extranjero y quería conocer a la nueva heredera Arantes.
En cuanto llegaron Antonio subió directo a la habitación de Glía, la niña a esas horas siempre estaba ahí, ya sea solo con su madre o con Adelina meciéndola maravillada y platicando relajadamente con ella. Tocó y entró casi al mismo tiempo. Lina estaba con Camelia en brazos, mientras Glía las observaba sentada sobre su cama sonriendo. De verdad era hermosa, su cabello lo llevaba agarrado en un moño suelto que dejaba unos cuantos rizos alrededor de su rostro, traía una blusa de algodón blanca junto con una falda larga y un cinturón que quedaba flojo y provocador a la altura de la cadera. Glía lo miro serena girando de nuevo a su hija. Así solía ser cuando estaba Camelia, nada lograba sacarla de ese mundo de serenidad y tranquilidad que en cuanto entrabas a la habitación, se podía sentir.
Caminó hasta su hija y besó su frente amorosamente. Era una niña muy bella, su piel blanca con cabello negro un tanto rizado y ojo claro, aun no sabían cuál sería el tono definitivo pero se adivinaba gris. Siempre estaba atenta a su entorno, respondía con facilidad, sin embargo, no era dócil ni serena, al contrario, su carácter era impetuoso, voluntarioso, lloraba con facilidad si había mucho barullo a su alrededor o escuchaba alguna discusión, le gustaba estar en brazos y a veces solo se tranquilizaba cuando Glía le cantaba o la pegaba a su pecho. La conexión entre ambas era asombrosa y muy conmovedora, se necesitaban con la misma urgencia y parecía que ambas solo encontraban calma cuando estaban juntas.
—Máximo está aquí, quiere conocerla —la joven se tensó de inmediato, era un tanto aprensiva en todo lo concerniente a su hija, quedaba clara su desconfianza hacia todos los integrantes de esa casa. La ignoró y tomó en brazos a la niña caminando a la salida sin esperar su opinión.
—Pero aun esta en pijama, hay que cambiarla —murmuró levantándose.
—No hace falta, serán unos minutos... —pero Glía iba tras de él ansiosa. Antonio se detuvo y le dio su hija a Adelina serio. La chica lo imitó un tanto asustada—. Llévala abajo, ahora voy —ordenó a su tía. Ésta los observó un tanto contrariada e hizo lo que le pidieron. Antonio agarró el brazo de Glía y la guío hasta su dormitorio que estaba contiguo al suyo. Una vez dentro, cerró la puerta y la miró penetrantemente—. ¿Qué sucede contigo?, Camelia es mi hija y es natural que quiera que mi mejor amigo la conozca —bramó molesto. Glía se alejó un poco jugando con su manos.
—Yo... lo sé, pero...
—Pero nada, nadie le hará nada, eres su madre, no un dechado de virtudes, yo puedo cuidarla tan bien como tú lo haces... no me gusta que te comportes como si le fuéramos a hacer algo —ella giró y caminó hasta una de las ventanas.
—No es eso... es sólo que... —él avanzó hasta quedar a un escaso metro de ella.
—Es solo que la culpa y el miedo no te dejan pensar con claridad —los ojos de la joven se nublaron penetrándolo con ira y suplica.
—Pues sí, no sé si cada día que pase sea el último que me permitas estar a su lado, ¿cómo quieres que viva tranquila? —Le hizo ver claramente asustada. Antonio sujetó su barbilla acercándola a su rostro.
—Eso depende de ti —pestañeó sin comprender.
—Sabes que no quiero dejarla, moriría sin ella —la sinceridad que leyó en sus ojos lo desconcertó, hasta ese momento no había reparado en lo nerviosa que estaba cuando estaba alejada de la niña y el esfuerzo enorme que hacía para no transmitírselo a su hija.
—Glía... Camelia te necesita, y yo te deseo, te deseo locamente —la pelirroja se ruborizó intentando zafarse, pero tenía bien sujeto su mentón, su aliento rosaba su piel y veía sus labios como si fueran unos caramelos suculentos que debía probar.
—Antonio... —replicó al sentir como su cuerpo reaccionaba ante ese gesto.
—Glía, quiero proponerte algo, algo que te conviene a ti, a mí, y a Camelia —ahora sí la dejó libre. La joven lo estudió arrugando la frente, parecía no tener ni idea de lo que él diría. De repente no le pareció tan buena opción, su mirada inocente e ingenua lo conmovió y se encontró pensando que sería muy bajo proponerle algo como lo que tenía en mente. Se dio la media vuelta, abrió el balcón y observó el exterior serio.
— ¿Qué? —Escuchó su vocecilla dolorosamente ansiosa.
—Vamos a olvidarlo todo, vamos a pretender que nada de lo que fue sucedió. Tú eres la madre de mi hija y eso siempre será así, ese vínculo nos mantendrá unidos toda la vida, así que... creo que debemos pensar en una solución práctica, no quiero que mi hija crezca entre gritos y peleas —cada vez entendía menos. Él parecía estar hablando muy enserio. Tomó sus manos y la miró fijamente—. Glía, tendrás una casa, no les faltará nunca nada, tendrás lujos, comodidades, todo lo que desees, nadie te quitará a Camelia, podrás hacer de tu vida lo que quieras, siempre y cuando estés a mi disposición... —ella quitó delicadamente sus manos frunciendo el ceño.
— ¿A tu disposición? —Repitió sintiendo que lo golpearía.
—Sí, a mi disposición, quiero que...
—Sea tu amante —concluyó ella. La forma en la que lo dijo no le gustó, lo hacía parecer algo sucio, algo bajo. Pero era la mejor opción para ambos. Glía retrocedió asqueada y más humillada que nunca.
—Es lo mejor, Glía, tú también me deseas, lo sabes, no te hagas la inocente, bastó que me metiera en tu cama aquella noche para que reaccionaras de inmediato.
—Es asombroso como has logrado ensuciar los mejores momentos de mi vida, nunca, jamás me rebajaría a algo así —espetó contundente con lágrimas en los ojos, pero con absoluta certeza. Antonio no esperaba esa reacción.
— ¿Qué esperabas?... ¿Qué te propusiera matrimonio?... Por Dios Glía, eso nunca sucedería, date cuenta de quién eres, de quién soy yo... Me atraes, no lo niego, pero casarme contigo jamás... Eso es un privilegio que tú no mereces... Te estoy dando una salida, una opción, miles de mujeres estarían brincando de emoción por esto y más después de lo que yo sé de ti, creo que incluso me estoy pasando de condescendiente —Glía se limpió rabiosa las lágrimas que salían sin poder evitarlo. Una opresión de enormes proporciones creció justo en medio de su pecho. Con esa propuesta acabó de aniquilar los sentimientos que alguna vez le generó.
—No dudo que eso sea lo que muchas quieren, pero yo no, yo simplemente quisiera que desaparecieras, que nunca hubieras existido, que aquella noche que llegaste a mi apartamento no hubieras... hecho lo que le hiciste —al recordar ese suceso Antonio apretó los dientes.
—Si no hubiera sido esa noche, hubiera sido en una subsecuente... ¿Por qué la indignación?... O pensabas que iba a soltar dinero sin recibir nada a cambio —argumentó con voz dura.
—Te despreció, Antonio, y no veo cómo podamos ser eso que quieres si siento esto por ti.
—No hace falta que te inspire tiernos sentimientos, Glía. Este será un acuerdo entre una mujer y un hombre que se desean, un intercambio comercial, yo te mantengo y tú me pagas con tu cuerpo —Glía lo miró atónita. Antonio hablaba de un modo que se le helaba la sangre.
— ¿Si no acepto...? —Desafió temblorosa.
—Te irás sin Camelia —Glía sintió que perdería la conciencia, la razón. La estaba acorralando. Tuvo que sentarse en la orilla del colchón para no caer.
—No puedes hacerme esto, Antonio... déjame ir, déjame ir con ella, te juro que siempre la podrás ver, que podrás estar a su lado, esto no tiene forma de terminar bien.
—Imposible, este es el trato y o lo tomas o lo dejas, no negociaré... o eres mi amante o sales de una maldita vez de mi vida... Tienes veinticuatro horas para darme una respuesta —Glía tenía encorvados los hombres, parecía más derrotada y doblegada que nunca y eso no le provocó ninguna placer—. Si aceptas... no existirán más peleas y el pasado quedara ahí, en el pasado —la joven asintió clavando su con la cabeza apuntando a sus pies.
Se levantó lentamente y lo observó profundamente decepcionada. Antonio sintió una descarga en el pecho ante esos ojos verdes clavados en los suyos.
—Gracias por tu oferta, pero no soy una prostituta —salió un segundo después mientras él veía su delgado cuerpo alejarse. Una angustia abrumadora y la sensación de que había llegado demasiado lejos lo embargo, moría por tenerla de nuevo, pero no así, no derrotada. Sin embargo ¿Qué otra cosa podía hacer? Pensó mirando el jardín.
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