06

I kissed a girl de Katy Perry sonaba un poco más fuerte de lo normal, mientras la voz ligeramente desafinada de su hermana la cantaba a todo pulmón. Anna era una adolescente de diecisiete años, fan de Katy Perry o cualquier cantante pop de inicios de los 2000's, celebrando su reciente graduación del liceo con una ida a la playa con su hermana mayor.

Elsa no era muy fan de aquél pop pegadiso y energético, pero se conformaba con escuchar los gritos desafinados de su hermana y la sonrisa contenta en su rostro. No lo sabía, pero Anna era su precioso mundo, aunque fuera tan fastidiosa y opuesta a ella.

—¡Ya quiero llegar! Voy a presumir mi nuevo bikini, tal vez hasta consiga uno de esos romances de verano— chilló emocionada.

—Vas a dejarme sorda— se quejó la mayor, sonriendo divertida —. Y no, olvídate de los chicos durante una semana, se supone que este viaje es para que estemos juntas las dos.

—Sabes que sólo bromeo, aprecio mucho que hayas apartado tiempo de la universidad y tu trabajo para mí.

—Lo sé, soy la mejor hermana mayor.

Ambas rieron divertidas.

Debido a que Elsa se encontraba estudiando y trabajando, no habían podido pasar mucho tiempo juntas, aún así, había logrado conseguir una semana libre para pasarla con su hermana. Sabía lo mucho que Anna adoraba la playa, el sol, las olas y el océano, por lo que decidió pagar una habitación de hotel cerca de la playa y ahora se encontraban en un pequeño viaje hacia allá.

No pudieron seguir hablando, el semáforo en rojo pasó a verde, Elsa volvió a poner en marcha el carro.

Todo pasó con demasiada rapidez.

Anna gritó asustada, al notar aquella camioneta de ventanas polarizadas yendo a toda velocidad donde estaban ellas. Elsa tardó en reaccionar, apenas y pudo voltear un poco el carro para que el impacto no fuera tan horrible, aún así lo fue.

Despertó asustada, sudando frío. Sintió un nudo en la garganta y los ojos arder. Jadeó, hacia un tiempo que no soñaba con ese día.

Rápidamente se levantó de la cama, la luz del amanecer se filtraba por sus cortinas. Caminó a trompicones al baño, las lágrimas comenzando a caer por sus mejillas.

Su reflejo le devolvía una mirada deprimida, con los ojos llorosos y unas ojeras marcadas. Daba asco. Se echó agua en el rostro, buscando calmarse, el agua fría era bastante calmante en esos momentos. Secó su rostro, manteniéndolo escondido en la toalla durante minutos de más, con los ojos cerrados, intentando despegar su mente.

Aguantó las ganas de gritar, aguantó las ganas de chillar, aguantó las ganas de berrear, de tumbarse al suelo y deprimirse hasta lo más hondo, de simplemente caer, no ir al trabajo y mucho menos darle explicaciones a su equipo. Cuando aquellas ganas disminuyeron salió del baño para servirse un café.

Odiaba aquél sabor amargo, no entendía porque su hermana era tan adicta a cualquier tipo de café, pero era la mejor opción si quería quedarse despierta luego de tan mala noche. No tenía apetito, sentía que si comía aunque sea una galleta vomitaría, por lo que simplemente lavó la taza y fue a cambiarse.

Un suéter negro, con pantalones del mismo color y el cabello recogido en un cola alta. No tenía que hacer más, no tenía ánimos ni de echarse un labial en los labios. Cepillo sus dientes, sacándose aquél horrible aliento a café de la boca y el sabor amargo.

Salió de casa y, como todos los días, caminó hacía el edificio donde trabajaba. Respiró hondo antes de entrar.

Todo esto era una mierda.

—Buenos días, Queen— saludó Tadashi, sin apartar la vista de unos papeles.

No había casi nadie en el edificio, todavía era bastante temprano.

—Buenos días, Hamada— devolví el saludo, caminando rápidamente hacia mi oficina.

Quizá y sí debería cubrir mis ojeras, porque debo verme peor que un muerto. Me coloco tan solo un poco de corrector, lo suficiente para disimular las bolsas moradas bajo mis ojos. Suspiro frustrada.

—Tadashi me dijo que ya habías llegado— la voz de Haddock se oyó junto un ligero golpeteo en el umblar de la puerta.

Se ve tan cansado como yo, igual de derrotado, con unas ojeras tan feas como las mías bajo los ojos.

—¿Quieres que maquille eso?— señalo por debajo de sus ojos.

—Por favor, no quiero sufrir nuevamente los regaños de Rapunzel por no dormir bien— sonrío cansado, entrando a la oficina para sentarse en uno de los muebles.

Sonrío divertida, comenzando a aplicar un poco de corrector bajo sus ojos.

—Vas a tener esa zona mucho más blanca de lo que debería, pero al menos no se verá morado.

—¿Y tú por qué no dormiste bien?

—¿Cómo...?

—Te ves igual de horrible que yo.

Me alejo de él, un poco indignada. Guardo mi maquillaje y me siento encima de mi escritorio, cruzandome de brazos.

—Ninguno de nosostros está durmiendo bien. Estos días han sido complicados...

—Lo sé, es sólo que... mis razones son un poco más personales.

—Lo entiendo.

Y el tema quedó hasta ahí.

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Despertó debido a los constantes y tiernos besos de su esposo, su corta barba haciéndole cosquillas en el rostro. Se aferró a su cuerpo cálido con fuerzas, no queriendo despegarse de él nunca.

—Deberías levantarte.

—No— negó de forma infantil. Era cosa de todas las mañanas, despertaba debido a sus mimos, se negaba a separarse de él, pero al final tenía que resignarse ante el horario y las exigencias de la vida adulta.

Eugene se levantó de la cama, aún con Rapunzel aferrándose a su cuerpo. La cargó en horcajadas por la casa, preparando café con ella encima como si fuera lo más normal, regando las matas del patio, alimentando a los peces, apagando la orilla del café y luego yendo a baño a darse una ducha. Todo esto con su cariñosa esposa encaramada en su pecho, sin la intención de soltarlo.

—Llegaste muy tarde anoche— se quejó ella, desabotonando la camisa de pijama de su marido.

—No es culpa mía tener que trabajar hasta tarde— besó tiernamente su nariz, ahuecando sus mejillas entre sus manos —. Eres tan hermosa.

Una sonrisa boba apareció en los labios de Rapunzel, mientras una tonalidad carmesí aparecía en sus mejillas.

—Bobo, no pienses que así voy a perdonarte.

—No lo pienso, solo digo la verdad— atacó el rostro de Rapunzel con tiernos besitos, ambos riendo suavemente. A veces parecían dos adolescentes enamorados, a pesar de que Rapunzel ya tenía treinta y Eugene estaba cerca de sus cuarenta.

Ambos entraron a la ducha juntos, algo normal y rutinario entre ellos. Eugene comenzó a lavar el cabello de Rapunzel, sabía lo cuidadosa que era ella con los cuidados de sus largas hebras doradas, así que estaba al tanto del enorme privilegio que era que ella le permitiera lavar su cabello, así que se aseguraba de hacerlo lo mejor posible. Por mientras, Rapunzel comenzaba a hablarle sobre su trabajo, lo cansado y agotador que estaba siendo, lo harta que estaba de todo y lo horrorizada que estaba con aquellas muertes.

—Nosotros tampoco hemos encontrado nada. Mandamos a duplicar la seguridad en los sitios públicos, pero no estoy del todo seguro que funcione.

—Aumentar la seguridad en los lugares públicos no servirá de nada, el Coleccionista de Corazones ataca mayormente en las casas. No comprendo todavía porque ese día atacó afuera, de paso a un hombre— Rapunzel dejó caer su cabeza hacia atrás, en el hombro de su marido —. Refuerza la seguridad en las calles, especialmente las calles con viviendas, asegúrate de que no haya huecos en los horarios.

—Está bien, por cierto, tal y como me lo pediste ya tengo a los involucrados en detención bajo vigilancia, pueden interrogarlos hoy.

Los ojos de Rapunzel brillaron con entusiasmo, sin poder esperar compartir esa información con su equipo. Se dió la vuelta, abrazando fuertemente a Eugene.

—¡Eres el mejor, te amo!

—Igual yo, solecito.

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