Epílogo
Las luces coloridas tintineaban por toda la casa, el aroma a pavo ahumado, pan recién horneado, café, y el polen de las gerberas, inundaban la cabaña de la playa. Sienna tocaba el piano en la sala de estar, una melodía delicada y suave, que se mezclaba con el reventar de las olas en la lejanía. Yo amasaba una harina amarillenta que después se convertirían en empanadas de dulce de leche, cuando escuche la puerta de la entrada. Charlie y Adam entran empujándose el uno al otro para llegar primero a la barra de la cocina y depositar las bolsas de plástico que llevan en las manos.
—¡Gané! —gritó él.
—Claro que no, estás mintiendo. Tú si viste, ¿verdad Sienna?
Ella responde encogiéndose de hombros con la mirada sumida en la partitura sobre el piano.
—¡Papá! Adam hizo trampa —chilló.
—Venga, chicos, aún quedan bolsas en el coche. Además, la competencia no ha sido justa porque Charlie es más pequeña.
Charlie saca su lengua hacia Adam.
—Quizá si compitieras conmigo... —agrega con picardía.
Mi hijo sonríe con el fuego en la mirada y echa a correr antes de que Jean se dé cuenta y comience a seguirle el paso, alcanzándolo de dos zancadas.
—¡No es justo, eres más alto! —chilló Adam desde afuera.
Solté una carcajada al igual que Charlie al escuchar el veredicto de la carrera.
—Ven, linda. Ayúdame a hacer empanadas.
—¡Sí! —celebró emocionada.
Jean entra de nuevo con otro bulto de bolsas, pero antes de dirigirse a la cocina, se detiene a besar la coronilla de Sienna, quien sin dejar de tocar, le sonríe con complicidad.
—¿Cómo están mis chicas?
Llega a la cocina y Charlie se le cuelga de una pierna como un koala mientras se acerca a mí, me besa en los labios rápido y suave, y después se pasa a besar mi abultada barriga. Una barriga sorpresiva y milagrosa, resultado de una negligencia médica.
El doctor se escudó con el pretexto de que debido a la falta de comunicación entre nosotros, al mantener el secreto de Thiago, no había tenido la oportunidad de explicarnos adecuadamente las diferencias entre la ligadura de trompas y la cauterización de las mismas. Nos dijo que aunque la ligadura tenía una efectividad asegurada, mi caso no era el único en el que se había producido un embarazo después de esa cirugía.
Inicialmente, contemplamos la posibilidad de demandarlo. Después de todo, tener un bebé a los treinta y siete años no era una decisión sensata, aunque no había sido nuestra elección. Sin embargo, cuando descubrimos que se trataba de una niña sana y sin complicaciones, decidimos dejar el tema por la paz. La noticia nos llenó de ilusión y esperanza, un desvío que no vimos venir, pero el camino lucía precioso y luminoso.
—¿Cómo que chicas? —reniega Adam mientras deja las bolsas en la barra de la cocina.
—Ven acá —responde Jean mientras lo abraza por la nuca y despeina su melena castaña.
Adam se desprende de su agarre y apunta a mi barriga de manera amenazante.
—Todavía estás a tiempo de ser un chico, no me decepciones.
Jean y yo nos lanzamos una mirada cómplice y una carcajada reprimida conociendo como funciona la biología y las pocas probabilidades de que el bebé cambiara de sexo a un mes de nacer.
—¿Necesitas ayuda con algo, cariño? —pregunta.
—No, Charlie y yo ya estamos por terminar estas empanadas.
El timbre suena y todos volteamos de golpe.
—Parece que llegaron nuestros invitados —anuncia Jean.
Sienna se pone de pie y abre la puerta, dejando entrar a una agitada y enrojecida Beth, quien mientras avanza hacia el sofá se va retirando un grueso abrigo.
—¡Por qué nadie me dijo que aquí hace calor todo el bendito año!
—Yo te lo dije y me gritaste que no podías quitarte el abrigo porque arruinarían tu outfit completo —responde Steve mientras entra arrastrando con esfuerzo unas maletas—. Joder, Beth, ¿vas a quedarte a vivir aquí a caso?
—A la mierda el outfit —replica ella mientras avienta el abrigo al sofá.
Por detrás de ellos, Hedric ayuda a May sujetándola por la espalda para que pueda subir los escalones con su gigantesca barriga. Al lado de ella, la mía parece solo una aceituna.
—Caray —dice Jean—. ¿Ya de cuánto estás, May?
—Debería nacer en un par de semanas, pero pagaría lo que fuera porque me lo sacaran ya —se queja.
Hedric se acerca al oído de Jean para murmurarle.
—Dime que Helena también está todo el tiempo brava y no soy el único miserable aquí.
—Cuidado con tu respuesta —reñí mientras me dirigía de nuevo a la cocina después de saludar, escuchando la risa de Jean a mis espaldas.
—Tienen una linda casa, chicos —dice Steve.
—Gracias —respondo—. Qué gusto que nos visites esta navidad, esperemos sea la primera de muchas.
—Ya ves, después de que Beth rogara y rogara, por fin me animé a darle la oportunidad.
—¡Steven! —chilla Beth—. Cierra el pico o harás que me arrepienta.
Él cubre una carcajada traviesa con la mano.
Más tarde llega Queen, con su ahora esposo, y Anna con una charola de galletas, quienes ya tenían la costumbre desde hace años, de pasar las fiestas conmigo.
—¡Amiga! —chilla Anna—. ¡Estás radiante!
—Gracias, también tú.
—Lo digo en serio, Helena. Eres otra, en el buen sentido.
—Me siento otra —confieso.
Y es que si, me sentía cómo si hubiera despertado de una eterna pesadilla, como si hubiera dormido por años en la oscuridad y por fin abrí los ojos al sol, en mi hogar.
Nos sentamos todos juntos a cenar la comida que estuve preparando todo el día junto a Jean, que eran de las cosas que más disfrutamos, cocinar en conjunto en una rítmica danza de idas y venidas por las alacenas, a la nevera y a la estufa. Todo había quedado delicioso, y era evidente que todos la estaban disfrutando.
Ya se había hecho tarde, los chicos se habían ido a dormir y nos quedamos los adultos a beber y comer empanadas.
—Joder, Helena. No sé cómo pudiste aventarte dos veces más después de vivir este sufrimiento, yo después de esta cría voy a operarme. ¡No hay duda!
—No es por desalentar May, pero yo me hice la cirugía después de Adam.
—¿¡Qué!? Ah no, joder no. Me saco la matriz y la aviento a los perros de ser necesario, pero yo no paso este martirio de nuevo.
Todos soltamos una carcajada.
—¿Ya tienen pensado un nombre? —pregunta Queen con curiosidad.
Jean y yo nos regalamos una mirada cómplice y asentimos con la cabeza.
—Va a llamarse Lluvia —digo sin dejar de mirar a mi esposo.
Volteo a ver al resto al percatarme del silencio que nos envolvió, y veo sus caras horrorizadas.
—¿De dónde han sacado semejante idea? —pregunta Anna.
—¿Lluvia? —pregunta Beth acentuando el acento—. ¿Eso es español?
—Exactamente. Lluvia, dicho en español —explica Jean, quien me dirige una mirada inundada de orgullo.
Nuestra Lluvia, el comienzo de nuestra tormenta.
—¿Y ustedes? —pregunté intentando desviar el tema.
—Yao.
Respondió May sin más, no necesitaba. Inmediatamente, todos se pusieron serios de recordar a su hermano, quien murió hace tantos años, pero de las tragedias brotan margaritas, o mejor dicho, gerberas. Porque precisamente fue esa noche la misma en la que Jean y yo tuvimos nuestro primer acercamiento.
—Entiendo que la nena no fuera planeada, pero de eso a desgraciarle la vida hermano... —dice Steve cortando el ambiente denso que se había formado.
—No fue planeada porque no sabíamos que podíamos, pero yo podría tener diez hijos con Helena —dice Jean sonriéndome.
Abro los ojos como platos solo de imaginar esa fantasía.
—Dijiste cuatro hijos, y aquí viene la cuarta —reclamé soltando un bufido—. Este se cree que tiene veinte años.
Todos ríen, pero él me responde besando mi frente.
—¡Quiero proponer un brindis! —celebra Steve levantando su copa.
—¿Por Lluvia? —pregunta Queen.
—Por ella y por los que vengan, que aún faltan los nuestros querida —responde guiñando un ojo a Beth y ella se horroriza.
Hedric levanta su copa y los demás le imitan.
—Por los amigos.
—Por los que están aquí —dice Beth.
—Y por lo que se quedaron en el camino —añado.
—Por la primera navidad de muchas que vendrán —continúa May.
—Hasta que perdamos el color de nuestros cabellos —finaliza Jean.
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