Capítulo 5


1991

Jean


Me confundió con Hedric.

Y por lo que había escuchado, la familia de mi amigo era popular entre los músicos. Pensé que, probablemente ella venía con la idea, quizá incluso con emoción, de encontrarse con él aquí.

—Am... No. Él es Hedric... Yo soy Jean.

Noté que se ruborizó apenada y desvió la mirada hacia la mesa. Me provocó ternura y no pude tratar de hacerla sentir cómoda e ignorar que su confusión me llenó de un sentimiento raro, resentido.

—Él es mi compañero de cuarto, de seguro por eso la confusión.

La maestra entró para reñirnos y ordenó que nos sentáramos en orden de violines, decidí ignorarla para poder conversar un poco más con Helena. Porque estar con ella fue justo como lo imaginé... Fácil.

Era una niña de carácter noble y muy simpática, gesticulaba mucho con el rostro y sonreía todo el tiempo, haciéndome reír un par de veces por el simple contagio de su carisma al hablar.

Nuestra conversación se interrumpió por una discusión al frente del salón. El mismo par de tontas que habían intentado impresionarnos con un chisme barato esa misma mañana. Pendiente de la discusión tan desagradable y fuera de lugar, no percibí el momento en que Helena decidió involucrarse:

—Tal vez si estudiaras más en lugar de estar cotilleando hubieras quedado en primero... —dijo con tal calma y su vista perdida en la mesa, como si estuviera dando la lista de las compras en lugar de un insulto.

Quedé totalmente anonadado. No esperaba esa respuesta para nada, al igual que el resto del aula, que se inundaba de un silencio inquietante en la habitación. Podíamos escuchar las manecillas del reloj que estaba clavado por encima de la pizarra, que parecían ir cada vez más lento, más ensordecedor.

Vi como Helena alzó la cara para encontrarse con la mirada de todos, su rostro se desencajó y noté como la preocupación se apoderó de ella, haciéndose cada vez más pequeña en su butaca, temerosa. Parecía como si hubiera sido alguien más la que dijo aquellas palabras, o como si su boca se manejara por sí sola del resto de su cuerpo.

La maestra llegó y con su regaño, rompió la tensión del aula. Rápidamente, nos acomodamos en los lugares que había indicado y nos quedamos quietos y en silencio como resultado de la riña. Repetí en mi cabeza la frase de Helena y tuve que ahogar una carcajada.

La clase terminó y comencé a guardar mis cosas para ir a la siguiente. Aproveché que la maestra y Hedric salieron a toda prisa del salón para hacer un comentario al respecto y reconocer su valor.

—Eso fue muy valiente —dije en tono amigable y un poco orgulloso.

La chica de ojos saltones y su amiga vieron a Helena de pies a cabeza de una manera tan pretenciosa que no me agradó para nada.

—Sí... Fue muy valiente —dijo Angie de manera sarcástica, y salieron del salón.

Cada vez me caía peor esa chica.

—Me siento todo menos valiente —dijo Helena.

—¡Porque no lo eres! Eso más bien fue estúpido —reprochó su amiga, confirmando lo que sospechaba... Que Helena no había planeado exactamente lo que había sucedido.

Y aún así, la admiré por ello. Porque sólo alguien sin temores ni ataduras, anda por ahí sin cuidar lo que dice su lengua.

Fui a la siguiente clase, donde el director Thomas decidió dejarnos las horas libres. Steve, Hedric y yo decidimos ir a jugar soccer un rato con otros chicos de nuestro salón, quienes nos invitaron a un juego más tarde, ya que los maestros estuvieran dormidos. Cosa que a mi me sonaba a problemas, pero mis amigos insistieron en que sería divertido. Y bueno, ¿qué sabía yo de juegos y tendencias entre los chicos de mi edad?

Al llegar la hora de la cena, nos encaminamos a la cafetería los tres juntos.

—¿Tiene agallas la "niñata", eh? —dije bromista.

Hedric ignoró mi comentario.

—¿Qué niñata? —preguntó Steve con curiosidad.

Lo puse en contexto de camino, y por inercia, me dirigí a la mesa donde siempre nos sentábamos, pero me detuve al momento que vi a mi compañero desviarse. Steve y yo lo observamos confundidos, y entendimos que se dirigía a la mesa de Helena y sus amigos.

Nos volteamos a ver extrañados, él se encogió de hombros y lo seguimos sin cuestionarnos. Nuestro amigo se sentó con su charola de comida a lado de Beth. Steve y yo, uno frente al otro, en los últimos dos lugares disponibles.

—¿Qué haces aquí Hedric? —cuestionó Beth con desprecio.

Esperaba que mi amigo contestara, ya que tenía la misma duda, pero estaba completamente seguro de que esa respuesta no llegaría.

Todos los presentes en la mesa guardaron silencio y nos vieron atentos, yo me revolví en mi asiento incómodo.

—Bueno... —dijo el chico rubio de gafas, rompiendo el silencio—. Yo sería un gato.

—¿Un gato? — reprochó Helena.

—Sí... pero uno de casa, para pasar dormido todo el día. Ni siquiera se molestan en moverle la cola al dueño.

Steve y yo nos vimos confundidos ante la plática. Hedric solo comía en silencio, sin siquiera levantar la mirada.

—Estamos hablando de qué animal nos gustaría ser —explicó ella.

—Helena dijo que sería un caballo, pero claramente no sabe todo el trabajo que le esperaría si lo fuera —dijo en tono burlón el chico de gafas.

—A nadie le gustan los gatos, Alek.

—¡A mí sí! —respondieron en conjunto May y Alek.

—Pues no seríamos amigos en el reino animal —expresó Helena y Alek reía ante su berrinche.

—¿Tu qué animal serías Hedric? —preguntó May.

Mi compañero se encogió de hombros sin dar una respuesta y le dió una mordida al sándwich sin levantar la mirada. Ella torció la boca en desaprobación.

—¿Y ustedes? —nos cuestionó Helena.

—Yo un conejo —aventajó Steve con simpatía.

Yo lo pensé unos segundos.

—Me gustan los zorros.

—Jean te cazaría —dijo Beth a Steve.

—Si caza como juega al soccer, estoy completamente a salvo.

Todos reímos, incluso Hedric.

Y esa, fue sin duda, la mejor cena que había tenido en la vida. No podía recordar la última vez que comí estando acompañado de tanta gente, y mucho menos conversando y riendo tanto. La plática fue de puras boberías, pero exactamente por eso fue tan divertida y relajante. Me sentía como en familia, aunque no tuviera una noción clara de cómo debería ser eso, pero estaba seguro, de que se le asemejaba mucho esto.

Nos fuimos a dar una ducha y ponernos el pijama para pasar al área común a la bienvenida secreta. Steve me explicó que eso lo habían hecho los de la orquesta mayor la noche anterior, por lo que nuestros compañeros más grandes decidieron imitarlos.

Al llegar, vimos a varios chicos repartidos por todo el salón. Algunos jugaban futbolito, otros al billar, y otros solo parloteaban entre ellos. Ya que todas las mesas de juego divertidas estaban ocupadas, nos fuimos a sentar a la sala principal, donde estaba el televisor.

No pasó mucho tiempo cuando Helena y sus amigas aparecieron en el salón. Helena llevaba una pijama gruesa de lana y figurillas de cachorros, era un conjunto mono e infantil, comparada con sus compañeras que llevaban atuendos mucho más sobrios.

—Bonita pijama —dijo Steve burlón, quien solo llevaba unos pantalones percudidos y una playera interior blanca.

—Ojalá pudiera decir lo mismo —replicó, adornando su respuesta sacándole la lengua.

En eso, un chico de rasgos afroamericanos, extremadamente alto y de cuerpo ejercitado, que notablemente era de los más grandes de la orquesta menor, se paró sobre la mesa de centro del área de televisión, silbando para llamar la atención de todos.

—¡Venga chicos! Acérquense —ordenó con una enorme, blanca y simétrica sonrisa.

Nosotros ya habíamos tomado lugar en la sala, pero el resto de chicos se acomodaron en los sillones y algunos en el suelo sobre colchonetas, formando un círculo entre todos.

—Muy bien... vino la mayoría —dijo el chico orgulloso—. Soy Albert pero pueden decirme Alby, soy el principal de cello y vengo de Carcasona, un pequeño pueblo en Francia. Y como prometimos, esta será una dinámica para conocernos todos. Y para eso, nos va a ayudar esta preciosa.

El chico sacó una botella de cristal vacía y la enseñó con orgullo a todos. Algunos chicos aplaudieron, otros se rieron, y vi a varias niñas taparse la boca entre risas con timidez.

—Oh no, eso sí que no —dijo Malika molesta—. Yo me voy a dormir.

—¿Qué? ¿Por qué? — preguntó Helena confundida.

Malika no le respondió, y simplemente se giró para irse a paso apresurado. Helena vio a su amiga de ojos rasgados con duda y esta sólo se encogió de hombros.

—Pónganse todos de pie —ordenó Alby—. Los chicos de este lado y las chicas de este otro. Al que le toque la parte trasera de la botella debe decir su nombre, apodo si lo tiene, instrumento y lugar de origen. Después continúa el que le tocó el frente de la botella. Y después... —soltó una risita traviesa—. Bueno, ya saben qué sigue después, ¿quién quiere empezar?

Todos fingieron estar volteando a otro lado para evitar ser elegidos.

—Bien, que elija la botella entonces.

Alby puso la botella en el suelo y la giró con gracia. Después de varias vueltas, la parte frontal se detuvo frente a Helena. Sentí un cosquilleo recorrer mi cuerpo que me hizo sonreír.

Steve me había explicado previamente la dinámica completa del juego, y en cuanto supe que habría besos de por medio, pensé que no había mejor manera de vivirlo por primera vez que con tu primera amiga.

Así que ahí estaba, sobre mis rodillas temblorosas e ilusionadas, esperando por que se cumpliera mi deseo.

Le sonreí con timidez, a lo que ella me respondió con una mucho más segura y eufórica.

De reojo, divisé que Hedric se paró de su lugar y se retiró del salón.

—Venga hermano... Dinos.

Dije la información que me correspondía, seguida por Helena. Alby me arqueó una ceja, y entonces supe que seguía el siguiente paso. Me acerqué a Helena, me puse en cuclillas y tallé mis palmas en los muslos, que me sudaban nerviosas.

Ella se quedó en su lugar y miró confundida a Alby, y después su mirada fue hacia mí.

—Venga niña... —apuró Alby.

La cara de confusión de Helena comenzaba a ponerme nervioso. Pero aún con su expresión indecisa, se acercó más al centro e imitó mi pose. Apreté mis puños que reposaban en los muslos, cerré mis ojos y me acerqué a ella.

—¡Qué haces! —exclamó Helena.

Abrí los ojos de golpe en reacción y vi su cara de espanto con su cuerpo hacia atrás, tratando de alejarse del lugar.

—¿Qué pasa, Helenita? —preguntó Alby.

—Es que no entiendo... Pensé que explicarías el tercer paso.

Alby la observó extrañado, sin entender qué pasaba, sus ojos iban de un lado a otro pensando. Enseguida comprendió la situación y partió a reír uniéndose a él, el resto de chicos, envolviendo el salón en carcajadas.

Vi como Helena se ruborizaba y parecía sentirse incómoda, haciéndome sentir molesto con ellos por causarle ese sentimiento que amargaba su mirada.

Alby se calmó un poco y con una sonrisa contenida, aclaró:

—Tienes que darle un beso, nena —explicó con un tono ridículo que se usaría para explicarle a un infante.

—¿¡Qué!? ¡No! Yo no quiero jugar —respondió tajante y se puso de pie.

Algunos chicos del lugar comenzaron a abuchearle.

—Ah no, niñata... —dijo tomando a Helena del brazo—. Ya empezaste a jugar, ahora terminas la ronda.

—Déjala Alby —exclamé demandante—. Ella no sabía de qué se trataba.

—Aww... ¿Eres la bebita del Royal? —burló haciendo un puchero a Helena.

Vi su rostro ruborizarse a tal grado que parecía un tomate, y me pareció ver, que incluso los ojos se le pusieron acuosos. Se libró del agarre de Alby de un fuerte tirón y salió corriendo. Fui acelerado tras ella, porque sentía una desesperante necesidad por saber si estaba bien... Y también saber otras respuestas.

—¡Helena! —grité, pero me ignoró.

Llegamos al salón de estudio y siguió a corriendo por las escaleras a pesar de mis múltiples llamados.

—¡Helena, por favor! —dije tratando de recuperar el aliento—. Sabes que no podré seguirte allá arriba... Solo quiero saber si estás bien.

—Estoy bien Jean... Gracias —contestó con brusquedad, sin dirigirme la mirada.

—No tienes de qué avergonzarte... Esos chicos son unos idiotas. Se creen todos unos adultos pero son unos niñatos berrinchudos.

—No estoy avergonzada... —dijo a la defensiva.

Ambos nos quedamos en un silencio que pareció durar horas. Aproveché que ella no se movió de su lugar, y subí por las escaleras lentamente hasta quedar a tan solo un escalón de distancia.

—¿E-e...? —quise preguntar pero las palabras no salieron de mi boca.

Volteó de reojo, y pude notar que seguía colorada del rostro, que había caminos húmedos en sus mejillas. Sentí pena, y un impulso asfixiante por limpiarle el agua salada con mi pulgar. Mi mano se movió impulsivamente hacia su rostro, pero me detuve en el aire al ser consciente de lo que iba a hacer. Derrotado la bajé y la coloqué en el barandal, a unos pocos milímetros de la suya.

—¿E-Es... verdad que no conocías el juego? O... ¿Es que no...? —desvié la mirada—. ¿Es que no te agrado?

Me sentí un completo idiota en el momento que escuché la pregunta salir de mi boca. Me giré para verla, y ella desvió el rostro de un sobresalto. Moví mi meñique para rozar el suyo, pero una descarga eléctrica surgió de nuestro tacto y nos hizo dar un respingo a ambos. Quitó su mano en reacción y la sacudió adolorida por el chispazo.

—Me agradas, Jean... pero... sólo tengo diez años. Claro que no he dado mi primer beso, y claro que no quiero que sea por un estúpido juego.

—Yo tampoco he dado mi primer beso. Pero... creí que si iba a darlo, sería mejor si fuera con una amiga en lugar de con una desconocida.

—Bueno... pensamos diferente —respondió tajante—. Yo quiero que mi primer beso sea por amor, que surja de manera natural, y no por marcar una experiencia en mi lista de vida. Buenas noches, Jean —dijo decidida, y comenzó a subir los últimos escalones que le quedaban para llegar a la segunda planta.

—¿Estás enojada conmigo? —añadí de prisa antes de que se perdiera por el pasillo.

—No... Claro que no. Te veré mañana en el desayuno —dijo con una tierna y sonrojada sonrisa.

Ya la había visto sonreír antes, pero de pronto me pareció mucho más luminosa, mucho más reveladora. Un cosquilleo me recorrió los labios y los lamí ansioso.

Llegué a mi habitación y Hedric aún estaba despierto. Estaba recostado sobre su cama mal tendida, arrojando una y otra vez una pelota de tela al techo. Lo ignoré por consecuencia de ir metido en mis pensamientos, y en esa sonrisa. Me tiré en mi cama viendo hacia el techo con una sonrisa tan ancha, que me dolían las mejillas.

—¿Cómo te fue? —preguntó sin dejar de arrojar su pelota, una seguida de otra.

—Bueno... —carraspeé encogiéndome de hombros—. Helena no conocía el juego. En cuanto supo de qué se trataba, huyó del lugar.

Hedric dejó de lanzar la pelota y comenzó reírse.

—¿Qué? —pregunté.

—¿Te ha dejado con la trompa parada? —soltó una carcajada y yo también.

Le aventé una almohada y reímos todavía más. Después de unos segundos, las risas pararon y nos quedamos en silencio de nuevo. Su semblante volvió a la tensión en la que se encontraba la mayor parte del tiempo.

—¿Te gusta? —preguntó con seriedad y la vista perdida en el suelo.

—¿Mm? —pregunté sin comprender a lo que se refería.

—¿Qué si te gusta Helena?

Me extrañó la pregunta, pero lo pensé por unos segundos y la verdad era que nunca me había gustado nadie. Nunca había convivido con tantos chicos de mi edad, y sólo tenía doce años, tampoco era como que tuviéramos años de experiencia en el tema.

—Solo tenemos dos días aquí, Hedric... Supongo que es pronto para saberlo.

Él apagó la luz y, sin decir nada más, nos fuimos a dormir.

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