Capítulo 49
2012
Jean
Julieta llevaba meses yendo a terapia, se le veía más despierta, más vívida, más soñadora, y también más alejada. Su silencio me estaba enloqueciendo, me sentía un extraño en mi propia casa, me sentía impotente. "Dale tiempo", me había dicho Luke. Pero el tiempo era lo único que le había dado y ya era hora de empezar a recibir algo a cambio o iba a explotar en cualquier momento.
La vi entrar distraída en su móvil sin percatarse de que me encontraba sentado en la sala. Carraspeé la garganta y ella dio un salto de sorpresa.
—¿Qué tal te ha ido? —pregunto con cotidianidad.
—Bien —responde tajante e incómoda mientras intenta adentrarse en la casa.
—Julieta —digo apresurado poniéndome de pie—. Tenemos que hablar.
Veo que se encoge de hombros mientras me da la espalda.
—¿Sí?
—De frente, si se puede.
Se gira lentamente con la mirada baja.
—Julieta... La situación me está superando, ha pasado más de un año que...
—Necesito tiempo.
—¿Tiempo para qué? Discúlpame que te lo diga, pero no puedo evitar sentirme rechazado por ti. Ha pasado más de un año del nacimiento de nuestra hija, ¡Y tú y yo no hemos tenido ni una sola conversación desde entonces!
Ella se estremece.
—Para saber qué hacer.
Tardo unos segundo en entender que su respuesta va dirigida a mi primera pregunta. ¿Tiempo para qué?
—¿Hacer? ¿Qué quieres decir con eso?
—No sé si quiero seguir con esto, Jean.
—¿Seguir? ¡De qué estás hablando, joder! ¡Te he dado espacio por más de un año esperando a que regreses! ¿Y ahora me dices que no quieres seguir?
Julieta frunce el ceño con aparente molestia.
—Fue muy duro darme espacio mientras te la pasabas babeando al celular, ¿no? —dice sin levantar la mirada.
—¿Babeando? Joder Julieta, ayúdame por favor. ¡No sé de qué coño hablas!
—El nombre de Helena Franco, ¿te suena?
La respiración se me corta de golpe al escuchar su nombre. ¿Cómo? Alzo ambas cejas, siguiendo en mi cabeza todos los caminos explicativos, los cuales dirigen a un solo lugar: Luke.
—Lo que sea que haya dicho Luke...
—Nada, él no me ha dicho nada. Sólo ha respondido.
—¿Y eso qué significa?
—No tiene la culpa de que no tuvieras el cuidado suficiente. Te vi viendo sus fotos. Tantas veces que no podría contarlas. Temía preguntar, no quería, tampoco necesitaba, porque tu cara... —deja la frase al aire, como si fuera incapaz de continuar—. Pero entonces, un día te quedaste dormido con el móvil desbloqueado, y sé que te debo una disculpa por eso, pero...
—Julieta —digo avergonzado—. No es lo que piensas, solo somos amigos.
—No sigas, por favor. Sé que no me fuiste infiel, al menos no físicamente, pero no sé si eso sea mejor o peor.
Se pasó una mano por el cabello completamente incómoda, colorada del rostro, a punto de explotar.
—Leí tus conversaciones con ella —dijo en un tono tan sombrío que me erizó la piel—. Conversaciones viejas, muy viejas.
Trago saliva con dificultad.
—¿Qué tan viejas?
—Lo suficiente como para leer el día que te enteraste que iba a casarse.
Cerré los ojos de golpe, como si con eso, lograra escapar de la situación tan turbia que acababa de desenvolverse. Porque en cuanto lo dijo, lo supe. Había reproducido tantas veces en mi cabeza aquella conversación, que la sabía de memoria.
"Ella no es tú, Helena." Había escrito, "No lo es y nunca lo será."
Grandísimo pendejo.
—Cuando Luke vino a hablar conmigo, lo confesé —continúa hablando en un hilo—. Le dije que me sentía sola. Que después de ver como... Como la veías, a pesar de ser una estúpida pantalla. Que me vieras era un recordatorio de un sentimiento que nunca voy a ver dirigido a mí.
—Julieta... ¿Por qué no lo hablaste conmigo? Soy tu esposo, tu compañero. ¡Eso fue hace demasiados años!
Ella responde con una sonrisa amarga.
—Así hayan pasado cien años, Jean. Sigo sin ser ella.
Nos quedamos envueltos en un silencio incómodo, sin ser capaces de vernos directamente a los ojos, con la amargura del ambiente empapándonos la piel.
—¿Me amas? —preguntó con la mirada perdida.
—¡Claro! —respondo seguro.
—¿Más que a ella?
Abro los ojos como dos lunas, respiro agitado, divago en mi mente de un lugar a otro, acomodándolo todo. Tengo que responder que sí, que sí la amo más. ¿Por qué no respondo? Tengo que responder, ¿por qué mi puñetera lengua no reacciona? Siento la mandíbula tan tensa que me es imposible abrirla.
Suelta un largo suspiro pesado.
—A nosotros solo nos une un papel. Un absurdo, aburrido, y burocrático papel. Pero ella...
—No es así. El amor es moldeable, Julieta. Nunca es igual, cada vez es diferente y especial.
—Eso es lo mismo que decir que ninguno lo es. Además, sigues sin responderme.
Me quedo pasmado, como un estúpido. Como si el hecho de mentir en eso fuera a estropear los recuerdos tan sagrados que tengo de Helena. Como si ella estuviera aquí, de pie junto a Julieta, con los brazos cruzados y su mirada atravesándome el pecho, esperando escuchar mi respuesta.
O quizá simplemente no quería mentir. Quizá me negaba a reconocer lo que llevaba tiempo cuestionándome, de admitirme que esta era la manera más fácil de empujar a mi esposa a hacer aquello de lo que yo jamás tendría los cojones para hacerlo. Dejarnos.
Las tenía a las dos enfrente, una realidad y una ilusión. ¿Pero cuál era cuál?
Si Helena era una tormenta, Julieta era un arcoíris. Una serie de colores vibrantes y bellos en el cielo humedecido, aquello que todos buscan después del aguacero, pero que al final del día, es solo eso, una ilusión. La ilusión de los colores, la ilusión de la mejora, del tesoro en el final del camino. ¿Y a quién no le gusta soñar? A cualquiera. Pero una tormenta es real, te golpea con su granizo, vuela todo con sus vientos, te demuestra la fuerza de la naturaleza de una forma palpable, verdadera. Era bueno soñar, pero de sueños no se vive, se vive de golpes.
Julieta niega lentamente con la cabeza, me da la espalda y se marcha a la habitación donde hace meses que ya no compartimos, azota la puerta y escucho el crujir del metal de la cerradura al ponerle llave.
A la mañana siguiente, me desperté sintiendo el ambiente más ligero, más vacío. Me levanté para inspeccionar y solo confirmé mi presentimiento. Julieta se había ido.
Había empacado todas sus cosas y se las había llevado. Un sentimiento feroz, amargo y extenuado comenzó a ahogarme por dentro. Corrí acelerado a la habitación contraria, reprimí con la mano un grito de alegría al percatarme de qué Charlie seguía aquí, durmiendo tranquila, sin enterarse de nada.
Ser padre soltero no es tarea fácil, pero dado que desde que mi hija nació yo he sido el único a su cuidado, imaginar otro modo de vida lo encontraba desgarradoramente imposible. Charlie y yo éramos uno mismo, e imaginar mis días sin ella era suficiente para desquiciarme. Si Julieta hubiese cambiado la pregunta entre Helena y mi hija, la respuesta hubiera salido disparada de mi boca sin pensarlo. Estaba seguro de que ella lo sabía, y por eso hizo lo que hizo.
— — — —
—Luke le contó todo.
—¡Pero qué cabrón! —exclamó Donovan—. No tenía ningún derecho de entrometerse así.
—Supongo que al dejarlo ayudar a Julieta venían incluidas sus imprudencias.
—No quiero culparte, hombre, pero yo sí que me lo suponía.
Sonrío con amargura.
—Supongo que tampoco tiene la culpa, después de todo, no contó ninguna mentira.
Donovan me fulmina con la mirada.
—Es increíble que Helena siga jodiéndote la vida sin siquiera parpadear.
—Ella no me ha jodido nada, me la he jodido yo solo.
—No puedo negártelo.
Le doy un sorbo al café con cuidado por el hervor que emana de él.
—¿Y qué piensas hacer?
—Voy a comprar otra casa.
—¿Qué tiene de malo en la que vives?
—Voy a dejársela a Julieta.
Enarca una ceja estupefacto.
—Ha sido lo suficientemente valiente para dejarme a Charlie. Ella sabía que iba a partirme en pedazos si se la llevaba. Es lo menos que puedo hacer.
Se encoge de hombros.
—Eres un buen hombre. Un poco bruto, pero bueno.
Y así fue. Nuestro divorcio se llevó a cabo más pronto de lo que imaginé, ya que Julieta estaba en toda la disposición de deshacerse de mí lo más rápido que fuera posible. Yo compré una casa a las afueras de la ciudad, junto al bosque, lo suficientemente grande para Charlie y para mí.
— — — —
2017
Los siguientes años me dediqué a adaptar nuestro hogar para mi hija, la llené de juguetes y actividades recreativas para ella, construí una piscina, una casita de madera en un árbol, la cual primero intenté hacerla yo y después de días sin lograr un avance real, opté por contratar a un profesional. No quería que Charlie cayera en su primera subida.
Creamos una relación única entre nosotros. Al recogerla de la escuela nos íbamos a comer, un día elegía ella la comida, y yo el postre, y al día siguiente, intercambiábamos. Los viernes íbamos al cine, los sábados al parque, y los domingos nos quedamos en casa, a hacer galletas, ver películas, o juegos de mesa. Éramos ella y yo contra el mundo.
Tomé un poco de glaseado de galleta y se la unto en la nariz. Ella soltó una melodiosa carcajada y yo le devolví la sonrisa. Se había convertido en una niña preciosa, y qué puedo decir, es idéntica a mí. El cabello ondulado color chocolate, y su piel clara naranjosa como si acabara de asolearse. Los ojos grandes, vivaces, enmarcados por unas cejas pobladas, y su sonrisa larga y ligeramente torcida. La adoraba, era mi felicidad y mis tristezas, y aun así, sentía que algo nos faltaba. A ambos.
—Papá... —preguntó mientras cortaba unas galletas de la masa extendida.
—Sí, nena.
—¿Algún día tendré hermanos?
Tosí ahogándome con mi propia saliva.
—¿Por qué lo preguntas?
—Todos mis compañeros en la escuela tienen hermanos, yo soy la única que no.
Sonrío con amargura. Yo ya tenía treinta y siete años, encontrar una pareja estando todo el tiempo con mi hija, era tarea difícil, sumado a que el reloj biológico no dejaba de avanzar, lo veía cada vez más lejano. Y que además, yo estaba jodido hasta la médula. Enganchado al recuerdo de su nombre, que aparecía en cada sueño, estuviera dormido o despierto.
¿Quién coño puede avanzar si vive perseguido por el fantasma de su amada cada maldito día de su vida?
Resoplé negando con la cabeza, ahuyentando ese recuerdo que me tenía el pecho anclado al pasado.
—Si pudieras elegir, ¿Cuántos hermanos quisieras?
Charlie se llevó una mano a la mandíbula y alzó la vista pensando.
—Dos —dijo muy segura—. Una hermana y un hermano.
—Sería difícil cuidar a dos pequeños.
Ella frunce el ceño.
—Quiero que el hermano sea grande.
Suelto una carcajada.
—Nena, eso no se podría, dado que tú ya naciste, si alguna vez llegara a suceder, serían menores.
Hace una mueca de disgusto.
—¿Qué tan menores?
—Bebés, Charlie.
—¿Bebés? —dice disgustada—. Uy no, ni siquiera podría jugar con ellos.
—Quizás no de inmediato, pero con los años si podrías hacerlo.
Enarca las cejas sin estar muy convencida de mis palabras.
—Así funciona la vida, linda.
Y qué equivocado estaba, porque como chiste sátiro de la vida, una llamada resonó en el teléfono de la casa.
—¡Yo voy! —adelantó Charlie.
Escuché como levantó el aparato y respondió a la persona del otro lado.
—¿Quién es, Charlie?
—¿Cómo dice? Steven Harris, papá. ¿Su compañero de qué? —preguntó al teléfono.
Doy un salto de sorpresa e inmediatamente me limpio las manos en el pantalón para tomar el teléfono de un arrebato.
—¿Steve? —pregunto sin creérmelo.
—¡Hermano!
—¡Steve! —reviento—. ¡Qué sorpresa! ¿Qué tal? ¿Cómo has estado?
—Nada, nada, ya sabes, cosas de adultos, trabajo, dolor de espalda y esas cosas.
Me río.
—Ya, claro. ¡Qué gusto saber de ti!
—¡Lo sé hermano! Ojalá fuera en otras circunstancias —dice con cierto pesar.
—¿Por qué? ¿Pasa algo? —pregunto preocupado.
—Así es, disculpa no haber llamado antes, ya sabes, para ponernos al día y eso. Pero te llamo porque el director Thomas falleció anoche.
—¡No! Pobre hombre.
—Así es hermano, ya estaba mayor, y de lo malo, lo bueno. No sufrió.
—Qué descanse en paz —agrego.
—Así es. Te llamo porque van a celebrar un homenaje en su nombre, y nos están reuniendo a toda la primera generación del Royal. Judith me contactó a mí, ya sabes, porque trabajo para ellos, y me pidió de favor contactar a cuantos pudiera.
—Wow, vaya... Un homenaje. ¿En Londres?
—Así es, será en el teatro de la escuela. No necesito darte indicaciones para eso, ¿cierto?
—No, no, pero... Caray, no sé.
—Venga, hermano. Serán solo un par de días, ¿no quieres ver a todos tus excompañeros?
Mi respiración se vuelve pesada, densa. Un golpeteo sordo, grave, lejano, y familiar, muy familiar, comienza a retumbar en el pecho. Una pregunta danza en mi lengua generando un incómodo cosquilleo. Y como si fuera capaz de escuchar mis pensamientos, Steve agrega.
—Helena ya ha confirmado.
Aprieto los ojos con fuerza al igual que los puños.
Helena.
—¿Papá? —pregunta Charlie con preocupación por mi expresión.
Volteo a verla intentando mantener la compostura, asiento indicando que puede hablar o preguntar lo que sea.
—¿Qué pasa? —pregunta.
—Nada, preciosa... Parece que vamos de vacaciones a Londres.
Charlie comienza a dar saltitos de emoción al son del chillido de celebración que lanza Steve al teléfono.
Y yo, me sujeto fuerte a la mesilla porque a duras penas me puedo mantener de pie.
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