Capítulo 47




2010

Helena


—Lo mejor será que tú también pidas la orden de restricción, Yasser —indicó el abogado.

—Ya lo había pensado. De hecho...

Se giró para rebuscar en su maletín y sacó un conjunto de documentos.

—Ya había hecho la denuncia desde hace mucho, aquí tengo fotos de los golpes, la cuenta del hospital, y los daños posteriores.

—¡Excelente! No esperaba que tardara tanto el juicio... Que era un militar hubiera sido importante mencionarlo —dijo riñendo a Yasser con la mirada—.  Pero esto será de gran ayuda para dejarlo mal parado. Ni el gobierno podrá ocultar tanta mierda que carga ese tío.

Yasser me sonrió con complicidad al mismo tiempo que posaba su mano sobre mi rodilla dando un ligero apretón reconfortante.

El juicio con Thiago no fue tan sencillo como esperábamos. El hecho de que trabajara en el ejército, o mejor dicho, para el gobierno, le daba la facilidad de que se pusieran de su lado. Hasta ahora lo más que habíamos logrado era una orden de restricción hacia mí y mi casa, todo gracias a que su amenaza de muerte había quedado grabada en video. Y aunque sabíamos que lo más seguro era que lograra quitarme la casa, nada podía importarme menos que un jodido edificio con amargos recuerdos en cada rincón.

Todos los meses del juicio mis amigos no me desampararon. Anna dormía todos los días en mi casa, haciéndome compañía, temiendo que el desquiciado de mi marido apareciera una noche a jodernos. Y Yasser, además de ser la cabeza del juicio, nos sorprendía con visitas inesperadas, caramelos para los niños, e invitaciones a parques o salidas para despejar la mente de la situación tan complicada en la que estábamos.

Y aunque todo pintó bien por un tiempo, esperar que la vida te trate bien por tus buenas acciones es un error comúnmente cometido por las personas. La vida no está atenta de lo que cada uno de nosotros necesita o merece. La vida a veces puede ser muy hija de puta, quitarle al jodido, y premiar al maldito. Como premió al cabrón de mi aún marido, librándolo de un castigo que merecía, y una responsabilidad que también le correspondía.

El ejército le prometió el perdón a Thiago por todas sus denuncias a cambio de cumplir una estúpida misión en Irak. Sólo iría dos jodidos meses, y ya está. Como si nada hubiera pasado, podría volver a seguir haciendo mi vida miserable.

El juez había justificado su amenaza de muerte como una reacción normal al enterarse que el niño no era suyo. Y aunque Yasser esclareció todo, de todas maneras solicitaron una prueba de paternidad. Si bien al principio me pareció un fastidio, ver la cara de idiota que puso durante el juicio al ver el resultado, fue un buen premio de consolación. Como si de verdad hubiera sido necesario. Porque aunque Adam cada día que crecía se parecía más a mí, la forma de sus labios rellenos era un sello indiscutiblemente Santos.

Thiago partió a Irak en un avión del ejército estadounidense una mañana de abril del 2010. Una despedida a la que tuve que acudir por mandato del juez debido a que legalmente seguíamos casados, y debía permitir que se despidiera de sus hijos. Sienna ya tenía cuatro años, por lo que ya comprendía lo que una despedida significaba. Lloró mares, lo estrujó con fuerza y le obsequió un dibujo que había hecho anoche durante la cena de los cuatro. Como una familia, una mentira.

Y fue en la madrugada del cuatro de julio cuando recibí la llamada que lo cambió todo.

Cada noche dejaba mi móvil en silencio, excepto aquella en que esperaba a mi madre, que venía a visitar a mi hija por su quinto cumpleaños y aterrizaba a las tres de la mañana. Fue una casualidad cruel que esa misma noche recibiera la llamada del sargento a cargo de la tropa de Thiago, quienes habían sufrido un atentado en la ciudad de Baquba. En el bombardeo murieron treinta y tres personas, incluyendo a Thiago Santos. Me quedé helada mientras escuchaba la voz rasposa del hombre a través del teléfono mientras me daba el pésame y explicaba lo buen hombre y soldado que era Thiago, y explicaba tecnicismos del proceso funerario para un soldado.

De repente, sentí una extraña sensación de ligereza en mi pecho, como si una carga que había llevado durante años se hubiera levantado. Me di cuenta de que mis músculos se relajaban, estaban tensos y doloridos por cargar un estrés de años atrás. Por primera vez en mucho tiempo, respiré con facilidad y noté un extraño estiramiento en mis mejillas. Estaba sonriendo, sonriendo.

Pero la alegría que sentía era incómoda. Thiago estaba muerto. Y con su muerte, había terminado mi guerra. Me cubrí la boca con la mano para contener una carcajada eufórica que amenazaba con escaparse.

Unos pasos lentos y abatidos me hicieron girar la cabeza. Anna estaba parada en el pasillo, envuelta en su bata, con el cabello hecho una maraña y los ojos adormilados.

—¿Ya ha llegado tu madre?

Yo estaba sonriente, por primera vez en mucho tiempo me sentía feliz, plena, liberada.

—Anna... ¡Thiago está muerto!

Abrió los ojos de golpe y se abrazó a sí misma con fuerza.

—¡Joder! —dijo espantada— ¿pero cómo puede ser?

La consternación en su rostro trajo culpa a mi conciencia. De pronto me sentía una arpía, ¿cómo podía estar feliz? Joder, ¿en qué momento me había convertido en esta persona tan frívola y asquerosa?

—Am... Y-Yo...

—Joder, pobre —lamentó ella.

Me apresuré a vestirme para salir de prisa hacia el lugar que me habían indicado por teléfono para realizar toda la burocracia que una muerte conlleva.

Me encontraba esperando en una sala vieja con sillas gastadas y despintadas de un color azul orfanato, opaco y tristón. El lugar apestaba a alcohol, a tristeza y a muerte. Mordisqueaba mis uñas nerviosa, vigilada, culpable. Sentía que todo el mundo me observaba. "Es una de las viudas", escuché decir a una persona. «Una de las viudas», o sea que había más.

Rebusqué con la mirada en la amplia sala llena de sillas alineadas, me encontré con una señora mayor llorando en el hombro de una jovencita desconsolada, otra mujer más joven salía del baño, sin lágrimas pero con los párpados hinchados y el rostro enrojecido, evidenciando un llanto previo.

¿Debería llorar? Sentía que los ceños de las personas que me veían estaban fruncidos, dudosos. ¿Por qué una viuda tan joven no lloraba? ¿Qué pasaría si supieran que no sólo no siento ganas de llorar, sino que además me siento... feliz? Joder, ¡estaba feliz! Y eso me estaba comiendo por dentro en una amarga culpa. ¿Qué pensarían estas personas si supieran que mi difunto esposo fue a la guerra por mi culpa? Que está muerto por ese motivo, por mis motivos.

Tragué con dificultad el nudo que se apretujaba en mi garganta. Di un salto de sorpresa cuando una mano se posó en mi hombro.

—Yasser...

—¿Por qué no me llamaste?

—Yo...

—Puedo ayudarte con todos estos trámites, seguro que no tienes cabeza para esto.

Desvié la mirada llena de culpa. Los ojos comenzaron a escocer, apreté la mandíbula conteniéndome.

—¿Helena? —llamó preocupado.

—Yasser yo... —dije con voz quebrada.

—¿Qué pasa?

—Y-Yo...

Una lágrima se deslizó por mi mejilla.

—Yo no me siento...

Me rodeó los hombros con su brazo dirigiéndome a un asiento.

—Venga, siéntate un poco.

—Y-Yo lo maté Yasser... —dije en un hilo de voz.

Abrió los ojos como platos y dio un vistazo rápido a su alrededor, como asegurándose de que nadie escuchara la confesión de mi pecado.

—Helena, qué tonterías dices —susurró.

—¡Fue a la guerra por mi culpa Yasser! ¡Está muerto por mi culpa!

El bullicio de la gente a mis espaldas crecía en la sala, las personas se detenían a observarnos. Yasser estaba nervioso, regalando sonrisas incómodas a su alrededor, y disculpándose con un gesto.

—Venga, ya fue suficiente.

—¡Lo matamos! —sollocé.

Me jaló a la fuerza y me llevó a rastras fuera del edificio. Yo no paraba de derramar lágrimas y sollozar de manera escandalosa.

—Helena...

Lo silencié de un fuerte alarido que lancé.

—Helena...

—¡Thiago! —sollocé.

—¡Helena! ¡Basta ya!

Lo vi a los ojos con espanto en respuesta de su grito amenazador. Tomó mi rostro entre sus manos, me observaba fijamente con las cejas torcidas y los labios tensos.

—¡No fue tu culpa! —Gritó tajante—. Nada de esto. Está muerto por sus crímenes, Helena. Está muerto por golpearte, por golpearme.

—¡Porque le hiciste creer que tú y yo teníamos algo! —chillé.

—Pude haberle soltado el peor de los insultos, a él o a su madre, pero nadie le obligó a golpearme. Si yo fui capaz de soportar su golpiza sin replicar ni uno sólo, él también podía. Pero era un puto animal. Un animal egoísta y peligroso, y deberías sentirte feliz de que por fin ha salido de tu vida.

Respiraba entrecortada con el rostro aun entre sus manos.

—No merece ni una jodida lágrima tuya, no más. Le diste más de las necesarias en vida. Permítete disfrutar de esto.

—¿Cómo voy a celebrar una muerte? —cuestioné con ironía.

—Del mismo modo que él celebraba torturarte. Hoy ha muerto un villano, Helena, no lo olvides. Que su muerte no te haga olvidar toda la mierda que tiró sobre ti cada día. Que su muerte no te haga olvidar que terminó bajo la tierra, en el lodo, junto a los de su especie, los gusanos.

Ahogué un sollozo. Yasser hablaba con coraje, escupiendo las palabras llenas de recelo, amargas, con tintes de alivio y liberación. Tenía razón. Thiago me había dejado en claro que no dejaría el juicio tan fácilmente hasta dejarme lo más jodida que sus abogados pudieran lograr, era un desgraciado y un abusador. Y el que esté muerto se le parecía más a una justicia divina que a una desgracia.

Deslicé mi rostro con suavidad y bajé la mirada, asintiendo.

—Aún hay mucho papeleo por hacer —respondí.

—Vale. Puedo hacerlo yo sólo, si no te sientes lista.

Negué meneando la cabeza y limpiándome las lágrimas.

—Lo estoy. No puedo esperar a verlo bajo tierra.

Enterramos a Thiago en una mañana fría y gris de diciembre. Mi madre se había quedado con el pequeño Adam en casa, mientras Sienna y yo asistíamos al entierro. La indefensa Sienna lloraba deshecha, era sólo una cría de cuatro años. Enterraba su rostro en mi estómago intentando ahogar sus alaridos y sollozos, mientras yo me mantenía firme acariciando su diminuta y frágil espalda.

Queen y May se encontraban de pie frente a mí. La primera me veía con pena y los ojos acuosos, contagiados del sentimiento en el ambiente, mientras que May me observaba con los ojos entrecerrados y las cejas fruncidas, analítica, hilando la información. Siempre supe que a mis amigas no les agradó mi decisión de casarme tan pronto con un desconocido, pero ignoraban el hecho del abusador que había resultado ser. Sin embargo, mi amiga de ojos rasgados siempre estaba al acecho, juntando los caminos para llegar a un destino, a una historia. Seguro se preguntaba porque no lloraba, porque estaba parada tan segura de mí misma, tan completa después de perder a mi compañero de vida y padre de mis hijos. También era probable que se percatara de las miradas penetrantes y juiciosas de la familia de Thiago hacia mí, me culpaban con la mirada, como dos lanzas directas a mi pecho.

Pero esa era una historia que mis amigas iban a tener que esperar a saber, ya que me sintiera lista para evidenciar toda la cantidad de tonterías que sucedieron por mis irresponsables decisiones. 

Ojalá las hubiera escuchado un poco, ojalá me hubiera detenido a pensar por qué no les parecía correcto casarse tan pronto. Ojalá hubiera sido más sensata, más madura, y más juiciosa. Porque ahora que me encuentro parada aquí, a mis cortos veintiocho años, madre de dos criaturas, y viuda de un abusador, con un futuro incierto y un alma fracturada, me doy cuenta de que en realidad no había prisa de nada. Que en realidad no era necesario casarme, ni acelerar una historia. Que la vida no se acaba después de una experiencia traumática, que si bien ayer la muerte no me dejaba dormir, hoy me parece liberadora. Que hay que dejar que sea la vida misma quien lleve el proceso a su ritmo, sin presionarla. Que lo único que conseguí es perderme a mí misma en el camino, y no saber en la piel de quien me encuentro ahora. Una piel frágil, traslúcida, a la vista de todos, al borde de desgarrarse por un movimiento brusco o acelerado. Dañada, incompleta, y rota.

Esa misma semana comencé a deshacerme de todas las cosas de mi difunto esposo. Sin pena ni gloria, como desechar la basura de cada mañana.

Guardaba todo en cajas y las iba acomodando en la cajuela del coche para llevarlas a donar. También reacomodaba la casa, intentando sentirla menos ajena y más mía. Recapitulaba todo, cuando le conocí, como me convencí de quererlo, de nuestra precipitada boda. Hasta que la muerte los separe, recordé al juez. Qué curioso que, después de años, sería la muerte misma la que me terminaría salvando.

Ya había organizado el armario y el estudio, me encontraba sacando las cosas de mi buró, encontré el pequeño cofre de madera abollado de una esquina, acaricié su tapa con el pulgar. Mi tesoro más preciado, el más puro, contaminado por el monstruo que descansa bajo una lápida.

Pensé en Jean, en el día que esas flores llegaron a mis manos, en sus manos sobre las mías, sobre mi cuerpo. Cerré los ojos para poder visualizarlo mejor, enfocar el recuerdo, sonrío.

Es verdad que uno puede enamorarse muchas veces, también es verdad cuando te dicen que amores vas a tener muchos, pero lo que no te dicen, es que solo una persona te va a revolver todo por dentro, a que solo una persona va a conseguir cavar lo suficientemente profundo en tu corazón para introducirse en él y llenarlo. Que cuando él esté ahí, ocupando ese espacio, será la sensación más exquisita de todas, su peso en tu pecho te hará sentir completa, con el corazón hinchado. Pero cuando desaparezca, el agujero que te deje dentro será imposible cubrirlo de nuevo, que algunos si lograran entrar él, pero cuando intenten cubrirlo, se darán cuenta de que les viene grande, y entonces vas a andar por la vida así, con el corazón picado sin conseguir taparlo, recordándote que nunca más volverás a tener el órgano completo.

Tomé el collar y lo colgué de nuevo en mi cuello. Quizá no podría sentir el corazón entero otra vez, pero el peso de los dijes en el pecho, de los recuerdos, lo disfrazaba bien.


— — — —

2011


Había pasado un año desde la muerte de Thiago. No había sabido prácticamente nada de Jean, salvo que tuvo una nenita. Lo supe porque su hermano Cam lo etiquetó en Facebook en una fotografía navideña con toda la familia, él aparecía junto a una muy delgada y pálida Julieta, y una deliciosa bebé regordeta en sus piernas. Si bien podía ser su sobrina, su prima, pero el parecido era tan evidente que lo delataba. Tenía el mismo tono de piel que él, albaricoque como si estuviera ligeramente bronceada. Los rulos color chocolate y los mismos ojos soñadores que tanto quise bajo unas cejas estilizadamente pobladas. Contrario de lo que pensaría cualquiera, sentí una inmensa alegría de enterarme de eso. Saber que él estaba feliz, que estaba completo, que iniciaba una familia como tanto quería, me calentaba el corazón. Le deseaba lo mejor del mundo, y mientras él estuviera feliz, yo no podía sentir ningún sentimiento negativo hacia eso. Después de todo, yo también había formado mi propia familia lejos de él. Entendía por qué ya no me escribía para nada, al final, decir que éramos amigos era un engaño a nosotros mismos. Quería concentrarse en su familia, y lo aceptaba. Siempre fue un hombre de bien, deseoso de un hogar, y ahora quería cuidar de él.

Por otro lado, mi amistad con May y Queen resurgió de las cenizas. No me había percatado de lo mucho que nos habíamos alejado a causa de mi problemático matrimonio. A Thiago nunca le gustó recibir visitas en casa, y el que tuviera controlado mi dinero no me permitía viajar a casa cuantas veces quisiera, y mucho menos sola. Pero ahora, me visitaban mínimo una vez al mes, o yo a ellas.

Anna se quedaba a dormir constantemente, y es que por más cambios que hice en mi casa, la seguía sintiendo ajena, como una extensión de Thiago, incómoda. Por lo que su presencia me confortaba lo suficiente para sentirme un poco más cómoda, aunque sea solo por esa noche.

Yasser nunca fue muy bueno disimulando su interés por mí, y si bien al principio me engañaba a mí misma diciéndome que era por nuestra amistad, eso ya no era posible. Ya que él iba directo a la yugular. Me llevaba flores, se ofrecía a recoger a Sienna en la escuela, le compraba juguetes, y a mí, detalles. Cuando me visitaba y notaba algún desperfecto en la casa, sin preguntar lo arreglaba él mismo. Se fue metiendo en mi vida como la humedad, pero no de manera forzada, sino como algo que debía ser así, un río en su cauce. Los niños lo adoraban, mis amigas también, lo único que no me permitía dejarlo entrar de lleno, era mi corazón picado y necio.

En lugar de sentirme feliz por tener a alguien que me quisiera con todo y la carga que represento, me sentía incómoda, impotente de saber que él me quería, que merecía todo y más de mi parte, pero me era imposible. Sentía mis sentimientos dormidos, el pecho hueco, y la culpa al tope.

—Entonces, ¿irás con nosotros? —preguntó Anna desde el sofá.

—No creo que sea buena idea...

Anna estaba saliendo con un chico que conoció en su nuevo trabajo. Él y Yasser hicieron buenas migas desde el primer día, a lo que mi amiga estaba encantada con la idea de que las citas dobles fueran una realidad. Solo había un problema... Que yo nunca había tenido una cita con Yasser.

—¿Por qué no?

Me encogí de hombros y ella puso los ojos en blanco.

—Sabes, al principio creía que la culpa de Thiago era lo que te impedía salir en citas, pero ahora que ha pasado un año realmente no sé qué te pasa.

—Supongo que estoy rota —bromeé con amargura.

—Mi madre siempre decía que siempre había un roto para un descosido.

—A mí Yasser me parece muy bien cosido.

Y era la verdad. Me parecía que necesitaba a alguien más completo, que pudiera regresarle todo el amor y las atenciones que él tenía para dar.

Anna me fulminó con la mirada.

—En serio, Helena. ¿No te gusta?

—Si me gusta.

—¿Entonces qué te detiene? Déjate llevar por el amor.

—Es que no puedo amarlo —digo negando con la cabeza, temerosa.

—¿Qué tiene de malo amar?

—No tiene nada de malo... Si uno puede, y yo no puedo.

Entrecerró los ojos confundida.

—Yo ya amé una vez, y creía que podía amar más veces, pero estaba equivocada. Mira cómo me fue con Thiago.

Anna niega.

—Que te haya pasado una vez no significa que siempre te va a ir mal.

—No lo entiendes. Ya me fue bien también —dije recordando a Alek—. Y aunque fue maravilloso por un tiempo, también acabó mal. Cuando una de las partes está incompleta, el resultado solo puede ser caótico.

Hice una mueca. Cómo quisiera que Alek siguiera en mi vida tal como May y Queen. Lo extrañaba más de lo que me admitía a mí misma a pesar de todos los años que han pasado.

Mi amiga me observa como si yo acabara de perder la cordura, con un poco de pena y confusión.

—Quizá es porque a Yasser no le quieres tanto como a Jean.

«Es que nunca he querido a nadie, ni siquiera lo remotamente cerca de lo que quise a Jean», respondí en el pensamiento. Me parecía incluso vulgar llegar a compararlos.

Es triste saber que es una probabilidad muy grande, jamás volver a sentir lo mismo: sentir que te arrebaten la vida de un suspiro, que el pecho vaya a explotarte con tan solo su presencia, y ahogarte en una tormenta de caricias. Es triste saber que ya viviste el gran amor de tu vida, y que se ha convertido en un recuerdo que te perseguirá por el resto de tus días, como un fantasma. 

Pero si lo piensas un poco, es más triste conocer a personas como Anna, o como May, quienes nunca se han adentrado en la bestialidad de la tormenta que una sola persona te puede provocar, y que al oírte hablar de eso, se limitan a verte con pena como si fueras una loca más que dramatiza las cosas, y que no entienden el porqué de tu angustia.

Y eso, saber que hay gente allá afuera que no saben lo que es un amor arrasador, una tempestad en el pecho, y que hay muchas otras que nunca lo vivirán, ya es algo de lo que debo estar agradecida. Debería sentirme feliz que lo tuve un tiempo, que lo viví, que lo disfruté, que me fue correspondido. Que tuve la dicha de conocer el amor en esa perspectiva, y aferrarme a los recuerdos de una experiencia que no todo el mundo vive, pero que todos persiguen.

Me limité a asentir ante su suposición, porque sí, así es, no le quiero tanto como a Jean, ni lo querré, ni a él, ni a nadie.


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