Capítulo 43


2007

Helena

Septiembre


—Y si estás bien con Thiago, ¿por qué estás buscando un trabajo? —preguntó Yasser con aires de detective.

—Quiero tener mi propio dinero, estoy harta de tener que pedirle.

—¿Y qué opina él de qué trabajes?

Guardé silencio buscando en mi cabeza la mentira más rápida que llegara.

—No lo sabe, ¿cierto?

Lo fulminé con la mirada.

—Muy bien, Sherlock. ¿Para qué le digo ahora si aún no tengo una oferta de empleo real?

Anna y Yasser compartieron una mirada cómplice en silencio. Fingí no verla para evitar continuar con esa charla. Me sentía mal de ocultarle cosas a mis amigos, pero el futuro de Sienna pendía de un hilo, y debía trabajar en silencio, no involucrar a nadie más de ser posible.

—Bueno chicos, los dejo. Tengo clase de edición en diez —anunció Anna.

Nos despedimos y se marchó. Yasser se puso de pie sin decir más, por lo que pregunté.

—¿También tienes clase?

—No. Ven conmigo.

—¿A dónde?

No respondió, en cambio caminaba a zancadas, por lo que tuve que pararme de prisa e intentar alcanzarlo. Llegamos al edificio principal, se dirigió a la biblioteca, exactamente a la sección con computadoras de trabajo. El chico a cargo, un tipo de unos treinta y tantos, cabello largo y alborotado, de gafas circulares, piel morena, espesa barba, y rasgos arábigos igual que Yasser, le saludó.

—¡Qué hay! —saludó Yasser.

—Qué tal, hermano —respondió con voz rasposa—. Tiempo sin verte por aquí.

—Lo sé, es porque no me han tocado tantas materias prácticas.

—Entiendo. ¿En qué te puedo ayudar?

—Mira, ella es mi amiga, Helena.

—¡Helena!—dijo gustoso—. Un placer, preciosa.

—Encantada.

—Verás Krishan, mi amiga necesita trabajar, pero no puede hacerlo en casa. ¿Ya me entiendes?

Krishan me observó con aires analíticos y asintió despacio, mientras yo los observaba confundida.

—Debes ser muy amiga de Yasser, porque esto podría costarnos un buen lío.

—Oh no, no. Por favor, no tengo idea de a qué hemos venido. Discúlpanos, Krishan.

Hice el intento de irme, pero mi amigo jaló la manga de mi blusa evitando mi huida. Sin siquiera mirarme, continuó con el encargado.

—Diez por ciento.

—Veinte —respondió él retando.

—Quince.

—Trato —dijo Krishan con una enorme sonrisa—. Lo que sea por un hermano de tierra.

Soltó una carcajada y Yasser entornó los ojos. Pasó su brazo por los hombros de mi amigo con burla y se giró hacia mí.

—Será un placer tenerte por aquí, linda. Siéntete como en casa, ahora si me disculpan.

Hizo una exagerada reverencia, y se retiró al fondo del salón. Me giré hacia Yasser molesta.

—¿Qué carajo?

—No tienes que contármelo si no quieres, Helena. Pero yo no voy a dejar que el idiota que tienes por esposo te hunda, y tampoco necesito la historia completa para ayudarte.

—¿Ayudarme en qué? Si les he dicho que está todo bien, vamos a terapia juntos.

Él hizo un movimiento con la mano, minimizando lo que acababa de decir. Estaba claro que no me creía ni una pizca, debía comenzar a practicar frente al espejo al momento de mentir o estaba jodida.

Seguí a mi amigo hacia un monitor con una tableta plateada junto al teclado. Se sentó en el escritorio, y encendió la máquina.

—Se supone esta área es para tareas, está prohibido su uso con otros fines. Pero Krish dejará que vengas a trabajar aquí, así Thiago no se enterará del dinero que estás ganando, ni de que estás trabajando.

—Mierda Yasser. En qué lío nos estás metiendo.

—Me metí yo, Helena. El trato es mío, no tuyo... Podrías solo agradecer —dijo con ironía.

Resoplé.

—Gracias.

Yasser se preparó para marcharse, dio un respingo al recordar algo y se giró hacia mí.

—Y hazme un favor... Practica tus mentiras. Si le mientes a Thiago sobre esto como me mientes a mí, te va a descubrir en dos patadas.

Me mordí el labio inferior apenada y asentí. Fue maravilloso poder contar con él sin necesidad de externar toda la mierda que contenía dentro.

Así fue como comencé a trabajar. Al principio eran trabajos muy sencillos, invitaciones de bodas, cumpleaños, ilustraciones básicas, entre otros. La mayoría de recomendaciones de compañeros de mi grupo, o conocidos cercanos. Llevaba varios miles de dólares ahorrados en un frasco escondido en mi buró, que esperaba me sirvieran para un buen abogado, el coste de la mudanza, y cualquier altercado que se presentara en el proceso de divorcio.

Para mi sorpresa, mi trabajo gustaba a la gente. Y poco a poco, comenzaron a llegar personas desconocidas que eran el amigo de un amigo, del amigo de otro amigo, que le había mostrado mi diseño. Mi plan iba viento en popa, hasta que una fría tarde de enero hubo un cambio que ni en mis sueños más locos pude haber previsto. Un cambio que estoy segura que más de uno de ustedes ha vivido en carne propia, y que de no ser así, se los advierto de una vez: NO CAIGAN.


————

2008

Enero


El chirrido de la puerta en la habitación me hizo despegar la mirada del libro que leía. Thiago entró sin mirarme y se sentó en la cama con la mirada cabizbaja.

—¿Podemos hablar?

Joder.

El nerviosismo se apoderó de mí. Estaba segura de que aquí y en China, ese conjunto de palabras significaba peligro.

Cerré el libro y me senté junto a él.

—¿Qué pasa? —pregunté con el tono más neutro que pude aparentar.

—Yo...

Observé sus puños tensos, la mandíbula apretada, la vacilación en su rostro. Carraspeó.

—Yo...

Hostia. ¿Está pasando esto de verdad? ¿Estaba a punto de terminar conmigo? Eso parecía, pero no podía ser tan fácil. Quizá dio por olvidado aquella discusión en la que mencioné el divorcio. Era algo grande, ni siquiera podía articular palabra sin un temblor en su voz.

—Ajá.

—Y-Yo... quiero ir...

Apretó los ojos y respiró de manera consciente.

—Es decir, quisiera que vayamos...

—¿Ir? ¿A dónde?

—Ya sabes... con un doctor.

—¿Doctor?

—Bueno, no un doctor —tropezaba las palabras—. Un terapeuta, psicólogo... no lo sé.

Levanté ambas cejas sorprendida. Era difícil estar segura de su mensaje por el tartamudeo y las palabras dispersas, pero... ¿Acaso quería tomar terapia? ¿Y en pareja?

—¿Quieres tomar terapia?

—N-No... bueno sí. Digo, no solo yo. Quiero decir juntos.

—¿Terapia de pareja? ¿Por qué?

Vi que sus hombros poco a poco se relajaban y suavizaba el semblante. Centró la vista en mí, tenía la mirada ausente, angustiada. Me gritaba con los ojos cosas que no lograba descifrar.

—No soy idiota, Helena. Sé que no estamos bien —dijo tajante—. Creo que necesitamos ayuda.

Rehuí su mirada. Me observaba los pies que no dejaban de moverse, nerviosa. Una pena me inundó el pecho. La culpabilidad de estar actuando a sus espaldas para lograr alejarme de él, y de pronto verlo tan vulnerable y afligido, repercutió en un cargo de conciencia.

—¿Por qué hasta ahora? Si hace meses que te hice ver que no me sentía cómoda.

—No me hiciste saber que estabas incómoda, solo dijiste que querías separarte.

—¿Y no crees que una persona que quiere separarse está incómoda?

—Supuse que querías separarte para follar con algún pobre diablo que te había gustado.

—¿¡Follar!? —reclamé indignada.

—¿Cómo iba a saber que estabas mal conmigo? Nunca dijiste nada.

—¿Qué nunca dije...?

Ni siquiera pude terminar la frase. Presioné el puente de mi nariz con las yemas.

—Meses peleando porque dejas la ropa en el suelo, no lavas tu plato, ¡Joder! Ni siquiera lo levantas de la mesa. Te lo dije mil veces, Thiago. Si eso no es decir nada, entonces no sé qué es.

Hizo una mueca de disgusto.

—Vale, sí. Tienes razón. Pero justo por eso lo digo.

Divagaba en mi cabeza. Recapitulaba aquella discusión, en la que yo deseaba que él dijera algo cómo esto, que buscáramos una solución, y en cambio, me soltó toda una pila de mierda.

Observé a Sienna jugando en la alfombra. Se había convertido en una nenita regordeta y preciosa. Era la viva imagen de Thiago, piel canela, labios rellenos, ojos grandes y curiosos, las pestañas espesas, rizadas, y un cabello castaño crespo. Soltó una carcajada simpática al percatarse que el pequeño hilo con el que jugaba era de elástico, y al jalarlo rebotaba. Sonreí yo también.

Si iba a dejar las cosas con Thiago, al menos iba a intentarlo. Debía asegurarme de intentarlo todo, asegurarme de que realmente era una causa perdida... o no. Por nosotros, por ella. Después de todo, tenía mi plan B guardado bajo llave en aquel frasco.


— — — —


—Joder, Helena. No lo dirás en serio.

—¡Yasser! —riñó Anna—. Ella tiene razón, deben darse una oportunidad.

—¡Si no es una mancha que hay que limpiar! Te demostró que es un cabrón, que solo se pone una máscara de vez en cuando. Eso no cambia, Helena.

—No sabemos eso. Fue su idea, porque quiere cambiar.

Soltó un bufido.

—¿Y van a ir a terapia de verdad o estás mintiendo otra vez?

Lo fulminé con la mirada.

—¡Yasser!

—Creí que no necesitabas explicaciones para apoyarme —ataqué.

Chasqueó la lengua de manera escandalosa.

—Es que quiero ayudarte, pero joder, deja de colocarte tu misma la piedra en los pies para tropezar.

Anna golpeó su brazo con el codo.

—No lo escuches, amiga. Claro que te apoyamos.

—Gracias, Anna.

—¿Tú no tenías clase a las cuatro? —reprochó él.

—¡Dios santo, sí!

Guardó sus cosas, acelerada.

—¡Los veo al rato! Y tú... —señaló a Yasser fulminante—. Deja el tema ya.

Vimos a Anna desaparecer entre la multitud de estudiantes en la entrada. Por su lado, Yasser soltó el aire de sus pulmones con fuerza y se sentó a mi lado. Jugueteaba con la correa de su mochila, pensativo. Yo comenzaba a incomodarme por el silencio entre nosotros. Rondaba en el aire sus ganas de gritarme idiota a la cara, y probablemente lo mereciera, después de todo, él había sacrificado su pellejo presentándome a Krishan para que yo pudiera trabajar.

Me limpié la garganta para romper el hielo.

—Sabes...

—No digas nada —interrumpió.

—Pero yo...

Alzó la mano de golpe indicando que me callara.

—Vale, quieres intentarlo, pero ¿Cuál es tu razón? ¿Lo haces por él? ¿Por ti? ¿Por Sienna?

Negué con la cabeza.

—Lo hago por mí.

—Creí que no le querías.

Torcí la boca disgustada.

—Y en parte es cierto... pero creo que no podría vivir conmigo misma sabiendo que no intenté todo por solucionarlo y solo tirar la toalla a la primera.

—Sabes, Helena. No está mal tirar la toalla de vez en cuando, como tampoco está mal arrastrarse por algo que se quiere. El punto es tener claro que sí lo vale y que no.

—Ojalá me hubiera arrastrado por él... —murmuré para mí misma.

—¿Cómo?

—Nada... Lo entiendo, Yasser. Y te agradezco de verdad todo lo que has hecho por mí... que sepas que ese plan no está descartado. Pero nunca he sido de las que tiran la toalla en el primer round, y no será esta mi primera vez.

Se encogió de hombros, posó su mano sobre la mía.

—Vale. Aquí estaré esperando para recogerla cuando decidas tirarla.


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