Capítulo 42
2007
Helena
Agosto
Más de un año había pasado desde el nacimiento de Sienna, y si pensé que mi matrimonio había sido caótico, fue solo la introducción para los kilos de mierda que se avecinaban. Apenas si dormía por las noches, los deberes en el hogar no terminaban nunca, la escuela cada vez era más difícil, pero Thiago... Thiago era lo más asfixiante de mis días.
En casa no ayudaba nada con el pretexto de que volvía exhausto del trabajo, como si yo me la pasara tomando siesta con la bebé sin nada más que hacer. Y no solo no ayudaba, sino que además lo complicaba todo.
—¡Es que no comprendo cómo no puedes tirar la ropa directamente en el cesto!
—No es para tanto, Helena —respondió aburrido.
—¡Lo es! ¿Qué crees que pasa cuando dejas la ropa tirada a media habitación? ¿El hada mágica de la ropa sucia la recoge y la lava? ¡No Thiago, lo hago yo! ¡Es simple respeto!
Entornó los ojos sobrado.
—Pues déjala tirada y ya.
Rechiné los dientes furiosa.
Y así era siempre. Con la ropa, con los trastes, con cualquier cosa. Se limitaba a trabajar, y al llegar a casa, jugaba con Sienna. Porque eso era lo único que hacía. Jugaba un rato con la nena, pero en cuanto esta lloriqueaba por hambre, malestar, o un pañal sucio, me la daba al instante.
—Por favor Thiago, necesito terminar esta tarea hoy mismo. Cámbiale el pañal, por una vez no te va a suceder nada.
—Yo también tengo cosas que hacer —dijo con desdén.
—¡No te lleva ni cinco minutos!
—Por eso, acabarás pronto.
Golpeé la mesa con ambas manos.
—¡Es tu hija también! Y no tienes ni la más mínima idea de cómo cambiar un jodido pañal.
—Así cómo tú no tienes idea de cuánto dinero me cuestan.
Me sentía agotada, fatigada. Todo el tiempo tenía sueño, los círculos oscuros bajo mis ojos se notaban cada vez más ante la palidez de mi rostro, el cabello reseco, y mi cuerpo cada vez más en los huesos. Ya era parte de mi rutina esperar a que él se durmiera para llorar hasta no poder más, y desahogar un poco de la sensación asfixiante del día a día.
Escuchaba la voz del profesor como un eco en mi cabeza, en la lejanía, cubierta, como dentro de una burbuja.
—Helena.
¿Quién me llama?
—Helena.
De nuevo la voz. Cinco minutos más, por favor.
—¡Helena! —acompañó el llamado con un codazo en mis costillas.
Sobresaltada, voltee a todos lados enfocando la vista, y los rostros inquietos de Yasser y Anna me veían atentos.
—Ya van a entregar los exámenes... —anunció ella.
—Vale —respondí adormilada.
El profesor pasó por las filas entregando el puñado de hojas del examen que habíamos realizado la semana pasada. Arrojó el mío sobre la mesa y en cuanto vi la nota marcada con rojo lancé mi cabeza hacia atrás con frustración.
—¿Reprobaste?
Asentí lentamente, como si la cabeza pesara cien kilos.
—Te ves como el culo.
Dijo Yasser y ella lo fulminó con la mirada al mismo tiempo que daba un manotazo en su espalda.
—¡Auch! No lo decía de mala leche.
—¿Y eso cómo podría no ser de mala leche?
—Lo decía ofreciendo ayuda...
—Pues vaya manera la tuya.
—Me siento como el culo —interrumpí.
Ambos me miraron con pena.
—¿Quieres hablarlo?
Asentí.
—Venga, vamos por un café. Yo las invito —anunció Yasser.
—Esas sí son maneras —dijo mi amiga bromeando.
Sujetaba mi taza humeante en una mano, y el móvil en la otra. Observaba el chat de una conversación dejada a medias, con una persona que me dejaba llena.
"¡Felicidades por la nena!", escribió Jean.
"¡Gracias!", respondí sin ánimos de continuar la conversación.
"Es una preciosura, Helena. Quisiera conocerla"
Y no contesté más. No podía.
Saber de él era un recordatorio de todas mis malas decisiones que me perseguían y torturaban todos los días intentando cobrar factura.
Anna carraspeó intentando llamar mi atención.
—Estoy agotada, chicos —escupí sin pensar con la mirada baja.
—Lo sabemos —aseguró ella—. ¿Hay algo que podamos hacer?
Meneé la cabeza. Llevaba más de un año conteniendo los sentimientos que llevaba dentro que rápidamente comenzaron a asomarme en un temblor en mi labio inferior, y en los párpados. No veía la cara de los chicos, pero sabía que se sentían incómodos. Logré notar como Yasser estrujaba el pantalón de sus muslos, y como Anna daba golpecitos al piso con un pie envuelto en nerviosismo.
Respiré profundo un par de veces intentando contener un poco más la bomba que sentía por dentro a punto de estallar. Yasser dejó de torturar la tela de su pantalón para entrelazar sus dedos con fuerza, carraspeó para llamar nuestra atención, y ambas lo vimos atentas.
—Sabes qué puedes dejarlo, ¿no?
Anna peló los ojos en dos lunas llenas y yo, extrañamente, sentí una paz al escuchar eso que me rondaba la cabeza y no me atrevía a decir en voz alta. Sin embargo, la realidad en la que estaba era muy distinta a la de Yasser. No era como terminar, y listo, como un par de adolescentes hormonales. Si no que había una nena de por medio, un hogar, no digamos de objetos, y lo más importante... que yo no ganaba un solo duro por mi cuenta.
Cómo leyendo mi mente, respondió.
—Tú y Sienna pueden ir a vivir conmigo... O con Anna —corrigió pronto—. O ustedes solas.
—¿Y vivir de qué, Yasser?
—¡Te ayudaremos a encontrar un trabajo! —dijo Anna con entusiasmo.
—Espera... ¿Entonces si lo estás considerando?
Ambas lo vimos confundidas.
—Dejarlo, digo...
Me encogí de hombros. ¿Lo hacía? Parecía que sí.
—No lo sé... Es decir, una pareja debería ser tu equipo...
—¡Claro! —respondió Anna con ironía.
—Pues yo más bien me siento como la sirvienta de la relación... y cómo la niñera, y la cocinera.
—Es una putada —expresó Yasser con molestia.
—Lo único que hace es traer el dinero a casa, y hasta donde sé, incluso si nos separamos debería hacerlo.
—¡Sí!... Bueno, no a ti, pero a Sienna si, por supuesto —dijo Anna entusiasmada—. Y con un trabajo por las tardes debería bastar por ahora, al menos en lo que te gradúas.
Comencé a jalar un pellejo suelto de mis dedos con ansiedad. Expresar todo aquello lo volvía cada vez más real, le daba una forma, un futuro. Pero también surgían temores, posibilidades, algunas positivas, otras negativas, y muchísimas terribles.
—Yasser tiene razón, amiga. Puedes venir a vivir conmigo, sabes que la casa es enorme, ¡hay habitaciones de sobra!
—¿Con tus padres? Ni de broma.
—¿¡Por qué!? —chilló—. A ellos les encantará apoyarte en lo que logras estabilizarte, te lo aseguro.
—No lo sé Anna... Sienna aún se levanta por las noches, no quiero molestar a nadie.
—Yo puedo ir con Anna —respondió Yasser tajante.
—¿Y a ti quién te ha invitado?
—Serás bruta... Voy yo contigo para dejarles a Helena y Sienna mi apartamento.
—No, claro que no... No podría —dije apenada.
—¡Es una gran idea Yasser! Y pensar que creí que ahí dentro solo había polvo y pelusa —bromeó señalando la sien de nuestro amigo.
—Claro que puedes, Helena. Te voy a obligar si es necesario.
Yasser extendió su mano hacia mí ofreciéndome una servilleta. Al principio no entendía su acción, pero al tocar por inercia mi mejilla, me percaté de que estaba humedecida. Quien sabe hace cuanto que las lágrimas se habían escapado.
Me sequé a prisa avergonzada.
—No puedo... no podemos seguir viéndote así —dijo él con pesar—. ¡Mírate! Estás temblando.
Anna posó su mano en mi rodilla con compasión.
—Nos preocupas. Estás tan apagada, amiga. Te extrañamos.
No necesité cuestionar, ya que entendía completamente a qué se refería. Yo también me extrañaba. Llevaba tiempo sintiéndome solo como una sombra de la persona que alguna vez fui, siempre cansada, adormilada, triste, vacía.
Me sequé de nuevo las lágrimas que cayeron y asentí con la cabeza.
—Intentaré hablar con Thiago.
—¡Eso es! —festejó ella—. Y no nos malentiendas, no queremos que te separes. ¡Queremos que seas feliz! Cómo la Helena que conocemos. Pero si las cosas no mejoran, tienes que saber que un divorcio no es un fracaso, ni algo a lo que temer. Los errores son para corregirse, no para cargar la piedra el tiempo que aguantemos hasta lastimarnos.
—Piensa en Sienna, necesita una mamá completa, Helena. No los pedazos que Thiago está dejando de ti.
—Además, puede que Thiago solo necesite un ultimátum para que empiece a trabajar en él, que su amor lo haga mejorar, por ti, por ustedes.
Asentí de nuevo, esta vez con una sonrisa auténtica en el rostro. Me acababa de enterar de que mi sensación de soledad era un falso reflejo de la tristeza que sentía. Estaba más acompañada de lo que pensaba, tenía nuevos e increíbles amigos, totalmente dispuestos a apoyarme en lo turbio que mi vida pudiera tornarse a partir de ahora. Agradecí por ello en mi interior, y por eso mismo lo iba a hacer. Iba a hablar con Thiago, tenía que hacerlo. Por ellos, por Sienna, por mí. Ellos tenían razón, esto podría solucionarse, juntos o separados, pero no sufriendo.
Acordé con Anna que me ayudaría con la bebé esa tarde para poder enfrentarme a él, y poder conversar tranquilamente sin distracciones hasta encontrar una solución a las cosas.
Acababa de lavar el último vaso del fregadero cuando lo escuché entrar y colgar las llaves en el llavero. Cada paso que escuchaba hacia la cocina se sentía como un martillazo en el pecho, pero no de una manera romántica, sino más bien arrasadora. Cada uno más cargado de ansiedad, de miedo, de incertidumbre. Apreté las manos en la barra con fuerza, intentando frenar el temblor nervioso de ellas.
Apareció en el arco y me saludó con un solo gesto en su cabeza, se sentó en la barra sin volver a verme a los ojos y abrió el periódico frente a él. Comenzó a hojearlo como si estuviera solo y yo fuera un mueble más de la habitación.
Inquieta me separé de la barra, me sequé las manos en el pantalón y carraspeé llamando su atención, pero este no se giró como yo esperaba, sino que siguió sumido en las hojas grisáceas que sostenía en las manos.
—Quiero hablar contigo —dije con un ligero desliz en la voz.
Pasé saliva con dificultad. En mi imaginación había visto que mi voz salía con más decisión de lo que en realidad sonó. Thiago giró el rostro con indiferencia.
—¿Qué pasa?
Lo vi a los ojos fijamente, escuchaba mis palpitaciones en los oídos, y mi estómago se revolvía haciéndome sentir un ligero malestar. Quise colocar mi mano junto a la suya, pero una descarga eléctrica nos hizo saltar ambos.
—¡La gran puta Helena! ¡Toca algo antes! Pareces una puñetera anguila.
Me encogí de hombros.
—¿Qué quieres hablar? —preguntó molesto mientras acariciaba su mano.
—Y-Yo...
—Ajá —respondió con brusquedad.
—Quiero separarme.
Thiago lanzó la cabeza hacia atrás con incredulidad, y después de reaccionar a mis palabras, soltó un bufido y volvió a observar el diario con aburrimiento.
—¿No me has oído?
—Claro que sí —respondió sin despegar la vista del papel—. Pero por tu bien, fingiré que no fue así.
—¿Eso qué significa?
—Significa que dejes el tema.
—Pero no quiero dejarlo.
Thiago soltó el aire con brusquedad y cerró el diario de golpe. Volteó a verme mientras cruzaba los brazos en su pecho.
—Vale. ¿Quieres separarte? Ahí está la puerta, no voy a detenerte.
¿Eso era todo? ¿Sin discusiones ni peleas? ¿Sin siquiera intentar buscar una solución? ¿Le daba completamente igual? Tal vez él también se sentía vacío igual que yo, y el pensar eso, me llenó de una calma por dentro que me permitió relajar los músculos. Quizá no debía estar tan nerviosa después de todo. Si al fin y al cabo nos sentíamos igual, encontrar la respuesta era fácil porque ya nos rondaba la cabeza. La solución ya estaba ahí, solo había que ponerla sobre la mesa.
Asentí y me dirigí hacia la habitación dispuesta a hacer mis maletas cuando su voz me interrumpió a mitad del camino.
—Pero Sienna se queda aquí.
Me quedé de piedra. De pie, estática.
—¿Qué? —respondí en un hilo de voz.
—¿Qué esperabas? ¿Irte a follar libremente llevándote a mi hija entre tu mierda? Ni de coña.
—¿Irme?... ¿Follar? —Repetí en un susurro.
Una acidez efervescente comenzaba a surgir en la boca de mi estómago. Un calor abrasador envolvía mis mejillas, mis manos, mi pecho.
—Si no quieres una familia, bien. Es tu problema, pero no me vas a joder a mí que yo si la quiero. Mi hija se queda conmigo.
Sentía como el cuerpo me vibraba completo, la cólera me recorría el torrente sanguíneo, mi respiración se agitaba, los dientes me rechinaban. Estaba furiosa. Me dejé envolver en una rabia que nunca antes había sentido.
—¿Dejarte a Sienna? ¡Jamás le has cambiado un puto pañal! —grité.
—Claro, porque esa es una ciencia exacta —respondió con sarcasmo.
—¿¡Y quién dijo que no quiero una familia!? ¡A quién no quiero es a ti!
Su mirada se oscureció, apretó la mandíbula, y las venas de sus brazos cruzados se saltaron.
—Bien... Pero a mi hija, no te la llevas.
—Tú no puedes decidir eso.
—¿Ah no? —Dijo con soberbia—. ¿Y quién lo hará? ¿El abogado que pagarás con...? Ah, no. Tú no tienes ni siquiera un trabajo.
Hijo de puta.
Hijo de la gran puta.
Me quedé helada, parada como una idiota, viéndolo fijamente. Como si acabara de quitarse el disfraz y revelara el maldito monstruo que llevaba bajo la piel. Un jodido monstruo egoísta, miserable, y ruin. Lo entendí todo. Entendí que llevaba meses durmiendo con el enemigo. Él no quería lo mejor para Sienna, él solo quería joderme y su plan era hacerme miserable si no estaba con él.
Encendió en mí un fuego de odio que nunca en mi vida había sentido. Una aversión de solo mirarlo, tan intenso e intolerable que me picaba en los ojos, la garganta. Me hacía sentir sucia, nociva. Invadida de toxinas, densas, dañinas.
—¿Ya vas a llorar? Te advertí que dejaras el tema.
Sentía las lágrimas correr, el cuerpo hirviendo de impotencia, la sangre bombeando en cada rincón de mi cuerpo. Apreté los puños, tomé una bocanada de aire, y me encerré en la habitación.
Lloré como nunca, hasta que el estómago me dolió de sollozar tan fuerte, los músculos se contracturaron de tanto tensarlos, y los ojos se apretujaban y temblaban, pero ya no salían más lágrimas.
A la mañana siguiente, con la mente despejada, sin la niebla del odio, nublándome el juicio, y el rostro completamente hinchado, supe cuál era mi plan. Supe que debía tener cuidado con Thiago, que debía trabajar en silencio, sin que supiera mi siguiente paso. Supe que debía prepararme para una separación nada amistosa, investigar cómo funcionaban las leyes en los divorcios, tener un as bajo la manga, evitar a toda costa que me tome por sorpresa.
Y mi primer paso, era fingir que estaba encantada con mi matrimonio, culpar a la menstruación, a las hormonas o yo qué sé, sobre la discusión de anoche.
Y el segundo, buscar un trabajo.
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