Capítulo 40
2005
Helena
Mayo
Habíamos viajado a Las Vegas para casarnos. La idea de hacerlo de manera repentina, sin planeaciones y en nuestra propia intimidad, nos parecía mucho más excitante que un evento costoso solo para exhibirlo en redes sociales y alimentar a un grupo de familiares y amigos que al final terminarían juzgándonos por la precipitada decisión.
Cuando viajamos a Los Ángeles para anunciar las noticias, fuimos recibidos con hostilidad. Quizás en el fondo, sabíamos que todo el mundo querría persuadirnos de dar el paso y por lo mismo habíamos tomado la decisión de hacerlo como lo habíamos hecho, pero ninguno de los dos jamás se atrevió a admitirlo en voz alta.
Mis padres se mostraron decepcionados, Queen no paró de repetirme la estupidez que habíamos hecho, y aunque May había empezado a decirlo también, fingí que la llamada se cortaba por una mala señal. Ya había tenido suficientes recordatorios de lo viscerales que nos habíamos comportado. De hecho, escucharlo tanto comenzaba a provocar un nerviosismo que se alimentaba de dudas. Mordisqueaba el interior de mis mejillas y divagaba mucho, ¿y si tenían razón?
Recordaba terminar la charla con Jean roja de coraje. Furiosa. Tantos años esperando como un perro faldero en espera de una caricia, como una completa idiota, ¿para que al final decidiera hacer algo, ya que por fin me ve feliz? ¿No sería más bien que él no me quisiera feliz, sino que viviera a la espera de él? Me sentía como la carta boca abajo que se deja de reserva para crear una táctica en un juego de póker, el comodín de rescate por si las cosas no salían como esperaba, pero jamás la jugada maestra. Nunca la primera opción.
Darme cuenta de todo eso me había roto el corazón, aunque en aquel momento me negara admitirlo. Estaba destrozada, furiosa, y ahora que lo veo desde la perspectiva, pienso que fue precisamente esa cólera la que me impulsó a continuar con aquella estúpida decisión de casarme.
En San Francisco, Yasser no escatimó en expresar su negativa opinión sobre los hechos, y Anna, cómo la dulce chica que es, ocultó su amarga sorpresa por una sonrisa forzada y un abrazo de apoyo. No puedo negar que el inicio de nuestro matrimonio empezara con tantas demostraciones de enfado y penosas situaciones, me hundió en un estrés y tristeza difícil de lidiar. Y aunque Anna estuvo siempre conmigo, frecuentando visitas, Thiago comenzaba a fastidiarse de encontrar el apartamento siempre ocupado por su compañía.
—No sé cómo toleras su voz chillona por tanto tiempo —se quejó mientras ojeaba el periódico.
Hice una mueca de desagrado en desacuerdo. Él no me dirigía la mirada y se limitaba a observar las notas en el papel.
—Me gustaría que me avisaras cuando va a estar en casa, así decido si venir directo o distraerme un rato más en el trabajo.
No respondí nada, ya que por su tono, pareció ser más una orden que una petición.
—Me voy a la escuela, te veo más tarde.
Yasser y Anna ya me esperaban sentados en nuestra banca de siempre. Al verme, ella bajó de un saltito y me envolvió en un abrazo.
—¡Amiga, buenos días!
—Buenos días, ¿Cómo hace para estar siempre de buen humor? —pregunté a Yasser.
Este se encogió de hombros como respuesta.
—La clave, queridos, es desayunar tortitas todas las mañanas. Despertar con azúcar en la sangre pone de buenas a cualquiera —explicó sonriendo.
—Le daré cucharadas directas del saco como desayuno a Thiago —respondí bromeando.
Ambos me observaron vacilantes.
—Últimamente anda un poco irritable —expliqué.
—Él siempre ha sido irritable, Helena —respondió Yasser.
Arqueé una ceja.
—Miren quien habla, el carisma en persona.
—A mí no me parece que Thiago sea irritable —defendió ella.
—Gracias, Anna.
Yasser entornó los ojos rindiéndose.
—Como sea... ¿Iremos en la tarde al café de siempre por el proyecto?
—Correcto, querido amigo.
Yasser la miró malhumorado.
—Mañana intenta desayunar huevos revueltos, Helena tiene razón, hoy estás demasiado eufórica.
Por la tarde, pasamos un par de horas trabajando en nuestro proyecto de fin de semestre. Comenzaba a sentir el cráneo tupido, y los hombros tensos.
—Voy al tocador, necesito espabilar.
—Vale —respondió Anna.
Llegué al servicio moviendo los hombros en círculos, abriendo y cerrando ambas manos, liberando tensión. Me observé en el espejo y noté una tenue sombra azulada bajo los ojos. El fin de semestre estaba cobrando factura.
Abrí la llave de agua fría, empapé las manos y me palpé el rostro, refrescándome. Resoplé frustrada. Luego de un par de minutos, decidí regresar. Apenas iba a dar vuelta al pasillo donde estaba nuestra mesa, cuando la voz conocida de Thiago me hizo dar un respingo de sorpresa.
—... no te hagas el gracioso conmigo.
—Relájate un poco, solo ha ido al baño —respondió Yasser con ironía.
—Mientes, ¿dónde está?
Apenas si escuche el bufido lleno de sarcasmo que le lanzó como respuesta.
—¿Te parece gracioso? —atacó Thiago—.Podrás andar muy de amiguito con Helena, pero a mí la cara de idiota no me la ves.
Su tono molesto me hizo reaccionar y salir del escondite desde donde escuchaba todo.
—Thiago.
Lo primero que vi fue la mirada pasmada de Anna, con los ojos abiertos y el pánico asomándose en ellos. Después estaba Yasser, que observaba lleno de recelo a mi esposo, como una fiera a punto de brincar sobre su presa. Y finalmente Thiago, que bufaba por la nariz, la mandíbula tensa y los puños apretados, dejando entrever las venas saltadas de sus musculosos brazos.
—¿Dónde estabas? —preguntó molesto, en un tono de voz más alto de lo que me gustaría.
Lo observé descolocada, parecía una persona completamente diferente.
—En el servicio.
—¿Y por qué no respondes el teléfono?
—Pues porque estaba en el servicio...
¿No era obvio?
Me fulminaba con la mirada y observaba a mis espaldas, como esperando encontrar a alguien más en los baños. Comencé a sentir una vergüenza asfixiante, me vi incapaz de ver los rostros de mis amigos.
—Vámonos, ya es tarde —ordenó.
—¡Pero todavía no terminamos! —chilló Anna.
Sin saber qué hacer, pasé saliva con dificultad y frotaba mis manos. Me sentía como una cría en preescolar que estuvieran riñendo por alguna travesura, pero aquí, yo no había hecho nada.
—Está bien, Helena. Lo terminamos otro día, nos vemos mañana, ¿vale? —interrumpió Yasser en un tono lleno de empatía.
Thiago no dijo nada más y se dirigió a la salida sin siquiera voltearme a ver, dando por hecho que le seguía. Les brindé una mirada apenada a mis amigos como disculpa y ellos respondieron con un gesto comprensivo a cambio. Entré al auto sin decir palabra, me crucé de brazos, y ninguno de los dos rompió el silencio por prácticamente todo el trayecto. Hasta que me fue imposible retener más la acidez en mi estómago.
—¿Qué coño ha sido eso?
—No lo sé, tú dímelo —respondió agresivo.
—¿Qué cosa? ¿Qué estaba haciendo un proyecto como ya te había dicho?
—¿Y por qué no respondiste el móvil?
—¡Qué sé yo! Porque estaba en silencio, porque estaba en el bolso, porque estaba en el servicio... Por todo eso.
Él soltó un bufido burlón.
—Claro.
—¿A qué diablos viene eso, Thiago?
—¿Cómo sé que realmente hacían un proyecto?
—¿Qué otra cosa haría en un café con Anna y Yasser? —respondí con ironía.
—Anna pudo haber llegado mucho después...
—¿Disculpa? —dije ofendida—. ¿Insinúas algo con Yasser?
Él volteó a verme de manera insultante.
—Las amistades entre hombres y mujeres no existen, Helena. Siempre hay uno de los dos que quiere tirarse al otro.
Solté una carcajada incrédula. ¿En serio había dicho eso? ¿¡Pero qué siglo es este, el dieciséis!?
—Dime que no has dicho eso...
Se encogió de hombros, altanero.
—Es la verdad, y si me dices que tú no quieres tirártelo a él, es un hecho que él a ti sí.
Llevé ambas manos a la cabeza envuelta en una frustración casi palpable.
—¡¡Deja de decir idioteces!! Toda mi niñez crecí con amigos hombres en el internado y jamás sucedió ninguna tontería de lo que dices.
—¿Me estás diciendo que nunca tuviste un novio en el internado?
—No he dicho eso.
—¿Y ese novio... no fue tu amigo antes?
Vale sí, pero ni cerca de la vulgaridad que él menciona. Lo fulminé con la mirada.
—No es lo mismo. No tiene nada que ver una cosa con la otra.
Se burló ofensivamente.
—Puedes negarlo todo lo que quieras, pero que te quede claro que si intentas verme la cara de imbécil nunca lo vas a lograr.
Ni siquiera pude responder a eso. No daba crédito de la sarta de tonterías que escuchaba, ¿Desde cuándo Thiago era tan machista? Me fui molesta a la cama sin agregar nada más.
A la mañana siguiente, ambos nos despertamos y desayunamos en completo silencio. El ambiente estaba tan denso que podía cortarlo con la tostada que me estaba comiendo. Desayuné a medias y apresurada por huir de la amarga sensación, tomé mi bolso y me encaminé a la salida. La voz de él llamando mi nombre me hizo dar un sobresalto justo debajo de la puerta. Giré ligeramente la cabeza haciéndole saber que lo estaba escuchado.
—No existen los amigos hombres, Helena. No lo olvides.
Fue todo lo que dijo. Cerré la puerta y salí de ahí pitando.
Al llegar al campus, no me sorprendió encontrar a mis amigos de pie en el lugar de siempre. Normalmente, esperaban sentados, pero suponía que la situación de ayer los tenía igual de tensos que a mí.
—¡Helena! —chilló ella.
Corrió hacia mi abrazándome con euforia.
—¿¡Cómo estás!?
—Bien —respondí incrédula, intentando fingir que nada había sucedido.
—Estábamos preocupados por ti.
Dirigí una mirada a Yasser sorprendida de que Anna hablara en plural. Él desvió la mirada al segundo en que se encontró con la mía, me pareció incluso ver un poco de nerviosismo.
—¿Ah sí? ¿Y eso por qué?
—¿Por qué? —dijo incrédula—. ¿Qué mierda con el berrinche de Thiago? ¿Te dijo algo más? ¿Te hizo algo?
La última pregunta la acompañó colocando ambas manos en mis hombros, como un interrogatorio policiaco. Hasta entonces, Yasser volteó la mirada de nuevo con espanto.
—¿Qué? ¡No! Nada que ver, Anna. Todo va bien, no tienen de qué preocuparse, en serio.
—No estaba preocupado —corrigió él.
—Vale, pero en serio. Thiago estaba estresado, ya saben... Trabajo. Pero todo bien, chicos.
Ambos aceptaron mi explicación con desgano. Y aunque en realidad no me importaba mucho lo que los demás pensaran de mí, necesitaba escuchar esa excusa en voz alta, no para ellos, sino para mí. Me estaba intentando convencer de que no era para tanto, que no era un drama para hacer en grande o preocuparme. Y así era, el drama en sí. Lo que estaba ignorando, era la actitud escondida que hasta ese día se había asomado apenas un poco. Una actitud machista, posesiva, ofensiva, que llevaba meses ocultando y por lo que parecía, no soportaba estar más tiempo contenida.
Y por si aquel descubrimiento no hubiera ya despertado dudas en mi interior, y una incertidumbre sofocante, ese mes mi periodo no llegó. Ni tampoco los siguientes.
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