Capítulo 35
2004
Jean
No podía dormir.
Su rostro me torturaba en cuanto intentaba cerrar los párpados. No tenía sentido. Si bien me torturó al principio de la ruptura, llevaba varios meses sin dar tantas vueltas en la cama. Me picaba el cuerpo, como si las sábanas llevarán púas y rasparan en cada movimiento que daba.
Decidí llamarla, pero después de varios intentos me rendí.
Estiré el cuello tronando las articulaciones que se ponían cada vez más tensas.
Sabía que debía dormirme, que seguramente la música del antro era tan fuerte que era imposible escuchar el celular, que me llamaría cuando llegara a casa como habíamos acordado. Pero la picazón de la inseguridad no me dejaba tranquilo.
Decidí llamar a Kim, aunque seguramente me costaría un regaño de su parte, sabía que no podría dormir hasta saber de ella.
"Lo siento Jean, hace más de una hora que se fue a casa."
Si no encontraba un motivo o razón de mi insistencia por saber de ella, Kim acababa de dármelo. Después de que se fuera sola hace más de una hora, todavía no había recibido noticias suyas. Era evidente que Helena no había ignorado mi llamada sin motivo alguno.
La preocupación comenzó a apoderarse de mí, ¿y si la habían robado?
Mis manos se movían inquietas, apretando y soltando mientras trataba de liberar la tensión. Solo esperaba que ella estuviera bien, tal vez sin su celular, pero a salvo.
¿Y qué más podía hacer? Joder.
La llamé de nuevo sin esperanza, y después de varios tonos, contestó. No emitió sonido, pero su respiración se sintió como un calor reconfortante en el pecho de alivio.
Y entonces sucedió lo que temía, y mucho peor: escuché su llanto, lleno de pánico, incertidumbre, y terror. Se rehusaba a hablar, pero yo no podía permitir que colgara la llamada en ese estado.
Comenzó a explicar. Y con cada palabra que pronunciaba, yo me rompía en pedazos.
Qué putada sentirse tan jodidamente impotente. Que desgarrador amar alguien y ser lo suficiente idiota para permitirte estar lejos y ser un completo inútil en sus problemas, en su protección. ¿Qué coño podía hacer yo estando a tantos putos kilómetros?
La respuesta se iluminó en mí. No podía llegar esta misma noche a su lado y consolarla, pero podía llamar a May, una de sus mejores amigas, para que la acompañe en lo que yo organizo mi llegada.
Puse la llamada en altavoz, y mientras la escuchaba, escribía un texto a May.
"No puedo explicarte ahora, pero es de vida o muerte que llegues al departamento de Helena lo antes posible, yo llegaré por la mañana. Cuando llegues con ella sabrás todo."
No respondió.
Me ardía el estómago. El ácido que bullía de impotencia me estaba carcomiendo por dentro, y su voz rota desgarraban mis tímpanos, mi pecho.
Decidí hacer algo por los dos, tranquilizarnos. Traernos un recuerdo feliz que eclipsara solo por un momento, la avalancha que nos estaba arrasando.
Llevaba meses sin tocar, y volverlo a hacer, me trajo una calma deliciosa. Un calor en el pecho que mi cuerpo reconoció como un hogar, en la música y en ella.
Pasaron varios minutos, el escándalo del otro lado de la línea me hizo parar la música. La voz era familiar, era May. Sí había leído mi mensaje después de todo.
Sentí cada músculo del cuerpo desfallecer uno a uno, aliviados.
Llamaba su nombre varias veces esperando que confirmara lo que escuchaba del otro lado.
—¿La has llamado? —dijo molesta.
Escuché que tomaron el teléfono con rudeza.
—Sí, ya estoy aquí. Ya me encargo yo de esto a partir de ahora. Buenas noches, Jean.
Y colgó.
¿¡Pero qué cojones!?
Llamé de nuevo, sin respuesta. Varias veces. ¿Pero qué coño se cree esta niñata? Dejarme así sin actualizarme nada.
Me cansé después de la llamada número veinticinco, y decidí enfocar mi coraje en encontrar un maldito boleto a Los Ángeles lo más pronto posible. Al final sabía que ella estaba siendo cuidada por alguien que la quería, aunque sus métodos me parecieran cuestionables, el resultado sería a favor de Helena, y eso era lo importante.
Eran las cuatro de la mañana y seguía sin noticias. Menuda cabronaza.
Al menos ya había comprado un vuelo para dentro de unas horas, y si no respondía, me iba a escuchar en ese departamento.
Llamé un par de veces a Helena obteniendo el mismo resultado. Decidí cambiar de contacto y llamar directamente a May. Era hora de jugar al juego de ver quien se cansa primero.
Y yo gané. Porque ya me encontraba frente a la puerta de su apartamento tocando de manera frenética.
Helena abrió, y sin darle oportunidad de reaccionar, la envolví en un abrazo, tan fuerte y tembloroso, como tranquilizador.
Me alejé para mirarle el rostro, acaricié su mejilla, comencé a escudriñar su rostro, y me fue imposible controlar el amargo sabor que me invadió al ver el morado en su cabeza. Pero al verla a los ojos, sentí el llanto amenazar con traicionarme. Tan herida y temerosa.
—Helena, mi vida —dije en un lamento y volví a abrazarla, depositando un beso en su coronilla, y liberando un par de lágrimas.
—Jean, ¿qué haces aquí? —preguntó espantada.
May soltó un bufido desde el comedor.
—Molestar, qué más —se quejó.
—Vamos, iremos a un hospital para que te revisen esos golpes.
—Lárgate, Jean. Está todo controlado —ordenó su amiga.
—May —riñó Helena—. Estoy bien, ¿qué haces aquí?
—Tenía que verte, cariño —dije acomodando un mechón tras su oreja—. Vamos, por favor. Me sentiré más tranquilo si un médico nos dice que todo está bien.
—Quien tiene que sentirse tranquila es Helena, gilipollas.
No pude evitar la rabia y me dirigí hacia ella, fulminándola con la mirada y encañonando con el dedo.
—¿Tú me vas a dar a mí una clase de como cuidar de ella? ¡Estás de puta broma, May!
—¡Chicos! ¡Por favor! —chilló Helena, llevándose una mano a la cien y cerrando los ojos con fuerza, adolorida.
Me coloqué a su lado y enredé un brazo en su espalda para darle apoyo.
—Perdón, tienes razón. No es para nada el momento —dije dirigiendo una mirada filosa a su amiga—. ¿Te duele la cabeza?
—Un poco —dijo con pesar—. Solo necesito dormir.
—Necesitas un médico, Hellie. Por favor, te lo ruego.
—Supongo que no me hará mal ver uno.
Y May puso los ojos en blanco, completamente molesta.
—Se encuentra bien, pero es necesario que pase la noche aquí, solo para verificar.
—De acuerdo, muchas gracias, doctor. ¿Puedo pasar a verla?
—Si, claro. A cualquier hora, aunque ahora se encuentra dormida —dijo dedicándonos una sonrisa y se retiró.
Di un paso, decidido a entrar, cuando May posó su mano con rudeza en mi pecho.
—¿A dónde coño crees que vas? —preguntó amenazante.
—¡Lo sabes perfectamente!
—Viniste para asegurarte que todo estuviera bien, ¿no? Pues ya escuchaste al doctor.
La observé confundido.
—No sabes como está.
—Acaban de decirlo... Está dormida.
—Muy graciosa.
—¿Cómo quieres que esté, Jean? Sobrevivió a un intento de violación. No esperes que te digan que está bien, porque sería mentirte. Está dormida, está viva, y está entera. Es todo.
Pasé saliva con dificultad. May siempre me había parecido una chica ruda, brusca, pero dentro de su hostilidad, hay siempre una verdad que duele. Y esto no solo dolía, me desintegraba el pecho.
—Vale... Tienes razón —dije con pena—. Disculpa lo de esta mañana. Te agradezco que cuidaras de ella, de corazón, May. Gracias.
—No lo hice por ti. Si quieres agradecerme, hazme un favor —dijo tajante.
—Sí, claro. Lo que sea.
—Vete.
—No puedes pedirme eso.
—¿Vas a quedarte? ¿Para siempre? ¿O solo un puñetero par de días? Porque si no será así, es mejor que te largues —atacó bufando como un toro—. Sé que ignoras la situación, Helena es experta en hacerte creer que está perfecta, pero la realidad es que está hecha una puta mierda desde hace meses.
—¿Cómo...?
—Si la quieres, déjala, Jean, de verdad —interrumpió. Su voz era acelerada, llena de resentimiento—. Si te vas a quedar, venga, ¡hazlo! Pero yo creo que ya has hecho suficiente. Tienes que dejarla ir de una puta vez. ¡Tiene toda la vida esperándote y eso la tiene jodida!
Negó con la cabeza y colocó ambas manos en su cadera, molesta, cansada, y con una mirada llena de resentimiento y odio, que me hizo rodar una lágrima por la mejilla.
—Ella nunca te lo va a decir, pero a mí ya me duele verla así de acabada. Va siendo tiempo de que te enteres del desastre que dejas cada vez que la dejas —tomó una bocanada de aire y me miró determinante—. Tienes que alejarte. Dile que sales con alguien más, que no tienes tiempo de hablar por trabajo. ¡Usa el pretexto que te venga en gana! Pero ya retírate de manera definitiva y deja que ella se reconstruya por una maldita vez.
Un nudo grueso, tenso y amargo se apretaba con fuerza en mi estómago. La garganta me temblaba, al igual que mis manos, mis labios, y mis lagrimales. Trataba de sujetar con todas mis fuerzas los sentimientos que gritaban por salir y lograr emitir una respuesta, pero May se alejó a pasos decididos, dejándome en ese pasillo desolado y lúgubre, con olor a alcohol y medicamentos.
Dejándome caer en las sillas para visitas para llorar sin control, odiándome tanto que me provocaba un malestar general en todo el cuerpo.
Me dejé desmoronar. Odiando reconocerme como el puto problema de todo esto. Lloré, me retorcí.
Me sentía un cabrón, un incompetente, un... Un cobarde. Un puto cobarde. Otra vez.
Y no soportaba más la situación, ¿Qué carajo estábamos haciendo? ¿Ser amigos?
Solté una carcajada amarga. Jamás podría verla como a una amiga, solo nos estábamos haciendo daño.
¿A qué se refería May con que Helena estaba jodida? ¿Habrá estado deprimida todo este tiempo? ¿Y por qué coño yo no me dí cuenta?
Apreté mi cabeza entre mis manos.
No tenía ni idea de sus malditos gustos, tuve que meterme a su habitación para enterarme un poco de lo que era ella. No conocía algo tan básico como sus lecturas, ¿Cómo demonios me iba a enterar de esto?
Era la primera vez que el pecho me dolía. Como si el corazón estuviera dentro de dos manos que lo apretaban con fuerza, provocando un dolor punzante y asfixiante.
Dejarla ir me daba un terror terrible, un dolor físico palpable. El sentimiento más egoísta que he tenido jamás, quererla conmigo sin poder hacer nada para que eso sea realidad enteramente.
Joder, me odiaba tanto.
Porque tenía que dejarla ir. Debía dejarla intentar ser feliz, al menos en lo que terminaba lo que inicié en México y poder regresar completo.
Porque ya lo tenía decidido. No la volvería a buscar hasta que estuviera listo, seguro de que no la dejaría ir, y que no haría que me esperara en la incertidumbre, como había hecho todos estos años. No era justo.
La dejaría sanar, mientras yo garantizaba un futuro para ambos.
Y volvería. Por mi maldita vida que iba a volver para quedarme, con un jodido anillo que nos uniera para siempre.
Sin darme cuenta, entre sollozos, lamentos, ideas amargas y soluciones trágicas, una línea amarillenta se pintó en el horizonte de la ventana. Helena se revolvió en las sábanas y se giró, sentándose de golpe al ver el maldito desastre que estaba hecho.
—¿Jean?
Me sorbí la nariz y me senté a su lado, dejando caer la cabeza en su hombro completamente derrotado.
—Hostia, ¿¡me voy a morir!?
No pude evitar liberar una carcajada amarga. Negué con la cabeza, y la envolví en un abrazo reconfortante.
—Claro que no, mi vida.
Soltó el aire liberada.
—¿Entonces por qué lloras? Llevas el rostro hinchado.
—Porque me odio, Helena. Me odio y odio todo lo que nos he hecho.
—No, Jean. Esto no ha sido tu culpa. Me he comportado como una estúpida irresponsable.
Negué con la cabeza, separándome de su cuerpo. Permitiéndome contemplarla una última vez, de disfrutar su mirada que llevaba las travesuras pintadas en cada pestaña, de sus ojos como la miel con esos tintes verdosos y salvajes como ella. Del marco de cejas tan expresivas que ahora estaban torcidas y preocupadas.
De grabar cada detalle de ella para recordarla cada día venidero.
—Jean... —llamó preocupada de ver mis lágrimas deslizarse.
—Perdóname.
—Ya te vas, ¿cierto?
Asentí a duras penas, como si llevara plomo en la cabeza, y ácido en el corazón.
—Está bien, el doctor dijo que todo estaba en orden. No debiste venir y dejar colgado a Biocare.
—No digas más, cariño. Tenía que venir.
Me sonrió con los labios fruncidos, asomando timidez en las comisuras, y yo le devolví el gesto con melancolía. Acaricié el dorso de su mano, y lentamente, lo llevé a mis labios para besarlo.
—Te amo, Helena. Me hará falta vida para que me perdones por todo —dije en un sollozo.
—No hay nada que perdonarte —respondió acariciando mi mejilla con suavidad.
Y quizá en su corazón tan puro y empático, así era. Pero en el mío, lleno de odio y resentimiento hacia mi mismo, me faltarían vidas para hacerlo, si es que algún día lograba hacerlo.
—Avísame si pasa algo, May se encuentra afuera. Y-Yo... Te llamaré en cuanto aterrice.
Le di un beso casto en su mejilla, y me retiré ahogando sollozos. Sintiendo con cada paso como un agujero en mi pecho se abría más y más, liberando pedazos que flotaban hacia ella, para quedarse ahí para siempre.
Yo no tenía dudas de que Helena era con quien quería pasar el resto de mi vida, pero en ese momento, creía que el resto de mi vida podía aguantar un poco más. Porque cuando uno es joven, es un completo imbécil, o quizá lo era solo yo.
Pensaba que siempre había un mañana, que la vida esperaba sentada a que te decidas de una puta vez para ponerse en marcha de nuevo. Que daba igual por cuantos caminos andes o cuantos desvíos tomes, porque si no te gustaba alguno, podrías regresar para tomar el otro.
Pero sucede que, muchas veces, cuando nos arrepentimos y queremos regresar, ha pasado un derrumbe en ese camino, y es imposible el paso, o mucho más complicado de lo que era cuando pasaste la primera vez. Y eso fue justamente lo que me sucedió cuando tomé esa decisión.
Tomé un desvío que al poco tiempo se vino abajo y se volvió imposible regresar. Un par de años más tarde, el camino de Helena se cerraría sin retorno, y yo me arrepentiría toda la vida de esa jodida elección que me acabaría convirtiendo en un simple espectador del sueño que alguna vez tuve a su lado.
Nunca más hubo otro de sus rayos que me provocara un brinco de sorpresa, sus vientos ajetreados no volvieron a asfixiarme en jadeos, ni sus olas volvieron a romper en mi estómago.
La tormenta de Helena se mantuvo alejada de manera definitiva e irrevocable, y a pesar de lo que cualquiera pensaría, uno se acostumbra a la sequía. Y cada que una pequeña gota de lluvia aparece, la aprecias y valoras como el tesoro que sabes que es. Y aunque de que conoces que allá afuera, hay mucho más que solo una gota, no sabes cuándo tomarás un camino que te lleve directo al huracán, o si alguna vez volverás a sentir un mínimo oleaje en el cuerpo.
Helena
Abril
Después del incidente renuncié a mi empleo, me despedí de Jazmin y Kim, y regresé a vivir a Long Beach a casa de mis padres. Después de contarles lo sucedido, insistieron en costear terapia psicológica, y cuidarme para que yo me dedicara al cien por ciento a mi recuperación.
Las primeras dos semanas apenas podía dormir. Me despertaba de golpe después de recrear en sueños el momento en que lo golpeaba, sus ojos desorbitados, la sangre inundando la acera. Gritaba, sudaba frío, y lloraba prácticamente todas las noches.
Dejar las toxinas no fue problema. Después de lo que provocaron en mi vida, simplemente se creó en mí un rechazo hacia ellas.
Habían pasado tres meses desde esa noche, y había mejorado mucho. Pero lo que realmente me tenía jodida, llevaba nombre y apellido. Porque me escribía de manera constante, sí, pero exclusivamente para preguntar por mi progreso, si necesitaba algo, o aburridas preguntas de cortesía. Pero si intentaba profundizar en la conversación, se iba por la tangente, formulaba un pretexto, y me dejaba con la conversación a medias.
Si bien al principio le justificaba con el trabajo, pronto noté una constante en su perfil en las redes sociales.
Ese mismo año acababa de salir Facebook, que en sus inicios era muy diferente a lo que hoy se conoce, pero la función de publicar fotos y etiquetar a otras personas ya estaba ahí. Y una chica atractiva, de rasgos latinos y alta estatura, aparecía siempre cerca de él en las fotos de grupo donde lo etiquetaban. Por supuesto que mi falta de empleo me daba el tiempo necesario para indagar y encontrar en los likes de las fotos su nombre: Julieta Aparicio.
Había intentado preguntarle, pero como dije, nunca me permitía alcanzar la conversación a tal intimidad de poder preguntar sobre ella, o sobre cualquier otra cosa. Pero tú y yo sabemos que nosotras tenemos un sexto sentido para identificar dónde hay algo, y ahí lo había.
En la mirada de ella había un sentimiento que yo conocía muy bien, y me permitía reconocerlo. Lo veía con tintes de admiración, de anhelo, de deseo. Y de solo imaginar lo que me temía, las manos me sudaban y la ansiedad me provocaba una acidez estomacal.
«Somos amigos, somos amigos». Me lo repetía tratando de convencerme. Al principio estaba segura que el término amigos, era meramente una etiqueta para evitar forzarnos a algo, pero mientras pasaban los días y los meses, me daba cuenta de que igual y para él era más real de lo que yo creía.
«¿Y qué si está saliendo con alguien, Helena?», tú fuiste la que lo propuso en primer lugar. Tú quisiste no perderlo por completo, y me esforzaba por persuadirme de que debería querer su felicidad y no su soltería. Eso debía preguntar, si era feliz, no si salía con la tal Julieta Aparicio.
Resoplé angustiada por perder la cuenta de las manchas de humedad del techo. Algo típico de la humedad en las zonas de playa.
—¿Crees que él sería de los que publican en Facebook que están en una relación? —preguntó Queen, quien estaba tumbada en el suelo, sobre la alfombra.
Lo pensé. La idea me causó una quemazón abrumadora en la piel, me encogí de hombros intentando eliminarla.
—No lo sé...
—Supongo que no queda otra que preguntarle directamente.
—Si claro, si me dejara conversar algo más que, Hola, ¿cómo estás? Bien, ¿y tú? Bien... Okay, adiós.
Gruñí con la garganta.
—Tal vez está tomando distancia porque no sabe cómo decírtelo.
—Sí... También lo pensé —respondí con desgano.
—Y... ¿Si es su novia?
—Pues que lo sea.
—Me refiero a que vas a hacer, ¿seguirán con la farsa de ser amigos?
—No es una farsa...
Queen me fulminó con la mirada.
—Vale, no me encanta tampoco... Pero creo que prefiero saber todo de su relación, que no saber nada de él.
—Eres masoquista, ¿lo sabías?
—No es masoquismo... Si es feliz, supongo que también yo puedo serlo.
—No necesitas de un hombre para serlo, Hellie.
Hice una mueca, porque sabía que llevaba razón, pero por dentro me preguntaba si se podía alcanzar la felicidad aun con pedazos faltantes del corazón.
Más tarde, Queen se quedó dormida en medio de la película ridícula de terror que habíamos escogido. Yo, por mi parte, tenía la mirada puesta en la pantalla pero la cabeza en otro lado.
Decidí apagarla, y mudarme al computador.
Las dos de la mañana. Quizá podía navegar un rato en las redes, jugar algún videojuego, algo que me distrajera y me ayudara a conciliar el sueño. Entré a Messenger y vi su nombre hasta arriba, conectado.
Pasé saliva con fuerza. Esta vez no te voy a dejar escapar LeBlanc.
Helena: ¿Insomnio?
Jean: Ojalá, mucho trabajo... Creí que ya estabas durmiendo mejor.
Helena: Y así es, pero de vez en cuando me pasa.
Jean: Vale... Pues te dejo para que intentes descansar.
Helena: Espera.
Jean: ¿Pasa algo?
Helena: Sí... mi insomnio no es por lo que tú crees.
Jean: ¿Ah no?
Helena: Necesito preguntarte algo.
Jean: ¿Segura que no prefieres hablar otro día con más calma?
Huyendo por la tangente, no te va a funcionar esta vez.
Helena: ¿Estás saliendo con alguien?
Veía el Conectado por debajo de su nombre con una atención fulminante. Sin parpadear tratando de percatarme si el muy cobarde huiría.
Cambió a: Escribiendo...
Contuve el aire.
Jean: ¿Por qué lo preguntas?
«Deja en paz la tangente, Jean.»
Helena: No respondiste.
Conectado. Conectado. Conectado. Conectado.
Escribiendo...
Jean: Sí.
Solté el aire tan fuerte que me provocó un leve mareo y la aparición de pequeñas lucecitas en la vista. Parpadeé varias veces seguidas observando su respuesta tan tajante, directa... Sospechosa.
Helena: ¿Con Julieta Aparicio?
Jean: ¿Cómo sabes de ella?
Helena: Otra vez, no respondiste.
Jean: Ya respondí una de tus preguntas, me toca.
Helena: Mmm... Vale. Pero acabas de desperdiciar tu oportunidad en una pregunta demasiado inútil. Obviamente por Facebook.
Jean: Ya... No me acostumbro a las redes sociales.
Helena: ¿Cuánto llevan saliendo?
Jean: ¿Importa?
Helena: Es mi turno.
Jean: No lo sé, Hellie. Es esa situación que no sabes cuándo ocurrió, o inició.
No supe qué responder. Me quedé en mi escritorio viendo hacia la ventana por encima del monitor asimilando las cosas. Respiré hondo, y decidí mi respuesta, pero al momento en que la envié, recibí otro mensaje suyo.
Jean: ¿Estás bien?
Helena: ¿Eres feliz?
Jean: Es mi turno...
Helena: Para poder responderte necesito esa respuesta.
Jean: Tramposa...
Contuve una sonrisa.
Jean: Sí lo soy.
Helena: Entonces sí, estoy bien.
Jean: ¿Segura?
Helena: Segura... Hablaba en serio cuando dije que quería una amistad contigo. Yo te quiero, estés conmigo o no.
Jean: También te quiero, Hellie. Lo sabes, ¿no?
Helena: Lo sé.
Jean: ¿Eso era lo que no te dejaba dormir?
Helena: En realidad no... Hacía mucho que no hablábamos. Es decir, hablar de verdad... temía que fuera a perderte.
Jean: Perdóname.
Helena: Quiero que sigamos siendo tú y yo, aunque eso implique saber que estás con alguien más... ¿Me contarás si te trata mal? Porque de ser así, me gustaría tratar ciertas cosas con ella.
Y adjunté a mi mensaje el icono de un guante de box.
Jean: Haha, claro que no, Rambo. No me sirves de nada en la cárcel.
Helena: Escapé del internado, puedo hacerlo de un reclusorio.
Jean: Vale, pequeña delincuente.
Me reí, de manera genuina, honesta. Estábamos siendo nosotros, aun sabiendo que su corazón se estaba inclinando hacia otro camino.
Jean: También me gustaría saber si estás con alguien.
Helena: Apenas salgo de casa de mis padres, Jean. Por ahora solo me toca sufrir a mí.
Jean: Cuánto drama.
Respondí con un icono de guiño.
Helena: Te extraño.
Jean: También yo... ¿Te gustaría hacer una videollamada?
Envié la llamada antes de que se arrepintiera. Estaba despeinado, con una playera de algodón gris, y las luces apagadas por detrás. Su enorme y torcida sonrisa me recibió regalándome esa calidez en el pecho que solo él me provocaba.
Nos amanecimos juntos, hablando de todo, poniéndonos al día, bromeando, riendo, recordando. Fue la primera vez que realmente sentí que fuimos amigos, y eso me dio la tranquilidad que llevaba meses buscando. Saber que podíamos seguir siendo nosotros, que seguiría en mi vida, aunque me tocara solo ser una espectadora.
Pero cuando se trataba de él, mi egoísmo no tenía lugar. Yo quería verlo feliz, triunfando, aunque permaneciera en un camino distinto, mientras fuera en paralelo al mío y a la vista, me era suficiente.
—¿¡De viaje!?
Preguntó mi madre exaltada mientras desayunábamos en familia y en compañía de Queen.
—No me voy hoy, mamá —respondí con comida aún en la boca.
Todos me veían confundidos por mi repentino cambio. Y a decir verdad, yo también un poco.
—Voy a trabajar un par de meses y ahorrar para poder irme.
—¿Pero a dónde? —preguntó Queen.
—No sé todavía, quizá Tailandia, Europa... Lo decidiré sobre la marcha, necesito un cambio de aires.
—Me parece bien —dijo mi padre satisfecho.
Mi mamá lo fulminó con la mirada.
—¿Y andar sola por el mundo? ¿No crees que ya tuviste una lección sobre andar sola por las calles?
—Mary... —interrumpió mi padre.
—¿Qué, George? ¡Le viene bien un poco de realidad! Parece una niñata de colegio, no podemos consentir eso.
—Es una adulta Mary, y no nos está pidiendo un solo duro.
—Busca un trabajo de verdad, niña. No uno temporal para cumplir este sueño hippie. Lo que necesitas es estabilidad.
—La estabilidad puede llegar después del viaje, mamá.
—Diablos. A mí sí que me gustaría —lamentó Queen.
—Tú debes volver a San Francisco a terminar esa carrera de medicina, ¿sino quién va a curarme?
—Lo sé, lo sé. Qué pesada.
Le regalé una media sonrisa.
Sabía que todos mis amigos de mi edad estaban estudiando una carrera, trabajando y ahorrando, comportándose como verdaderos adultos. Mientras yo estaba completamente perdida.
No sabía quién era: Helena la música, la animadora, ya ni siquiera me gustaba nada de eso. No tenía ni idea de que quería hacer en mi vida, de que iba a vivir. No estudiaba una profesión, no tenía pareja, mis amigos vivían en otras ciudades y la comunicación cada vez era menos.
Estaba rota por cualquier lado que quisieras buscarme.
Necesitaba el viaje, explorar lugares nuevos, personas nuevas. Encontrarme a mí misma, descubrir nuevas pasiones, y que cómo había dicho Queen, ser feliz por mí misma.
Agosto
Había pasado los últimos meses trabajando como soporte técnico en una empresa de telefonía. Era un trabajo sumamente aburrido y frustrante, pero que pagaban bastante bien. Ahorré cada centavo y en cuanto junté lo suficiente, compré un ticket para Colombia y pagué una semana de hospedaje en un hostal.
No tenía idea de cuál sería mi siguiente parada, pero lo solucionaría estando allá.
Decidí Sudamérica ya que gran parte de Europa y algunos países de Asia, los había visitado en los viajes de fin de curso del Royal. Además, la idea del clima caluroso, escenarios paradisíacos y playas templadas, eran justamente el plan ideal para mejorar el estado de ánimo que venía cargando.
Jean y yo seguíamos conversando de manera esporádica, y aunque me daba cuenta de que evitaba a toda costa iniciar el tema de su nueva novia, yo siempre le preguntaba como iba con ella, tratando de asegurarme de que seguía feliz, y recordarme de que ya era hora que yo también intentara avanzar un poco.
A diferencia de mi familia, le encantó el plan de viajar un poco y airear mis ideas, incluso me apoyaba buscando hospedajes y lugares para visitar. "Anda a completar esa colección de imanes", me alentó.
La mañana siguiente de renunciar, hacía un calor sofocante, húmedo. Repasé rápidamente los artículos en mis maletas para asegurarme que nada faltaba, y así era. Cerré los cierres de ambas valijas, y resoplé. Observé mi cuarto con detenimiento como despedida, pero mis ojos volvieron de prisa al reconocer el pequeño cofre sobre la mesita a lado de mi cama.
Me rasqué la nuca incómoda y me dirigí hacia él. Lo tomé entre las manos, lo abrí y observé los pétalos de gerberas dentro, secos, descoloridos, y frágiles, al igual que percibía mi relación actual con quien me las había regalado.
Sonreí con amargura y llevé mis dedos a mi collar con dos dijes.
Que irónica la vida. Voltear atrás y revivir momentos tan llenos de magia que parece tan increíble ahora sentirse tan hueca, sola, y tan rota.
¿Qué pensarían mis excompañeros de verme así? ¿Me reconocería Alek? ¿O la ausencia reflejada en mi mirada, y mi carente sonrisa les nublaría el juicio? Me daba vergüenza solo de imaginarme encontrarme con Malika, o Beth, incluso con Hedric. Que reconozcan el fracaso emanando de cada poro de mi piel.
Así que guardé el cofre en mi bolso de mano, y partí. Esperando volver a encontrar ese brillo que jamás volvería a tener.
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