Capítulo 33
2004
Helena
Enero
Meses habían pasado desde que Jean y yo habíamos acordado nuestra ruptura de manera sana. Se había ido a México y contra todo pronóstico, él y yo hablamos casi todas las semanas. Sorpresivamente, habíamos logrado una amistad. Y aunque por ese lado de mi vida, las cosas iban mucho mejor de lo que jamás imaginé, por el otro estaba muy fracturado y amenazaba con comenzar a caerse en cachos.
Por fin me había atrevido a dejar la universidad, que llevaba meses sin satisfacerme. Me dedicaba de lleno al trabajo, y las fiestas al estilo de Kim comenzaron a volverse peligrosamente más cotidianas de lo que deberían. Divertirme sin alguna substancia tóxica de por medio ya no me parecía siquiera interesante.
Me encontraba en la habitación de May, la cual visitaba constantemente siempre que ella volvía a Los Ángeles por vacaciones.
—Helena, puedes engañar a quien sea, pero a mí no. Vivimos juntas por años.
—Pero esa era otra Helena, May. En serio, estoy bien.
Su mano tomó mi muñeca deteniendo el temblor que cada día era más incontrolable. Pasé saliva y vi en su mirada reveladora que llevaba razón. No la estaba engañando.
—Dices que son amigos, ¿no?... Supongo que tu "amigo" sabe de lo constante que estás siendo con los estupefacientes.
—Exageras, May... Esto es obra del café tan fuerte que prepara Jazmin.
—Ya... Pero esa no era la pregunta.
Me abracé el abdomen con ambos brazos. Por supuesto que él no lo sabía, y tampoco quería que lo supiera. Comencé a morderme los labios nerviosa.
May retiró su mirada de la mía y negó con la cabeza.
—Por eso nunca me gustó.
—¿De qué hablas?
—Pues de Jean, de quién más. Nunca me gustó. Si se trataba de él siempre eras tan... sometida, tan cegada. Te olvidabas de todo con tal de que él te diera cualquier signo de atención. Y siempre ha terminado dejándote así, destruida... Y nosotros, tus amigos, recogiendo los pedazos.
Encajé las uñas en mis brazos y rechiné los dientes conteniendo el sentimiento que comenzaba a ahogarme.
—Por eso Alek se fue.
Levanté la cara de golpe molesta por su afirmación.
—Yo le dejé ir —defendí.
—Y él decidió irse, Helena. Por algo no se dejó ver nunca más.
Una lágrima se me escapó por la mejilla.
—No tienes que ser tan dura...
—Si tengo. ¿Crees que me gusta verte temblar por la resistencia que te está provocando esas mierdas que te metes? ¿Para qué lo haces siquiera? ¡Tú jamás hubieras hecho algo como esto de no ser porque Jean otra vez te dejó!
Me paré de un salto de la cama, aun con los brazos enrollados en mi cintura, y unas cuantas lágrimas en mis mejillas.
—No quiero seguir hablando —dije mientras salía de la habitación.
—Vale, huye. Pero cuando decidas actuar por fin, aquí estaré lista para ayudarte a pegar tus pedazos, ¡como siempre! —gritó desde la puerta.
Fui caminando a mi casa, la cual estaba bastante retirada pero me apetecía caminar y acomodar mis ideas mientras tanto. Poder dejar correr el llanto tranquilo y esperar que el viento secara las lágrimas.
«May es una amiga de mierda», me dije. Solo me había juzgado, no entiende lo que es estar enamorado, nunca lo ha estado. Es fácil criticar algo cuando desconoces lo que es tener el corazón afuera del cuerpo, a miles de kilómetros en las manos de otra persona.
Llegué al apartamento azotando la puerta a mi espalda.
—¡Joder! ¿A qué ha venido eso? —exclamó Kim desde la cocina.
Me vio a los ojos y dio un respingo sorprendida.
—¿Todo bien?
—Sí, dale. Una tontería.
Ella se cruzó de brazos y fingió pensar una idea.
—¿Sabes que hoy hay bebidas gratis en Bilbao?
—Pero mañana trabajo.
—Bebidas gra-tis —respondió pícara.
Resoplé. La verdad era que la idea de ahogar mis sentimientos en alcohol y drogas era muy tentativa. Pero, Jean... Sacudí la cabeza junto con la idea. May tenía razón, él me había dejado, él me hizo esto, y era momento de comenzar a olvidarlo.
—Sabes que, si vamos. Lo necesito.
—¡Esa es mi chica! —exclamó mientras pasaba un brazo por mis hombros con camaradería.
Necesitaba terminar unos documentos de trabajo antes de poder irme a perder la conciencia más noche, cuando su notificación apareció en la parte inferior de la pantalla.
Jean: Hola guapa.
Apreté la mandíbula tensa.
Helena: Que hay.
Jean: Uy... ¿Todo bien?
Helena: Sí, todo bien, solo un poco estresada.
Jean: ¿Mucho trabajo?
Helena: Sí. Necesito acabar pronto que al rato salgo con Kim a Bilbao.
Jean: ¿Bilbao? Pero si es jueves Hellie.
Helena: Pero hoy hay bebidas gratis para mujeres.
Jean: Marketing un poco sexista, ¿no te parece?
Helena: Claro, pero también me parece gratis.
Envía un emoticón entornando los ojos.
Jean: No alarguen mucho la fiesta o no podrás levantarte mañana para el trabajo.
Helena: O... Puedo irme directo de la fiesta.
De nuevo el emoticón. Y aunque él lo enviaba, yo me sentía exactamente así. Cansada de su interés que de pronto me parecía tan fingido y vacío. Estaba a kilómetros por decisión propia, había decidido terminar, sin siquiera proponer alguna solución. ¿Cómo podía asegurar que me amaba si su primera opción era dejarme antes que llevarme con él?
Helena: Estoy bromeando. Debo dejarte que ya empezaré a arreglarme.
Jean: Vale, tengan cuidado. Si puedes, avísame cuando estés de regreso en casa.
Helena: Sí papá. Buenas noches.
Jean: Buenas noches.
Apagué el computador de un botonazo rudo, liberando parte de mi enojo. Apretaba los puños y veía el temblor, la necesidad.
—¿No te has arreglado? —me riñó Kim desde el marco de la puerta.
—Perdona, iba a hacerlo ahora mismo.
—Prisa niña, prisa.
Me arreglé rápido con ropa no tan llamativa porque no me apetecía andar incómoda, usé unos jeans de vinil negro muy entallados, una blusa de manga larga plateada y un saco negro, ya que hacía frío. Cuando llegué a la sala para reunirme con Kim me di cuenta de que llevaba su tabla de skate en las manos.
—¿Es una fiesta sobre ruedas o de qué va esto?
—No, quedé de prestársela a Carl. Lo veremos ahí.
Kim llevaba meses saliendo con un chico punk de cutis grasiento. Siempre decía que no iba en serio, pero siempre termina haciendo detalles como este, que hace que dude de la veracidad de lo que demuestra. A pesar de que el tipo me parecía desaliñado, con la conversación más idiota que te podías imaginar, y constantes señales de que no era alguien en quien debería confiar, siempre llevaba amigos con diferentes sustancias para probar, y ese era motivo suficiente para tolerarlo.
—Dale, pues vamos. Llamé al taxi hace quince minutos, ya no debe tardar.
Llegamos a Bilbao y estaba medianamente lleno. Kim se percató de que no llevábamos ningún éxtasis o línea encima, por lo que las dos comenzamos a aburrirnos pronto. Al llegar Carl, nos presentó a un chico del que no recuerdo su nombre, pero sí que llevaba montones de toxinas en diferentes presentaciones.
—Sírvanse —ofreció.
Unas pequeñas píldoras de un rosa pastel llamaron mi atención.
—¿Qué son? —pregunté.
—Ah, mujer de buen gusto —canturreó el chico—. Esas te garantizarán una fiesta de puta madre, pero son solo para gente experimentada en el campo.
—No es una novata —defendió Kim.
—Dale, les creo. Pero es mi deber advertirle... Soy un adicto responsable.
—Quiero esa —dije decidida.
El chico tomó una entre sus dedos y la acercó a mi boca. La abrí y saqué mi lengua para que la colocara. La pasé sin agua y sin ningún esfuerzo.
—Guay —expresó el chico.
Había dicho que la píldora era para gente experimentada en el campo, sin embargo, creo que su manera de llamarlo le quedaba bastante corto, ya que muy pronto mi visión comenzó a distorsionarse de manera exagerada y nunca antes explorada. Parpadeaba con fuerza esperando enfocar, pero solo lograba duplicar más los objetos y reventar cada vez más las luces. Se sentía como estar dentro de una pequeña esfera de cristal, viendo todo desde una perspectiva externa, con la visión y los sonidos alterados. Comencé a marearme y ya ni siquiera estaba disfrutando de la fiesta preocupada por la dificultad de enfocar mis sentidos. Con esfuerzo logré llegar a Kim, y de un jalón, la giré hacia mí.
—¡Eh! ¿Qué pasa? —se quejó.
—No me ha caído bien la píldora, creo que me voy a casa.
—Joder, al final sí que eres una novata, ¿eh?
—No estoy para bromas, ¿vienes o te quedas?
—¡Me quedo! Pero nena, ¿crees que podrías llevarte mi tabla? Al final Carl no la va a necesitar.
A duras penas puedo andar sin tropezar, y agregarme un objeto extra a mi equilibrio...
—¿Por favor? —rogó.
—Dale, está bien.
Tomé la tabla y me encaminé a la salida. Saqué el móvil del bolsillo para llamar un taxi, pero me di cuenta de que la batería estaba muerta.
En la acera me percaté de que el flujo vehicular era muy pobre, por lo que le pregunté al guardia de la entrada si era probable que pasara un taxi por ahí. Me respondió en negativo e indicó que a cuatro calles estaba una avenida muy amplia y concurrida. Apreté los párpados intentando enfocar la calle en la que me indicaba seguir. Joder. Voy a romperme un pie andando a oscuras con esta puñetera píldora encima.
Mis sentidos reventados provocaban que la única luz encendida de esa calle me encandilara como un maldito sol, mis pasos resonando en el asfalto retumbaban en mis oídos. En general, todo me molestaba.
De pronto escuchaba más pasos, ¿acaso el sonido ahora también sonaba duplicado como mi vista? Me freno en seco y escucho un par de pasos extras de los míos que paran con unos segundos de desfase. Giró la cabeza hacia mi espalda, veo la calle y los árboles dobles, pero nada más, ningún movimiento. Continúo caminando, al principio solo mis pasos resuenan en el piso, pero poco después otros desincronizados comienzan a sonar. Me vuelvo a frenar, ahora más precavida. Mi respiración comienza a agitarse y no precisamente por el efecto de la droga. Volteo la cabeza lentamente. Sigo sin ver nada, pero esta vez, desconfiada de la imagen distorsionada que mi vista me daba, entrecierro los ojos intentando enfocar. Árboles en la acera, una calle sin iluminación, y edificios desolados por las altas horas de la noche.
Trago saliva desconfiada y me pongo en marcha con los pasos apresurados. El golpeteo de pasos extras empiezan a sonar tan cercanos a mí, que la piel se me eriza. Me paro en seco y entonces me encojo de hombros estremecida sintiendo un calor en mi nuca ajena al clima y a mi persona. Aprieto los puños temblando, con la respiración tan agitada que comienza a ahogarme. Giro la cabeza lentamente hacia un lado y un brazo me golpea por la espalda tirándome contra la pared, me golpeo la frente ante mis torpes pies intoxicados. Intento girarme, pero el brazo que me arrojó aún se encuentra presionando mi espalda con fuerza. Un aliento desesperado y alcoholizado me respira en la oreja, su asqueroso cuerpo está pegado al mío, y comienza a mover su cadera acariciando mi parte trasera de manera intrusiva. Asimilo lo que está sucediendo y muevo bruscamente mis brazos intentando zafarme.
—¡SUÉLTAME CERDO!
—¡Será rápido guapita, y más si te quedas quieta!
Forcejeo intentando girarme de frente a él para poder patearlo, golpearlo, o lo primero que logre liberar de mi cuerpo. Estoy a punto de lograrlo, pero me golpea con el puño cerrado en la mejilla. Aún atontada del golpe, noté que dejaba su mano posada en la pared, mientras que con la otra seguía frotando cuanta piel lograba alcanzar. Intentaba enfocar mi vista, pero el mareo y la toxicidad en mi sangre, me dificultaba siquiera asegurarme de que esto estuviera pasando de verdad.
Quitó de mi espalda la mano que me presionaba contra la pared para usar su propio cuerpo como retención, y entonces esta la deslizó bajo mi blusa intentando tocar mis pechos. El ardor de su piel en la mía y sus jadeos repugnantes funcionaron como punzada de adrenalina. Empujé con ambas manos un fuerte impulso lleno de coraje. Logré apartarlo y traté de huir, pero al ver la patineta de Kim en el suelo, la recogí con la intención de usarla para alejarme a mayor velocidad. Sin embargo, antes de poder hacerlo, el agresor me aprisionó entre sus brazos y me tiró al suelo, golpeando mi cabeza contra el asfalto. Un chillido de dolor escapó de mi garganta mientras las pulsaciones de mi cabeza se hacían visibles como pequeñas luces blancas en mis ojos.
Me encontraba en un limbo desorientada, rodeada de formas irreconocibles, luces parpadeantes como pequeñas luciérnagas, pequeñas hormigas punzantes en las puntas de mis dedos, y un sonido constante en los oídos incapacitando la entrada de cualquier otro.
Poco a poco, el chillido se fue alejando, las luces desapareciendo, y el sentido de mi piel empezó a sentir algo más que las hormigas. Parpadeaba confundida, intentando enfocar y reconocer lo que estaba sucediendo. Logré focalizar una melena encima de mí, ¿Jean? Sonreí. Mi piel comenzó a reconocer, sentía manos en todo el cuerpo, pellizcos. Contuve una risa. Joder, como lo extrañaba. Un frío húmedo se sentía por mis cabellos, en la nuca. Era delicioso, refrescante.
Un sonido titilante llamó mi atención. Buscaba con los ojos el origen del sonido, mi mirada bajó a mis caderas. Había alguien encima de mí desabrochando el fajo y la pretina del pantalón, observé sus dedos con tremendo esfuerzo por juntar las dos imágenes que mis ojos duplicaban, y de pronto el pánico se apoderó de mí. Esos no eran sus dedos, eran morenos, chatos, asquerosos, con las uñas mordisqueadas hasta dejar una pequeña línea casi en la cutícula. Comencé a jadear desesperada por juntar todos mis sentidos y acomodarlos de un sopetón.
Mis sentidos volvieron por producto del frenesí que me atacaba, incluso más recuperados de las toxinas. El abusador intentaba bajarme los jeans para completar su repugnante tarea, aproveché su concentración en el acto y con todas mis fuerzas estrujé sus testículos con una mano, echó un grito atronador, tomé ventaja de su dolor para zafarme y empezar a correr, pero las piernas me traicionaron y seguido de dos pasos, se doblaron dejándome caer de rodillas. Tomé la patineta con fuerzas entre mis dos manos, preparándome para usarla como arma o al menos como un escudo, y en cuanto la tuve contra mi pecho encajando mis uñas en la madera, el hombre me giró con brusquedad con una mano, y la otra apuntaba a mí en un puño cerrado listo para partirme el rostro de frente.
Lo siguiente que pasó, me encantaría poder contarlo con lujo de detalle para poder comprenderlo y recrearlo a la perfección. Pero la realidad es que mi cerebro bloqueó gran parte de la acción. Mi memoria posterior me muestra la cara del hombre conmocionado, con sus ojos ojerosos, irritados, obscuros y perturbados, abiertos como dos lunas. Hacía unos ruidos extraños y grotescos con la garganta, como si se atragantara con su propia tráquea. Siguiendo el ruido que emitía, descubrí la patineta a pocos centímetros de su garganta, en dirección de su cuello, el cual comenzaba a enrojecer por producto de un golpe o raspón. Yo sujetaba la tabla.
Se llevó ambas manos al cuello rodeándolo, temblaba y lucía desesperado por tragar, o respirar. Su piel comenzaba a ponerse rojiza con tonos morados. Dio pasos hacia atrás, desesperado por encontrar el aire que buscaba y su pie tropezó con la acera. Cayó hacia atrás y el sonido de su cabeza estrellándose en el suelo, retumbó en mis oídos, en mi sien, en mi cerebro.
De pronto un silencio atronador inundó la calle. Podía escuchar mi corazón, mi sangre acelerada recorriendo cada vena. El hombre no se movía del suelo, y yo tampoco de mi posición. Ese era el momento de correr lo más rápido que pudiera y huir, pero mis piernas no respondían, habían decidido anclarse al suelo en respuesta de la imagen que veía. Estaba claro que algo andaba mal con la pronta quietud de la situación, pero cuando el charco rojizo y espeso comenzó a correrse a los alrededores de su cabeza por la acera, me cortó la respiración. La adrenalina volvió a mí como un golpe en la espalda que me empujaba a reaccionar. Tomé la patineta y acomodé mi ropa de manera torpe mientras corría a toda prisa tropezando mis pasos. Llegué a la esquina y mi cerebro comenzó a trabajar acelerado.
«¿Y si está muerto? No, no, no... No pude haberlo matado. ¿Y si había cámaras? Acabaría en la cárcel. Pero... fue en defensa propia, ¿No?»
Tragué el nudo en mi garganta con mucho esfuerzo. Regresé corriendo para corroborar la existencia de alguna cámara o artefacto que pudiera haber grabado lo sucedido. Fui y regresé lo más rápido que pude, me forcé a no girar la cabeza para verlo, esperando poder olvidar la horrible escena que acababa de vivir y que aún no terminaba de encajar cada parte en un orden cronológico entendible. Lo que no sabía, es que esa imagen se quedaría dibujada en mi cabeza para toda la vida, así tuviera los ojos cerrados o abiertos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top