Capítulo 31
2003
Jean
Enero
—Joder Luke, ¡soluciónenlo ustedes!
—No podemos solos, Jean, lo sabes —respondió preocupado.
—Es que de verdad, hombre. No puedo... Ya es la segunda vez que cancelo planes con Helena. No la he visto desde navidad.
Hablaba mientras presionaba mi sien con dos dedos.
—Siempre está la posibilidad de cancelar el evento...
—¿Qué dices? —interrumpió Donovan molesto.
—No, no... No podemos perder la demostración. Estará Forbes —dije analizando—. Pero me han visto hacer la fórmula cientos de veces, ¿Qué no se les ha quedado grabado nada?
—Algo, así —admitió Luke—. Pero cuando reacciona mal, solo tú sabes que es lo que la tierra necesita.
—En parte es tu culpa, Jean. Lo haces como mi abuela cuando cocina, no sigue ninguna maldita receta, todas sus medidas están en su cerebro y en su cálculo ocular.
Masajee mi nuca y giré el cuello tronando mis vértebras. El par de idiotas tenían razón. Si nunca lo habían hecho solos, esta ocasión era el peor momento para hacerlo. Iríamos a una exposición donde daríamos una presentación en presencia de la revista Forbes, para la cual estábamos compitiendo como mejor empresa innovadora.
Ganar significaba darnos a conocer en todo el mundo: nuevos clientes, nuevos proyectos, y lo más seguro, nuevas sedes. Los productos debían ser perfectos.
—Helena va a entender, siempre entiende —justificó Luke.
Negué con la cabeza. No se trataba de que entendiera, sino que justo en navidad discutimos por lo que ella llama, desinterés al dejarla plantada por la empresa, y hoy aquí estoy, haciendo exactamente lo mismo. No podía culparla si creería que no he cambiado en absoluto.
Aún no podía descifrar cómo mostrarle que en realidad la amaba cada día más, y que todo el esfuerzo que invertía en Biocare era pensando en un futuro mejor para ambos, y no simples excusas para justificar mis errores, como ella pensaba.
Más tarde tuve que enfrentarla en una llamada telefónica. Ella resopló ante mi saludo.
—Déjame adivinar... —dijo con un ligero tinte de molestia en su voz—. Tampoco vienes este fin de semana.
—¿Cómo es posible que digas eso si solo te he saludado?
—¿Eso quiere decir que si vienes?
Guardé silencio.
—Lo sé porque en los últimos meses, es lo único que escucho. Ya es más común escuchar tus cancelaciones, por lo que es fácil identificar el tono de tu voz.
Me encogí de hombros. Me irritaba lo que me decía, pero a decir verdad no tenía ninguna defensa. Llevaba más cancelaciones de las que podía recordar, aunque estaba seguro de que ella sí que lo hacía, con lujo de detalle, fechas y horas.
—Helena... Son los productos para presentación con Forbes, sabes que...
—Sí, sí... Lo sé. Presentación mundial, éxito, sedes, bla bla...
—Hellie, por favor...
El silencio en la llamada me sacó de mi órbita.
—¿Cómo me llamaste?
—¿Hellie?
—¿De dónde has sacado eso?
—Oh, eso... Supongo que escuchar a tu familia y a Queen en navidad lo volvió contagioso. ¿No te gusta?
—No, no es eso... Es solo... Relaciono ese apodo solo con mi familia, bueno y Queen, pero para efectos prácticos, ella es familia también.
Sonreí.
—¿Pero no te molesta?
—Supongo que no.
—Bien. Porque yo realmente deseo quedarme contigo hasta que algún día pueda ser parte de tu familia.
Ella no dijo nada y comenzó a ponerme nervioso.
—Solo lo dices para que deje el enojo.
Solté una carcajada.
—Perdóname, Helena. Lo voy a compensar para San Valentín, esos planes siguen en pie. El vuelo ya está comprado, en cuanto salga de esa exposición correré directo a Los Ángeles.
—Vale... Ni hablar. Supongo que te veo en San Valentín, entonces.
—Te amo, ¿lo sabes, verdad?
—Sí, sí... Puedes dejar el pelotilleo, ya te he perdonado.
Me reí con ganas.
—Te amo —dijo con gracia.
Febrero
Estábamos listos para la exposición. Los productos estaban perfectos, el stand era moderno, ligero, y nuestra presentación bien aprendida.
El día había pasado incluso mejor de lo que pensábamos. Nuestro stand nunca estuvo vacío, lleno de curiosos, interesados, clientes potenciales, e incluso estudiantes que deseaban trabajar con nosotros. Solo nos separamos de nuestros lugares para pasar al escenario a presentar nuestra exhibición, la cual salió justo como la planeamos.
Terminamos la ronda de preguntas y respuestas y nos dispusimos a bajar para empezar a desmantelar todo cuando un hombre de edad madura, cabello canoso, gafas de montura elegante, y vestidura fina se acercó a mí.
—¿Señor LeBlanc? —preguntó con voz profunda.
—Jean Baptiste LeBlanc, mucho gusto —dije estrechando su mano.
—El gusto es mío... Mi nombre es Benjamin Miller, puedes llamarme Ben.
Di un respingo de sorpresa al reconocer su nombre.
—¿Benjamin Miller? ¿Usted es...?
—El director de Forbes —adelantó asintiendo la cabeza—. A mi equipo y a mí nos ha encantado su presentación, además de notar que son los más jóvenes en toda la exposición.
—Vaya, le agradezco.
—Nos gustaría realizar una edición con Biocare en la portada.
—Una... —me ahogué con mi propia lengua y comencé a toser.
—Tómalo con calma, chico... Aún no decidimos al ganador a mejor empresa innovadora, pero casi es un hecho que ustedes se lo llevan... Aparte de eso, creemos que su empresa tiene lo suficiente para una edición propia. Me gustaría hablar de negocios contigo... Hay un café a un par de calles, ¿tienes tiempo?
Tragué saliva con dificultad. Debía correr al aeropuerto si quería alcanzar el vuelo a Los Ángeles. Limpié mi garganta en un carraspeo.
—¿Luke? —llamé a mi compañero, quien de inmediato se emparejó conmigo.
—Te presento a Ben Miller, el...
—¡El director de Forbes! ¡Claro!
—Luke Da Silva, mucho gusto. Este es Donovan Lefevre.
—Ben quiere que hablemos de negocios en un lugar cerca de aquí... —Expliqué.
—¡Sí, claro! Vamos.
—Excelente —respondió Ben—. Andando.
—Eh... Bueno, en realidad yo...
—Jean tiene que retirarse, pero nosotros lo acompañaremos, señor Miller —excusó Luke.
—Oh, ya veo... pero, ¿no eres tú el CEO de Biocare?
—Sí, así es... Pero es más por una mera formalidad. Los tres tenemos el mismo porcentaje de participación en la empresa, y puedo asegurarle que Luke y Donovan pueden proceder con la toma de decisiones con la misma eficiencia que yo.
—Entiendo, pero a decir verdad me gustaría que estén los tres. Si no es posible ahora, podríamos agendar la portada para el siguiente mes...
Luke y Donovan me dirigieron sus miradas penetrantes como dos lanzas asesinas. El primero incluso me peló los dientes en una riña. Tomé una bocanada de aire, intenté pasar saliva, pero esta parecía ser un montón de arena imposible de tragar. El estómago se revolvía provocando una acidez incómoda.
Sabía que mi negación no era una opción, pero dejar plantada a Helena en San Valentín, ¿lo era?
No me imaginaba a mí mismo trabajando en otro lado, para alguien más en lugar de elaborar mis propios proyectos, dar forma a mis propios sueños. Se trataba de la decisión de dos diferentes dichas en mi vida... Pero, ¿por qué era tan difícil que congeniaran en armonía? Parecía que si me dedicaba de lleno a Biocare, me alejaba de Helena, y si me dedicaba a ella, Biocare se caía a pedazos.
Helena se molestaría, lo sabía. Y lo que es peor, se decepcionará. Pero sé que al final me daría el perdón. Ben Miller quizá en un mes no nos dé la misma oportunidad que ahora nos sacude a los ojos como un trozo jugoso de bistec frente a tres perros hambrientos.
—No será necesario, Ben. Vamos.
Luke asintió aliviado y posó una mano en mi hombro alentándome con unas palmadas. Mientras caminábamos al café que Ben mencionó, escribí un mensaje de texto a mi secretaria:
"Enviar a esta dirección un ramo de gerberas. Por favor escribe una disculpa sincera y fírmala con amor para Hellie. Gracias Sara, te debo una."
Cerré los párpados con fuerza. No ayudaría en nada, pero al menos le recordaría a ella que no fue un descuido de mi parte, y que estuvo en mi mente en el momento de la decisión. Aunque en realidad, no estaba seguro de que eso fuera a jugar a mi favor o en mi contra en la próxima discusión.
Helena
Arrojé las gerberas con fuerza al suelo.
—¡Eres un gilipollas, Jean LeBlanc!
Tomé la toalla humedecida y comencé a desmaquillarme con rudeza. Me arranqué el vestido y lo aventé contra el sofá de mi habitación. Jalé con fuerza las pequeñas trenzas que había acomodado como una diadema en mi cabello.
Me tiré en mi cama a llorar. El cuerpo me ardía, la piel cosquilleaba de coraje. Sollozaba con fuerzas y gritaba contra la almohada.
El sonido de la puerta me espantó.
—Nena, ¿todo bien? —preguntó Jazmin desde el pasillo.
Me sorbí la nariz, y me incorporé a prisa intentando disimular un poco mi desmoronamiento.
—Si Jaz, todo bien.
—¿Segura? Hasta acá escuché tus chillidos. ¿Puedo pasar?
No respondí ya que el llanto amenazaba con reventar de nuevo, por lo que presioné mi boca con una mano. Ella abrió la puerta cautelosa, y me di cuenta que tenía un aspecto espantoso sólo por ver su reacción.
—Ay no, Helena. Ese idiota otra vez te ha cancelado —dijo molesta negando con la cabeza.
Yo partí a llorar y traté de contarle entre sollozos. Jazmin escuchaba mientras revisaba las flores aplastadas en el suelo.
—¿Con amor? ¿Puedes creerlo? —siseó—. Este tío es increíble... ¿Y cuál es su excusa a todo esto?
Me sorbí la nariz al mismo tiempo que encogía los hombros.
—No me ha llamado... Sólo recibí esto.
—Vaya cabronazo...
—¿Todo bien chicas? —preguntó Kim asomando su cabeza en mi habitación—. Hostia, ¿Qué ha pasado?
—El novio perfecto la ha dejado plantada —dijo haciendo un ademán burlón con los dedos.
—¿De nuevo?
Partí a llorar al recordarme que esto ya era una costumbre entre nosotros y que además, todo el mundo se daba cuenta.
—Linda, no llores, no vale la pena.
—¡No sé como dejar de llorar!
—Yo sé cómo —dijo Kim con picardía.
—Ah no, eso sí que no. Tus toxinas ahora no le harían ningún bien, Kim.
—No son toxinas... Es liberación.
—Nena, hablas igual que un pobre diablo en rehabilitación.
—¿Ya has ido a una o porque sabes tanto del tema? —atacó Kim.
—Sí quiero —dije con determinación.
Ambas me vieron de golpe.
—Helena no digas tonterías, ¡ve como estás! Lo menos que necesitas es meter más cosas en ti.
—Pero no va a meter más, las va a sacar, Jaz. Ven cariño, deja que yo te cuide.
Kim me tomó de un codo y me alzó a su lado. Jazmin entornó los ojos. Caminamos hacia su habitación mientras yo seguía escurriendo lágrimas. Escuché sonar el teléfono del apartamento en la sala.
—Tu tranquila nena, yo contesto.
Nos dirigimos a la habitación de Kim, en donde había una pequeña mesa al costado de su cama con una línea de polvo blanco a medio consumir, un par de tabletas azul pastel que seguro no eran medicamentos, y marihuana desperdigada.
—Si hubiera sabido el problema habría traído más al buffet, pero vamos, sírvete, y después podemos ir a un antro a sacarlo todo.
Solté alaridos para comenzar a sollozar de nuevo.
—Vale, vale, yo escojo por ti. Veamos...
"¿Escuchas eso? Es toda la respuesta que tendrás." Escuché decir a Jaz al teléfono en el pasillo. Mi llanto cesó reaccionando ante lo que podía haber sido.
—¿Llamó Jean? —pregunté con esperanza.
—No nena, era un miserable vendiendo seguros. Tu tranquila.
Me sorbí la nariz. Kim colocó una de las pastillas azul pastel en la palma de mi mano, la miré confundida como respuesta.
—Debes pasarla como cualquier medicamento.
—Si no quieres, no lo hagas, Helena.
—Si tú también vienes, guapita. Hoy es San Valentín y nadie se queda aquí sola. ¡Hoy nos enfiestamos! Escoge, pastilla o línea —dijo Kim con determinación.
—Pastilla. No arruinaré mi nariz con tus porquerías. Me ha salido cara.
Kim rotó los ojos y le entregó la pastilla. La tragamos juntas, y después de eso, me fue imposible recordar en toda la noche por qué estaba triste. La vida me parecía tan maravillosa, llena de colores, de sensaciones. ¿Por qué era que lloraba?
No recordaba cómo llegamos al antro, pero la música me parecía exquisita. Cada bajo que retumbaba en las bocinas se sentía en mi piel, en cada terminación nerviosa. Un calor delicioso recorría mi cuerpo entero. El cosquilleo en los labios y en el cuello me liberaba una que otra carcajada mientras bailaba extasiada, sin concentrarme en los pasos, solo fluía con la música. Estaba empapada en sudor, en calor, en éxtasis. Todo brillaba, la gente lucía tan feliz, las luces tenían tantos colores. Todo me llamaba. La música, las luces, el baile, las risas.
Mis dos compañeras de cuarto estaban muertas de risa igual que yo. Nos abrazamos acaloradas entre el baile, acariciábamos nuestra piel, erizándose ante el roce y terminando en carcajadas.
No recuerdo cuando terminó la noche, pero sí cuando comenzó el día.
Porque la terrible luz que se colaba por la ventana entraba por mis pupilas y penetraba mi cerebro causándome una terrible jaqueca. Todo me daba vueltas, el burbujeo en el estómago era incontenible. Me levanté de un salto y corrí al baño a devolver el estómago.
Solté un gruñido. Salí del baño con los ojos cerrados, evitando a toda costa la luz de la mañana. Volví a la habitación y cerré las cortinas, busqué mi celular y lo abrí. Había un mensaje de texto con su nombre.
"Sé que parezco un jodido disco rayado, pero de verdad perdóname. Háblame cuando te sientas lista. Te quiero."
Suspiré. Recordé el motivo del fiestorrón de anoche, y de pronto escuchar su voz me pareció la mejor de las ideas. Marqué el número.
—¿Hellie?
—Hola.
—Creí que no llamarías.
En su voz retumbaba un pesar palpable.
—¿Por qué no iba a llamar?
—No lo sé, creí que estabas...
—¿Molesta? Oh sí lo estoy.
—Iba a decir triste... Ya sabes, por la llamada de anoche.
Di un respingo, pero de inmediato cuadré todo, y resoplé frustrada.
—Así que si eras tú al teléfono con Jazmin.
—¿No te lo dijo?
—No. Y la verdad es que no estaba... En condiciones de prestar atención.
—Lo sé... Helena me siento terriblemente mal.
—Si, bueno... Ya fue.
—No, no fue. Quiero enmendarlo. No puedo perdonarme hacerte llorar así.
—Bueno, te diste cuenta por Jazmin, de lo contrario no te hubieras percatado de nada... Da igual.
Un silencio se prolongó en la llamada, podía sentir la tensión en su respiración.
—¿Siempre pasa esto?
—¿Qué cosa?
—¿Siempre lloras?
Tragué saliva incómoda. ¿Siempre lloraba? Sí. Pero no solo por él. Yo lloraba hasta por ver un perro abandonado a media calle. No era algo precisamente especial.
—Bueno, pero eso no es algo que haga solo por ti.
—No respondiste la pregunta.
—Un poco, Jean. Pero tú me conoces, sabes que lloro por prácticamente todo.
No dijo nada. En cambio, después de un par de minutos en los que dudaba que siguiera ahí en la llamada, carraspeó la garganta.
—¿Cómo te encuentras hoy?
—Terrible. Tengo una jaqueca y una resaca que me está matando.
—Me tranquiliza saber que te divertiste y no te quedaste ahí llorando... De verdad perdóname Hellie, sé que últimamente lo repito mucho, pero esto de verdad que era importante. Conocí al director de Forbes.
Alcé ambas cejas. Era algo impresionante, sin duda, pero no me causaba ningún tipo de excitación saberlo. Ya no. Los últimos meses estaban plagados de pretextos, de excusas, de proyectos asombrosos, gente prestigiosa, que cada vez me parecía más monótono, y menos admirable.
—Y quería hacernos la portada de la próxima edición, pero quería hacer la negociación con los tres socios... —continuó, pero al no escuchar nada de mi parte, finalizó temeroso—. Ha ido bien.
—Me alegro —dije sin ánimos.
—Vale... probablemente estés cansada. Te dejaré dormir, ¿te parece si más tarde tomamos una videollamada? Quiero verte, aunque sea en video.
—Está bien, dale. Hablamos al rato.
Y colgué la llamada.
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