Capítulo 28
2001
Jean
Diciembre
Nadya y yo habíamos terminado hace seis meses.
Habían suspendido clases en la facultad y decidí visitarla por sorpresa. Cuando llegué a su apartamento y entré con el duplicado que ella misma me había otorgado, me encontré con un ajetreo en su habitación.
Ella estaba desnuda de la cadera para arriba, al igual que él. Lo reconocí en el momento que sus ojos captaron los míos. Nunca lo había visto en persona, pero su cara se me había marcado cuando lo vi en el primer concierto que dio Nadya con la filarmónica. El mismo de las flores, el mismo profesor que, según sus palabras, era como su hermano.
Sonreí con amargura y me di la media vuelta azotando la puerta.
A lo lejos escuché su voz llamando mi nombre, gritando que esperara, que lo habláramos. Pero honestamente, ¿Qué íbamos a hablar? Absolutamente nada que quisiera escuchar.
Me dirigí sin inmutarme al tren y regresé a casa esa misma tarde. De repente reía con la ironía de que había sido ella misma quien me había dado la navaja con la que cortaría nuestro lazo.
No lloré, no grité, no me lamenté. De hecho, no sentí nada. Como si estuviera adormecido, anestesiado, y vacío. Un hueco en el pecho me estuvo molestando durante esos meses. Como una espontánea presión en la caja torácica que a veces aparecía, y que en realidad, llevaba ahí mucho antes de que terminara con Nadya.
De hecho, nuestra relación tenía mucho tiempo que no era nada más que sexo. Rara vez hablábamos por Messenger o en nuestros celulares, y cuando nos veíamos una vez al mes, era solo para encerrarnos en una habitación y enredar las piernas.
Ese año había salido a la luz una red social llamada Fotolog. Las generaciones de ahora no la reconocerían si la vieran, pero diría que el funcionamiento era más o menos parecida a Instagram. Tenía ubicado el usuario de Helena, me paseaba de vez en cuando para ver sus fotos actuales, en las que lucía unas facciones menos infantiles de las que recordaba, incluso su mirada me parecía más ausente, con falta del brillo cegador que se asomaba cuando sonreía. Como si su sonrisa fuera producto de un maquillaje y no de una reacción real en su rostro. O eso quería creer yo, que ella estaba tan ausente como yo me sentía.
Pero lo más seguro era que fuera producto de mis deseos, y no de una realidad. Ya que hace unos meses que notaba los recurrentes comentarios en sus fotos de un tal Rob_Atlas.
"¡¡Estás hermosa!!"
"Tienes la sonrisa más bonita de Los Ángeles"
Ella le respondía con algún emoticón hecho con letras. En aquellos años no existían los dibujos gráficos que ahora utilizamos, y debíamos recrearlas con lo que había en el teclado. Pero el punto era el mismo, le sonreía.
Hice una mueca de desagrado al recordarlo.
Por supuesto que la curiosidad me llevó a ver su perfil otra vez. No necesitaba conocerlo en persona para que el tipo me cayera como una patada en el hígado. Para empezar, lucía mucho mayor que ella, y para continuar, todas sus fotos eran alardeando su profesión de director de cine. Un completo presumido.
Ingresando en el perfil de ella, me percaté de varios cambios. Había eliminado algunas fotos en las que aparecía el tal Rob Atlas, y además el anciano ya no le comentaba ninguna foto, de hecho, muchos de sus comentarios viejos habían desaparecido de donde estaban. Un rayo de júbilo atravesó mi cuerpo. ¿Se habrán dejado? El estremecimiento de gozo me provocó una picazón por escribirle.
De pronto sentía la asfixiante necesidad de saber todo de ella, cómo había ido su graduación, en que universidad estaba, sus nuevas amigas, sus nuevas experiencias.
La emoción recorría mi piel erizándose.
Pero así como llegó, se fue. ¿De qué me alegraba? Nos separaba el atlántico y varias ciudades. ¿Qué esperaba que sucediera?, no habíamos funcionado estando a pocos kilómetros de distancia, pero al menos con las mismas horas de sueño.
Ahora, cuando yo estuviera en la universidad, ella dormía profundamente, eso limitaría incluso las conversaciones.
Sacudí la cabeza resignado. Ya nos habíamos hecho mucho daño y habíamos logrado salir adelante enteros... Quizá era mejor dejar las cosas donde se había asentado.
2002
Febrero
—Deberías agregarle dos miligramos más de sulfato —sugirió Luke.
—Probemos primero así. Será útil ver ambas reacciones.
Previo al fin de año del 2001, Luke, Donovan, y yo, habíamos iniciado un proyecto de fertilizantes. Habíamos tenido una gran aceptación en las ferias de ciencia que habíamos asistido, interés por parte de las empresas agrícolas, e incluso nos habían invitado a participar por una beca de negocio, la cual nos daría financiamiento para elaborar todas las ideas que habíamos presentado para el proyecto, y financiar el resto de nuestros estudios en Albuquerque.
Luke y yo habíamos pasado los primeros meses del año perfeccionando las fórmulas, e ideando diferentes caminos para poder crear una marca real de los productos.
—¡Les tengo noticias!
Anunció nuestro profesor de microbiología al irrumpir en el aula azotando un sobre en la puerta. Ambos dimos un sobresalto y lo vimos con curiosidad.
—¿Es de Houston? —preguntó Luke esperanzado.
El profesor asintió con la cabeza. Dejamos todo en la mesa y nos acercamos a él con paso apresurado.
—¿Qué dice? —pregunté.
Luke tomó el sobre de un tirón y sacó las hojas que estaban dentro, lo leímos con nuestras cabezas rozando el contacto.
¡Nos habían aceptado!
Iríamos a Albuquerque a crear nuestra propia marca totalmente financiada por la universidad. Ambos saltamos gustosos y nos abrazamos eufóricos por la noticia. No me había sentido tan feliz y completo desde que había decidido estudiar la carrera.
Dejamos todo el trabajo pendiente y nos fuimos a celebrar al bar más cercano.
—¡Salud! —dijimos todos a coro.
Las risas de todos resonaban en el bar, porque ya llevábamos varias copas encima.
—¿Alguna vez pensaste en vivir en Estados Unidos? —preguntó Luke con un aire de sorpresa extendido por su rostro, como si no acabara de creerse todo esto.
—Jamás, ¡y menos con todos los gastos pagados!
—¡Salud por eso!
Chocamos nuestras cervezas.
—¿Qué será lo primero que harás? Yo imagino que hay algún tour por la ciudad, ya sabes, para poder recorrerla completa. Me gustaría hacer eso.
Luke solía hacer eso, lanzar una pregunta y responderla primero él. Solté una carcajada y bebí de mi cerveza.
¿Qué quería hacer yo al llegar? Un país nuevo, cientos de lugares por conocer, una cultura por explorar, y una sola persona a la que quería buscar.
Había esperado este momento para escribirle. Contarle que estaríamos a pocas horas de distancia, que la simple idea de compartir el continente me revoloteaba el alma. Que estaba harto de sentirme hueco por dentro, y estaba desesperado por sentir cualquier cosa que indicara que aún tenía un órgano viviente en mi pecho. Que la brisa que sentía de su recuerdo ya no era suficiente, y que necesitaba su tormenta completa.
Helena
Solo soporté dos meses más. Porque eso era exactamente lo que hacía. Soportar.
Posterior a nuestro viaje a Avalon la actitud de Rob modificó notoriamente. El interés que mostró alguna vez, desapareció. Cada vez nos veíamos menos, con el pretexto de su trabajo. Y cuando por fin lográbamos concretar una cita, me recordaba todo el tiempo el enorme esfuerzo que había hecho para lograrlo y lo agradecida que debía sentirme.
El sexo tampoco mejoró mucho. Claro que cada vez dolía menos, pero él seguía siendo el mismo bruto tosco enfocado solo en meter y sacar su pequeña desgracia.
Lo irónicamente gracioso de esta historia, es que yo no tuve las agallas de dejarlo, no hasta que descubrí unas bragas en el maletín de su trabajo y él no logró inventar una excusa lo suficientemente rápido. Y hago énfasis en la velocidad de su ingenio, ya que estoy segura de que mi yo de esos días estaba tan estúpidamente convencida que debía seguir en esa relación, que si él hubiera dado un pretexto convincente, el que fuera, hubiera continuado.
Como había dicho, Rob era un experto del habla y el convencimiento. Era imposible odiarlo, un completo manipulador.
Nos dejamos en septiembre. Y para octubre, lo había encontrado en una cafetería cerca de mi apartamento besándose con una chica que llamó mi atención más que la misma acción.
Era Sophie.
Ni siquiera tocamos el tema. Ella simplemente anunció que dejaría el piso, recogió sus cosas y se mudó con él, dejándome sola con Kim y Jaz.
No puedo negar que en ese momento me sentí tan destrozada y traicionada, puesto que ella era la única que había considerado una amiga desde mi mudanza a Los Ángeles, y me había dejado como si yo no fuera nada. Lloré mucho. Pero le lloré a ella, no al salvaje de Rob.
Sin embargo, Sophie otra vez tuvo razón en algo: solo era cuestión de comenzar.
Rob no significó nada en mi vida, a la fecha apenas si lo recuerdo. Pero fue la llave que abrió un nuevo camino en mi vida, porque después de él, vinieron varios. Me convertí en la aprendiz de Jazmin, y llevaba tatuado en el alma su lema, "Sin compromisos".
Salíamos de fiesta, bebíamos, encontraba un rostro apuesto con buen físico, y pasábamos la noche juntos.
Me fui descubriendo a mí misma en el camino, incluso disfrutándolo. Cuando algún bruto comenzaba a escribirme de más o querer intimar más allá de la cama, simplemente lo cortaba de mi vida. Dejaba de responder sin dar explicación. Porque no estaba buscando una relación, mucho menos amor. Simplemente, buscaba placer y explorar los rincones de mi propio cuerpo.
Un día, en víspera de navidad, me había ido bastante mal en un examen de la facultad. Salí hecha un nudo de estrés y ansiedad, así que textee a Dani, ¿o mejor a John? No, Dani me caía mejor.
Nos quedamos de ver en mi apartamento, por lo que llegué a paso apresurado y me metí en mi habitación cerrando la puerta con fuerza a mis espaldas. Encendí el computador, abrí Messenger para verificar que no hubiera nada importante, y me giré. Dani ya estaba ahí, sentado en el sofá que estaba en la esquina pegado a mi cama. No dijimos nada, ni siquiera nos saludamos. Extendimos nuestras sonrisas y nos abalanzamos a la cama.
Si bien Dani era solo un chico que veía esporádicamente, al igual que a otros, era el que más me agradaba. Siempre después del sexo encendía un cigarro y me lo compartía. Yo no era precisamente adicta al tabaco, pero de vez en cuando se me antojaba, sobre todo después de un polvo. Era común en nosotros quedarnos tirados en la cama, desnudos y fumando hasta que la noche cayera. Esa tarde, pintaba para ser una de esas
—Si te sirve de consuelo, yo nunca fui muy bueno para la escuela —dijo en un intento por animarme.
Me encogí de hombros mientras exhalaba el humo de mis pulmones.
—Últimamente, me da igual la escuela...
«... O cualquier otra cosa», completé en mi cabeza.
El sonido de una notificación en Messenger nos hizo dar un respingo. Él chasqueó la lengua.
—Debiste apagarla —se quejó.
Yo levanté un poco la cabeza para tratar de forzar la vista y ver de quien se trataba. No reconocí la fotografía a lo lejos. Normalmente hablaba con las mismas personas; Queen, May, Beth, y muy de vez en cuando, Malika. Pero conocía muy bien las fotografías de sus cuentas y no era ninguna de ellas.
De nuevo sonó la alerta y apareció la ventanilla con su foto. Estiré el cuello para observar mejor. Estiré el cuerpo... Un poco más... Ya casi.
Caí de la cama con un estruendo en las tablillas de madera.
—¡Helena! ¿Estás bien?.
—Sí, sí... —respondí acelerada, incorporándome de un salto.
Corrí al computador.
No lo había imaginado, si era él. Jean. Jean LeBlanc.
Jean: Hola.
El cuerpo comenzó a temblarme, no podía cerrar la mandíbula que estaba trabada, había dejado de respirar y comenzaba a ponerme azul.
—¿Helena? —volvió a decir Dani con preocupación. Yo lo ignoré.
Un escalofrío me sacó del trance. Abrí la ventana de su conversación, y leí su saludo varias veces. Mi mirada iba de su nombre a su mensaje, a su foto, y nuevamente a su mensaje.
Lucía el cabello más corto y peinado, los rulos alborotados se habían ido. Estaba sonriendo con la forma torcida de su boca, ahogué una sonrisa nerviosa que me provocó ver su foto.
Helena: Hola.
Jean: ¿Cómo has estado?
Di una bocanada de aire. ¿Esto estaba pasando en serio? Después de ¿cuánto? ¿Dos años? Había tanto que contar, desahogar, gritar, y sin embargo...
Helena: Bien. ¿Y tú?
Jean: Excelente.
Unos minutos sin responder. Comenzaba a mordisquear mis uñas, ya me había sentado en la silla de mi escritorio.
—¿Tienes hambre? —preguntó Dani desde la cama.
—No. De hecho creo que debes irte, esto es algo importante —respondí tajante.
Ni siquiera noté cuando se vistió y se fue. Tampoco si se despidió.
Jean: Hace mucho que no sé de ti...
Helena: Mucho.
Jean: ¿Te gustaría hacer una videollamada?
Se me heló la sangre y quedé petrificada frente al computador.
Desde que las webcam se habían inventado, mis padres me enviaron una para poder hablar en video por las tardes, lo cual me parecía tan frustrantemente infantil, pero en esta conversación, era lo más excitante que podía imaginar.
Me levanté acelerada, me coloqué la ropa con prisa y movimientos torpes, cepillé mi cabello bruscamente, me limpié el rímel corrido, retoqué el poco maquillaje que llevaba, me di una checada rápida en el espejo, y después otra vez, por si me había despeinado en esa milésima de segundo.
Helena: Claro.
Mi respiración estaba agitada, como si acabara de correr un maratón, las manos me sudaban, y mi pecho se inflaba tanto en cada respiración que me hacía sentir como una paloma.
La llamada entró.
Aceptar.
Y ahí estaba él. Sonriendo. Yo también sonreía. Podía ver los nervios asomarse en un leve temblor de su sonrisa.
No dijimos nada. Duramos lo que sintió como horas viéndonos el uno al otro sonriendo tanto que comenzaron a dolerme las mejillas. Yo analizaba cada cambio en él, y supuse que él hacía lo mismo. Ya no quedaba nada infantil en su rostro, lucía como un adulto. Y lo era, ese año cumplió los veintiuno. El cabello corto y peinado lo hacía lucir aún más maduro, pero seguía igual de apuesto.
En un instante, ambos reaccionamos simultáneamente como si fuéramos un espejo, y estallamos en risas como si hubieran contado el chiste más divertido del mundo.
—¡No has cambiado nada! —dijo extasiado.
—¡Tú tampoco! Extraño el cabello alborotado, este te hace ver más... adulto.
—Lo sé, pero en el laboratorio era muy complicado meter los rulos dentro del gorro protector, y terminaron por enfadarme.
—Igual te queda muy bien —dije encogiéndose de hombros.
Él sonrió y me pareció ver que se sonrojaba. Se rió nervioso y bajó la mirada.
—¿Qué?
—Nada —dijo levantando la mirada—. Estás hermosa.
El corazón pareció dejar de palpitar, para, en cambio, inflarse como un globo apretando mi pecho. Quería sonreír, pero la melancolía comenzó a colarse por cada músculo facial, dejando en cambio, una expresión de tristeza. Pareció notarlo porque inmediatamente frunció el ceño.
—¿Dije algo malo?
Yo negué con la cabeza.
—Perdona... Tenía mucho que no te veía, y... no sé. Me trajo recuerdos.
Dije en un hilo de voz, esperando que, de alguna manera, no lo escuchara. Él resopló.
—También te he extrañado.
Arqueé las cejas escépticas.
—De verdad, Helena. Supongo que... debería disculparme por desaparecer estos años... Pero desaparecer era el único modo que pude encontrar para soportarlo.
—¿Soportar qué?
—Ya sabes... Por lo de Alek.
Entonces recordé la graduación, la confesión de Beth, la cual nunca pude esclarecer porque él estaba saliendo con Nadya... De nuevo.
—Sí, bueno... creo que lo soportaste muy bien acompañado —reproché.
—No es como imaginas...
—Oh, es exactamente como lo imagino. Porque mientras yo rechazaba a quien siempre me ha querido, y que además me dice que el sí hará lo que sea por estar conmigo, incluso mudarse de ciudad... Tú volviste al mismo sitio que me estuvo torturando por meses, ¡y lo sabías!
El enojo resonó en mis palabras, pero en lugar de reaccionar a ellas, lucía confundido.
—¿Rechazaste?
—Sí. Beth creyó estar haciéndome un favor en hacerte creer que habíamos vuelto, pero la realidad es que solo fue a visitarme una sola vez para recibir un rechazo de mi parte. Pero claro, fue muy complicado para ti escribirme y verificarlo, ¿cierto?
—Vaya —dijo soltando una bocanada de aire—. No tenía idea, supongo que... Estaba demasiado herido para escribirte —dijo frunciendo el ceño de manera analítica—. Yo también he demostrado quererte, no puedes reprocharme eso Helena. Fuiste tú quien insistió en que estudiara en Francia.
—No sabía que nos terminaría separando...
—¿Habrías dicho que no? Si hubieras sabido lo que pasaría... ¿Lo habrías hecho?
Lo pensé unos minutos, y aunque nada me había causado tanto dolor como el alejarme de él, sabía que mi respuesta hubiera sido la misma.
Respondí negando con la cabeza.
—Quiero que seas feliz —confesé derrotada.
—Y lo soy...
Sonreí. Al menos algo bueno había salido de todo esto.
—... Casi. Es por eso que te escribí —dijo formando una enorme sonrisa en su rostro. Me parecía que reflejaba... Esperanza.
—En un par de meses me iré a vivir a Albuquerque. Yo y dos compañeros de la universidad.
Abrí los ojos como dos lunas.
¿Albuquerque? Estaba como a once horas en coche, y a solo una en avión. La esperanza de su rostro comenzaba a asomarse también por el mío.
—¿Albuquerque? —repetí para asegurarme de haber entendido bien, y también de que no fuera una fantasía.
—¡Sí! Hemos ganado una beca.
Jean me contó todo. Desde la idea de los productos, la investigación, y la elaboración. No entendía prácticamente nada, pero el simple hecho de ver el brillo en sus ojos al explicarme, intentando empaparme del tema, me tenía sonriendo como una tonta.
Me transportaba a los días de primavera donde nos recostábamos sobre el pasto recién cortado del jardín del internado. Su sonrisa, su voz, su mirada, brotaban un calor en mi pecho tan reconfortante. Recordándome que dentro de mi caja torácica había un órgano vivo que llevaba mucho tiempo dormido. Hablando con él, me sentía una cría de nuevo y no la adulta desubicada en la que me estaba convirtiendo.
Yo también le conté todo, desde que no volví a saber de él hasta ese día. La resolución con May, el collar del director Thomas que aún colgaba de mi cuello, la graduación, el nuevo corte nerd de Hedric y cómo en realidad no le causó ninguna emoción que Steve saliera con su hermana. Mi llegada a Los Ángeles, mi apartamento, y mis nuevas amigas que no terminaban de convencerme.
Y cuando menos imaginé, el sol saliendo en el horizonte me alertó que habíamos estado hablando toda la noche.
—Cielos... Está amaneciendo.
—Sí, aquí ya es hora dormir desde hace rato.
Ambos nos vimos por unos minutos, admirando una vez más el rostro que tanto necesité. Nos sonreímos.
—Me ha encantado hablar contigo, Helena.
—A mí también.
—Será mejor que vaya a dormir... ¿Hablamos más tarde?
Asentí gustosa, sintiendo mis mejillas acaloradas.
—Que descanses.
—Vale... Te veo pronto.
Me guiñó un ojo, y colgamos la llamada.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top