Capítulo 26
1999
Helena
Las chicas regresaron de Singapur. Beth llegó eufórica mostrándome las fotos tomadas. Me platicó lo aburrido que estuvo el evento, lleno de gente ignorante a la música clásica, sin un alma apreciativa del arte. Según sus propias palabras.
—¡No lo soporto más, Helena! Cuéntame todo, ¿dónde está Alek?
Bajé la mirada apenada, esperaba poder postergar el tema más tiempo.
—No lo sé... Seguramente en Finlandia.
—¿Qué? ¿Se ha ido ya? Ni siquiera pude platicar con él, creí que venía para quedarse.
Me encogí de hombros.
—¿Qué ha pasado?
—Nada, en realidad...
Alzó una ceja incrédula.
—¿Me vas a decir que solo vino a saludar y después se fue?
—Pues... No exactamente. Pero era obvio que en cuanto pusiera un pie aquí se enteraría de mi relación con Jean y cambiaría todo su panorama.
—¿Cómo? ¿Te ha rechazado por haber estado con él? —dijo ahogando un grito.
—Diablos Beth, ¿siempre tienes que preguntar por todo?
—Cada detalle.
Era un tema que quería enterrar cuanto antes y mi compañera de cuarto estaba empeñada en desgarrarlo todo hasta dejar la carne viva y descubierta.
Menee la cabeza derrotada.
—Vino a disculparse. Ya sabes, por como terminaron las cosas... Quería rehacer todo, como si nada hubiera pasado. Pero estaba claro que conmigo ya había pasado de todo. Y pues ya... Eso fue.
—Eres la peor para contar una historia.
Puse los ojos en blanco.
—¿Entonces tú lo rechazaste?
—No hubo rechazos Beth, no necesité decirlo para que él se diera cuenta lo miserable que soy por...
—Ni siquiera menciones su nombre —dijo interrumpiendo y apuntando con su dedo índice hacia mí—. Que te sirva de consuelo que él es tan miserable como tú.
Alcé el rostro de golpe con un rayo de luz iluminándome.
—¿Lo vieron?
Asintió con altanería y la respiración se me cortó. Quería preguntarle todo, si lucía igual, más alto, más delgado, si su voz seguía siendo la misma, si lucía feliz, desanimado... Y lo más importante, si había preguntado por mí.
—¿Ustedes no...?
—Solo lo vimos unos minutos Helena, no te ilusiones. No hubo tiempo de conversar.
Sonó tan tajante que por alguna razón sentí que Beth me ahuyentaba del tema, como marcando una línea que no debía cruzar por mi propio bien. Tragué saliva con dificultad. El miedo de imaginarlo feliz, completo, o peor... Acompañado. Me orilló a no preguntar más y quedarme con la espina encajada en mi pecho, que al final, era solo eso, una espina. No quería descubrir una estaca que fuera todavía más complicada de llevar.
Después de su reencuentro con las chicas, realmente esperaba que me buscara, que el repentino recuerdo llevara a su cabeza la duda de cómo me encontraba, puesto que hasta ese día albergaba en mi corazón la esperanza de que su ausencia se debiera a los estudios, y no por algún otro motivo... O persona.
Con los días, reafirmé lo que en mi mente se dibujaba: un Jean pleno que había dejado de cargar con el peso de nuestro pasado, ya que no volvió a escribirme.
Los días pasaron en el internado, tan lentos y cotidianos que me ayudaron a sanar poco a poco las heridas. Cada día revisaba menos mi bandeja de correo y comenzaba a disfrutar más el tiempo con las chicas. Incluso con May, que hasta ella comenzaba a dejar de lado la incomodidad que la abordaba cada que se acercaba un poco a mí.
Cuando menos pensamos, la graduación de mi primera amiga estaba a pocos días. Habíamos decidido hacer una pijamada en la habitación como despedida, conseguimos sobornar a unas trabajadoras de la cafetería a cambio de golosinas extras para poder tener bocadillos en la noche.
—¿Y cuándo Alek se confundió de baños y las chicas de quinto le vieron el trasero? —dijo May entre risas.
Todas partimos a reír ante el recuerdo.
—Es que, ¿a quién se le ocurre cambiarlos después de años de siempre ser el de la izquierda para niñas, y el otro para niños? Era obvio que ocurriría tarde o temprano —defendí.
—¡Pobre! Después de eso tuvieron que regresarlos a como estaban antes.
—Hablando de baños, chicas, necesito ir —anunció Malika
—Yo también, te acompaño —añadió Beth.
Ambas salieron de la habitación, y pronto la risa de May y la mía cambiaron a un ambiente más denso. Si bien el humor de ambas había mejorado con los meses, no habíamos podido conectar como lo hacíamos antes, y siendo honesta, no creía que esa conexión volviera nunca. El muro que se había alzado entre nosotras seguía ahí, menos grueso, más ligero, pero muro al final.
Las situaciones incómodas nunca me han gustado, me provocan una ansiedad tangible en la piel, como una picazón. Desesperada por eliminar la sensación, carraspee la garganta.
—Han sido unos años grandiosos —adelantó May con un ligero temblor en la voz.
—Sin duda.
Ambas nos quedamos de nuevo en un silencio abrasador. Con una tensión tan palpable que incluso ella se frotaba las manos nerviosa. Me rasqué la nuca incómoda lista para romper el hielo y eliminar la niebla abrumadora que nos envolvía, pero al mismo tiempo que yo, ella articuló palabra. Sonreímos con timidez ante la coincidencia.
—Continúa —animé.
Ella bajó la mirada y frotó sus manos una vez más. Notaba su nerviosismo contagioso que comenzó a subirme de los pies al estómago.
—Helena yo... Yo quiero que sepas que realmente fuiste mi mejor amiga todos estos años.
Di un respingo de sorpresa. Sonreí con ironía, ya que realmente no supe cómo absorber sus palabras, con honestidad, con hipocresía, o arrepentidas. Me encogí de hombros a falta de palabras, cosa que muy rara vez me sucedía.
—Yo sé que tal vez yo no sea la tuya, y lo entiendo... —dijo en un hilo de voz.
La observé atenta a la continuación de sus palabras.
—Hay algo que quiero que sepas... Aunque sospecho que ya lo sabes.
Los nervios comenzaban a apoderarse de mí. Mordisqueaba el interior de mis mejillas y apretaba los puños tratando de cesar el temblor que comenzaba en ellas.
—Yo no... Yo nunca entregué tu audición para Singapur.
Lo dijo de una manera tan sensata, vulnerable, con el rostro cabizbajo, y la voz quebrada, entregando sus pecados a la ley, lista para recibir su penitencia. Todos los escenarios desagradables que alguna vez imaginé de nosotras, enfrentando este momento, se esfumaron. De pronto el rencor y las ganas de venganza que alguna vez pasaron por mi mente se transformaron en pena, en deseos de comprender a fondo lo ocurrido para poder encontrar una razón para el perdón, y por fin librarme de la amarga sensación que habíamos creado entre nosotras.
—Lo sé.
Escuché su respiración agitarse y al notar que talló uno de sus ojos, busqué su mirada que estaba cubierta de lágrimas
—Sé que debes creer que soy la peor persona que has conocido —dijo entre sollozos—. Pero es que... Es que...
—Tranquila... —Dije posando mi mano sobre su hombro.
—¡Deja que termine!
Retiré el brazo resentida de su repentina subida de tono.
—Desde que Yao murió mi madre ha estado tan... Insoportable. Quiere que sea perfecta, la mejor... Toda mi niñez viví tranquila porque esa presión siempre caía en mi hermano, pero ahora que tiene toda su atención en mí, me presiona mucho Helena. Se enteró de ese viaje y amenazó con sacarme del internado si no quedaba seleccionada, cree que solamente pierdo el tiempo aquí, que no tengo talento, y esa era la manera que vio de comprobar si era cierto.
Su voz estaba llena de recelo, angustia, y miedo. Sabía en mi corazón que lo que decía era verdad. Pasé mi brazo por sus hombros y acaricié su espalda intentando calmar su llanto desesperado.
—Desearía que me lo hubieras dicho May...
—Tenía miedo... Estabas tan embobada con Jean que pensé que pelearíamos por ello.
—Y en cambio, me apuñalaste por la espalda —dije en reproche.
—Perdóname. En cuanto noté que te alejaste supe que lo sabías. Vivía cada día al acecho, esperando tu reclamo, tu odio, algo... Pero nunca llegó nada. Me di cuenta demasiado tarde de que tal vez no hubiéramos peleado como pensé...
—Me ofende un poco que pensaras eso... Un muchacho jamás sería más importante que mis amigos.
—Cómo iba a saberlo, estabas todo el día con él... ¡Todo el día!
—Porque era su último año May... Y para serte honesta, lo volvería hacer —dije con la voz quebrada.
—Lo siento, de verdad. Fui muy egoísta, no merezco ni que me dirijas la palabra.
—No digas tonterías... Estaba tan metida en mis propias penas que olvidé que los demás también tienen las suyas. Es solo que, ojalá hubieras confiado en mí. Somos amigas y... Yo también te necesitaba.
—Ahora lo sé... —dijo avergonzada.
Nos quedamos en silencio, dejando correr las lágrimas y acompañadas en la pena. May sufría arrepentida de sus acciones, y yo sufría un nombre.
—¿Lo extrañas mucho?
—Como al jodido aire que respiro —dije en un sollozo.
May me estrujó contra su pecho, rompiendo juntas en el llanto contenido de meses.
La puerta se abrió y las chicas abrieron los ojos en cuanto nos vieron, con lágrimas y abrazadas, en una escena dramática.
—Hostia, ¿cuánto tiempo nos hemos ido? —preguntó Malika perpleja.
2000
Jean
Enero
Varios meses habían pasado desde la última vez que supe de ella por boca de Beth.
Era la madrugada del primero de enero del 2000. El mito de que el mundo se acabaría esa noche llevaba meses, incluso años rondando los periódicos y revistas del mundo, y aunque yo ya había vivido una pequeña prueba de que mi mundo se acabara, la remota idea de que pudiera suceder de verdad me tenía totalmente sin cuidado.
A pesar de que mis compañeros y yo éramos hombres de ciencia y para nada creíamos en el mito del milenio, habíamos organizado un viaje a República Checa, el país más cervecero del mundo. Como jóvenes de diecinueve y veinte años, encontrar al fin del mundo borrachos sonaba como el mejor plan para ejecutar, y un excelente pretexto para atontarnos todos juntos.
Había probado todo tipo de cervezas, claras, oscuras, incluso de sabores exóticos como té verde, jengibre, y regaliz. Claro que después de la novena botella, dejé de percibir el sabor de cada una.
Estaba ahogadísimo, igual que mis compañeros.
Los cinco caminábamos por una calle vacía, cubierta de nieve, tropezando entre nosotros, gritando tonterías y riendo sin motivo.
—¡El mundo no se acabó! —gritó Luke mientras arrastraba su brazo por mis hombros.
Partí a reír como un tonto.
—¡Por esto nos han corrido del bar! —Se quejó Donovan, quien era el más serio y sensato del grupo.
Tuve que detenerme de la caminata para sujetarme el estómago con ambos brazos de la contusión que me estaba causando la risa.
Ahí, doblado por las carcajadas en medio de la calle, una puerta se abrió a mi costado y salieron dos hombres y una mujer vestidos de negro. Reconocí de inmediato los estuches que llevaban, ya que por muchos años yo llevé uno igual en el Royal.
Mi sonrisa fue cesando y me incorporé lentamente para ver a la chica del violín que acababa de llamarme por mi nombre. Veía doble, por lo que forzaba la vista para que ambas imágenes se juntaran, formaran una sola y lograran enfocar bien a la persona.
Lo primero que identifiqué fue el cabello rojizo alborotado, después la piel pálida cubierta de pecas, los labios rojos carmesí, y los ojos verdosos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó la chica.
Me sentía tan aturdido que dudaba de lo real de la situación. El alcohol había formado una neblina en mi mente que dificultaba mi lucidez, y mi habla. Luke se acercó para darme un codazo en las costillas.
—Venga Jean... Respóndele a la señorita —dijo con una torpe coquetería ahogada.
—¿Nadya? —pregunté a duras penas logrando sincronizar la lengua con el cerebro.
Ella soltó una risita melodiosa y yo me uní a su risa.
—Veo que han disfrutado de la noche, chicos.
—¡Nadya! —grité asimilando todo—. ¿Cómo has estado?
Ella volvió a reír.
—Bien, voy saliendo de tocar en una fiesta privada por fin de año... ¿Tú cómo has estado? Además de alcoholizado.
—Bien, muy bien... Dejé la música.
Alzó ambas cejas con interés.
—Me da gusto. ¿Qué haces ahora?
—Estudió Biotecnología en el Politécnico de París.
—Así que regresaste a Francia, ¡es grandioso Jean!
Nos sonreímos en un silencio mutuo lleno de recuerdos que revoloteaban en el aire. Incluso me parecía que el alcohol comenzaba a esfumarse de mi torrente sanguíneo y me sentía un poco más lúcido.
Luke, que había estado parado todo el tiempo a mi lado, carraspeó la garganta.
—Pues mucho gusto Nadya, yo soy Luke, compañero de Jean. Los dejo para seguir a los chicos, ¿vale?
—Espera —apresuré a decir—. Te acompaño.
Me giré para sonreírle una vez más, pero ella interrumpió mi intento de huida.
—¿Te gustaría ir por una copa? Conozco un lugar aquí cerca que aún está abierto —dijo con un atractivo brillo en la mirada.
Luke me empujó por la espalda.
—Los veo luego chicos —se despidió entre risitas.
—¿No crees que ya llevo demasiadas copas encima?
—También tienen sodas.
Sonreí nervioso y asentí, nos pusimos en marcha caminando uno a lado del otro.
Era un lugar muy acogedor, rodeado de luces cálidas, opacas, música de jazz, y pequeñas salitas en lugar de mesas con sillas. Nos sentamos uno frente al otro y como si el tiempo jamás hubiera pasado, nos pusimos al día en todo. Supe que le iba muy bien en la filarmónica, y que además tomaba trabajos externos como el del día de hoy, en los que se ganaba un dinero extra. Le conté de mi decisión por estudiar biotecnología, de como mi enojo me llevó a encontrar mi verdadera pasión. Y por algún motivo, oculté a Helena en toda la conversación. No la mencioné ni una sola vez, ni siquiera para decir que fue ella quien prácticamente me obligó a venir.
—¿Y el enojo de dónde salió?
—¿Hmm?
—Dijiste que tu enojo te llevó a buscar lo que te apasionaba... ¿Qué te hizo enojar?
En mi mente volví en el tiempo, a aquella tarde, en la sala de mi casa, viendo la transmisión en vivo de su primer concierto, y aquel acercamiento con el joven de las flores, quien le tomó la cintura y le besó la mejilla.
Fruncí el ceño más no estaba enojado, los restos de esa molestia se habían esfumado hace mucho.
—La transmisión en vivo de tu primer concierto.
Ella se inclinó hacia atrás con una mano en el pecho, fingiendo indignación.
—¿Tan mal estuve?
Forcé una sonrisa.
—Vi al chico que te dio las flores...
Su semblante se puso rígido al momento. La conversación comenzaba a incomodarme, temía que sintiera un reproche de mi parte, lo cual estaba muy alejado de la realidad, pues al final, aquello había salido mejor de lo esperado... ¿O no?
—¿Connor?
Me encogí de hombros, porque no tenía idea de su nombre.
—¡Oh no! Él es mi maestro particular. Llevamos una relación increíble, me ha compartido todo su conocimiento en el violín, es como un hermano para mí.
Lo pensé unos minutos. Realmente las flores no eran un acto exclusivamente para parejas, ni los besos en las mejillas... Es decir, yo jamás besaría a uno de mis hermanos en la mejilla, pero mi relación con ellos no es precisamente la más normal. Aunque él no era su hermano de verdad, pero quién era yo para juzgar. Y pensé, que en realidad, ya no éramos pareja en ese entonces, de pronto todo ese asunto me pareció infantil e innecesario.
—Ya veo... Sin rencores.
Ella me sonrió y noté que sus mejillas estaban rojizas, seguramente por el frío. Le daban un aura encantador, seductor. Le sonreí con timidez.
—Te ves muy bien, Jean. Los años te han favorecido.
—Igual tú, estás muy guapa.
Una ligera tensión atrayente comenzó a levantarse entre nosotros. Su mirada se paseaba de mis labios a mis ojos, y la mía igual por su rostro. Di un sobresalto de sentir el roce de su pie en mi tobillo. Ambos reímos ante la reacción.
Esa madrugada terminamos juntos en su apartamento, desnudos, envueltos entre las sábanas, con los vidrios empañados por el calor interno contra la fría nevada que caía afuera.
Al día siguiente los chicos volvieron a París, pero yo decidí junto a Nadya, quedarme ahí hasta que las clases iniciaran de nuevo.
Es curioso como la perspectiva de las cosas va cambiando con los años, y de repente te das cuenta, de que República Checa está tan cerca de París y a solo cincuenta y siete euros en tren, cuando hace unos años te parecía un lugar tan alejado e imposible de llegar.
Así fue como cada fin de semana iba y venía de visita. Como había sido hace años, Nadya nunca puso una etiqueta a lo nuestro, pero las llamadas y mensajes diarios, nuestras citas y encuentros semanales, eran suficiente para que ambos nos embarcáramos en la relación más seria que habíamos tenido.
Y por primera vez, comenzaba a sentirme un adulto.
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