Capítulo 25



1999

Jean


"... No sé bien qué sucedió joven LeBlanc, pero su audición no llegó a mis manos. Helena dice haberla entregado a May, pero a mí no me consta nada." Explicó el director Thomas.

Había estado temiendo durante días que la desconexión de Helena se debiera a alguien más y que ella estuviera evitando tener una conversación conmigo, dejando nuestra separación en manos del tiempo, en lugar de enfrentarla con valentía. No encontraba otra explicación para no haber enviado su audición y con ello, perdido la oportunidad de vernos.

De solo imaginarlo se me revolvía el estómago.

Decidí dar un paso adelante. Forzar nuestro rompimiento, esperando que ella lo evitara. Esperando que saltara a mis palabras, deteniendo mi guión preparado para decirme que aún me quería y que lucharíamos por estar juntos. Que me explicara que todo había sido un malentendido o alguna otra mala jugada que la vida últimamente disfrutaba hacernos. Pero la realidad fue un guantazo en mi estómago.

Escuchó todo sin inmutarse. Dejó fluir mi libreto hasta el final sin siquiera dedicarme media palabra, un sonido, una respiración. No lo soporté más y colgué al segundo que terminé de decir lo que tenía preparado. Su silencio eran navajas atravesando mis órganos, el pecho, la sien. El cuerpo me temblaba en reacción a una pesadilla que acababa de cumplirse.

Habíamos roto.

Presioné mis párpados con las yemas deteniendo el agua que con fuerza golpeaba en mis párpados. Unas lágrimas se escaparon pintando dos caminos en mis mejillas, las limpié rápidamente y tomé una bocanada de aire para incorporarme.

Me convertí en un sonámbulo dedicado a su agenda universitaria. Iba de un lado a otro con la mente dormida y el cuerpo anestesiado, memorizando conceptos, respondiendo exámenes, y estudiando por las tardes en mi dormitorio. Mis compañeros del equipo de Singapur me invitaban constantemente a bares los viernes por la noche, a los cuales era incapaz de aceptar.

Cuando no estaba estudiando, prefería ir directamente a dormir, estaba enfocado en mantener mi mente siempre ocupada para evitar traer su recuerdo a quemarme de nuevo. Si mi mente no estaba ocupada, entonces dormía, pero no permitía que me torturara.

La ambigüedad de los días trajo el viaje por sorpresa. Creía haber vivido unas cuantas semanas, cuando en realidad ya era junio y habían pasado varios meses. Mis maletas estaban empacadas, aunque no recordaba si había sido yo quien las había armado, ni que ropa había guardado en ellas. Porque últimamente vivía así, un robot en automático, inerte y adormecido.

Viajamos a Singapur y armamos nuestro stand de la universidad esa misma tarde. Personas se acercaban a observar los diferentes experimentos que teníamos expuestos, yo había elegido el rol explicativo, ya que disfrutaba de enseñar a las personas. El día terminó pronto y nos encontrábamos guardando nuestras cosas, cuando una conocida voz me llamó por la espalda.

Beth y May se encontraban paradas con vestidos de gala negros y elegantes, los cuales eran parte del código de vestimenta del Royal para los conciertos. Beth se acercó con una sonrisa tensa, mientras May se quedaba tras su amiga, entretenida con un hilo de sus ropas que de pronto le pareció de lo más interesante.

—¡Chicas! Qué gusto. Han tardado en venir a visitarme.

—May no quería venir, pero yo no podía perdérmelo —dijo Beth con coquetería.

Observé extrañado a May, la cual tenía la mirada cabizbaja y solo me dedicó un rápido vistazo.

Casi me pareció temerosa.

—¿Qué dices? Si somos amigos, ¿no?

—¡Claro! Pero ya la conoces, terminaste con Helena y siente que con ella también.

Beth dio un codazo amistoso a May, pero esta volteó a verla con mirada fulminante. Ella se encogió de hombros arrepentida de su mal chiste.

«Terminé con Helena»... ¿Por qué sentía que había sido al revés?

Yo también me puse tenso y me froté las manos nerviosas ante el surgimiento del tema.

—Voy por un refresco —dijo May apenada.

—Tal vez fue un mal chiste —admitió Beth una vez que se alejó.

Yo la recriminé con la mirada.

—Vale, perdón. Han pasado varios meses, creí que ya estaba superado... ¿Cómo estás?

—Bien —dije sin verle la cara.

—Te veo más delgado.

—La universidad. Me tiene loco, apenas tengo tiempo para comer.

Ella asintió con la cabeza comprendiendo. Nos quedamos de pie en un incómodo silencio que comenzaba a picarme en la piel. Una espina ensartada en el pecho me presionaba a preguntar sobre ella.

—¿Cómo...?

Inicié la pregunta, pero debí parar para tomar aire y poder continuar.

—¿Cómo está ella?

—¿Helena?

Dijo fingiendo duda, cuando en realidad sabía que repetía su nombre en voz alta con el propósito de torturarme.

—Al principio mal, nos dejaste una zombie ausente y adicta al autocastigo...

Me sorprendí por su respuesta, y de saber que ella también lo había pasado mal. Un rayo egoísta de alegría se asomó en mi sonrisa.

—... Pero ahora está mejor. Se quedó con Alek en el Royal —dijo de manera pretenciosa, filosa como un cuchillo, atacando.

El aire que tomé al escuchar su frase se sintió como un denso humo imposible de pasar a mis pulmones, y comencé a toser ahogado.

—¿Alek? —pregunté entre mis espasmos—. ¿Volvió a la escuela? ¿Ya para qué? solo quedan seis meses para que salga —reproché.

—Ah no, solo está de visita en Londres. El bobo no sabía que existía este viaje, de haberlo sabido hubiera esperado para vernos a todas.

Beth me barría con la mirada, suponía que analizaba mi reacción a la noticia. No sabía la finalidad con la que estaba haciendo esto, si quería torturarme, informarme, o defender a su amiga haciéndome creer que estaba de lo mejor sin mí. No me importaron sus razones, ni si me estaba humillando a mí mismo. Su tormenta estaba azotando mi interior y quería saber cada movimiento que iba a hacer.

—¿Ellos han...?

No podía continuar. Las palabras me sabían tan amargas que debía tragar saliva para disfrazar el sabor.

—¿Vuelto? No lo sé. Como te dije, ellos se quedaron allá. Apareció en la escuela el mismo día que salimos para el aeropuerto. Supongo que tendrás que preguntárselo tú.

Hablaba sin dejar de verse las uñas, restándole importancia, cuando mi mundo se caía a pedazos frente a ella. Su tono me irritaba como jamás lo había hecho, cada palabra la sentía como una navaja rascando la costra de una herida que quería sanar.

La presencia de May con su refresco en mano nos interrumpió.

—Thomas nos está buscando, Beth.

—Vale, igual ya habíamos terminado de ponernos al día, ¿cierto?

La miré con recelo y forcé una sonrisa, mientras ella sonreía con malicia triunfal. May la vio desconfiada, y se alejaron junta con los brazos entrecruzados. "¿Qué te traes entre manos?", alcancé a escuchar a May reclamarle, ella soltó una risa pícara que me erizó la piel de coraje.

Me fue imposible pasar alimento ese día, y el siguiente. Mi estómago estaba ocupado por la sensación de un torbellino que me provocaba un malestar que no se había quitado con medicamentos. "Ya te di los medicamentos que necesitas chico, habrá que esperar para saber qué es lo que te pasa." Dijo el doctor del hotel. Pero yo sabía perfectamente la razón de mi malestar, su nombre y apellido.

Estaba furioso, herido. Repitiéndome que el rubio de gafas había sido el motivo por el que Helena permitió nuestro rompimiento. Una justificación de mierda, lo sé, pero en esos días, yo necesitaba algo a lo que sujetarme.

El último día en Singapur, los chicos del equipo me invitaron a celebrar a un bar, y aunque me apetecía menos que nunca, decidí hacerlo. Llevaba los últimos meses ausente con ellos, en mi vida, y en todo. ¿Y qué me había valido? Nada.

Soportamos solo un año, no se esforzó por parar nuestro rompimiento, y ahora estaba en Londres con un idiota que parece más un perro faldero dispuesto a echarse al suelo para que ella le pase por encima, en lugar de comportarse como el hombre que

Helena necesitaba.

Bien. Que se quede con su fiel mascota si así lo quería, pero yo ya no me dejaría ahogar por la pena de su nombre.

Y aunque iba sin expectativas esa noche, sorpresivamente la pasé muy bien. Había bebido por primera vez, jugamos cartas, a tomar un chupito en cada gol que el equipo blanco anotaba, del cual olvidé el nombre, un poco de karaoke, e incluso bailamos con unas chicas que estaban de visita en el mismo evento que nosotros.

Acabé inconsciente en mi habitación, despertando con un hambre voraz por no haber comido como se debe en días.

Me levanté con una agradable satisfacción de haber vencido mi malestar, me cambié a prisa para bajar a desayunar. Pasé rápidamente al baño para echarme un poco de agua en el rostro cuando me percaté que llevaba los labios y el cuello llenos de manchones de un labial rojizo. Eran las marcas de un crimen que no recordaba por más que me esforzara.


Helena

Junio


Habían sido los meses más oscuros que había vivido. La expresión de decir que el corazón duele la sentía tan palpable y real que estaba segura de que no era una simple metáfora, y que físicamente si existía un dolor en el pecho causado por amor, sin ningún remedio médico que ayude.

Me despertaba frecuentemente por las noches presionando mi tórax, tratando de regresar el dolor por donde vino. Los sueños de sus caricias eran tan reale,s que me rompían de un cristalazo al despertar, abrazando mi abdomen con fuerza para no despedazarme entre mis sábanas.

Poco a poco el dolor fue cesando. Había encontrado el remedio yendo a correr alrededor de la escuela una hora antes de dormir, para así terminar tan agotada que mi sueño se volvía pesado y enfocado en descansar en lugar de recordar. Había logrado descansar por las noches, pero mis días seguían siendo lúgubres y ausentes.

Mis amigas habían dejado de intentar animarme o incentivarme a hacer actividades con ellas. Y con amigas me refiero a Beth y Malika, ya que May pocas veces aparecía para decir algo.

Había decidido no tocar el tema de la audición con ella, porque no me sentía con el valor ni la fortaleza de afrontarlo. Aun así, el espacio que había tomado entre nosotras solo me reafirmaba lo que sospechaba: que todo lo hizo con la intención de dejarme fuera de la competencia.

El día que las chicas partían a su viaje no quise ir a despedirlas. La herida seguía abierta, por lo que preferí quedarme en el salón de estudio para repasar unos temas.

Estaba metida en mis apuntes cuando unas manos cubrieron mis ojos. Se sentían rasposas, varoniles, y de tacto cálido. Di un respingo al sentir su piel en la mía. El aire se me cortó dejándome sin aliento, un remolino alborotado de esperanza me recorrió la piel. Sonreí y respiraba agitada con emoción, esperando encontrarme con unas ondas despeinadas de color chocolate que tanto extrañaba tirar al abrazarlo.

Retiró las manos y me giré acelerada. Un trago amargo me devolvió los pies al piso al ver al noble chico, de lacios cabellos rubios y ojos azules, que me sonreía de oreja a oreja, mostrando sus hoyuelos jocosos con los brazos abiertos de par en par, listos para envolverme en un abrazo.

—¡Estás preciosa, Helena! —gritó extasiado y me levantó en sus brazos.

Me estrujó fuerte y se puso a girar sobre el mismo eje entre risotadas.

Sonreí. Después de meses, una sonrisa pura y legítima se dibujó en mi rostro ante el deja vú que se presentó en mi mente. Me transportó a los días tan felices que viví a su lado, a la tranquilidad de tenerlo cerca y saber que siempre estaría para mi, como si el dolor nunca hubiera existido.

Reaccioné al darme cuenta de que estaba viviendo una realidad, y no uno de mis sueños hiperrealistas.

—¿¡Alek!? ¿Qué haces aquí? —pregunté eufórica.

—¡Vine a visitarte! ¿No te lo prometí?

Me devolvió al suelo y me sonreía tanto que sentía que sus mejillas no podrían volver a suavizar las arrugas. Asentí dudosa.

Su semblante comenzó a relajarse hasta convertirse en una mueca.

—Sé que te decepcioné —dijo con pesar—. Tenemos mucho de qué hablar.

—Y que lo digas...

Nos fuimos al jardín charlando, poniéndonos al día. Lucía más maduro, y más delgado, con la sombra de una barba asomándose en el mentón. Me contó sobre su escuela, los amigos que había hecho ahí y que si bien le gustaba, le faltaba la música, y le faltaba yo.

Su madre no logró la batalla. Había muerto hace un año. "Siempre quiso viajar por el mundo, y ahora anda por ahí recorriéndolo", dijo con la voz temblorosa. Le froté la espalda para reconfortarlo y me sonrió con calidez.

—La muerte da miedo si llega por sorpresa —dijo con la mirada perdida en el horizonte—. Pero cuando ves a alguien que quieres sufrir tanto, el dolor se comparte con la paz de que por fin pueda descansar del martirio.

Escuchaba sus palabras con pesar. Un gorgoteo en la garganta me avisaba que unas lágrimas intentaban escapar.

Alek pasó por tantas cosas duras durante estos años. Dejó la escuela, a sus amigos y a su novia para atender a su familia. Cuidó de su madre, le entregó todo, y aun así la vio morir. La vio desmoronarse poco a poco; como perdía el cabello, las cejas y sus pestañas, como quedaba en los huesos y perdía la fuerza para mantenerse de pie, y como cada vez su voz se convertía en un hilo de sonido casi imperceptible por una garganta herida de tantas arcadas.

Y sin embargo, aquí estaba, con una de sus enormes sonrisas, vivaz, rozagante, aceptando la muerte con el corazón. De pronto, me parecía más un adulto en lugar de un crío de diecisiete años al que tenía enfrente.

Sentados en una banca del jardín del ala este, con las miradas perdidas, colocó su mano en mi rodilla. Me giré a verlo y él me regaló una cálida sonrisa con tintes de pesar.

—Lo siento mucho, Helena.

—No digas nada Alek. No sabíamos en lo que nos metíamos, éramos unos críos.

—Lo somos —corrigió.

Tomó mi mano y acarició mi dedo anular e hizo una expresión de pena al notar la ausencia de su anillo. Di un respingo en reacción al recordarlo.

—L-Lo he guardado. Está en mi habitación.

Él forzó la sonrisa y bajó la mirada con las cejas fruncidas.

—Sé lo de Jean.

Dijo directo, sin titubear. Siempre me gustó y admiré eso de él, que anda por la vida sin frenos ni temores. Sus palabras me sorprendieron, pero tratándose del Royal, imaginé que Angie o alguna otra cotilla se lo dijo en el segundo que lo vieron.

Dio una bocanada de aire y palmeó mi mano.

—Me alegro por ti, linda. Siempre lo quisiste.

Sonrió con amargura y se rascó el mentón nervioso.

—Te confieso que siempre sentí envidia de como lo mirabas.

—Qué dices Alek...

Bufó.

—No te culpo, Helena. Yo te dejé sola, y ese cabronazo aprovechó la oportunidad. Al final, también tengo parte de la culpa.

No me agradaba mucho que lo ofendiera, pero pasé el disgusto de un respiro.

—No fue bien —expliqué.

Fingí un tono desinteresado, que por su expresión, supe que no me salió tan bien como lo imaginé.

—No fingiré que me da pena escucharlo.

Contuvo una sonrisa y yo me reí ante su sinceridad.

—¿Te hizo daño? Tú dime si hay que partirle la cara, me encantaría darme ese gusto.

Negué con la cabeza entre risas. Nuestras miradas se cruzaron y se detuvieron ahí, viajando en todas las miradas que alguna vez nos dimos, como amigos, como novios, y ahora como un reencuentro. Él sonrió y las mejillas se le pintaron de rosado.

Yo respiraba con dificultad leyendo en su rostro una acción que temía que hiciera.

—Quiero que sepas, Helena... Que estoy solo a una afirmación de ser tuyo.

Noté el brillo del anhelo en sus ojos. Los labios y los lagrimales me temblaban intentando rendirme.

—Si tú me lo pides, traigo mis maletas a Londres, a Long Beach, a donde sea que quieras ir. Si me lo permites seré tuyo entero, sin más despedidas.

Desvié la mirada y apreté los párpados. Una lágrima se escapó por mi mejilla. Se acercó a mí y pasó su brazo por mi espalda consolandome. Me acariciaba el hombro y me hablaba al oído.

—Esta vez no es una promesa, es un juramento —dijo con determinación.

Las lágrimas comenzaban a correr con una amarga melancolía. Y es que esas palabras eran todo lo que quería escuchar. Que me confesaran que me querían, que no me dejarían ir y que no se alejarían de mí nunca, que irían donde fuera que yo estuviera.

Pero la voz que las articuló no era la que mi corazón y mi cuerpo reclamaban a gritos.

Necesitaba a Alek. Su presencia me había recordado el confort que solo él me brindaba, la seguridad con la que se presentaba ante mí y se abría por completo sin miedo a ser destrozado con tal de aprovechar una mínima oportunidad.

Lo quería. Lo quería mucho. Era el mejor amigo que había tenido en la vida, y por ese motivo tenía que dejarlo ir. Porque no podía ser tan egoísta de atarlo a mí, una persona que no puede darle todo porque una parte me fue arrebatada y estaba en algún laboratorio de Francia. Él merecía una persona entera como lo era él, no los pedazos de un desastre que alguien más había dejado.

Negaba con la cabeza, entre sollozos, completamente rota, sin poder articular palabra. Sé que lo comprendió, porque suavemente retiró su brazo de mis hombros, y se encogió estremecido.

—Lo siento mucho —dije entre sollozos.

—No lo sientas, linda. Yo no debí dejarte sola, jamás lo hubiera hecho de haber sido otra la situación.

La voz le temblaba. Desvió la mirada, se sorbió la nariz y se puso de pie. Se acomodó la chamarra y tomó una bocanada de aire.

—No te merece, y me duele que no te des cuenta. Eres demasiado para alguien que no se entera de lo que tiene enfrente... Tomó ventaja de mi error, y fue lo suficientemente imbécil para ir a cometer el mismo. Espero que se arrepienta toda la vida.

| Dio un par de pasos para marcharse, pareció recordar algo y giró el cuello a medias, observando de reojo romperme en llanto.

—Y también espero que tú no termines más rota de lo que ya estás, porque mi última promesa para ti, es que no volveré para limpiar el desastre de los demás. Cuídate Helena, ya va siendo hora de que pienses en ti por una vez.

Sus palabras me atravesaron el pecho y dejaron un sabor amargo en mi paladar. El cuerpo me temblaba abatido, y temeroso de que sus palabras eran ya una realidad.

Lo vi alejarse en el jardín para entrar en el edificio. Mis lágrimas caían abundantes, agrias, desgarradoras. Mi lugar seguro se alejaba de mí para no volver nunca más, mi mejor amigo se desprendía para siempre y yo sabía que lo extrañaría para toda la vida.

Y así fue. Hasta la fecha.

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