Capítulo 24


1999

Helena

Mayo


Cuando vi el cartel anunciando audiciones para el ensamble de música de cámara para Singapur, literalmente lancé un grito que se escuchó en todo el internado.

—¿¡Qué pasa!? —riñó May.

En shock y sin poder articular palabra, señalé el letrero.

—¿Singapur? No sabía que te gustaba.

—Jean va a estar ahí —dije en un soplido.

May puso los ojos en blanco y Malika contuvo una carcajada. Ambas leyeron con detenimiento el anuncio.

—Pues de hecho, es una buena oportunidad.

—Si, para alguien que si quiere una carrera en la música, no para ir a noviar —se quejó May.

—Excelente. Entonces mato dos pájaros de un tiro.

—Eh, eh. No cantes victoria, que yo también participo —anunció Beth con aires de superioridad.

—Pero no competimos en la misma sección, genio.

La rubia se encogió de hombros y rotó los ojos con dramatismo.

—Yo no voy a audicionar —dijo Malika con pesar—. Ya saben que en verano tengo que ir si o si con mi familia y ayudar a mis padres con todos mis hermanos.

—¿Tú? —pregunté a May.

Ella negó con la cabeza sin importancia.

Era grandioso. Desde que Steve y Hedric se habían graduado, nos habían subido a primer violín, y así era mucho más fácil destacar. Mi corazón palpitaba a prisa, emocionada, porque era casi un hecho que lo vería de nuevo.

La siguiente semana no tenía espacio libre. Entre cada clase estudiaba, así fueran diez minutos, me dediqué de lleno a la audición, ya que no ser seleccionada no era una opción.

Había pasado los últimos meses decaída, llorando por las noches, creyendo que el destino me alejaba de Jean y no podía hacer nada para detenerlo. Yo sabía que él no tenía el mismo contacto conmigo porque estaba estudiando, lo conocía, estaba segura de que así era. Pero para una cría, enterarse de que no es la prioridad de su novio era motivo suficiente para sentirse miserable.

—Helena —me llamó una voz mayor familiar.

—Director Thomas. ¿Cómo está?

—Bien, cariño. ¿Vas a audicionar? He visto tu nombre en la lista —dijo extrañado.

No lo culpaba. No era algo para lo que normalmente me hubiera inscrito, ya que no era ningún secreto que cada vez me interesaba menos la música.

—Sí... No se vaya a reír profesor, pero Jean va a estar en ese mismo evento.

Él soltó una carcajada.

—Claro. Debí imaginarlo... Ah, cariño. El primer amor es algo irreemplazable, si me lo preguntas —dijo sonriendo con calidez—. Siento envidia de ustedes, par de jovencitos enamorados... Toma las oportunidades Helena, no se presentan dos veces.

Le sonreí y me encogí de hombros.

—Lo sé.

Respondí, pero en realidad, ahora creo que no lo comprendía del todo.

Un día en el comedor, Beth nos ponía al tanto de sus hermanos, quienes ya habían salido del internado y ahora intentaban abrirse paso en el mundo de la música.

—Le está yendo bien en Zurich, a pesar de ser un idiota —actualizaba sobre Hedric.

—Me da gusto.

Y era cierto. En sus últimos meses en el internado, Hedric y yo habíamos logrado superar nuestras diferencias y habíamos desarrollado una auténtica amistad. Incluso había comenzado a apreciarlo un poco. ¿Quién lo hubiera imaginado?

—¿Cómo vas con tu audición? —preguntó Beth curiosa.

—Bien. De hecho ya la he grabado —respondí entusiasmada.

Saqué el casete con mi audición grabada y la puse en la mesa. Verla ahí, tan pequeña, en un objeto tan insignificante y frágil, me puso nerviosa, porque yo empezaba a sentirme igual de insignificante.

Apreté las manos nerviosa.

—En un rato voy a la oficina del director Thomas a entregar unos papeles —dijo May sin quitar la mirada de su comida—. Si quieres puedo entregarla por ti.

Di un sobresalto sonriendo.

—¿De verdad? Sí me gustaría May. La verdad es que me siento muy nerviosa...

Aun sin verme a la cara, asintió con la cabeza.

—Claro. Sin problema.

Le entregué la cinta a May y me dirigí al salón común con Malika y Beth para ver la película de terror que estaban pasando. Nos partíamos a reír cada que nos sorprendía algún fantasma en la pantalla y dábamos un sobresalto.

Los días pasaron y llegó el día en el que publicarían los resultados de las audiciones. Me levanté de un salto, y sin quitarme el pijama, corrí escaleras abajo a la pizarra del lobby. Mi respiración era acelerada, pero al pasar por la letra F, cesó. Sentí un guantazo en el estómago, la garganta en los pies, y un mar entero en los ojos.

Mi nombre no estaba en la lista.

Sacudí la cabeza y decidí buscar de nuevo.

Myers, Bethany

Stuart, Devon

Evans, Jennifer

Lyn, May

Guzman, Franccesca

El mareo hizo que tuviera que detenerme con ambas manos contra la pared. Mi respiración se había vuelto agitada, entrecortada, insuficiente. Sentí un calor tremendo, un bochorno en la nuca que me hizo mover la cabeza en círculos. No me habían seleccionado, pero a mis amigas sí. Y yo sabía que no tenía un talento nato en la música, de hecho, cada día estaba más segura de que no me quería dedicar a esto. Pero esa audición me hizo odiarla en definitiva.

Sentí una decepción tan grande por mi nulo esfuerzo, tantas horas dedicadas, tanto desearlo, para nada. Ahí comprendí, que no importaba que tanto le rogaras a la vida que te diera algo, si a la hija de puta no le daba la gana, no te lo daba. Así te partieras el alma en ello.

Me dirigí a mi habitación con el cuerpo temblando de un recelo casi imposible de contener. Sentía la cara hirviendo y los ojos ardían del calor. La mandíbula tensa al grado de escuchar el propio rechinido de mis dientes.

—Hey, ¿has visto ya los result...?

Beth no terminó su frase, se dio cuenta que no era necesario preguntar, ya que mi cuerpo entero gritaba la respuesta.

—Ay Helena... ¡Lo siento tanto!

Alcé una mano indicando que se callara. Me dejé caer en la cama como un costal de cemento, pesado, derrotado, y no salí de ahí en todo el día.

Cuando volví a abrir los ojos, logré ver por la ventana el sol rojizo del atardecer. Me tallé los ojos para enfocar un poco, me incorporé y di un resoplido pesaroso, porque me moría de hambre. Aunque en momentos como estos, me gustaría que mi cuerpo fuera tan dramáticamente romántico que perdiera el apetito. Pero no, el jodido traicionero siempre tenía sus prioridades bien acomodadas.

Me levanté, me ensarté una sudadera que me quedaba hasta las rodillas porque era de Jean, y me encaminé al comedor. Cuando llegué, se encontraba solo, ya que era hora de clase. Me dirigí a la barra, tomé un bowl con leche, una cajita de cereales, y me senté a comerlo. Estaba completamente perdida, viendo en la lejanía, que no me percaté de la presencia de pie que se colocó a mi costado.

—¿Cariño, estás bien? —preguntó el director Thomas con preocupación.

Di un respingo de sorpresa al escucharlo y asentí por inercia sin realmente pensar en una respuesta.

—¿Segura?

Tomó asiento a mi lado, y entonces preferí no responder.

—No te castigues así, cariño. A todos nos puede pasar.

Me encogí de hombros.

—A todos menos a mis amigas... Es que no lo entiendo.

Azoté una mano en la mesa liberando el coraje y él dio un sobresalto.

—¿¡Qué hice mal!? Sé que no soy una violinista nata como los Myers, lo sé. Pero de verdad me esforcé, director, de verdad me esforcé.

—Bueno, querida. Ya que me lo preguntas, permíteme decirte que la vida puede estar dispuesta a hacer que ganes la lotería, pero si no compras el boleto, entonces no hay mucho que se pueda hacer.

Lo miré confundida, no entendía qué tenía que ver su referencia con no haber sido seleccionada.

—Estoy seguro de que si el próximo año reúnes el valor, quedas seleccionada. No tengo duda.

—¿Qué? —pregunté ahogada.

Me observó extrañado. Parecía que cada uno estaba teniendo una conversación con temas distintos.

—No lo sigo profesor.

—Pues eso, cariño. Qué debes creer más en ti, y siempre terminar lo que comienzas.

—¡Profesor!

Alcé la voz casi gritando, ya que la ansiedad y la desesperación que estaban en mí estaban dejándome sin control sobre mi cuerpo.

—¿De qué demonios habla?

Él me miró amenazante por mi actitud y tensó los labios molesto.

—Cuida ese tono, Helena. Y lo digo por tu audición. Si la hubieras mandado, quizá podría decirte si realmente eres una buena violinista o no.

Su voz se fue alejando como si hubiera metido mi cabeza en un balde lleno de agua. Me sentía exactamente como todos imaginamos que sería ahogarse: desesperada por aire, moviendo las manos por todo el cuerpo tratando de sujetarme de algo, mi cabeza iba de un lado a otro encontrando un sentido a todo. Escuchaba la voz del director Thomas llamando mi nombre preocupado, en la lejanía, como el ruido de un mosquito, pero mi cerebro daba tantas vueltas que me era imposible conectarlo a mi lengua para decir palabra.

Me sostuve de la primera mesa que vi, inflaba mis pulmones lo más que podía de manera desesperada, porque por más aire que entraba, no sentía que respiraba. La sensación acongojante me estaba punzando en el cerebro.

Sentí mis ojos humedecerse, y el sonido volver poco a poco a su naturaleza, igual que asimilaba lo que había pasado.

Quería gritar. Desgarrar mi garganta para sacar con fuerza mi coraje.

En cambio, el corazón me ganó. Mi coraje se convirtió en traición, en un afilado puñal en mi espalda que me atravesaba hasta el pecho.

La mano del director se posó en mi hombro, y su mirada consternada atrapó la mía. Yo negaba con la cabeza desesperada sin ser capaz de pronunciar palabra.

—¿No qué? —preguntaba repetidamente ansioso por entender lo que pasaba.

—No... No se la dio —dije entre jadeos.

—¿No me dio qué?

—May... ella... May iba, pero no...

—¿May? —preguntó ahogado.

Parecía comenzar a comprender. Yo asentí desesperada, y el director cerró los ojos y apretó la mandíbula.

—Vale, cariño... Vamos a calmarnos.

Me palmeó la espalda y me dirigió hacia la mesa en la que estábamos.

Ya sentada, mi cabeza comenzaba a esclarecer, pero las lágrimas brotaban solas como cuando quitas una roca de un hormiguero y salen todas desenfrenadas.

—Quizá se trate de un descuido —dijo él tratando de buscar una explicación noble.

Yo negué con la cabeza. Porque no podría ser que justo después de dársela en las manos, ella se dirigiera a entregarla y no lo hiciera. Esto fue con un propósito, y lo había logrado.

—Vaya... —dijo con preocupación—. No nos adelantemos, querida. Ambos conocemos a May, una explicación debe tener.

—¿Lo hacemos? Porque yo creo que no la conocemos tanto como pensábamos profesor... —dije con recelo.

—Bueno, algo hay de cierto en eso de que nunca terminamos de conocer a las personas... Pero ella no ha llevado una vida fácil. Dale el beneficio de la duda, Helena. Te darás cuenta de que el rencor sólo te dañará a ti misma.

Me acarició el hombro en un intento por tranquilizarme.

El director Thomas tuvo que retirarse para ocuparse de sus asuntos, mientras que yo me quedé en el comedor, dándole todas las vueltas posibles al asunto y había sacado tres hechos que eran indiscutibles:

1. No vería a Jean, ni ese verano, y muy probablemente nunca.

2. May me había traicionado.

3. La vida no solo no te daba las cosas aunque rogaras de rodillas, además te las arrebataba.

Necesitaba distraerme de este sentimiento tan amargo, pesado, y absorbente.

Me senté en la computadora de siempre. La del final de la línea pegada a la pared. La encendí. Sin darme cuenta y por inercia, abrí Messenger, me pasé al navegador a jugar videojuegos y mantener la mente ocupada.

Reafirmando el hecho número tres, recibí su mensaje.

Jean: Hola.

Solté un bufido. Semanas sin hablar y justo ahora coincidíamos. Tal vez mi manera de responder fue demasiado descortés. Quizá estaba desquitando con él un tema que no le correspondía, pero yo se lo había atribuido. Pudiera ser que, de contarle todo como era, hubiera recibido su apoyo, una solución quizá.

Pero no fue así. Hice lo que hice, y con ello había provocado nuestra propia ruina.

Toda la semana posterior a nuestra breve discusión por el computador, el director Thomas me buscó para informarme que Jean llamaba esperando que yo atendiera. Yo solo respondía que lo llamaría más tarde, pero la verdad es que no tenía valor. Temía que por mi actitud nefasta de aquel día hubiera terminado con lo poco que nos quedaba, y no estaba lista para enfrentar esa realidad.

Una tarde, saliendo de clases, me dirigía a la cafetería, y al pasar por el frente de la oficina del director, la cual tenía la puerta abierta, me llamó por mi nombre.

Distraída en mis pensamientos, me acerqué esperando que me pidiera algún favor.

—Pasa querida, y cierra la puerta, por favor.

Tragué saliva con dificultad.

—¿Todo bien? —pregunté temerosa.

—La misma pregunta iba a hacerte.

Me encogí de hombros y asentí dudosa con la cabeza.

—¿Has llamado a Jean?

Lo miré con pena, como un cachorro temeroso con su cola entre las patas.

—¿Y con May?

Di un vistazo rápido a sus ojos, pero rápidamente me inculpé bajando la mirada al suelo y encogiéndome de hombros. Había pasado los últimos días yendo y viendo de una clase a otra sin hablar con nadie. A decir verdad, hasta comenzaba a olvidar como sonaba mi voz fuera de mi cabeza.

—No es de mi incumbencia, Helena. Pero el chico llama todos los días, y yo necesito mi teléfono para trabajar.

Mientras hablaba, apilaba un puño de papeles en el escritorio, con la mirada fija en eso.

Yo no supe qué responder y pareció que él lo notó.

—¿Quieres hablarlo?

Paró de apilar los papeles. Se cruzó de brazos y me miró a los ojos. Yo me mordía el labio forzando al llanto a quedarse dentro. Negué con la cabeza de manera acelerada.

—Entiendo... Pero déjame decirte algo, Helena. Son unos niños apenas, pero querer a alguien no se limita a algo tan pequeño como un noviazgo. Va mucho más allá, querida, va de realización, y de riesgos. Querer que una persona esté pegada a ti sin lograr nada más que eso, se llama apego, y eso no es amor.

Hizo una pausa para limpiarse la garganta.

—Si ustedes se quieren, se dejarán ir. Dejarán que cada uno se realice, que crezcan, que se conozcan así mismos... y verás que cuando uno se acomoda, la vida acomoda lo demás.

Se me escapó una lágrima que humedeció mi mejilla derecha, y asentí con la cabeza una sola vez.

—Bien, ahora...

El director Thomas levantó un pañuelo que cubría algo bultoso en su escritorio: su teléfono, el cual estaba descolgado. Lo tomó con una mano, y con la otra desenredó el cable rizado. Alzó el teléfono colocándolo a mi altura indicando que lo tomara.

Mi mano temblaba, y como pude la alcé para tomarlo. Yo sabía que él estaba ahí escuchándolo todo igual que yo. También sabía que lo que oiría, sería una señal de radio que pasaba de sus labios delgados a una estación de base para después viajar hasta la bocina del teléfono. Pero aun sabiendo todo eso, yo castañeaba los dientes, y el cuerpo me temblaba como si él estuviera ahí, frente a mí.

El director Thomas salió de su oficina, y como pude, coloqué el teléfono en mi oreja. Su respiración se sintió como un calor familiar reconfortante en el corazón. Más lágrimas brotaron sin control.

—¿Por qué no me lo contaste? —reclamó con recelo.

No respondí, ya que el sentimiento agrio me ahogaba por completo. Sorbí la nariz.

—Helena... ¿Qué ha pasado?

Me forcé a regular mi respiración para calmarme. Tragué el nudo de mi garganta.

—No lo sé —dije en un hilo de voz.

—¿Cómo que no lo sabes? ¿Qué ha pasado con May? El director Thomas no me ha contado prácticamente nada, ¡ayúdame a entender!

—¡Es que no lo sé, Jean!

Tapé mi boca con una mano temblorosa, el llanto se aproximaba de nuevo. Ambos nos quedamos en un silencio abrumador, el tic tac del reloj me taladraba la cabeza, el golpeteo de las ramas de los pinos en el cristal arañaban mi pecho, el incienso quemándose sobre el escritorio tronaba en mis entrañas. Sonaron por varios minutos, me torturaban.

Jean resopló disgustado.

—No está funcionando, ¿verdad?

Sonó como un cristalazo en mis oídos, una estaca en el pecho, un ácido desintegrador en el estómago. Me estaba ahogando.

—No podemos seguir así Helena.

Sus palabras resonaron en el lugar, como un eco rebotando de un lado a otro. Escuchaba algunas cosas de las que decía, como un sonido encerrado en burbujas que retumbaban en mi cerebro, repitiéndose varias veces en un bucle ensordecedor.

"Sabes que te quiero",

"Nos estamos haciendo daño",

"Algún día nos volveremos a ver, lo prometo".

Más jodidas promesas que no sabíamos si podríamos cumplir.

Fui incapaz de parar las vueltas que mi cabeza daba y el gorgoteo de mi estómago, me sostenía con una mano del escritorio evitando que mis rodillas se vencieran. No podía respirar, no podía tragar, sentía que me ahogaba, sentía que me moría.

"Te amaré siempre".

Y colgó la llamada.

Corrí a tomar la papelera de la oficina abrazándola acelerada con ambas manos, y regresé todo el estómago de una sola arcada. Las lágrimas salían con fuerza, mi cabeza palpitaba, un agudo silbido comenzó a escucharse en mis oídos, iba en aumento, envolviendo mi cerebro, mi vista, y mis sentidos.

Y ahora todo estaba negro.

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