Capítulo 15
1994
Helena
Me costó varios minutos agarrar valor para decir la mentira. Solo tendría una oportunidad o habría hecho todo esto para nada.
Ubiqué a la pareja mayor que había seleccionado y me preparé conforme cada paso que daban hacia la entrada. «Pasen», les dijo el guardia. Y en cuanto la pareja avanzó lo suficiente, eché a correr
—¡Papá! —grité—. ¡Mamá, esperen!
Llegué acelerada junto al guardia quien me veía con juicio. Me tomó unos cuantos minutos tranquilizar mi agitación, saqué mis papeles para abordar y los estiré frente al hombre. Este los tomó y hojeó con una ceja arqueada, sentenciando con la mirada.
—¿Tus padres, niña?
—Acaban de entrar. Odian que me entretenga viendo cómics y me han asustado con que me dejarían aquí si no me apuraba. Unos bromistas, ¿eh? —dije, esforzándome por mantener una sonrisa casual, que se sentía tan incómoda como si estuviera teniendo una parálisis facial.
El guardia entornó los ojos observándome, su mirada se dirigía hacia mi pasaporte, con las fotos de unos padres muy distintos a la pareja que acababa de pasar, y luego nuevamente a mí. Sentía que el momento se estaba prolongando peligrosamente, y que tenía que apresurar esto.
—¿Te han dicho que no me dejes pasar?
El hombre abrió los ojos como platos.
—Claro que no —dijo tajante mientras se acomodaba el botón superior del cuello, como si de pronto este le estuviera asfixiando—. Pasa, vamos. Debo decirles que no deberían dejar a una cría sola en un aeropuerto.
En un arrebato, le quité los papeles de las manos y me encaminé hacia el avión a paso apresurado.
—¡Gracias, yo se los digo! —dije corriendo sin detenerme por el pasillo hasta que dejé de ver al hombre en la lejanía.
Llegué a Los Ángeles sin haber pegado ojo en toda la noche. Tenía demasiadas cosas por las que preocuparme: había escapado del internado, engañado al guardia del aeropuerto y pretendía llegar a un funeral al que no había sido invitada.
Me sentía exhausta, tanto física como emocionalmente, pero estaba decidida a terminar lo que había empezado.
Salí del aeropuerto y me dirigí al primer puesto de periódicos que encontré. Hojeé rápidamente el periódico hasta llegar a la sección de obituarios.
—Lyn... Lyn... —murmuraba para mí misma buscándole entre las letras.
De repente su nombre me golpeó las entrañas. "Yao Lyn".
Escribí los datos del funeral en una hoja que llevaba en el bolsillo y tomé el primer taxi que pasó. Al llegar al lugar, me di cuenta de que, a pesar de nunca haber estado en un funeral antes, me lo había imaginado con más gente. Solo pude identificar a May, que estaba sentada al frente junto a su madre, quien lucía más canosa y cansada. En la banca de al lado, dos señoras encorvadas con el cabello blanquecino, y en el resto del lugar solo había unos cuantos señores.
Me dirigí rápidamente hacia May.
—¡May!
Ella, con el rostro enrojecido e hinchado, se giró confundida ante mi llamado.
—¿Helena?
La abracé fuertemente, enrollando mis brazos alrededor de su nuca.
—¡Lo siento tanto, May!
—¿Qué haces aquí? —dijo en tono de reclamo.
Me alejé de ella y la vi escéptica.
—Vine en cuanto supe.
Noté su expresión nerviosa y como su mirada bailaba de un lado a otro. Miré a mi alrededor y vi las caras de todos con una palpable molestia.
Entonces entendí, que tal vez había entrado haciendo demasiado ruido. Me encogí de hombros.
—Q-Qué tal señora Lyn —dije haciendo una reverencia típica de su cultura—. Lo siento mucho.
Respondió a regañadientes.
—Ven —dijo mi amiga tajante.
Me jaloneó a la salida y ella se giró hacia mí con una expresión desencajada y enfurecida.
—¿¡Qué cojones, Helena!?
Di un sobresalto.
—V-Vine a acompañarte...
—¿Por qué?
Me encogí de hombros.
—Somos amigas... Es un momento en el que nadie debería estar solo.
—No te lo dije por algo Helena...
—Lo sé, pero eres como una hermana para mí... Aunque intentes huir.
May hizo una sonrisa disfrazada de mueca.
—Los funerales en mi cultura son solo para la familia.
—Entiendo. "Como una hermana" —repetí.
Me fulminó con la mirada, después se relajó, suspiró con fuerza y miró al cielo.
—Venga, ya estoy aquí. Déjame acompañarte.
Ella me miró. Tenía los ojos hinchados, rojizos y húmedos, y me sonrió con profundo pesar.
—¿Hasta cuando tienes permiso?
Me fue imposible disimular la tensión en mi rostro ante la pregunta.
—Joder Helena... Dime que no lo hiciste —se puso la mano en la frente con fuerza.
—May, para... Es mi decisión. No hay escuela o situación que me hubiera detenido.
Le sonreí con honestidad, y aunque forzada, también me sonrió.
—¿Qué voy a hacer contigo?
Se acercó a mí y me abrazó.
—Gracias —dijo rompiendo su voz en llanto.
Pasé toda la noche en la funeraria junto a May, dormitamos juntas algunas veces, y al amanecer, me fui en el coche de su madre y junto a ella al entierro.
Cuando el sacerdote estaba diciendo las últimas palabras de la ceremonia, vi a lo lejos estacionar una camioneta que me pareció terroríficamente familiar. Y justo como imaginé, mis padres se bajaron de ella, se recargaron en el vehículo y me veían desde lejos sin hacer ningún tipo de seña o expresión, no lo necesitaron, porque yo sabía muy bien que estaba jodida hasta la médula.
Terminó la ceremonia y me despedí de May dándole un fuerte abrazo. No expliqué nada, ya que ella, al igual que yo, identificó el vehículo y la situación. Solo me regaló una forzada y poco convincente sonrisa de apoyo.
Me dirigí con mis padres, subimos al auto, y sin decir palabra en todo el camino, llegamos a Long Beach.
Al llegar a casa, traté de dirigirme a mi habitación, pero fui interrumpida por el exagerado carraspeo de garganta de mi padre que me erizó hasta la nuca. Lo vi, y con un movimiento de pupilas, me señaló el sillón.
Tomé asiento y comenzaron a temblarme las manos, y a sudarme la sien. Sabía que este silencio era solo una bomba de tiempo, y escuchaba el tic tac en mi cabeza.
Mi padre se sentó en el sillón de al lado con los brazos cruzados, y mi madre se paró justo enfrente de mí con una mirada decepcionada, lo cual, me asustaba todavía más que su enojo.
—¿En qué estabas pensando?
—Mamá, May me necesitaba, yo no...
—¿¡En qué... estabas... pensando!?
Me encogí de hombros de golpe ante su tono elevado.
—Helena... Ni siquiera sé por donde empezar —dijo apretando su frente con dos dedos—. Escapaste colgándote de un segundo piso, engañaste a un guardia de seguridad, viajaste sola en avión y en taxis... Una cosa es una travesura y otra muy diferente es todo esto. ¡Pudo ocurrir una tragedia! ¿Cómo es posible que no hayas sido capaz de medir las consecuencias?
No respondí. Porque dicho desde su boca, todo sonaba mucho peor de lo que lo hacía en mi cabeza.
—¿Y el internado qué? ¿Desde cuándo no te importa?
Traté de tragar el nudo de mi garganta sin éxito.
—¿Por qué tenías dos actas Helena? —preguntó mi padre con tono sombrío.
Voltee a verlo con los ojos como platos.
—El director Thomas ha llamado y nos ha puesto al tanto —continuó.
—¿De verdad has sido capaz de tirar a la basura una oportunidad tan grande como esa? ¿En qué momento te has convertido en una niña tan problemática, Helena?
No soporté más el nudo y lo dejé deshacerse en mis lagrimales.
—Y-Yo... Solo quería acompañar a May... No quería causar tantos problemas.
—¡Pero ya los causaste! ¿Por qué simplemente no nos hablaste? ¿Por qué tenías que ponerte en peligro de esa manera?
—Pensé que no me dejarían...
—¡Te lo dije el primer día! —gritó mi madre—. Si un día ya no quieres seguir, llámame y en ese momento tomo un vuelo por ti.
Yo lloraba sin control, y al escuchar eso comencé a sollozar.
—Es que yo no quería dejar el internado... p-pero May... su hermano. ¡Eso parecía más importante!
Me tapé la cara con ambas manos y sollozaba sin parar.
—Lo mismo dijo el director Thomas —dijo mi padre comprensivo hacia mi madre.
Voltee a verlo confundida. Mis padres se vieron a los ojos y después sus miradas volaron hacia mí.
—El director Thomas cree que eres una niña muy tenaz, capaz de hacer cualquier cosa por sus amigos...
—Yo no sé si "tenaz" sea la palabra que yo usaría —interrumpió mi madre molesta.
El corazón palpitaba acelerado, tratando de encontrar el camino de las palabras que mis padres me decían.
—Él cree que sabrías aprovechar si se te da otra oportunidad, Helena.
—¿¡En serio!?
Mi madre alzó la mano al aire para detener mi emoción.
—Solo... si la quieres.
—Y será una oportunidad condicionada —completó mi padre.
Mi semblante cambió drásticamente de la esperanza al miedo.
—No irías al viaje de fin de cursos. Tu viaje sería a casa... y además tendrás que ayudar en tareas extras en la escuela.
—Vale, sí... —dije tratando de asimilarlo.
—Pero, Helena... —dijo mi madre amenazante—. Yo no sé si dejarte ir, niña. Este comportamiento tan fuera de lugar... No sé si de estar aquí con nosotros hubieras sido capaz de semejantes tonterías.
—No, mamá. De verdad siento mucho lo que hice... tienes razón, fui muy tonta. Debí haberlo hablado antes, es solo que... Todo fue tan rápido, nadie se está preparado para una muerte.
Mi madre divagó y fulminó con la mirada, como si no creyera mi juego de palabras sorpresivamente maduro.
—¿Y tú estás segura de volver? Esas dos actas que ya tenías no fueron por May.
La imagen de Jean cruzó mi mente como un relámpago.
—No... Pero tampoco volverá a pasar. Tuve problemas con un compañero, p-pero ya... ya se arregló.
Mi madre se cruzó de brazos juzgándome, viéndome de los pies a la cabeza, tratando de encontrar la menor pizca de mentira en mis palabras.
—Vale... —asintió—. Lo pensaremos.
Y aunque su mensaje fue tajante, vi en sus rostros, que no había nada que pensar.
Jean
El reloj marcaba las 12:00 pm.
Helena debía de estar aterrizando en estos momentos.
El corazón palpitaba a prisa, daba la impresión de sincronizar su golpeteo con el del lápiz que movía entre mis dedos golpeando su goma contra mi cuaderno.
Había estado triste al inicio, pensando que ella había huido en un acto de rebeldía, pensamiento que se esfumó después de analizarlo un poco.
Sonreí como un idiota solo de recordarlo. ¿Cómo no lo pensé antes? No hay una pizca de maldad en ella, obviamente sus razones para huir serían por un buen motivo.
Ella y el director Thomas me parecían cortados con la misma tijera. Corazones llenos de nobleza buscando cualquier manera de reconfortar al prójimo. Y estaba seguro, de que él también percibía la similitud entre ellos y por lo mismo le había regalado otra oportunidad de volver al internado. Eso, o que accedió para echarme de su oficina después de rogarle por horas que la perdonara. Por lo que fuera, yo le agradecía la oportunidad con la vida.
—¿Tú qué opinas, Jean?
La voz de Nadya me sacó de mi cabeza.
Di un respingo, ya que había olvidado estar en medio de una conversación con ella, Steve y una chica con la que mi amigo compartía lugar, conversaciones y uno que otro beso. Observé a mi alrededor, observando el área común donde me encontraba físicamente, pero perdido en la mente.
—Perdona, ¿podrías repetir la pregunta?
Ella me fulminó con la mirada.
—Déjame adivinar... —dijo con notorio sarcasmo—. No escuchaste nada de la conversación.
Me encogí de hombros apenado y ella puso los ojos en blanco.
—Hermano... —susurró Steve.
No necesitó decir más palabras, con su puro semblante entendí que me estaba riñendo. Articulé con los labios "ayuda" y él tuvo que contener la sonrisa.
—Saben... —interrumpió ella—. Acabo de recordar que debo ensayar para mi próxima clase. Los veo en el almuerzo.
Se despidió sin dirigirme la mirada. Di un suspiro de desahogo y me pasé la palma de la mano por la frente.
—Jean Baptiste LeBlanc... —dijo Steve negando con la cabeza—. Si no te conociera mejor, diría que tienes la cabeza en las nubes, pero me parece que tus nubes tienen melena a la cintura y una adicción a los problemas.
Tragué saliva con dificultad.
—No seas idiota... Los exámenes están a la vuelta, eso es todo.
Él arqueó una ceja.
—¡De qué hablas! Tú nunca estudias para nada... Mira, no me incumbe hermano, pero arregla tu cabeza ya, la paciencia de Nadya no es eterna. Esa pobre chica está ilusionada, y tú no te das ni cuenta.
¿Ilusionada?
Mi amigo acababa de dejarme pasmado como un tarado, pero en ese momento, mi cabeza no estaba lista para nada ahora mismo, ni para ella, ni para nada más que no fuera la chica que estaba a punto de entrar al internado.
Llegué al comedor y noté que Nadya no estaba en la mesa habitual ni por ninguna parte, por lo que ir a sentarme junto a sus amigas y fingir conversación mientras Steve se besuqueaba con alguna tía, no me parecía de lo menos apetecible.
Me dirigí a mi vieja mesa, en la que se sentaban Beth, los demás chicos, y todos mis recuerdos.
—Vaya, vaya... Esto sí es novedad —dijo Beth arqueando una ceja.
—¿Qué? ¿Ya no soy bienvenido?
—Siempre que quieras, cariño. Pero... ¿no estabas con Nadya?
—¡Beth! Que Cotilla... —la riñó Malika.
—¿Cotilla yo? Claro que no. Solo me pongo al día con nuestro amigo... ¿Qué tal y necesita de nuestro consuelo porque lo han mandado a la mierda?
Me guiñó un ojo con coquetería.
Beth era así, de personalidad fluida. Y ya había confundido a más de uno con eso.
Solté una risita.
—No estamos juntos, ni separados... Ella tenía que estudiar, y sus amigas...
Hice una cara de disgusto simulado.
—Esas sí que son cotillas —completó Malika.
Miré a mi alrededor, y noté que Alek no estaba sentado con nosotros. Traté de buscarlo entre las demás mesas, pero no tuve éxito.
—¿Y Alek?
—¡Uy! —expresó Malika de una manera tan jugosa como si se estuviera saboreando la más deliciosa tarta—. Está esperando a Helena en su habitación.
La morena movió ambas cejas con insinuación y Beth la juzgó con la mirada.
—Miren quién es la cotilla ahora.
—Alek es mi amigo—, respondió ofendida—. Y por fin va a dar el paso con mi otra amiga. Estoy en mi derecho de estar contenta por ellos. Eso no es cotillear.
Di un sobresalto y busqué rápidamente la mirada de Hedric, quien estaba comiendo sin inmutarse. Vio mi expresión y solo se encogió de hombros sin darle mayor importancia. Alcé una mano y articulé una pregunta con los labios, esperando que mostrara algún signo de importancia, pero él solo meneó la mano haciéndome entender que no le interesaba en lo absoluto.
Sentí unas ganas profundas de darle un puñetazo en la cara, cosa que nunca he hecho y esa no sería mi primera vez. Por lo que solo apreté la mandíbula y los puños con fuerza.
Me acerqué a él para murmurarle.
—¿No vas a hacer nada?
—Ya no me importa, hermano. Esa cría está llena de problemas.
No podía dar crédito de lo que acababa de escuchar. Había retrocedido a cualquier cosa con Helena por él, y a la primera complicación, ha dado marcha atrás como si ella no importara lo más mínimo.
Hedric siempre actuaba indiferente ante cualquier cosa, pero que lo hiciera con Helena me hizo sentir furioso... e irónicamente esperanzado. Sin embargo, ahora tenía que encargarme de otra cosa: de entorpecer el intento de otro amigo, que siendo honestos, no me importaba mucho perder.
Carraspee la garganta, me apoyé en la mesa y me puse de pie.
—Tengo que estudiar para el recital. Los veo luego chicos.
Me retiré a paso apresurado con dirección al dormitorio de las chicas. Tuve que hacer el tonto unos minutos ya que, Inna estaba rondando en las escaleras y no podía verme subir, o me llevaría un buen regaño. Después de que estuve fuera del alcance de su mirada, corrí escaleras arriba. Estaba esperanzado de llegar antes que Alek y ser el primero en saludarla, el primero en reconfortarla.
Tenía la decisión de hacer las cosas diferentes esta vez, pero todos los castillos de ilusiones que había construido fueron derrumbados de golpe, cuando giré en el pasillo y vi el arco de su dormitorio. Ella estaba parada debajo de este y Alek estaba en el pasillo con su mano posada en la mejilla de Helena, unidos de los labios.
Sentí que el cuerpo se me puso pesado, como si mis piernas fueran de concreto y estuvieran pegadas al piso. Sentía que el aire era un denso humo que pasaba lento y en poca cantidad en mis pulmones, dificultando la oxigenación y provocándome un leve mareo. Mi garganta cerrada, chiclosa, e imposible de tragar.
Quería huir de ahí, quería dejar de verlos, pero las piernas no me respondían. Ni las piernas, ni el cuello para girarme. Todo en mí estaba dormido, entumido... herido.
Ella se separó y puso ambas manos en el pecho de Alek para alejarlo un poco sin dirigirle la mirada. Lucía inquieta, y entre sus miradas nerviosas, sus ojos fueron a los míos como un imán que los llamaba al final del pasillo. La vi palidecer y abrir los ojos como platos. Abrió la boca para emitir un sonido en mi dirección, pero para mi gran fortuna, mi cuerpo salió del trance en el que estaba y le di la espalda para marcharme.
Me metí al primer cubículo que encontré. Saqué mi violín a prisa y empecé a tocar lo más rápido que podía. Necesitaba distraer a la mente, concentrarme en otra cosa.
Deslizaba el arco rápido y brusco, las cuerdas rechinaban ante mi tosco roce. Respiraba agitadamente y tocaba con los párpados apretados, como si al hacerlo, pudiera dejar de reproducir la imagen en mi mente una y otra vez.
Menee la cabeza sacudiendo la escena. "... pero no fue hasta el día del salto que su mano se enredó en la mía que lo supe. Supe que ese día su enredo había llegado hasta mi corazón..." El recuerdo apareció en mi cabeza sin aviso. Su escrito del diario. Mis manos se fueron suavizando, y el rechinido de las cuerdas dejó de sonar en cada desliz del arco.
"Su enredo había llegado hasta mi corazón...", me lo repetí en la mente.
Trague saliva con esfuerzo.
Hace unos meses ella estaba enamorada de mí, y yo lo sabía... Aun así, me vio no una, sino varias veces junto a Nadya. Mi mente reprodujo todas las ocasiones en que la descubría viéndonos juntos pasear por la escuela, ella besando mi mejilla.
Permití que se burlaran de ella, la rechacé con mi silencio... Todo por no herir los sentimientos de un amigo que al final resultó no sentir nada. Y yo me sumé paseándome por ahí con mi amiga que al parecer y sin molestarme en esclarecer, todos creían que era mi novia.
Resoplé frustrado. Ya le había roto el corazón a la chica que quería, y ahora, iba a hacerlo con la chica que me quiere. No soy más que un miserable con una mente tan vulnerable que no puede tomar una maldita decisión sin influencias de nadie.
Se acabó. Ahora me tocaba pagar mi karma, porque todo esto no era más que un castigo, una ironía de la vida que me había dado una oportunidad de vivir un amor de verdad. Un amor que me contrajera todos los músculos en cada encuentro, y ahora solo debía ser un espectador de lo que pudimos haber sido, de vivir con la pena de verla con alguien más.
—Vaya... si ese violín pudiera hablar, ya te habría dedicado una que otra palabrota.
Nadya me observaba desde el arco de la puerta con esta abierta, con una mirada llena de pena. Entró en el cubículo, cerrándola a sus espaldas. Bajé el violín y tensé la mandíbula. El ambiente apestaba a la amargura de una conversación que estaba evitando desde hace días.
—Luces triste.
Avanzó despacio, precavida, y tomó asiento a mi lado. Su rodilla rozó la mía, posó ambas manos sobre las mías, y aunque intenté rehuir su mirada, terminó por atraparla con su insistencia.
—Sé que es por ella —dijo tajante.
—No sé de qué hablas —respondí molesto, pero el temblor en mi voz pareció decir más que mi réplica, porque sus labios se tensaron y la escuché pasar saliva nerviosa.
—Quisiera entender por qué te hace tanto daño si ni siquiera cruzan palabra.
—Basta, Nadya. Estás suponiendo cosas que...
Me vi silenciado por sus manos sujetando mi mentón y arrastrándome hacia sus labios. La impresión de su valía no me permitió ni cerrar los párpados, dejándome pasmado mientras nuestros labios estaban unidos.
Separé nuestras pieles con lentitud, su aliento tibio se deslizó por mi rostro, y sin pensarlo mucho, sintiéndome ahogado de recelo, traición, y la confusión del momento, sujeté también su rostro y la besé con ímpetu.
Ese fue mi primer beso. Un beso de verdad: húmedo, fiero... vengativo.
Me alejé despacio, contemplativo de su rostro cubierto de pecas y confundido. Su mirada estaba llena de decisión, de empuje, de mil preguntas que quiso hacerme a través de un beso, y que yo respondí en el momento que sentí mi rostro desencajarse arrpentido. Con cada músculo facial torcido por un sentimiento culpable, sucio.
Desvié la mirada aterrado, y separé cada parte de mi cuerpo que la tocaba. Como si de pronto ella estuviera cubierta de púas, completamente horrorizado, no por ella, sino por mí. Por permitirme dejarme llevar por el odio, y abusar de la confianza de una chica que no tenía nada que ver.
—Perdóname... —dije negando la cabeza, y alejando mi cuerpo de ella cada vez más.
Ella resopló girando su rostro hacia la puerta. Y me pareció ver molestia en sus cejas fruncidas y la mirada brillar húmeda en decepción.
—Quisiera entenderte, Jean, pero simplemente no me dejas.
—Lo sé, Nadya... Sucede que... —pasé el nudo de mi garganta—. Ni siquiera yo me entiendo.
Dio un suspiro largo y tendido. Por primera vez en la conversación levanté la mirada y vi la suya llena de bondad y resignación. ¿Cómo podía ser tan idiota de tratarla así? A alguien que había sido tan buena y comprensiva conmigo. Pero cada día entendía más que el corazón era un órgano de juicio propio: traicionero y masoquista.
—Vale... —dijo derrotada.
Nadya se puso de pie y se encaminó a la salida.
Rápidamente y en desesperación por no entender la claridad del asunto entre nosotros, la llamé. Ella se giró y apretó los labios.
—No es necesario que digas nada más, Jean. Sé que te tiene así, y solo diré, que cuando decidas mirar hacia otro lado, podrás encontrarte con otros caminos.
Bajó la mirada, y sin decir nada más ni dirigirme la mirada, salió del salón.
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