Capítulo 13


1994

Helena

Enero


Llevábamos unas pocas semanas desde que volvimos de las vacaciones de navidad, ya medio ciclo escolar recorrido, y las cosas ya se habían desmoronado un poco, pero el verdadero derrumbe apenas estaba por suceder.

Antes de irnos, Jean se había apartado por completo de nosotros. Solo se le veía con Nadya, y muy esporádicamente, en el área común junto a Hedric y Steve. Por supuesto que yo lo extrañaba como al aire para respirar, pero mis amigos se esforzaban por animarme. May siempre estaba a mi lado, y Alek me recordaba constantemente lo cobarde que era por no encararme después de lo sucedido con el diario, y cómo no valía la pena por ello.

Mi mente me decía todo el tiempo que él nunca vio en mí nada más que una niñata de la que quiso alejarse para no seguir ilusionando. Se alejó tan rápido y sin darle importancia, que me daban ganas de llorar. Mandó al carajo nuestra amistad sin mirar atrás, y yo me autocastigaba más de la cuenta por eso.

Sin embargo, me decía a mí misma que esa era la única razón por la que se había alejado, y no que entre Nadya y él había algo, como se escuchaba en los pasillos del internado. Rogaba al cielo, a Dios y a todos los santos que no fuera así.

El día que realmente me rompí fue en San Valentín.

Estábamos en la cafetería de manera habitual, Hedric me había dado doble ración de su postre como habíamos acordado, "Tómalo como regalo de San Valentín, boba" me dijo. Entre las chicas y yo nos habíamos hecho cartas en el taller de manualidades, y las leíamos todas juntas. Alek me había dado magdalenas de betún rosado que había comprado más temprano, y también estaba a mi lado cuando ellos entraron.

Todavía puedo cerrar los ojos, y recordar la sensación amarga que me inundó. Como sentí mi estómago caer hasta mis pies y el aire detenerse en mis pulmones.

Ambos reían y Jean llevaba su brazo enrollado por los hombros de ella con camaradería. A Nadya se le veía envidiablemente radiante.

De pronto, la cara de la chica se giró hacia él, contemplativa, se mordió el labio inferior y le besó la mejilla, a muy pocos centímetros de la comisura de sus labios. Jean abrió los ojos, sorprendido como un tonto y volteó a verla, pero el transcurso de su mirada se interrumpió al encontrarse con la mía.

Su sonrisa cesó y su semblante se puso tenso. Nadya siguió el curso de sus ojos para encontrar el motivo de su expresión.

No quise ver más y bajé la mirada a la mesa. Sentí una sacudida en mi interior que subió desde la boca del estómago, atravesó mi garganta y aterrizó en mis lagrimales, desgarrando todo a su paso. El ardor que sentía por dentro me hizo sentir mareada, cerré los ojos con fuerza y conté dentro de mí mis respiraciones para asegurarme de estarme oxigenando y no caer estampada en el suelo desmayada.

«Respira, respira».

Apoyé ambas manos en la mesa para impulsarme. Una vez de pie, aceleré el paso para salir de la cafetería. No quería ir a mi cuarto, ya que sabía que sería el primer lugar en donde me buscarían May y Alek, y no me apetecía ver a nadie en ese momento.

Me dirigí a los cubículos y me encerré en el último: en el nuestro. Me pareció poético ir a finalizar ahí lo que había comenzado, si es que alguna vez había empezado algo, que cada vez me parecía más un espejismo en mi cabeza que una realidad.

Lo cerré con llave, me dejé caer abrazándome las rodillas y sollocé como nunca antes. Dejé salir todo lo que tenía dentro por horas hasta quedarme dormida.

Cuando desperté, vi la luna en la ventana. Me desperté de golpe y desorientada, sin saber por unos minutos ni el lugar, ni el día en el que estaba.

Tome rápidamente mis cosas y salí de ahí a paso apresurado. Me encontré con mis amigos en el área común y sus rostros preocupados me alertaron al momento.

—¡¿Dónde carajo estabas?! —riñó May.

—¡Lo siento! Me quedé dormida. No lo hice a propósito.

—Casi haces que nos dé un infarto, Helena —dijo Alek aliviado.

—Lo siento, en serio. No sé cómo pude quedarme dormida.

Los tres se miraron entre ellos con preocupación.

—¿Qué?

—El director Maxwell te estaba buscando... —dijo Alek encogiéndose de hombros.

Joder. Aquello me cayó como agua fría.

Después del incidente del diario, había agotado todas mis inasistencias del año, y al quedarme dormida, no había asistido a mi clase de la tarde. Eso solo significaba una segunda acta.

—La hostia...

—Ay Helena... ¿Qué vamos a hacer contigo?

—Bueno, ya llevamos medio año, solo tiene que comportarse cuatro meses más —apoyó Alek.

Fui a ver al director Thomas cabizbaja, y como siempre, me recibió de una manera muy cálida. Sin reñirme, me pidió explicaciones, la cual se la di sin dudar. Había desarrollado una confianza total en él, porque siempre daba comentarios acertados y sin juzgar, me aconsejaba.

—Oh, niña... Solo son unos críos. Yo sé que ahora parece que no habrá más que el joven LeBlanc, pero verás en unos años que no es así. Recuerda... Se permite cometer errores, pero solo de los que te impulsen, no los que te retroceden.

—¿Y cómo cometo esos?

—Depende de como lo tomes tú. ¿Te vas a quedar lamentándote, o levantarás la frente y demostrarás que se necesita más para derrumbarte?

Me encogí de hombros y le sonreí por compromiso, ya que por ahora me sentía bastante derrumbada.

Él me sonrió con un cariño muy fraternal.

Igual me dio un acta, pero hasta para dármela lo hizo con amor. Me explicó que eran las reglas y que lo lamentaba. Me brindó su apoyo y me pidió que recurriera para cualquier cosa, pero que por favor, me comportara y evitara una tercera, y por ende una expulsión.

Asentí sin dudar.

Decepcionar al director Thomas era lo último que quería.

Salí de la oficina y mis amigos ya me esperaban afuera.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó Malika.

—No mucho... Pero al final sí me he ganado el acta.

May negó con la cabeza, decepcionada.

—Estás a una de la expulsión, Helena.

—¿Algo que no sepamos, May? —respondió Alek con sarcasmo y esta lo retó con la mirada.

—La verdad, chicos... —dije derrotada—. A veces creo que sería lo mejor que podría pasarme ahora.

Los tres voltearon a verme de golpe.

—Estás loca... Totalmente loca —reclamó Malika ofendida.

—No puedes dejar el internado por un baboso, Helena, por favor reacciona. Ni siquiera es guapo. ¡Es que no entiendo qué pasa por tu cabeza!

—No lo dejaría, May, la vida me haría dejarlo —defendí.

—Es lo mismo...

—¿Qué es de nosotros? ¿No te importamos? —cuestionó Alek resentido.

—Claro que sí... Es solo que... Ahora mi mente es un torbellino.

May me pasó el brazo por los hombros.

—Todo pasa, Helena... Incluso los torbellinos. Venga, vamos a descansar que te hace falta.

Nos fuimos a nuestra habitación, pero después de dormir toda la tarde, esa noche la pasé en vela.

Repetí el beso tantas veces en mi cabeza que no podría contarlas. Me decía a mí misma que Jean jamás podría verme con los ojos que la ve a ella. ¿Cómo competir? Yo era dos años más chica, pero mi físico parecía estar retrasado dos más. Solo era una niña para él, habíamos logrado una amistad y todo se había estropeado.

La realidad era, que ya ni siquiera podía culpar a Hedric por ello, al final, si no era él, hubiera sido yo.

¿En qué demonios pensaba cuando compré el libro de poemas? Me sentía tan estúpida por haber tenido siquiera esa idea. Al menos Hedric me salvó de eso. Al menos todo pareció un accidente y Jean no se enteró de que alguna vez pasó por mi cabeza que podía haber algo entre nosotros.

Alek tenía razón, tengo buenos amigos que nunca me han dejado sola. May incluso trató de desvelarse conmigo, pero el cansancio terminó por derrotarla. No la culpo, ella no estuvo tumbada seis horas en un cubículo.

Tenía que dejarlo ir. Tenía que alzar la frente por mis amigos. Disfrutar lo que estábamos viviendo.

Ya lo había decidido, pero claramente la vida tenía otros planes.


Abril


En medio del ensayo de la orquesta, el director Thomas salió por una llamada, cosa que nunca antes había pasado. Para él los ensayos eran sagrados.

Cuando regresó, solo abrió la puerta un poco y mandó llamar a May.

Su primera acción de salir para tomar la llamada, ya era algo preocupante, llamar a May aumentaba la incertidumbre. Pero la expresión en su rostro, fue la que me heló la sangre.

Nunca había visto al director Thomas con otra expresión que no fuera bondad. Tenía el semblante totalmente desencajado, oscuro. Incluso me pareció mucho mayor de lo que realmente era. Su tez lucía pálida y la frente le brillaba por las perlas de sudor.

May me dio una mirada de preocupación y yo le respondí encogiéndome de hombros. Estaba tan asustada como ella.

Se puso de pie y salió del salón junto al director Thomas. Mi amiga no terminaba de cerrar la puerta del auditorio cuando Alek ya estaba sentándose en el lugar que había dejado vacío a mi lado.

—¿Qué ha sido eso?

—No lo sé... May nunca hace nada malo.

—Es hasta raro que la llamen a ella y no a ti.

Me dio un codazo amistoso y le sonreí tensa. No estaba segura de si la reputación que me estaba creando me gustara mucho.

Noté de reojo la mirada de Jean, me giré para verlo y rápidamente, la desvió.

—Iré a ver —dije decidida.

—Oh no... Estás loca. No voy a dejarte. ¡Te vas a llevar otra acta!

—Dramatizas Alek... No hay regla que rompa. Además, voy al baño.

Le guiñé un ojo y él me fulminó con la mirada, mas no me detuvo. Eso solo me hizo entender que estaba tan ansioso como yo de saber qué estaba pasando.

Salí al corredor y no había nadie, solo estudiantes yendo de un salón a otro. Me dirigí a la oficina del director Thomas. La puerta estaba cerrada, pero por los cristales polarizados se alcanzaba a ver la sombra de él sentado en su escritorio, May parada al frente, y a su costado la sombra de una mujer que parecía ser la directora Judith.

Presioné mi oreja en la puerta para escuchar.

—El taxi ya está afuera, May. Por favor ve por tus cosas y te espero allá.

La sangre se me fue del cuerpo. Escuchaba a mi amiga sollozando ahí dentro. Sentía la saliva pastosa, difícil de tragar, y un hueco en el estómago que me dificultaba pararme recta.

May abrió la puerta y salió a paso apresurado hacia los dormitorios. Me quedé rígida tras la puerta abierta, sin poder reaccionar.

—Pobre niña —lamentó la directora Judith.

—Lo sé, cariño. Por eso no debo dejarla sola. Ve al auditorio para finalizar la clase una vez que me haya ido.

No estaba entendiendo nada. Pero escuchar eso me hizo comprender que ella no estaba siendo expulsada por algo malo. Se escuchaba la pena en sus voces, se respiraba cierta amargura en el aire que me incomodaba.

Corrí a mi dormitorio, donde May ya prácticamente había terminado de empacar.

—¡May!

—Vete Helena —dijo inconsolable, mientras terminaba de cerrar la última maleta y sorbía la nariz constipada por el llanto.

—¿Qué ha pasado? ¿A dónde te vas? —hablaba tan de prisa que las palabras tropezaban entre ellas.

—Me voy a casa.

—¡¿A casa?! ¿Pero te han expulsado?

Negó con la cabeza, puso las maletas en el piso y comenzó su salida.

La seguí a paso apresurado.

—May por favor, dime qué pasa. Déjame ayudarte.

—No puedes hacer nada.

Se limpiaba las lágrimas constantemente para poder ver al frente.

—No puedes saberlo, May. Déjame intentarlo.

—¡¿NO ESCUCHAS?!

Me frené en seco ante su grito. Ella tenía un carácter fuerte, pero maternal. Era tajante en todo, pero esto era demasiado, porque estaba fuera de sí.

Sentí mis ojos comenzar a humedecerse.

—¡No todo lo puedes arreglar, Helena, a ver cuando te enteras de una maldita vez!

Tomó sus maletas y se dirigió al lobby donde la esperaba el director Thomas. Él me vió e intentó una de sus sonrisas bondadosas, pero esta vez, lucía vacía, forzada.

Ayudó a May a subir las maletas al taxi y partieron.

Yo me quedé ahí, parada, rígida y helada. Por primera vez mi mente estaba vacía de pensamientos. No se me ocurría nada, una pista, una idea de lo que acababa de pasar.

Más tarde mis compañeros me encontraron en el mismo lugar donde llevaba parada lo que sentía una eternidad. Los decepcioné con las respuestas que tenía, que eran prácticamente datos sin pies ni cabeza, que no nos llevaban a ningún lado.

Esa noche, estando sola por primera vez en mi cuarto, no podía dormir. Pero además de eso, sentía que la cama me picaba, como si las sábanas estuvieran hechas de alfileres que al mínimo roce me irritaran. Decidí pararme e ir a vagabundear por la escuela.

Eran las dos de la mañana, todos estaban dormidos, y si no hacía ruido estaba segura de que no tendría problemas. Llegué al lobby y me quedé de pie frente a la puerta de la entrada, justo donde me había quedado petrificada más temprano al ver a May irse sin despedirse.

Una voz familiar rompió mi melancolía llamando mi nombre, me giré de un sobresalto al reconocer su voz. Jean estaba de pie con su pijama azul pálido observando con curiosidad.

—¿Qué haces aquí? No puedes arriesgarte a ganar otra acta.

—No lo sé...

Y era verdad, no sabía lo que hacía, ni lo que pasaba. Como si todo se tratara de un sueño donde la realidad lucía neblinosa.

—¿Crees que va a volver? —preguntó con pena.

—No sé nada... Se fue... Se fue molesta —dije en un hilo de voz quebrantada.

Jean chasqueó la lengua y se colocó a un lado de mí para dirigir su mirada hacia fuera, al igual que yo. Me pareció que intentaba entender qué estaba viendo, o pensando.

—No creo que estuviera molesta contigo, Helena.

—No lo sabes.

—Pero las conozco, a las dos...

—Exacto. ¿Te parece que May haría algo para ser expulsada?

Negué con la cabeza. Sentí un temblor en mis lagrimales que daban aviso a un llanto que llevaba rato aguantando con todas mis fuerzas. Desvié la mirada al lado contrario de Jean, para evitar que me viera. Él posó su brazo por mis hombros, reaccioné dando un respingo al sentir el roce de su piel en la mía y sentir la sangre subir rápidamente a mi rostro.

—Todo estará bien, Helena. Ustedes son amigas... espera a que ella esté preparada para contártelo.

Él llevaba razón, pero la paciencia no era una de mis cualidades, y el no tener respuestas, o siquiera saber si la volvería a ver, me estaba carcomiendo.

—Escóndete —dijo de manera apresurada, corriendo a esconderse detrás de la escultura del centro del lobby.

Desconcertada, vi hacia fuera, y me di cuenta de que una sombra se dirigía a la entrada. Corrí hacia él e imité su posición baja para esconderme. Sonó que introdujeron una llave en la puerta y con dificultad la abrieron.

La persona entró al lobby.

—¿Quién anda ahí? —preguntó tajante, y era la voz del director Thomas—. Los he visto por el cristal, así que no han podido ir muy lejos.

Voltee a ver a Jean con preocupación. Él se puso de pie para ponerse a la vista del director, y me invitó a pararme con un gesto.

Me puse de pie y el director Thomas nos vio con su característica nobleza.

—Ah, Helena... ¿Qué voy a hacer contigo? —dijo presionando ambos ojos con las yemas de los dedos.

—¡Perdón! —exclamé rompiendo en llanto—. ¡Es que no sé nada de May y ni siquiera se despidió!

Hablaba entre sollozos y las lágrimas brotaban sin control de mis ojos. El director Thomas se acercó a mí para acariciar mi espalda con su cálida mano.

—Tranquila, querida. No ha sido su intención.

—¿La han expulsado? —preguntó Jean y el director negó con la cabeza.

—Ha sido un problema externo, chicos... Están pasando por un asunto familiar delicado.

Yo, que no paraba de sollozar, tomé aire para preguntar con torpeza.

—¿Qué ha pasado?

—Helena, cariño... Tú ni siquiera deberías de estar aquí. Me haces romper las reglas al no enviarte a tu habitación.

El director Thomas sacó un pañuelo de su bolsillo y me lo acercó. Me limpié las lágrimas y el escurrimiento de mi nariz.

—Lo diré solo para que te tranquilices y porque sé que son amigas de corazón. Pero deben prometerme ambos, que esto no va a salir de esta conversación.

—Cuente con ello, profesor —dijo Jean decidido.

El director carraspeó la garganta y tomó aire para sí mismo. Parecía tener que agarrar fuerzas para poder decir lo que se avecinaba.

—El hermano de May tuvo un accidente automovilístico.

Abrí ambos ojos como platos.

—¿Se encuentra bien? —cuestionó Jean.

El director negó con la cabeza y tensó cada músculo de su rostro.

—¿E-Él...? —Jean quiso preguntar, pero las palabras no lograron salir de su boca.

El rostro del director nos lo dijo todo.

Un golpe en el estómago hubiera sido más llevadero que toda la turbulencia que estaba sintiendo en ese momento. Me apreté la cara con ambas manos tratando de frenar el temblor que sentía en ella.

Rompí a llorar de nuevo y el director Thomas me abrazó.

—Lo sé, cariño... No hay nada que podamos hacer, más que ir a descansar.

Yo estaba incontrolable. El verano anterior, May y su hermano Yao habían visitado Long Beach por una invitación mía, y a pesar de que solo lo había visto esos días, era un chico agradable, bromista, vivaz. Tan solo pensar que él ya no estaba en este mundo me parecía todo tan irreal, tan fugaz.

—¿Puedes acompañarla a su habitación, Jean? Tienes mi permiso.

Él asintió.

—Vamos Helena.

Reposó su brazo en mis hombros y me dirigió hacia los dormitorios. Yo me fuí sollozando todo el camino. Pensaba en los días de verano que habíamos pasado juntos, en la relación tan divertida que llevaban como hermanos, en May y como estaba enfrentando todo sola.

Jean abrió la puerta del dormitorio y nos sentamos en mi cama. Yo tapaba mi rostro con ambas manos para poder dejar la tormenta de mis ojos correr libremente.

—¡Soy tan tonta!

—Tranquila... No hay nada que pudieras hacer.

—¡Creía que estaba molesta conmigo! ¿Cómo he podido ser tan egoísta? ¡El mundo no gira alrededor de mi!

Me sentía tan estúpidamente egoísta de pensar primero en mí antes de plantearme que mi amiga me necesitaba. Me sentía tan egocéntrica, tan sucia.

Jean me abrazó con ímpetu contra su pecho, subía y bajaba su mano por mi espalda consolándome. Lo abracé con todas mis fuerzas sacando todo de mi pecho; tristeza, impotencia, coraje.

Y lloré hasta quedarme dormida, sintiendo su mano acariciar mi espalda una y otra vez.

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