Capítulo 12


1993

Jean


La vimos irse y mi amigo me dirigió una mirada afligida. Me encogí de hombros.

—Por algo se empieza...

—Solo lo ha cedido porque tú se lo pediste.

Lo ignoré, ya que no tenía respuesta porque estaba de acuerdo con él, y eso me hacía sentir una dicha que rozaba lo egoísta y no terminaba de gustarme.

Nos dirigimos a la cafetería y nos volvimos a sentar en la mesa con los demás, como si nada hubiera ocurrido. Y aunque estaba alegre de volver a ser parte del grupo, no me apetecía hablar, porque estaba sumido en mis pensamientos.

Que Helena me restregara mi silencio me había dejado perplejo. Creí que el tomar distancia sería una de esas acciones qué haces pero que los demás aceptan sin hacer preguntas, y, por lo tanto, no tendrías que dar explicaciones.

Pero no ella.

Ya había pensado una vez que la chica tenía agallas, y esta vez me lo había recordado. Siempre quería respuestas, y aunque tuviera miedo, hacía las preguntas que fueran con tal de conseguir algo.

Habíamos pasado los últimos dos años construyendo una relación tan íntima y cálida. Helena se había vuelto mi lugar seguro, aquel donde podía sacar cualquier tema, hacerle cualquier pregunta y ella me respondería sin ningún prejuicio. Y estaba mandando todo al carajo.

Estaba siendo un imbécil y un ingrato. ¡Cobarde me quedaba corto!

No tenía los cojones de encarar el tema, de encarar su confesión. Que con o sin su consentimiento, al final eso era: una confesión de amor.

Ella sabía que yo era consciente de sus sentimientos, y que prefería callar.

Que había decidido ignorar que lo sabía, alejarme y marcar una distancia, que estúpidamente creí que aceptaría sin quejarse. Ella lo sabía muy bien, y aun así decidió no quedarse con nada dentro y hacerme frente.

Y yo, solo le había hecho saber que mis palabras a partir de ahora se remitirán a respuestas. ¡Qué pedazo de sinvergüenza!

Lo más jodido es que ni siquiera quería eso.

Me detestaba tanto de pensar en lo que yo mismo estaba creando entre nosotros, esta niebla densa que comenzaba a nublarnos.

Lo que ella no sabía, y que yo apenas había logrado admitirme, es que mi temor más grande era no tener control, y es que con ella nunca lo tenía. Mi cuerpo se dejaba llevar por las temblores que me provocaba, dejaba las palabras salir sin temor a nada porque sabía que por más tempestuosas que fueran, Helena navegaría en ellas sin problemas.

Ya pensaba en ella antes, pero pasada su confesión, no paraba de imaginar diferentes escenarios que cualquier chico de mi edad se plantearía.

Me preguntaba constantemente cómo sería tomar su mano, si mis escalofríos serían más intensos de hacerlo, o si me traería calma. ¿Qué sería de mí si enrollara mis brazos en ella? ¿Sería capaz de hacerlo? ¿O la corriente que me recorría me rompería en mil pedazos haciéndome caer al suelo?

Imaginaba que sería lo suficientemente valiente para abrazarla. Imaginaba que lo hacía y reposaba mi nariz en su cabello tan lacio y sedoso, que sabía que olía fresco, tropical, como la brisa marina. Lo había olfateado a escondidas un par de veces mientras nos tirábamos a conversar en los jardines.

Imaginaba también, cómo sería besarla. Si sería tan suave y cálida como una de nuestras charlas, ambos fluyendo en una misma melodía. O si revolucionaria cada músculo de mi cuerpo, revolviendo mi interior con una tormenta en mi estómago que no podría soportar y me haría reventar una carcajada.

Tragué el nudo de mi garganta, mientras la vi de un vistazo rápido y bien disimulado.

Me tallé la cara con la palma de la mano tratando de sacudirme esos pensamientos, porque por más maravillosos que parecían en mi mente, también había otros que me saboteaban.

Los que me mostraban un escenario totalmente distinto. Uno donde Hedric se alejaba de mí para evitar su propio sufrimiento, Steve marcaba su distancia para no verse involucrado en nuestro triángulo de problemas. Donde el grupo tomaba partido dividiéndose en dos. Y en donde también, nuestros besos y cariños, no serían suficientes para salvar una relación de una chica tan audaz, intrépida, e imprudente, con un chico tan vacilante, erudito, y cobarde. Sobre todo cobarde.

No tenía el valor de arriesgarme tanto. Por lo que prefería marcar una línea gruesa entre ambos y dejar que el tiempo nos sanara.

—¿Vas a comerte tu pizza?

La voz de Steve me hizo salir del laberinto de ideas en lo que había convertido mi mente. Mi charola de comida estaba entera, y el solo verla me revolvió el estómago, así que la empujé hacia él.

—Adelante. No me siento bien. Iré a la enfermería.

Me puse de pie y salí de la cafetería para ir a los jardines, donde pudiera respirar aire fresco y oxigenar mis ideas.

Ese era yo, esperando que el aire frío de Londres me ordenara la cabeza, teniendo fe de librarme de los problemas sin el mínimo esfuerzo. «Cobarde», me dije.

Llevaba lo que se sentían como horas tirado en el pasto, cuando un carraspeo de garganta me despertó de mi bucle de ideas. Abrí los ojos y Nadya estaba de pie justo enfrente de mí, cubriéndome el sol con su rojiza cabellera.

—Hola —saludó con su voz tersa.

Devolví un saludo con un movimiento de cabeza.

—Te ves tan tranquilo que me da envidia tu paz.

—No te dejes engañar por lo que ves —dije con pesar.

Se sentó a mi lado y me dedicó una media sonrisa comprendiendo lo que le decía.

—¿Algo en lo que pueda ayudar?

Me encogí de hombros.

—Vale —respondió desanimada—. Imagino que tienes muchos a quien recurrir... Es lo malo de llegar tantos ciclos tarde a una escuela, sabes. Que ya todos tienen sus círculos marcados y es difícil romper uno para entrar.

—Puedes crear uno propio.

—Eso es todavía más difícil —dijo apenada.

—Bueno... Ya somos dos en este —aseguré sonriendo con los labios.

—¿Tienes problemas con tus amigos?

—Uno puede estar en varios círculos, ¿no? Incluso en el que tú me ves con envidia, son dos que a veces se convierten en uno. Así que ahora pueden ser tres.

Ella me sonrió con complicidad, y no pude evitar darle mi primera sonrisa auténtica.

Y pensé, que tal vez, eso era lo que necesitaba: Convivir con más personas, tomar mi distancia con todos, no solo con Helena. Dejar que las cosas respiraran un rato para retomarlas ya despejadas.

Yo necesitaba despejarme.

Nadya y yo nos hicimos más cercanos a partir de ese día. Era cálida, vivaz, y tenía unos ademanes elegantes al moverse que me parecían bastante hipnóticos. Nos reuníamos en los cubículos para estudiar juntos, y nos apoyábamos en las tareas también.

Comenzamos a forjar una amistad sólida en la que realmente disfrutaba estar, y si en algún momento yo estaba indispuesto, ella se apartaba sin hacer preguntas. No había tensiones ni triángulos de problemas como los que ya se sentían con Helena y Hedric.

Nadya, era calma, era un hogar, una fogata emanando un calor constante y acogedor, al que fácilmente me acostumbré a disfrutar.


Diciembre


Meses habían pasado sin percatarme de nada más que en mi propio mundo, cuando tuve una charla con mi compañero de cuarto que me movió todo.

Llegué después de cenar y me dejé caer en mi cama. Él ya estaba ahí arrojando la misma pelota de siempre hacia el techo.

—Se ven muy bien juntos.

—Pero qué dices, Hedric... —me quejé negando con la cabeza.

—De verdad pensé que te gustaba Helena. Perdona que me apartara de ti... Ahora que te veo poco, puedo verlo.

Divagué un poco. No había pensado lo mucho que me había alejado hasta que él lo dijo.

—No me he alejado de manera intencional.

Chasqueó la lengua.

—Van en serio entonces.

—No digas tonterías, somos amigos.

—Tú eres su amigo... A ella le gustas.

Le arrojé una almohada.

—Ya déjalo. Mejor cuéntame, ¿has avanzado algo?

Pregunté nervioso, porque no estaba seguro de querer escuchar una respuesta positiva, pero la duda me tenía inquieto. Noté que mi amigo cambió su semblante a uno más serio, se encogió de hombros, y sentí un alivio que me hizo sentir culpable.

—Todo el tiempo está con Alek. Otros tórtolos que se han alejado del grupo —dijo con sarcasmo.

Me quedé helado.

¿Alek y Helena? ¡Cómo no lo vi antes! Era tan claro que Alek sentía algo por ella, la diferencia tan marcada de su trato con las demás chicas, siempre había más interés de su parte cuando se trataba de ella. La seguía como un cachorro esperando una caricia.

Apreté los puños al recordar lo irritante que me pareció en el juego de la botella, y lo insoportable que me parecía también ahora.

—Son unos críos —dije entre dientes.

—Vale, señor LeBlanc —respondió con sarcasmo.

Ambos soltamos unas risitas de complicidad.

—Ya no importa, al final yo me lo gané —agregó.

Hice una mueca, porque sí, en parte tenía razón.

—No te rindas —dije en un hilo.

«No hagas que sea una pérdida que me haya alejado», me dije.

Él no respondió, apagó la luz y se giró hacia la pared para dormir.

Por mi parte, tardé un poco más. Recapitulé mis charlas con Nadya. Recordé la manera en que tuerce un mechón de pelo en su dedo mientras platicábamos, como lamía sus labios de manera discreta antes de sonreír por algún comentario que le hacía.

Empezaba a tener sentido.

Nadya era una chica guapa, sin duda, y nuestra relación fluía de manera muy cómoda. Ella había sido mi primer beso, y además, me había gustado.

¿Qué pero le ponía? No tenía idea, pero sin duda, el hecho de que sus manos no me revolucionaran al tacto, era un buen punto de partida.

En la hora del desayuno, la invité a acompañarme a la mesa con los demás. Esperaba que al haber tomado distancia hubiera relajado las cosas y pudiera ser parte de ellos otra vez, junto a mi nueva amiga. Y porqué no, ver con mis propios ojos esa cercanía entre Helena y Alek.

Nos sentamos en la mesa donde todos platicaban en diferentes direcciones. May y Malika cotilleaban de algo que había pasado en los pasillos de los dormitorios. Steve y Beth hablaban de la película que vieron en el área común anoche. Hedric solo comía, y Helena recibía ayuda de Alek con un trabajo de solfeo que tenía extendido en la mesa, que por lo que se veía, la estaba torturando bastante.

—A mí me parece que deberías hacerlo primero en clave de sol antes de pasarlo a fa, Helena —dijo Alek dudoso.

Ella se rascó la cabeza analizando el trabajo.

—Tomaste la clase el año pasado, ¿de verdad no te acuerdas? —rogó ella.

Alek se encogió de hombros, y noté que Nadya observaba curiosa.

—¿Y si lo escribes en cuatro tiempos y después lo divides en el que piden? —agregó ella con timidez.

Helena la volteó a ver con semblante para nada amigable. Tenía los ojos entrecerrados y los labios tensos.

—Tú no estabas el año pasado aquí. No tomaste esta clase —dijo tajante.

—Bueno, no estaba aquí, pero sí tomé solfeo en otra escuela... —respondió insegura.

Helena tensó aún más la mandíbula, y de manera hostil, respondió:

—Ya... No es necesario. Sé cómo hacerlo.

Alek vio a Nadya con una disculpa en el rostro y se dirigió de nuevo a su amiga.

—Helena...

Ella apoyó de golpe ambas manos en la mesa, notoriamente molesta, y resopló con brusquedad.

—Iré a terminar al salón de estudio.

Tomó sus cosas y se retiró.

Alek le brindó una mirada bondadosa a mi amiga, quien solo se encogió de hombros.

—No te lo tomes personal, está un poco estresada —dijo el rubio tenso.

Luché con mis ganas inmensas de ir a ayudarla. «Tiene a Alek», me dije. Aunque una sensación de malestar desagradable se quedó en mi estómago por un rato. No pude evitar recordar todas las veces que recurrió a mí para apoyarla con sus deberes.

Más tarde, como ya era costumbre, Nadya y yo nos encontramos en un cubículo para estudiar juntos. Un par de veces insistió en entrar al último del pasillo, a lo cual yo me negué, dado que le tenía un cariño especial a ese pequeño salón, y no entraba en él desde hacía ya un tiempo. Sentía que ese lugar tenía la esencia de alguien más, de un recuerdo, de un nombre. Uno que no quería mezclar con Nadya, ni con nadie más.

—¿Qué estudiaremos hoy?

—Tengo estas partituras —respondió.

Leí el título e hice una mueca de desagrado. "Canon de Pachelbel". Parecía que el día de hoy el recuerdo había decidido emerger de las profundidades para torturarme.

—¿No te gusta?

«Me encanta», pensé.

—¿No tienes otra cosa?

—Pareces molesto —dijo decaída.

Solté el aire de manera brusca y desvié la mirada hacia la puerta, di un sobresalto al ver unos ojos en la ventanilla de esta. De pronto me costó comprender el día en el que estábamos.

El déjà vu me dejó tan perplejo que tuve que parpadear varias veces para darme cuenta de que no eran los ojos que creía estar viendo.

"Está ocupado" se escuchó la voz de la niña que desconocía fuera. Sacudí la cabeza.

—¿Es por tu amiga? —preguntó cuidadosa.

Sacudí mi cabello y cerré los párpados frustrado, incapaz de poder escapar de su recuerdo en cada rincón, persiguiéndome.

—No, es solo...

Intenté mentir, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta.

—Es solo que le gustas.

—No —dije tajante, brusco.

—E-Es decir... Es lo que dicen todos... Escuche algo sobre un diario o parecido. No estoy al tanto de la historia completa, pero tu sabes, aquí las paredes hablan.

—Ya —respondí desalentado—. No hay mucho que saber, es solo un chisme sacado de contexto.

—¿Entonces...?

—Entonces no le gusto, ni le gusté, ni le gustaré —respondí extenuante.

—¿Y a ti? ¿Te gusta ella?

Bufé molesto, cansado de esa puñetera pregunta, y al parecer desquitándome con Nadya.

—No, y la verdad estoy cansado de que me lo pregunten. Parece que todos aquí quieren escuchar que diga que sí.

Frunció las cejas, bajó su mirada a mis labios para volver a mis ojos y sonreír decidida.

—Pues yo quería escucharte decir que no.

La bofetada que sentí en sus palabras, me dejó helado. Quedándome perplejo, viéndola a los ojos, tan tajante y segura que me sacó una sonrisa. Una legítima y reveladora sonrisa.

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