Capítulo 99
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Desolado
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Jeans azules, converse rojos, suéter amarillo, cabello castaño despeinado y piel pálida, Tom estaba de pie a unos cuantos metros mío, me daba la espalda, sentado en una de las tantas sillas metálicas en gris de aquel aeropuerto privado, tenía un brazo recargado en el descansa brazos y sobre la palma había dejado caer su cabeza, parecía estarse quedando dormido.
Estaba ahí, lo tenía frente mío, había llegado hasta él, tal como la primera vez, me lo topaba de espaldas, conocerlo había sido un accidente, encontrarlo también lo era.
—Tom...—lo llamé en voz baja sin atreverme a mover mi cuerpo del área de la cafetería cercana a los baños, donde se supone que esperaría por Fere y Matilde mientras Rubén y Miguel arreglaban todos los detalles del viaje—.
Estaba vivo... incompleto, pero vivo al fin.
—¡Tom!—grité dando rienda suelta a todos mis sentidos, mis heridas se cerraron por un momento, de la espalda me nacieron las alas, los objetos que tenía en la bolsa de mano causaban un escandalo entre sí conforme corría por aquel aeropuerto vacío y cerrado al publico—¡Thomas!—empeñé otro grito—.
—Tom esta condicionado por un deseo interno casi extremo por sentir que puede proteger a los demás y si el subconsciente de Tom la eligió a usted para llenar los vacíos que dejo su familia y cubrir esa necesidad casi suicida de proteger a alguien...—la voz de Boris hizo eco por todos los confines de mi subconsciente, frene mi carrera hacía el castaño de golpe, mis pies resbalaron por aquellas baldosas—Bueno ese subconsciente sigue necesitando de usted, necesita que usted este presente...—.
Tom me necesitaba para llenar un vacío, yo era la adrenalina que le corría en las venas cuando me metía en problemas y él corría a mi rescate...
No era amor.
Él necesitaba de mi presencia para cubrir los espacios que habían dejado a la deriva sus hermanos y su madre...
No era amor.
Había quedado tan cerca suyo, encarando su espalda, que cuando apreté los puños este se levantó, el ambiente se lleno de un silencio gutural, de un aire de ímpetu corrompida, los dos habíamos jugado a ser el hogar del otro, el me necesitaba para cubrir una emoción y yo lo necesitaba para no perder ese sentimiento de que alguien por primera vez me amaba.
—¿Por qué has venido aquí?—me preguntó con voz ronca, de pie dándome la espalda—.
Había visto su espalda más veces de lo que le había visto el rostro y cada fibra de su cuerpo tenso evadiéndome me gritaba.
No era amor.
—Tomé varios caminos—hablé, el reloj de mi padre en su caja ocupaba tanto espacio como el dibujo enmarcado en mi bolsa—deje a Harrison y Samantha detrás, hui por mi cuenta, acabe en lugares que creí que jamás pisaría otra vez...—le hablé a su espalda, este me concedió el derecho a ver parte de su perfil cuando sin moverse aún me devolvió la mirada, su suéter amarillo claro y holgado estaba impecable, ni una sola mancha, parecía que este jamás lo hubiera usado para intentar matar a su mejor amigo—todos los caminos me guiaron a ti—.
Eso tampoco era amor.
—Ángel—pronunció rendido, camino pasando aquel banco de metal que nos separaba, hasta que pudo encararme—.
¿Habían pasado años sin que lo hubiera visto?
¿Él creció en segundos ó yo me encogí en valor?
¿Por qué para verle a la cara tenía que romperme el cuello?
—Gruñón—pronuncie con la garganta llena de flores, tuve que hacer uso de toda mi fuerza de voluntad para no lanzarme a sus brazos—.
—Es momento de decir adiós—habló adolorido—ya no puedo verte a la cara, decirte lo que me pasa por la cabeza al verte no es propio de un caballero...—la luz de la madrugada se reinvirtió, la luna se colaba entrando para dar directamente con el rostro del castaño, sus ojos ya estaban al borde de las lagrimas—.
—Tom...por favor, déjame explicarte por que no te dije nada—quise hablar desesperada—.
No había tenido un motivo solido para haberle mentido y eso tampoco era amor.
—Como ser humano me das asco, West—escupió con expresión sería, las primeras lagrimas resbalaron por sus mejillas—desearía jamás haberte salvado—.
—No...tú y yo...—estamos condenados a estar juntos—somos un desastre—.
Le concedía la razón, ni las leyes de causalidad podían salvarnos, él jamás debió haberme salvado de Clark, yo jamás debí adueñarme de su dibujo, ni enredar mis dedos entre su cabello con tanto descaro, la línea temporal que nos conocía estaba rota, no habíamos nacido para formar un "nosotros" y mientras tanto, mientras nos despedazábamos.
En alguna parte de Ucrania alguien escribió un manual donde se explican las pautas y las objeciones que se pueden hacer al "amar",
en algún lugar de Oceanía alguien encendió una vela, la remplazó por faro y se desveló en el borde de una ventana, los barcos que nunca llegaron al muelle vagaron por una infinidad de mares azules y cielos rojos.
—¿Puedo abrazarte por última vez?—pregunté apenas audible, ya no me quedaba calcio que sostuviera mis huesos—.
En México alguien creció rodeada de gente que no le conocía;
solitaria y a falta de un buen amor, comenzó a escribirlo,
contradijo las reglas, a los delirios de historias clásicas les dio un nombre:
—Traumas y enfermedades mentales—clavó en la portada, se volvió medicina y nunca se trató—.
El castaño me miro herido una ultima vez, bajo la cabeza con la guerra dentro suyo, acorto el paso y me dejó hundir la cara entre su cuello y sus ropas, sus manos me rodearon añorantes por la espalda, sus labios se posaron en mi coronilla...por ultima vez.
En Quebec amar es escribir cartas y mandar flores.
—Lamento tanto haberte lastimado—sorbí la nariz y aferre mis manos al torso del castaño, este me dejo hacerlo, como si no estuviera herido, el perfume que usaba a juego con los trajes desentonaba, parecía que ya no necesitaba de tal perfume para cubrirse el olor de las cadenas, ahora incluso si fuera en huida, su piel olía a libertad—.
Me separé de su cuerpo con los ojos cerrados y sensación de que me dejaba un pedazo enorme en sí, no...yo era el pedazo pequeño que se separaba y él se quedaba con el resto de mí entre las fibras de la ropa.
—Ángel...—su voz rota hizo hueco a través de las paredes y por el gran techo—¡¿Qué me haz hecho?!—preguntó contrariado, abrí los ojos al instante, el castaño miraba su propio cuerpo aterrado, con los brazos extendidos, sangre salía de su costado, de sus brazos, sus muñecas y del área del corazón, ensuciaba su suéter con gran rapidez conforme su rostro palidecía—¡¿Por qué lo hiciste?!—me gritó furioso y herido—.
—¡¿Qué?!—pregunté horrorizada sin poder mover mi cuerpo, más sangre a travesaba la tela del castaño a la altura del hombro izquierdo y el estomago—yo...jamás te lastimaría—le dije con la tonalidad con la que se evoca un juramento—.
Sin embargo, ya lo había herido y al bajar la mirada a mis manos estas ya estaban llenas de la sangre del castaño, una navaja suiza plateada se resbaló de mi mano sana al suelo. El castaño comenzó a sudar frío, incapaz de parar el flujo de sus heridas cayó de bruces al suelo debilitado y moribundo.
—___, despierta—la voz de Fere entró a mi cual eco, abrí los ojos de golpe, esta estaba en el asiento del jet privado frente a mí y me veía analítica—Necesitas comer algo—.
—¿Dónde esta, Tom?—pregunté aun adormilada, mis ropas habían secado pero ahora guardaban un aroma a ceniza, tierra y algodón seco—.
—No lo sabemos aún, espero que vivo—se masajeo el cuello con ambas manos, cansada—te he conseguido un sándwich de pollo y un jugo de caja—dijo y colocó un sándwich de pan de caja blanco en una bolsa golpeado y una pequeña caja de jugo sobre la mesa frente mío—.
Once horas y cuatro minutos tras la desaparición de Thomas Stanley Holland.
Miguel y Rubén se habían jugado la piel por ayudarme, Leonor era la representante de Rubén, una mujer delgada en extremo, con el cabello castaño lacio a los hombros, dos gafas grandes, la nariz de botón, ojos verdes y piernas largas, cuando Leonor escucho que Rubén quería viajar en un jet privado a las dos de la madrugada de regreso a Madrid, España—donde se concentraban la mayoría de sus seguidores—Leonor explotó.
Rubén había intentando esconder su pelea con su representante sin mucho éxito, después de estar estacionados veinte minutos frente al estacionamiento en el reducido March azul, Leonor cedió, hizo un par de llamadas, movió unos cuantos cables y se aseguro de que yo tuviera toda la documentación en orden para poder abandonar Kingston. Mi sorpresa fue mayor cuando sin querer descubrí por Leonor que todos mis papeles estaban en regla.
—No tengo papeles—le confesé a Leonor apenas esta llegó con unos jeans negros ajustados y una chaqueta de cuero café, esta me miro inexpresiva, viéndome de arriba bajo sin saber si trasladar su enojo a la lastima—.
Caminó directamente hacía Rubén—¿Podemos hablar dos minutos como dos adultos?—le pidió y se lo llevó a unos cuantos metros lejos de nuestro alcancé—¡Haz perdido la cabeza, si te ven con alguien como ella todos los rumores se van a disparar!—había comenzado a gritar la castaña en cierto momento; Fere, Miguel y Matilde se habían quedado en el auto.
—¡Leonor, si no pensabas ayudarme mejor vete de aquí!—le escuché a Rubén gritar desde la puerta de cristal de aquel aeropuerto—.
—¡No tiene la documentación necesaria! ¡¿Cómo quieres que haga milagros?!—le gritó Leonor, olvidando el pacto de ser adultos, veinte minutos más, volví al auto de Fere a recargarme en el asiento cuando Rubén volvió, parándose sobre el húmedo pasto de las jardineras, me obligó a recostarme en el asiento y a ponerme su abrigo encima—.
—Estas helada—colocó el abrigo enorme de color verde oscuro con interior afelpado, la cabeza me dolía y los ojos se me cerraban—.
—¿Por qué mentiste?—Leonor habló con tanto enfado que despertó a Matilde, Leonor clavó su mirada molesta en mí sin importarle como le veían los demás—¿Por qué dijiste que no tenías papeles?—preguntó—.
Resulta ser que Leonor habló con la embajada y descubrió que yo contaba con VISA, pasaporte y todo lo que podía hacerme falta en caso de que quisiera perderme al otro lado del mundo.
—Yo no arreglé nada de esto—le dije a la chica que me miraba con enfado cuando estábamos apunto de subir a un Jet privado blanco y enorme—.
—Tú no. Quien arreglo tu documentación es alguien que lleva el nombre de Thomas Stanley Holland—habló sin tener la más mínima idea del efecto que ese nombre tenía en mí—.
Tom había arreglado en mis papeles
¿por qué?
¿hace cuanto lo hizo?
—¿Crees que Tom haya presentido que todo esto?—le pregunté a Fere con la vista en la ventana, de Kingston Upon Thames a Madrid, España eran dos horas y cuatro minutos aproximadamente de vuelo, llegaríamos en cualquier momento y todo me seguía pareciendo tan surrealista—¿Crees que él pensó que necesitaría mandarme a otro país en algún momento?—.
El sol había salido, jugueteando entre las nubes en la ventana, jamás había estado en el cielo físicamente y en el suelo emocionalmente, el interior del jet era de un blanco hueso, con asientos acolchados que parecían cómodos la primera hora e incomodos las dos horas de uso, el piso era un tapete de color arena y las mesas de un material plástico que asimilaba la madera.
—No sé, suena completamente a lo que haría Tom, pero no estoy segura de que haya previsto nada de esto—dijo y volvió a ocultar sus manos en el interior de su suave chándal—creo que lo hizo por si en algún momento fallecía...tu tuvieras una segunda oportunidad—.
—¿Cómo lo sabes?—pregunté despertándome del sueño, la tos me salía natural y me cortaba las palabras—.
—Los mafiosos hacen su testamento al iniciar, ya he visto el testamento de James, estoy segura de que Tom ha dejado uno con tu nombre por algún lado—escucharle hablar me enfermaba—.
—¿Cómo supiste que estoy embarazada?—le pregunté de golpe, esta no cambio su expresión, sin embargo sus ojos me enfocaron—.
—No lo sabía con claridad, fue Tom el que se hecho de cabeza cuando le pregunte; estos últimos meses te vi con más ganas de vivir en toda mi vida a tu lado—habló apacible y le dio un vistazo a Rubén y a Miguel que seguían siendo reprendidos por Leonor en los asientos cerca del baño y área de control—además que tienes más hambre de lo habitual—.
Pase dos minutos pensando mi siguiente respuesta.
—No tenías derecho a preguntarle a Tom si prefería al bebé o a mí—le reclamé, esta bajo la cabeza a su regazo apenada—él es el padre de este bebé, te guste ó no—.
—Lo siento, no te quiero mentir, se lo dije con la intención de lastimarlo—se limitó a decir, dentro suyo parece que algo la mantenía infinitamente triste—.
Aquí y allá,
maquinaría débil,
las leyes universales nos parten en dos,
¿Cómo aprender amar sin ser amado?
Para aquellos que desconocen el amor propio en otros,
aquellos que no tienen ni puta idea de que va amor,
abran los ojos:
He aquí la fiel prueba de que los traumas también se besan,
tres docenas de flores a lo largo de la vida,
la primera en tu cumpleaños,
la segunda repartida por cada media hora de sueño,
la tercera en tu funeral.
Trece horas y quince minutos tras la desaparición de Thomas Stanley Holland.
España, Madrid.
Museo Nacional del Prado.
10:00 AM
—Haremos esto de la siguiente manera y no quiero ni una gilipollez—Leonor rompió el silencio dentro de aquella minivan enorme en color arena con cristales polarizados—.
Habíamos llegado a Madrid una hora antes, afuera ya nos estaba esperando la minivan rentada además de una maleta mediana en color rojo sin ruedas, llegar al museo nos tomó treinta minutos y ahora estábamos aparcados una calle al frente del mismo, abrían el museo a las diez y el reloj en el tablero del vehículo me mostraba que ya eran las diez con veinte minutos.
—Rubén, Miguel y la niña grosera se quedan en el auto—habló con decisión la mujer de cabello lacio y expresiones cansadas—que la de cabello azul y la de cara de loca vayan—dijo con las manos en el volante y Rubén al lado en el asiento de copiloto—en la maleta hay un par de pelucas y ropa por si quieren pasar desapercibidas—.
—¿La niña qué?—preguntó Matilde en la parte trasera, retando a la mujer—dímelo a la cara, cuerpo de limpiapipas—.
Rubén le gruñó fastidiado a su representante, esta lo ignoro por completo, abrazándose a sí misma en el haciendo de tela gris.
—De ninguna manera voy a dejar que vayan solas—interpuso Rubén asomando parte inclinándose en el asiento para ver como en la parte trasera Miguel, Fere y yo estábamos agazapados y extremadamente juntos—.
—Ni tú ni Miguel pueden poner un pie fuera de este vehículo—le respondió Leonor, Fere se estiro abriendo la maleta roja que estaba en el ultimó asiento al lado de Matilde que llevaba el cabello hecho un desastre y las mejillas llenas de chocolate—.
—Yo quiero ir—Matilde hizo un puchero, tomando el cabello falso de las manos de Fere para ponérselo, ahora tenía un casco rubio y brillante en la cabeza que le llegaba hasta los hombros—.
—Ya te dije que no, sigue peleando conmigo Leonor y te despediré—amenazó el castaño—.
—¡Por favor hazlo!—se burló la castaña sin dirigirle la mirada—ya quiero ver quien quiere representarte cuando te vean con una chica así—habló Leonor clavándome la mirada por el espejo del retrovisor—.
Una pelea inició entre los dos, la cual duro al menos diez minutos, Rubén le gritaba a la mujer esbelta y amenazaba con bajar del auto, por su lado, Leonor amenazaba con irse de regreso a Londres y dejarnos varados en España.
—¿____?—Miguel habló al otro extremo del vehículo, me había colocado una peluca lacia de un color rojo oscuro, tan rojo como el cabello de Samantha, metiendo mi mano en mi bolsillo, apenas tuve cuidado de mirar hacía ambos lados al cruzar la calle—Tú quédate donde estás—le escuché regañar al noruego—Toma el móvil, ve, Fere—.
La pelinegra bajo con gorro de lana negro ocultando por completo su cabello—¡espera!—me gritó y corrió hasta posicionarse a mi mano—No sé como puedes caminar así con la pierna mala y la columna dañada. Yo tampoco tenía idea de como lo hacía, había sentido la pierna adormecida la mayor parte del camino y dedicaba más tiempo en hacer que los demás no notaran el sangrado que curándome. el doctor había sido claro cuando me pidió que me tomara un tiempo de reposo.
Muy dentro mío seguía guardando la esperanza de ver al castaño caminando por alguna de esas calles, incluso había condicionado mi cerebro, esperando ver su suéter amarillo por allí.
—Entonces...entramos, buscamos el cuadro y con suerte alguna pista...—Fere habló agitada a mi lado, el aire de Madrid era más cálido y menos denso que el que se respiraba en Londres—¿Cómo sabremos que no es una trampa?—atacó—.
Todo era una trampa, pase meses escondida esperando el mejor momento para moverme y este nunca llegó hasta que el traidor nos obligo a movernos; en este punto ya daba igual si era una trampa o no, el enemigo estaba lleno o llena de ganas de hacerse notar y solamente siguiendo sus pistas podría llegar hasta la respuesta.
Una gran edificación elegante y blanquecina con grandes columnas nos dio la bienvenida, un nombre hecho estatua, con ropajes barroco, piel de bronce y roca ya nos esperaba justo en el medio del camino, sentado en su trono, la piedra grabada debajo ponía "Velázquez".
—Todo es una trampa, Fere—hable entrando por la primer puerta de cristal corrediza, un guardia me devolvió la mirada y sin poderlo evitar abrió los ojos con asombro ante mi aspecto, era consiente de que tenía los vendajes del hombro, el muslo y el cabestrillo hecho un desastre, tenía sangre en mis ropas llenas de polvo que no podía ocultar y también llevaba la piel pálida, los labios partidos, los ojos irritados y un corte en la mejilla—.
Carraspeo con la garganta, el piso del museo era brillante, con más columnas dentro, un techo amaderado y una serie de luces blancas, jamás había logrado entrar a un museo, al menos no en uno de verdad y el estar en uno real me erizaba la piel.
—Dos entradas—me acerqué la pequeña recepción con la mirada del guardia pelinegro y de nariz respingada puesta en mí—.
—¿Están interesadas en una visita guiada?—preguntó con amabilidad una señora de al menos treinta años de edad, con un afro llamativo en rosa—.
—No, gracias—dije y Fere me tomó del brazo suplicante para que me calmara cuando saque del borde de mi yeso unos cuantos billetes húmedos que Boris me había dado para buscar a Tom—.
No lo había encontrado,
no hubiera podido encontrarlo ni con toda la fantasía del libro,
ni siquiera en mis sueños podía tocarlo sin romperlo.
—Disfruten su visita—dijo la mujer con extrañeza cuando, camine decidida al interior del museo, detrás mío resonaron los pasos apresurados de Fere—.
—____—me llamó la pelinegra, corriendo detrás mío, el museo era enorme, habían cuadros, esculturas e inscripciones todas las paredes, con un ancho pasillo negro e iluminación moderada por unos ventanales en el techo—tenemos que encontrar un hombre masticando algo—su voz sonaba con eco por todo el lugar vació, después de todo era muy temprano para ir al museo—.
En Sinaloa, México alguien concedió el amor en las rosas que se dan por cantidades exuberantes, dicen que en cuanto más grande sea el ramo más grande el amor.
Los pasillos del museo solitario y lleno de historias parecían interminables, mis ojos no se podían pasar con más rapidez por aquellas imágenes, ni mis pies podían correr más rápido, temía haber cometido un error, temía haber tomado las decisiones equivocadas.
—¡Aquí esta!—escuché la voz de Fere a mi espalda, pare en seco, esta vez mi rodilla lo resintió—creo que es es esta pintura—hablo con la nariz y las mejillas rojas por el frío—.
El cuadro era de un hombre de aparente edad mayor, con el cabello grisáceo largo, los ojos abiertos con una expresión de horror y entre las manos el cuerpo de un hombre al cual mordía arrancándole la cabeza y parte del cuerpo.
—¿Qué significa esto?—preguntó Fere—.
Ya habíamos llegado hasta allí ¿Ahora qué? ¿Qué seguía a partir de allí?
—Busca algo alrededor del cuadro, veré que dice la historia—indiqué acercándome tanto a la inscripción de piedra de aquel cuadro tanto como la cinta de seguridad me permitió—tenemos que volver a Londres cuanto antes una vez que hayamos encontrado algo—.
Tenía que encontrar a Tom,
por mi parte:
Eso era amor.
—No hay nada—se forzó a decir Fere cansada, soltando un suspiro, parte del cabello le bajaba del gorro y se le pegaba a la frente—creo que hemos cometido un error al venir aquí—.
No, no...no era posible.
La pelinegra se dejo dejo caer varios pasos hacía atrás sobre el banquillo de metal frío frente a la pintura de aquel hombre.
—¿Qué tal si la pintura que estábamos buscando no era esta?—habló y me senté a su lado, mi cuerpo se rendía con insistencia, el estomago me ardía—¿Qué tal si estamos buscando otra pintura? Tal vez en la mansión—.
—Déjame pensar—intenté pedir, me había aprendido la historia de aquella pintura de memoria y ahora intentaba darle sentido a su presencia en la trama—Saturno reinó sobre el Lacio procurando una época de extraordinaria prosperidad: la Edad de Oro—relate, Fere se saco las gafas con fastidio, dejándolas sobre su regazo, comenzó a frotarse los ojos con las palmas de las manos—.
—Ajá ¿Qué más?—preguntó, subió ambas piernas a la silla, para cruzarse de piernas y paso sus dedos ansiosos por el borde del asiento metálico—.
—Saturno, enseñó a los hombres el arte de la agricultura y les entregó sus primeras leyes...—me mordí las uñas de la mano sana; España y el museo en sí olían a periódico y costumbres viejas, Fere continuó paseando sus dedos por aquel banquillo con la vista el suelo, pellizcando los rastros de pintura descarapelada al final de la estructura metálica—.
No tenía sentido ¿de qué manera conectaba este cuadro con el sepulturero?
—_____...—Fere habló, su piel palideció, cuando me gire a verla esta ya tenía los ojos abiertos de par en par y marcas en el puente de la nariz por los lentes—hay algo escrito aquí—.
Sus ojos me encontraron al instante, igual de contrariada que yo, se puso de pie de inmediato, para sentarse casi de golpe al suelo—¿Qué es?—pregunté, no tenía la capacidad de sentarme a su lado cuando esta comenzó rascar la pintura con las uñas para quitarla del camino—.
—Es braille—incido, la caspa de pintura oscura caía directamente sobre sus ropas—où la mort commence les réponses—citó la pelinegra y se relamio los labios con concentración—.
—Frances...—nunca lo había aprendido, pero había escuchado a Tom practicarlo—.
—Toma, busca en el diccionario a ver que significa antes de que venga un guardia y nos arresten por vandalismo—exclamó presurosa ahora haciendo uso de todas las uñas que tenía disponible pasándome el móvil de Rubén—.
Encendí la pantalla del móvil ansiosa, mire hacía ambos lados del museo con el miedo latente a ser descubierta, sobre la banca en una de las orillas eran visibles aquellos puntos sobre el interior un tanto oxidado, parecía que alguien se había tomado el tiempo y la astucia de escribir en braille un mensaje en el metal haciendo orificios con una aguja caliente.
—¿Qué decía?—pregunté con la aplicación del diccionario de idiomas ya abierta y el corazón en el estomago—.
—ù la mort commence les réponses—reitero la pelinegra, me tomó dos intentos más escribir el mensaje concretamente—commencent—termino de hablar la pelinegra, con el interior de las uñas lleno de pintura y los dedos heridos, paso los índices sobre el resto de la banca a su alcancé para buscar más—.
La recepción de internet era mala en aquel museo, haciéndole hueco a mis nervios al notar que la traducción no llegaba.
—¡Lo tengo!—grite por fin, el eco me hizo segunda, mi cuerpo se entumeció de miedo a ser escuchada—.
—Hay un números aquí—dijo y esta vez metió la cabeza debajo de la banca, el gorro se le despegó de la cabeza, cayendo al suelo, su cabellera real salió a la luz—1823...—dijo y saco el cuerpo de debajo del banquillo—.
—Es la fecha en la que se terminó de pintar aquel cuadro—hablé, llegar ahí no había sido un error, el traductor por fin cedió, mostrándome los resultados, una sensación de temor llego a mi cuerpo como espasmos afilados—.
—¿Qué dice?—preguntó Fere, de rodillas con los brazos apoyados en la banca—___—me llamó—.
"Donde empieza la muerte comienzan las respuestas"
—Estamos en el lugar equivocado—dije para mis adentros, la pelinegra no fue capaz de comprenderme—¿Dónde vivió Francisco de Goya entre 1823 y 1828?—la castaña me había pedido una respuesta y le escupí una pregunta—.
Harta de mi incapacidad de hablar, Fernanda tomó el móvil con sus manos, leyó el mensaje en braille traducido, los ojos se le desorbitaron.
El pintor, Francisco Goya, había muerto en Burdeos, Francia en 1828 casi tres años después de haber pintado aquel cuadro.
—Aquí hay algo—habló Fere con el terror latente en la voz—Murió en Burdeos, en una casa situada en el número cincuenta y siete de la Cours de l'Intendence, la calle más céntrica de Burdeos—Fere alzó la vista con los labios entre abiertos y el ceño fruncido—¿Quién puso todo esto aquí?—.
¿El traidor?
¿El sepulturero?
¿Tom?
—No sé...—hable por lo bajo con la cabeza adolorida y el interior vuelto un manojo de nervios—Tenemos que ir a Burdeos.—sentencie—.
Obligándome a ponerme de pie,
mi cuerpo no tuvo fuerza pero si alas para volar,
los pasos de quien venía tras de mí entraban a mi ser como quien es atravesado por un fantasma de ojos castaños.
Esconde las piedras que se lanzaron a cuerpos inocentes,
regala los detalles que hagan olvidar la violencia,
moriría por ver a Thomas Stanley Holland prevalecer,
moriría por él,
por que aquí nadie le puso reglamentaría a los versos,
el universo no advirtió
que no importa cuanto me rebusque en las entrañas,
que yo sigo sin tener ni una puta idea de lo que es el amor.
Quince horas y dos minutos tras la desaparición de Thomas Stanley Holland.
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Muchas gracias por leer, votar y comentar, este es oficialmente el penúltimo capítulo, este viernes a las 7pm subiré el ultimo capítulo además del epilogo, gracias por darme la oportunidad de estar aquí, gracias por poner sus ojos en esta historia.
Para el viernes ya sabrán la respuesta dos enigmas que se vienen arrastrando desde el principio, que es el fin.
Con gran admiración.
—Alex 💀
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