Capítulo 98
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Desolación: laberintos de papel
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Hay un joven ocultó entre páginas,
con armadura de acero
y cuerpo de paja,
mentalidad hecha de arcilla,
y unas ganas de proteger lo que amo que nunca entraron en el molde,
tiene los ojos cubiertos de escarcha,
buscando su salida del laberinto,
el cuerpo le oxidó,
la escarcha ya no le deja ver el cielo,
el humo de su propia piel ardiente le despedaza el interior,
labios cosidos,
ya no suelta gemidos.
Hay un laberinto creciente en su interior con grandes paredes verdes cubiertas de espinas,
el cielo no le alcanza,
la vida,
le arrebasa.
Habrá de volverse planta,
para no darse cuenta,
que quien no avanza,
suelta las raíces
y
se vuelve planta,
hay cadenas que siente y cadenas que no quiere ver,
todas las noches recorre el laberinto,
hace tiempo que por su mente resona una pregunta sin respuesta.
¿Cómo se escapa uno del laberinto dentro suyo?
Siete horas tras la desaparición de Thomas Stanley Holland.
Encontrarlo me era vital, la posibilidad de hacerlo, me era imposible, mis manos habían manejado sobre pasando los limites de velocidad permitidos, el auto en más de una ocasión estuvo apunto de apagarse por mi mal control, forzando el motor, me tomó veinte minutos entre el llanto, la oscuridad y la lluvia encontrar el botón que encendía las luces, había llegado de regreso a Kingston por pura suerte, la ciudad a tal hora ya estaba desierta, el asfalto estaba cubierto de la lluvia y danzando por entre los semáforos, los locales y los arboles de cada cuadro un aire de melancolía y desesperación.
Mis manos, mi cuerpo y mis dedos estaban helados y tensos cuando el Ferrari de Harrison se rindió, dejándome varada en una calle dos cuadras más lejanas al café de Lola—enciende—le supliqué patética al vehículo platinado, el motor se forzó una vez más pero no encendió.
Recargue la cabeza en el respaldo del asiento, sentía que no había visto al castaño en años y me ardía como no fue la despedida, ya no era capaz de sentir su presencia, a Londres se le habían escapado las ganas, aún recodaba la sensación de aquellos labios heridos, salados y arcillados sobre los míos, baje del auto de Harrison con la lluvia recibiéndome, la nieve comenzaba a derretirse y a este punto ya no temía si alguien me intentaba matar al cruce de la esquina, temía que él muriera con la idea de que al final estaría solo (no lo estaba) y que sería por culpa propia.
Caminé por la acera vacía con las piedras en la garganta y la bolsa de mano sujeta al pecho, Londres parecía un laberinto tan eterno, vació y solitario, cada calle era un recuerdo de por que nunca quería salir de casa. Cuatro semáforos, dos banquillos en un parque con juegos para niños y maquinas para hacer ejercicio puestas por la confederación de gobierno, una lavandería y una tienda de música, estaba buscando a Tom sin embargo mi cuerpo solo me llevaba a los lugares que yo conocía.
El café de Lola estaba deteriorado, lo que antes había sido una brillante fachada en café claro con extensiones de luces doradas guindantes amen de un juego de cuatro mesas en café caoba, las mesas ahora estaban empapadas y rotas, alguien había hecho dibujos obscenos con una lata de pintura, tanto en las mesas como en la cortina de acero negra, que también estaba abollada—chupa aquí—habían escrito en ella parte de la tinta se había corrido, no quedaba nada del café, ni de Lola, ni de Samantha, ni de Harrison, ni siquiera de Tom.
En un instante mi cuerpo traslado la sensación que transmiten aquellos personajes derrocados de las películas, llenos de polvo y heridos cuando salen a la calle después de un bombardeo, con la incapacidad de entender que sucede, los hogares se les vienen encima, les faltan partes y tienen que cruzar el reconocimiento de cadáveres sin tener ni una sola idea de que es "piedad".
—Boris, Santiago, Matilde, Thomas, Fernanda, Octavio, Martha, Nahúm—los nombres resbalaban a través de mis labios y mis dientes castañeando, ahora capaz de sentir el frio, incluso hasta podía olerlo, mis pies me llevaron por un camino que mis sentidos conocían pero mi cabeza ignoraba—Boris...Nahúm, Sam, Jupe, Patrick—sentía que perdería la cabeza por completo, con la lluvia y el frío correteándome, intentaba mantener en mi consciencia todos los nombres que había llegado a escuchar, intentaba ordenarlos por su voz y su rostro—James...—sentía que en cualquier momento olvidaría sus rostros—Tom—.
¿Llegaría a olvidar el rostro de Tom?
¿Los sobrevivientes de guerra también olvidaban los rostros de quienes la vida les puso enfrente?
¿A donde iban sonámbulos entre el mundo de escombros y el cuerpo de paja?
Dos calles más, siete horas y cuarenta horas y cinco minutos sin saber de él.
Había llegado a mi antiguo hogar,—hogar sonaba tan falso—, había un montón de basura por el suelo, empaques de cigarros, galletas, papas fritas, golosinas y botellas de cerveza, la entrada tenía un fuerte olor a orina y al colocar la mano sobre la perilla dorada pude sentir el metal áspero, abrí la puerta apoyando medio cuerpo en ella, esta y lo que quedo abrió arrastrándose por el suelo dejando la ceniza oscura en el suelo, estar ahí me ponía mal, pero no sabía a donde más ir.
—____—podía sentir la voz de mi padre, ya no recordaba con exactitud como sonaba, tampoco podía recordar como lucía, le daba la voz y la forma de lo que yo creía que había sido, pero cada vez que lo escuchaba era una persona diferente tomando el protagónico de los recuerdos—¡Vas a tener un hermanito!—en mi memoria las paredes no estaban carcomidas, ni oscuras tras el paso de las llamas, los sofás estaban completos, al igual que aquella niña que se lanzaba a los brazos de aquel hombre que no me daba la cara—.
No tuve la valentía de encarar mi interior.
No crean lo que dicen,
las memorias no tienen eco,
solo dejan hueco.
La estructura estaba debilitada después de tanto bombardeo, el mueble enorme de madera donde mi madre había colocado su colección de lavavajillas y tesoros familiares estaba ahora juntó un montón de escombros, llegué hasta el inició de las escaleras cojeando, el lugar estaba cubierto de tierra y al pisarla con la suela de mis zapatos húmeda esta causaba una capa de lodo a mis pies, me senté en el primer escalón con el filo del segundo rosándome la maltratada e irritada espalda baja. El único lugar donde tenía claro que Tom estaba era mi cabeza. Saqué el teléfono de Harrison entre las manos, este tenía la mitad de la batería y por suerte adivinar el patrón de desbloqueo de pantalla de Harrison no fue un reto, la lista de contactos del rubio era larga, deslicé mi dedo pulgar por la pantalla pasando el menú con números alfabéticos, deteniéndola justo en la "R" mi cabeza estaba tan desordenada como la casa que caía abajo.
Me lleve el teléfono al oído y espere a que este timbrara, seguramente Harrison rastrearía con facilidad dirección IP de su propio móvil, no tenía mucho tiempo, tamborileé mis dedos sobre el yeso, el polvo de los escombros y la tierra se metía en mi nariz casi travieso.
—¡Harrison! ¡¿Donde te la has llevado?!—me gritó el noruego al instante del otro lado de la línea—¡Se acabó Osterfield, quiero que me digas donde esta!—volvió a gruñir antes de que si quiera pudiera hablar—.
—Rubén—hablé y al escuchar mi voz queda el noruego pareció calmar su furia—creo que estoy perdiendo la cabeza—aguanté—no sé donde esta...Harrison esta detrás de mí, Samantha esta herida, Nahúm esta muerto, Sam desaparecido y estuve apunto de matar a una persona hoy—.
—____, tranquila, respira—me pidió del otro lado—.
—El café de Lola esta hecho un desastre, el lavavajillas importado que mi madre tardo dos años en comprar esta hecho pedazos en el suelo—chille todos los detalles—.
—¿Dónde estas?—pregunto—Mangel y yo iremos por ti—.
—En mi casa, en la casa que se derrumbo, todo esta tan oscuro, ellos están aquí—mi padre esta aquí sentado en el sillón destrozado leyendo un periódico, su rostro esta hecho de humo, no puedo verlo—creo que estoy olvidando los rostros de todos—.
—No salgas de ahí, vamos en camino—masculló preocupado al otro lado de la línea—no cuelgues, ya estamos subiendo al auto—dijo y pude escuchar a través de la bocina de buena calidad que no mentía, del otro lado escuchaba a nervioso a Miguel y Matilde subiéndose a un auto—.
—¿Cómo esta Matilde?—comencé a llorar de verdad, mis lloriqueos alteraron al castaño—.
—Esta bien, ya estaba dormida—respondió ajetreado—no llores, por favor, ya casi llegamos—mintió—.
Les tomó treinta minutos en llegar, en el lapso que estos tardaron en llegar la casa y los recuerdos terminaron por carcomerme la cabeza, dejé el móvil de Harrison caliente sobre las escaleras caminando hasta aquel mueble viejo, estaba abollado y sucio, el final de este había quedado atrapado entre escombros dejando debajo pedazos de cristal, porcelana, arcilla, pequeños animales muertos y polvo en exceso, ni los hombres del gobierno se habían atrevido entrar ahí. Si Tom me viera con el cuerpo hecho pure, las ropas mojadas y la cabeza metida entre dos pedazos de escombros de una casa apunto de caer...vaya si que me ganaría un regaño de su parte.
—¡¿En qué estabas pensando, West?!—me preguntaría con su voz suave pero severa, casi podía verlo cual holograma frente a mí, tirando de mis hombros con la fuerza y la delicadeza que siempre usaba cuando me hacía entender los huracanes—.
Por favor,
escritor de destino cruel,
su voz no,
no me dejes olvidar su voz...
Un cajón había quedado entre abierto, la curiosidad de saber que podía haber dentro me dio algo más en lo cual pensar, por lo que metí mi mano sana tanto como pude, un montón de cucharas heladas oxidadas, deformadas y llenas de un polvo áspero se pasearon por la yema de mis dedos, hasta que encontré lo que parecía una caja, tiré de ella intentando sacarla, esta no cabía entre el espacio que quedaba del cajón y el suelo, tome con más fuerza el borde roto del mueble, tirando de el hacía arriba para sacar tanto como pude el cajón, esta apenas se movió, saqué la caja con los nudillos raspados.
Era caja de cuero negro más grande que la palma de mi mano, completamente cuadrada y de un color negro, las esquinas estaban hundidas y parte de la piel sintética quemada, abrirla me daba miedo y aún así lo hice. De rodillas en el suelo coloqué la pequeña caja en lo que quedaba de baldosas, tire de la tapa hacía arriba, esta levantó la caja entera un segundo y después se abrió, adentro sujeta a una pequeña almohadilla gris estaba el reloj suizo y antiguo de mi padre, de un color dorado brillante, la manecilla que marcaba la hora se había roto y quedando a la deriva dentro del reloj entre el cristal y el dial.
Ahora estaba segura de que se sentían aquellos personajes de las películas al reconocer un cuerpo tras pasado el bombardeo, un sentimiento de haber tocado el abismo, el hoyo negro, el fondo y todos los colores tristes me tomó por sorpresa, ahora tenía claro que no podría respirar, nunca más, comencé a llorar todo lo que me había guardado en años, desde mi llegada a casa para darme cuenta que nadie me esperaría en la entrada, los meses azules y la partida del castaño, ya no me importaba despertar a los fantasmas, ni desvelar mi ubicación, gritaba tanto que mis amígdalas, mi tráquea y mis pulmones resintieron el impacto.
—Papá...—chillé pegando la frente en el suelo, sentía la tierra volverse lodo ante mi húmeda piel, sin apartar mi cabeza del frío gire la vista hacía el sillón, al igual que el castaño, mi padre con rostro de humo ya no estaba, me había dejado a media contienda abrazada de su reloj—.
—¡____!—escuché la voz de Rubén tiempo después llamándome desde la entrada—¡____!—abrió la puerta estrepitoso, vi sus pies emprender una carrera hacía el interior seguidos de otro par—¡Hey!—gritó colocando una mano en mi espalda baja—Mangel, ayúdame—pidió preocupado—.
Las manos de Rubén me rodearon la cintura, las manos de Miguel se colaron por entre mis axilas, levantándome entre los dos, no deje de abrazar la caja, tampoco advertí que el teléfono de Harrison estaba en el suelo.
—Con cuidado—habló Miguel, terminando por sacarme de la casa, afuera, el Nissan March azul de Fere ya estaba ahí, Matilde estaba dormida recargada en el asiento trasero y Fere en persona estaba en volante—.
—Sube, anda, ayúdame—le pidió apresurado a Miguel, que corrió por el asfalto con la sudadera morada ya empapada y el rostro pálido—.
Me ayudaron a subir con la delicadeza de no despertar a Matilde, Rubén se fue a la parte trasera, dejándome justo en el medio con la niña al lado, mientras que Miguel se subió en el asiento del copiloto, sus miradas se dirigieron hacía a mí que llevaba la bolsa de mano abultada húmeda en las piernas y los ojos terriblemente llorosos, el auto de Fere olía a tierra mojada, plástico y metal. Todos tuvieron la cortesía de no hacer preguntas.
—¿Vamos a la mansión?—preguntó Fere sin saber si encender el auto intentando suavizar la tensión—.
—No, olvida la mansión, ya no podemos ir ahí—hablé por lo bajo—.
La tensión se disparó.
—Entonces ¿a donde vamos?—volvió a preguntar Fere, que llevaba puesto un chándal negro de pijama, ojeras en los ojos y las cejas más expresivas que nunca—.
Los había sacado del sueño a todos, ¿sabía James que su novia estaba aquí?
—Llamemos a Harrison, seguro que él nos ayuda—interpuso Miguel, alzándose en el asiento para poder sacar su móvil del bolsillo de su pantalón—.
—No, ya no puedes llamar a Harrison, ni a Samantha—mascullé, Miguel se giro levemente para verme preocupado, les debía muchas respuestas, pero no quería hablar—.
—¿A donde vamos?—preguntó Fere una vez más—.
Estaban esperando a que yo dirigiera el camino cuando mi cabeza y mis sentidos se habían perdido en un laberinto, en una jungla interminable.
—Podemos buscar un motel...necesitas descansar—hablo con suavidad Gundersen, sacándose el abrigo menos húmedo que el mío para colocarlo sobre mis piernas abarcando la bolsa de mano—¿Te parece?—preguntó en un esfuerzo por no parecer tan obvio al querer revisar la herida en mi mejilla—.
El reloj sin manecilla no me mostraba empatía,
tampoco la vida,
el tiempo cortaba tanto como el hielo afilado,
en aquel laberinto para personas olvidadas,
el tiempo no pasa,
te arrebasa.
—Necesito encontrar el lugar en donde se tomaron estas fotos—me removí en el asiento adolorida con la espalda hecha un desastre, el estomago me gruño por el hambre—necesito saber si estas fotos son reales—metí la mano en la bolsa sacando las humedecidas fotografías que había sacado de la mansión, pasándole la foto de Dominic enrollada a Rubén y la foto de Niccola a Miguel—.
Confiaba que sus ojos estuvieran más entrenados para identificar detalles que los míos, Fere, encendió la luz del techo para iluminar el espacio, acercándose a la vez hacía Miguel para ver la fotografía horrorizada.
—____...¿De donde la sacaste?—preguntó Fere—.
—¿Son reales?—ignoré su pregunta, no me encontraba de humor y verla me recordaba todas las conversaciones pendientes que teníamos—.
—Sí...parecen legitimas—habló Miguel palpando la tensión en el ambiente—no hay rastros de haber sido alteradas ¿tú que ves, Rubén?—.
El castaño a mi lado había encendido la linterna de su móvil pasándola por toda la foto, pegándola tanto como le era posible a su rostro para ver cada detalle—No veo ninguna alteración, esto tiene que ser real—dijo y le dio vuelta a la fotografía dando con el fondo blanco—.
—¿Seguros que no pudo haber sido falsificada?—preguntó nuevamente la pelinegra—.
—No, la cámara con la que se tomó parece ser una Fuji Fujix DS-1P—habló Rubén experto analizando cada detalle—.
—Del año 1987...—continuó Miguel—.
—1988—corrigió Rubén—.
—No entiendo nada...estamos buscando al dueño de una cámara de varias décadas atrás ¿para que?—preguntó estresada Fere con las manos al volante—.
—Necesito saber el trasfondo de las muertes—hablé—necesito hablar en persona con aquel sepulturero de mafiosos—dije y pude ver desde el retrovisor como el rostro redondeado de Fere se descompuso—.
—¡¿Estas buscando a la muerte?!—preguntó, ella misma sabía quien era—.
—¿Cómo sabes de él?—pregunté, Rubén apartó su linterna de la fotografía para dirigirlo al rostro de la pelinegra que nos veía acusatoria—.
—Por James—se limitó a decir—.
—¿Quién es la muerte?—preguntó Miguel más que confundido—.
La muerte era aquel sepulturero y medico forense que se asegura de testificar y de hacer las pruebas de ADN necesarias para confirmar las muertes de aquellos miembros de la mafia y hasta donde lograba entender, su ubicación era todo un misterio.
—No, no puedo creer que hayas llegado a este punto, West—me recriminó Fernanda, negando con la cabeza—.
—No te necesito para avanzar, Emilene—solté sin medir mis palabras, la pelinegra ocultó las manos dentro de su abrigo, siempre hacía el mismo gesto cuando se enfada conmigo y no tenía voz para gritarme—.
—¿De verdad necesitas esto?—preguntó Rubén, viéndome con seriedad, alzando la fotografía con una mano—.
Parecía que tanto él como nadie quería involucrarse en algo así, hacerlo parte de esto a él ó a Miguel los podía afectar severamente.
—Sí—hablé, si llegaba al fondo de las muertes de Nikki y Harry también podría llegar al enemigo que controlaba los cables—.
—Préstame tu fotografía—habló decidido en ayudarme a buscar a un fantasma, extendiendo su mano para intercambiar la fotografía con Miguel—.
—También estaba la fotografía de Harry, el hermano de Tom—dije y le pase al castaño la foto del pelirrojo—él murió en México—.
Rubén miro la foto confundido, ahora con una mueca—No tiene sentido—habló viendo ambas fotografías entre las manos y el móvil en las piernas—parece que la misma cámara tomo las fotos, ese modelo ya no es común, encontrar una cámara de ese tipo es casi imposible—.
—Eso...es—comencé a hablar, la piel se me heló, la piel se me erizo y la garganta se me secó—el sepulturero de mafiosos viajo hasta México para realizar la autopsia de Harry—.
¿Por qué? ¿Quién se lo había pedido?
—¿Bajo que petición lo hizo?—pregunté, Miguel nos veía por el espacio entre los asientos confundido—.
—Bajo las ordenes de Tom...—intento teorizar Rubén igual de confundido—¿No?—.
—No...no tiene sentido, Tom no habría pedido algo así, el hacerlo estando tan perseguido hubiera expuesto a Sam y a Paddy—la cabeza me dolía cuanto más lo pensara—Quién sea que le haya pedido las fotos del cadáver de Harry debe ser la misma persona que lo mando matar, el enemigo con la información completa—.
—Esta más que claro—habló Rubén como si hubiera descubierto el sol—si llegamos al sepulturero que tomó estas fotos llegamos al fondo de todo—escupió, la lluvia seguía estrellándose contra el auto—.
—Vale ¿y como piensan—irrumpió Miguel irritado, girándose para arrebatarle la fotos de las manos a Rubén—encontrar una pista en un montón de fotos de mierda?—las alzó mostrándonos el fondo blanco contrastado por la luz amarilla del vehículo, se habían mojado tanto que de estas habían comenzado a salir manchas—.
Estuve apuntó de empezar de nuevo.
—Un rompecabezas—se burló Matilde juguetona a mi lado, adormilada y con el pijama rosa afelpado se removió en el asiento recargándose sobre el mismo aun dormida—Es un rompecabezas—dijo y señaló las fotos que Miguel todavía mantenía en lo alto, contrastando la luz—¿A ti que te paso?—me preguntó extrañada viendo el yeso y todas mis heridas—.
Matilde tenía razón, no eran manchas las que habían brotado tras haber mojado las fotografías, que tenían el tamaño de una hoja de maquina, la castaña se acostó en el asiento con la intención de volver a dormir, el ambiente se sintió incluso aún más pesado cuando Fere sostuvo la fotografía de Nikki aun de espaldas, las figuras mostraban medio cuerpo—pásame la otra foto—pidió Miguel sosteniendo la foto de Dominic, esta no estaba tan húmeda y no mostraba mucho—esperen—dijo y abrió la puerta sacando el brazo derecho, la lluvia se coló dentro al instante, Miguel pegó la fotografía al cristal de afuera, mojándola tanto como pudo; cuando metió el brazo y cerro detrás de sí esta ya mostraba el rostro de un hombre de cabello largo con los ojos abiertos de par en par, la ultima foto apenas completaba un un codo y medio brazo.
—Falta la parte de en medio—habló Fere a susurros con la piel erizada—¿Tienes otra foto?—me preguntó con las fotos aún unidas—.
La foto se Sam...la única foto que no había tomado era la suya.
—No, la ultima foto esta en la mansión—bramé casi sin voz—pero...—.
—La mansión esta infestada de raros ¿no?—se quejó Miguel—.
—A la mierda la mansión, tenemos los recursos necesarios a la mano—contestó Rubén, apagando la linterna de su móvil—sosténganlo bien—pidió y se inclino tanto como pudo a mi lado para tomar una foto—.
—¿Qué haces?—le preguntó Miguel—.
Rubén no le respondió indicándonos a todos que guardáramos silencio para prestar atención enteramente en la pantalla de su móvil con el ceño fruncido y la boca entre abierta. El frío afuera hacía que el motor, las ventanas y el metal crujiera, como pequeños golpecitos en las ventanas de gélidos extraños.
—¡España, Madrid!—gritó eufórico el castaño con la voz ronca—¡Es un cuadro que esta en un museo en España!—exclamó esta vez alzando la vista para verme—.
Fere suspiro pesadamente, Miguel bajo las fotografías con resquemor.
—Llamaré a Leonor, haré que nos consiga un vuelo—pregonó el pelinegro en el asiento delantero, tomando el cinturón de seguridad para colocárselo—.
—Vamos a buscar a tu sepulturero a España—suspiro Rubén, aún exaltado, Fere apagó la luz del techo y encendió el auto—.
Recargué mi cuerpo en el asiento y relaje las manos.
¿Y si Tom estaba allí?
Hay un joven que arde en el medio de un laberinto creciente con grandes paredes verdes cubiertas de espinas,
el cielo tiembla al verlo,
la muerte,
le arrebasa.
Habrá de volverse tragedia,
para no darse cuenta,
que quien no avanza,
arde
hay cadenas que siente y cadenas que no quiere ver,
lazos que revienta,
todas las noches recorre el laberinto,
ya no le hace caso a las preguntas,
espina que encuentra espina que toca,
trepa las paredes del laberinto,
lo vuelve incendio.
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Feliz día de "¿No va a querer una rosa para su novia amigo?"
Las amo, gracias por tanto amor y muchas gracias al comentario que dijo que le gustaría ver esta historia publicada en papel...yo también tengo ese sueño.
Con amor.
—Alex💀
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