Capítulo 95

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Harrison:

El abogado del diablo

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9  de Mayo

Kingston Upon Thames, Reino Unido

Casa hogar Children's home Beechholme


Jugaremos en el bosque,

mientras el lobo no está...por que si el lobo aparece la cabeza nos arrancará.


—¡El burgués tiene dinero!—gritó aquel de cara cuadrada y dientes grandes—¡agárralo, zopenco!—ordenó—.

Era la tercera vez en el mes en la que se tenía que esconder de aquella banda de niños criminales y huérfanos en la habitación de una de las hermanas, que era una habitación medianamente pequeño, haciéndole compañía estaba un ropero de madera oscura con un montón de osos tallados en la puerta, dos ventanas medianas y un feo papel tapiz con dibujos en color durazno, una cama matrimonial sin cabecera que tenía la pared que le procedía llena de imágenes religiosas, cruces y santos cuya apariencia e historia le hacía temblar.

—No esta por ningún lado, lo perdiste, pendejo—escuchó la voz de Lucas afuera de la habitación y este se pegó aun más a la puerta y la pared para ocultarse, Lucas era un niño que había llegado de Guatemala poco antes que Harrison, era el líder de la manada, con el cuerpo delgado, tan larguirucho como un esparrago y con el cabello negro y lacio, desde él momento que Lucas vio a Harrrison llegar este supo que sería su nueva presa, siempre se sintió amenazado por el rubio, incluso cuando este lo ignoraba a morir—.

—¡Ay! cállate que tu tampoco hiciste nada por atraparlo—esta vez escuchó a Douglas, un chico regordete, con el cabello, las pestañas y las cejas tan rubias que desentonaban con su rostro que casi siempre era de un color rosado—Douglas era la copia exacta de Lucas, su aliado perfecto, con la excepción de que Douglas era extranjero y no reprobaba todos los exámenes de lengua española que le daban—nos quedamos sin el dinero—.

—Eres un pendejo—repitió Lucas, había aprendido esa palabra hace poco y cada vez que encontraba la ocasión la decía—.

—Te van a escuchar las pingüinas—le recriminaba Douglas—sabes que no puedes decir malas palabras—.

—A la mierda las pingüinas, son unas pendejas—habló Lucas, "las pingüinas" era el apodo que él en persona le había dado a las madres y las hermanas de aquella casa hogar—vamos a esperar a Harrison en la entrada, seguro que intenta escapar—.

Harrison pegó la oreja izquierda a la puerta, esperando escuchar el cuerpo pesado de Douglas alejarse y a su vez que Lucas se esfumara, llevaba tiempo ahorrando dinero para poder comprarse un boleto a cualquier lado que estuviera a siete días de ese orfanato y por culpa de Lucas y Douglas ya había perdido la mitad del dinero.

¡Oh! Hola, querido lector:

Disculpa mi torpeza, no me había dado cuenta que estabas aquí, me encontraste dando vistazo al pasado de alguien a quien tu conoces muy bien (tal vez en este punto no estés tan seguro de conocerlo), antes de que sigas vagando en las paredes del pasado necesito explicarte que Harrison, es absolutamente todo lo que sientes y absolutamente nada de lo que vez, huele exactamente como te imaginas y siente como nadie.

De primer instancia su nacimiento, sus padres y su infancia fueron un montón de rayones en paredes blancas, 

no llegaron a marcarle los valores, 

inllevable y pesado, 

la palabra "familia" nunca le hormigueo los dedos de los pies, 

el pasado le quema tanto, 

volver al mismo sitio le fracturaba tanto, 

no avanzar era tan doloroso para él que le en ocasiones sin darse cuenta que el mismo esta hecho de pasado intenta darle la espalda,

seguir en el mismo lugar le ha dolido tanto que ha decidido darse un nombre a sí mismo:

"presente"

el arte desfigura la esencia, 

hay cosas no físicas que no pude sostener en sus manos ni siquiera cuando las junta

y hay cosas físicas que jamás sostendrá solamente por que no quiere hacerlo.

¿Me sigues, querido lector?

Déjame explicártelo etapa por etapa, ya que sabes el final, empecemos con el inicio y disculpa que no te hable de lo que aconteció desde el día de su nacimiento...esos son lugares que es mejor no explorar, digamos que son cosas que "el chico presente" y yo, preferimos no contar.

—Hermana Claude, venga para acá—irrumpió una de las madres encargadas la clase de aquella hermana de cabello negro y piernas largas—se las regreso un momento—se excuso con aquellos niños que miraron la escena interesados—.

Pocas son las cosas que son interesantes cuando creces encerrado en un internado.

—Hay un niño nuevo—soltó la madre encargada apenas Claude cerró la puerta de aquella aula para verla pasmada—no habla, no quiere hablar, me saca de quicio su voto de silencio—expresó con molestia—juro que si no fuera por que esta tan delgado y tan pálido lo echaría a la calle nuevamente—.

La madre superior era una mujer mayor de piel tersa y arrugada, había crecido en un hogar estricto y tenía seguro que una buena tunda de golpes a una edad temprana serían la cura para cualquier chiquillo malcriado...ella no conocía los traumas.

Una mujer que no entendía que el amor es una a masacre sin golpes

y que quien se rinde no pierde:

gana.

—Tranquila, madre, solo debe estar asustado—Claude con muchísima diferencia era mejor persona, tenía el cabello largo negro lacio acariciándole la cintura y un flequillo que la hacía sobresalir de las demás, con una paciencia y un sentido del amor enorme—.

Ella entendía que el amor era un a masacre y nunca fue fan de los golpes.

—¡Asustada debería estar yo! ¡Aquí no cabe nadie más!—se quejó en voz alta la mujer de cabellos canosos, Claude temió que los niños al otro lado de la puerta pudieran escuchar la conversación—es un pegado—habló cruel—acaba tu clase y habla tu con él, haber que le sacas—ordenó—.

Lo que la madre superior esperaba de Claude es que esta consiguiera información alguna en el niño para poderlo mandar de regreso a donde fuera que este viniera, había sido una época difícil en Londres, la mayoría de los refugios y orfanatos estaban a reventar, la crisis económica empeoraba cade vez más y la ayuda de la gente y del gobierno siempre brillaba por su ausencia, la madre superior no mentía cuando dijo que no cabía ni un alma más, los niños ya tenían que compartir camas entre ellos.

Claude camino presurosa y esperanzada por los pasillos de aquel edificio, solamente contaban con un piso, era más una escuela hecha orfanato que orfanato como tal, con un enorme patio en el centro, una jardinera y dos cubículos hechos baños; habitaciones compartidas para los niños y las niñas con camas tan cercanas que al girarse en la noche alcanzabas a ver la nariz del otro en la oscuridad y dos aulas en las que realizaban ceremonias religiosas, con techos largos y mohosos de un rosa claro. Claude llegó al comedor lleno de baldosas blancas, mesas de plástico para los niños y bancas de madera vieja,  encendió la luz y se lo topo de espaldas sentado en una de las sillas de madera—Hola—saludo amistosa, el niño rubio y de enormes ojos azules apenas le miro, tenía un suéter navideño horrible (horrible de verdad) y sucio puesto, un  pantalón de mezclilla en azul cielo que tenía el área de las rodillas rota y ambas rodillas raspadas—¿Cómo estas?—quiso saber, inclinándose para poder ver al niño a los ojos—.

Harrison la recordaría por siempre como La Mujer Con Voz De Anestesia, ya que eso sentía cuando la escuchaba hablar con esa suave y afelpada voz, como si el destino de las personas se definiera por como hablan Harrison esperaba que esta nunca se callara.

—¡Mmm! ¡Que rico! ¿Qué comes?—Claude intentó romper el hielo, alguien le había dado un vaso de leche de chocolate y un pan de caja al rubio que tenía la cara ceniza, el cabello trasquilado y los ojos tristes—¿Cómo te llamas?—preguntó—.

Tres puntos suspensivos llenaron el aire de incomodidad, Claude tendría que cambiar de estrategia pronto; a esta parte de la vida de Harrison podríamos llamarle "pasado" pero no te confíes a veces el pasado nunca abandona, se te pega como chicle en los zapatos y no importa cuanto intentes raspar la suela en la acera, esta nunca se va, se expande.

Hay que aprender a nuestros errores y admirar las maneras en las que el pasado nos dice:

"No huyas de mí, ingrato, aprende de mí, el único error en esta vida sería no cometerlos"

también hay cierta belleza en quien no entiende la poesía 

y aun así se guarda los dichos debajo de la lengua, 

ni los dichos ni la gente, tu familia serán los primeros en hacerte llorar,

uno no debe creer que lo tiene todo por sentado,

y tampoco creerles, aún que se proclamen "familia"

confianza viene, 

desconfianza va.

—Si no quieres hablar esta bien—se rindió al fin Claude y se guardó el "pero" para si misma, nunca le creía a la gente que los usaba—necesito que sepas no estas solo, todo va estar bien—le juro con esa voz de canción de cuna—.

Apenas le escuchó decir "todo va a estar bien" cuando el rubio rompió a llorar, había pasado tanto tiempo sin que nadie le diera ánimos que al escucharla algo dentro suyo cerca de la miseria le hizo "click".

Ese día Claude no presionó más al rubio, se arremango las mangas y encaro a la madre superiora, el primer día Harrison tuvo que compartir cama con otro niño y para su mala suerte ese día sus esfínteres le fallaron, despertó al día siguiente en un escandalo, entre risas, insultos y caras de asco, todas ellas dirigidas hacía él.

—¡¿Eres un bebé?!—.

—¡Pónganle un pañal al nuevo!—.

—¡Que asco das!—.

Espero una treinta minutos contra la pared, en la esquina a que los niños terminaran de burlarse y las hermanas cambiaran las fundas de las camas.

—Haber avisado antes que serías un cerdo—escuchó decir a una de las religiosas detrás suyo, se sentía humillado, adormilado, húmedo e incomodo, la pared tenía humedades desde el techo al suelo y esta había comenzado a levantar la pintura, el rubio en cierto momento comenzó a ver figuras en aquellas paredes húmedas—.

Se inventaba las historias, 

veía dragones y cachorros de nubes,

les daba voz y personalidades, 

se guardaba con recelo los nombres y siempre estaba dispuesto a cambiar la trama, 

su imaginación iba tan rápido que incluso entre clases quiso escribir las historias,

dejo de hacerlo cuando se dio cuenta que nunca pudo escribir unos padres presentes, 

no le salía para nada y cada vez que intentaba imaginar el amor los ojos le dolían, la garganta se le cerraba.

—Papá—exclamó en uno de los baños en una coacción, la palabra como tal le sabía asco y su propia voz pronunciando tales silabas con el eco del frío lavabo cerca le daba escalofríos en la espalda—.

La siguiente semana se quedó a dormir con Claude, iba al baño cada que algo le hormigueaba, ahora vivía con el trauma de repetir tal escena, pensó que al estar lejos de aquellos niños estos pararían sus bromas, sin embargo la protección que Claude le brindaba solo provocaba que estos se burlarán aun más.

—¡Ahí viene el prodigio!—.

—¡Si no te cuida Claude no eres nada! ¡Maricón!—.

—¡Maricón, píntate las uñas!—.

—La cama aún huele a pipí por tu culpa, puerco—.

Así fueron los primeros tres años, ahora ya no dormía con Claude, tenía que hacerle frente aquellos niños crueles y huecos que ponían una cara amable ante la sociedad y que por dentro eran una bola de idiotas.

¿Lobo, lobo estás ahí? ¿si o no?

Harrison había comenzado un hobby que terminó por volverse profesión, se había dado cuenta que era buenísimo con las computadoras y los textos cifrados, habían colocado un par de computadoras de escritorio cerca de la oficina de la madre superiora en el patio, cerca de una jardinera y los baños, cada noche durante los últimos seis meses había ido ahí a hurtadillas, con la esperanza de que nadie le atrapará, se pasaba horas y horas descubriendo lo que el mundo le ocultaba, había dado con mucho conocimiento, videos de ciencia y páginas porno al llegar la pubertad pero sobre todo con una oportunidad para salir de aquel orfanato sin tener que esperar hasta cumplir los dieciocho años de edad: estafar y desviar el dinero de cuentas bancarias.

—Vamos cae, estúpido—pidió en voz baja, con los ojos secos de tras pasar tanto tiempo tras la pantalla, cuando había encendido la computadora la barra de herramientas le indicaba que era la una de la mañana, ahora esta marcaba las cuatro y media de la madrugada—muévete—se acomodo en la silla de plástico con incomodidad, la camisa del pijama había sido donada por un candidato a la gobernatura, esta era de un material extremadamente caliente y rasposo para su gusto además de ser muy pequeña para su cuerpo, por otro lado los pantalones del pijama azul le quedaban enormes y el elástico estaba vencido—.

Espero y espero, no estaba seguro de lo que pasaría y por poco se quedó dormido en aquella silla. Para su buena suerte funcionó, pudo ver de inmediato como el dinero llegaba hasta él con solo un par de movimientos, se sentía agradecido, había vacíos que él consideraba prudente llenar con dinero.

En general para él no había nada que el dinero no le pudiera brindar. Las primeras veces movió cantidades pequeñas, saco unos cuantos dólares de aquí, unos cuantos euros de allá, se compro un par de zapatos nuevos y una pulsera hermosa de plata con un pequeño dije de virgen (una de las tantas que había) para Claude, que se enfadó con él cuando no le quiso decir de donde saco el dinero.

—Si no me dices de donde has sacado el dinero no la usaré—amenazó la hermana, el tiempo no le había cambiado en nada, ni siquiera el flequillo—.

—No la uses si no confías en mí—le replicó el rubio a la defensiva—.

Volvamos al presente, querido lector, o al menos a la parte donde comenzaste a leer, disculpa mi desorganización al contar las historias, es que hay veces en las que tienes que sentir el final para comprender el principio.

Harrison espero dos minutos más a que todo estuviera en silencio, ya no trabajaba solo, ahora un par de amigos que tenía del exterior, los cuales Claude odiaba, le daban información de las cuentas más jugosas y las personas más asquerosamente ricas a las que podía estafar, ese día  se suponía  que los vería en la entrada del orfanato para que estos le dijeran quien era el siguiente.

—Harrison—escuchó la voz de una de las hermanas a su izquierda, su cuerpo se detuvo de inmediato supo al verla que estaba jodido—¿Qué haces saliendo de la habitación de Claude?—preguntó enfadada—.

—Lucas y Douglas me querían dar una golpiza, me oculte aquí en lo que se iban—no mentía, mentir no le ayudaría en ese momento—.

—Déjate de tonterías Harrison, si Lucas y Douglas llevan un buen tiempo en el patio, jugando—se acerco enfada hacía él, tomándolo de la muñeca haciéndolo girar para encararla—¿Te crees que no sé todo lo que se dice de ti? Sé que eres mala hierba, que robas y que tu alma esta corrompida por el demonio de la avaricia—.

Ella tampoco mentía, todo lo que a Harrison le importaba era tener más y más, en cuanto más tuviera, mejor se sentía, hacía tiempo que ganaba el dinero y no lo gastaba por el puro placer de ver como se acumulaba, un par de desvíos más y hasta podría comprarse una casa pequeña.

—¿Qué traes ahí?—preguntó la hermana buscando algo entre las ropas del rubio, este se movió al instante y sin pensarlo dos veces aparto su mano con un golpe, la mujer joven y de ojos hazel abrió los ojos de par en par—¡Tu vienes conmigo!—.

Harrison tuvo que tragarse el regaño y la humillación de la madre superiora en el patio de aquel orfanato, Lucas y Douglas se habían reunido con su grupo de amigos y se reían a carcajadas de él y para agregar más insulto a la herida la madre superiora al enterarse que era Osterfield el del alboroto mando una horda de monjas a revisar sus cosas encontrando debajo del colchón los ahorros que tenía guardados por años, lo acusaron de ladrón, le arrebataron todo y lo mandaron a orar y arrepentirse de sus pecados por todo un día. Sin comer, sin dormir.

Harrison sentía tanto como demostraba y frente a él todos sus motivos estaban destrozados, desganado y sin ganas de levantarse, no pudo dejar de llorar de la impotencia, seguro de que no aguantaría ni un segundo, juro frente a un crucifijo enorme frente a la hilera de bancas que vendería su alma a cualquier diablo que lo sacara de allí. Se llegó la noche donde se supone que su castigo había acabado, se levantó de la banca de madera y camino hasta la puerta, Claude no había ido a sacarle, después de todo esta había fallecido dos años atrás por una infección en el cerebro que él nunca terminó de comprender ni siquiera cuando se leyó un montón de libros y devoró todos los libros de medicina neurológica que pudo.

Sin ella él tenía claro que aquel orfanato y su gente estaban podridos, sin su voz musicalizando el mundo, ni Beethoven le pudo calmar.

La puerta estaba cerrada con seguro, sin embargo esta era vieja y al rubio solo le hicieron falta unos cuantos tirones para abrirla, completamente exasperado, salió, el patio de la escuela estaba desierto, los grillos se ocultaban en el pasto de las jardineras emitiendo aquel ruido que en ese punto le parecía tan irritante, tenía hambre y nada de sueño, camino hasta la sala de computadoras sin siquiera fijarse de no tener nadie detrás suyo.

Al chico "presente" no le gustaba la gente, en cuanto menos tuviera que tratar con otras personas para él mejor, todo ese tiempo lo había invertido en insensibilizarse, no podía escuchar sus problemas, sus sueños o sus opiniones sin que estás le parecieran tremendamente aburridas.

Él solo quería ver a Claude una vez, disculparse por haberle mentido y abrazarla una ultima vez.

No se le cumplió, 

él creía, el chico presente siempre ha sido alguien de fe, 

después de todo, su historia eran paredes blancas rayadas de un negro indeleble, 

no podía quitar el pasado pero si pretender dibujar a partir de ahí su historia, 

tendría que avanzar hasta que la fe le huyera a él.

Jugaremos en el bosque
Mientras el lobo no está por que si el lobo aparece, a todos nos comerá

Encendió aquella computadora vieja, tapando con su mano el ventilador por la parte de atrás del CPU para cubrir el ruido que esta hacía al encender, no pudo evitar dar una mirada fuera del patio para asegurarse de que nadie lo estuviera viendo.

Abrió todos los chats de todos los correos que tenía, todas las cuentas y aquel programa que impedía que pudieran dar con su ubicación, inmediatamente le mando un mensaje aquel que le pasaba los datos, eran las dos de la mañana y por poco este llegó a creer que no le contestaría el mensaje, teniendo que resignarse a estafar cuentas bancarías de ancianas y estudiantes.

Para su mala y buena suerte esté contesto a los minutos.

Hoy te estuve esperando mucho tiempo, H—se quejó el chico en aquel mensaje.

Perdón Z, fue un día del asco, las monjas me atraparon—escribió Harrison en respuesta en aquel chat—.

¿Enserio?—mandó el mensaje—Vaya que mal ¿te castigaron?

Harrison suspiro pesadamente, echándose ligeramente en la silla para cubrir su cabeza con sus manos antes de volver a escribir.

—Se han llevado todo mi dinero—terminó por escribir—ME URGE SALIR DE AQUÍ.

Z, su amigo al otro lado se tomó su tiempo para escribir.

No hay muchos peces gordos ahora, todos han entrado en pánico por los robos y han sobreprotegido sus cuentas—escribió, Harrison nunca había visto a la cara a Z, no sabía bien si ese era su nombre siquiera y tanto como la imaginación le permitía, él estaba seguro de que este era cajero en un banco o algo por el estilo—te dije que si seguías robando así se terminaría por alertar todo Londres ¡Avorazado!.

El rubio se mordió los la piel de los nudillos desesperado, no podría aguantar ni una noche más ahí, no quería volver a ver a nadie de esa estúpida casa hogar, quería obtener el dinero rápido y largarse de allí antes de que el sol saliera. 

—Por favor, dame algo, tengo que irme ya, Z—escribió suplicante, Z vio el mensaje pero no respondió—Z, por favor, ayúdame y te juro que en la siguiente ocasión dejaré que te quedes todo el dinero tú. 

Z, cuyo nombre debía ser algo entre Zen y Zean no contestó, por el contrario este se desconecto, llenando al rubio de ansiedad.

Z, ayúdame—atacó el teclado, pensando en todas las amenazas que podría usar contra Z, cuando este le respondió.

Hay uno, un pez gordo, pero uno de verdad—alcanzó a escribir Z, los ojos del rubio brillaron.

Pásame sus datos, ya mismo lo vacío—sus dedos se atoraron en el teclado por la ansiedad.

H, él es un pez gordo con muy mala fama, si te atrapa estas muerto y pobre de ti que me involucres—intentó hacer razonar al rubio sin mucho éxito.

Si, si, ya dame los datos—exigió.

Harrison mandaría al diablo a Z apenas tuviera el dinero en sus manos, lo usaría para huir a tan lejos como pudiera rompiendo las leyes de tiempo y espacio, se ocultaría y haría una nueva vida, se cambiaría el nombre, empezaría de nuevo.

Aún que no lo creas querido lector, 

"el chico presente" tenía y sigue teniendo unas ganas enormes por volver a nacer 

y unas esperanzas inmensas de ser feliz, 

aun que fuera dos horas.

Z le mandó todo los datos que tenía a la mando a Harrison, se despidió de él como si fuera su amigo de toda la vida y eliminó su cuenta, tal vez si el rubio no hubiera estado tan empeñado en obtener el dinero fácil, si no hubiera estado tan empeñado en ser feliz se habría dado cuenta que algo no andaba bien.

La cuenta era una persona cuyo nombre lo marcaría por el resto de su vida: Dominic Anthony Holland.

Harrison se sentía invencible e indestructible, imparable, hizo todo lo que tenía que hacer, consiguió con facilidad la dirección IP de aquel hombre, acceso a todas las cuentas con una facilidad excepcional,  su emoción creció cuando vio la cantidad de dinero que tenía aquel "pez gordo" en una sola cuenta bancaría, él jamás había visto tanto dinero junto, con solo una parte de aquel dinero podría viajar por todo el mundo, comprarse una casa en cada continente y vivir sin trabajar durante mucho tiempo, la sola idea le hormigueo el hipotálamo, no le importaba perder las formas, ni exponerse, sacaría todo el dinero y cuando lo tuviera en sus manos se las arreglaría para huir—eres mi marioneta, Dominic—le dijo a la pantalla, el CPU hacía un ruido forzado, Harrison de pellizco los labios con los dedos, solo hacía falta un clic y todo el dinero de Dominic sería suyo.

Revisó el monitor una vez, asegurándose de que todo estuviera en orden, apretó aquella tecla, los números y los códigos comenzaron a cargar, cuando estuvo apunto de poseerlo todo, la pagina cayó.

—No, no, no ¿Qué es esto? ¿una barrera?—habló sintiéndose retado, volviendo a repetir todo el proceso apresurado—.

Así de grandes eran sus ganas de ser feliz.

Unos cuantos intentos más, Harrison tuvo que cambiar de monitor dos veces y casi programar aquella computadora vieja por completo, no se rindió y para su mala suerte en cierto momento obtuvo su cometido. Ahora todo el dinero de Holland era suyo.

Apagó ambas computadoras con torpeza, sin molestarse en esperar hasta que estas estuviera completamente en negro, camino en silencio por aquellos pasillos cobijado por la luz de la luna, se sentía como si acabará de robar un banco entero, los dedos le hormigueaban y una sonrisa le surcaba los labios sin siquiera pedirle permiso, no se tomó la molestia de entrar a su propio dormitorio y encarar a los otros estúpidos huérfanos, su cuerpo se dirigió inconsciente al cuarto de Claude, no quedaba mucho de ella en esa habitación, el brillo se le había escapado de ahí y todo lo que quedaba de ella eran los recuerdos, Harrison no podía abrazar los recuerdos.

—Por aquí...por aquí debes estar—habló para si mismo en voz baja, se puso de rodillas en el suelo, inclinándose hasta que pudo meter su brazo derecho en el espacio entre la cama y el suelo, pegado a la base de madera Harrison tanteo aquella cajita dorada que el mismo había pegado con cinta años atrás—.

Esa caja contenía el único recuerdo memorable de su pasado, 

aquel recuerdo que le significaba tanto, 

un recuerdo que no escribió, 

casi consumido por los malos momentos, 

de no poderlo sostener lo habría olvidado.

Harrison salió de allí como si fuera perseguido por una horda de lobos, corrió hasta la puerta resbalando con las baldosas lizas, forzando la cerradura abrió la misma dejándola abierta de par en par, solo miro atrás cuando este estuvo afuera de aquel orfanato que aun mantenía sus puertas abiertas al "pasado", cuando todo lo que él era "presente".

El viento de la noche se esforzaba por arrastrar su cuerpo, camino por las calles vacías de Londres con las hojas que caían de los arboles arrastrándose por el suelo, raspándolo haciéndolo sentir perseguido, no podía dejar de ver hacía atrás, boquiabierto, el aire se le colaba en la nariz  y en la garganta causándole molestia.

Llego con las pantorrillas destrozadas, la garganta seca y la piel helada a una maquina ATM, sacó un dinero suficiente y tomó un taxi hacía el Oeste pidiéndole al conductor que lo miro con recelo que lo dejará en la carretera.

Jugaremos en el bosque mientras el lobo no esta...porque si el lobo aparece a todos nos desollará.

Cruzó buena parte de la carretera con el cielo juzgándolo y el aroma de la hierba seca metiéndosele en las fosas nasales, el cielo apenas y se había aclarado cuando visualizo un motel, llegó hasta él a zancadas, un edificio de dos pisos con habitaciones en hilera, la pared del mismo era dividida de un color rojo por la parte de abajo y un blanco grisáceo de la parte de arriba, el rubio llegó sudando frío a la pequeña recepción.

—Una habitación por favor—pidió, la mujer del otro lado del mostrador de plástico tenía gafas puntiagudas lunares en el cuello y un particular aroma a cigarrillos con jugo de mango—.

—¿Cuántos años tienes?—preguntó esta con voz irritante—.

—Veinte—mintió, la mujer intensificó la mirada—mire estoy yo solo y estoy muy cansado—saco un fajó de billetes poniéndolo en el mostrador frente a la mujer que de inmediato entorno los ojos y trago saliva—solo quiero descansar—.

La mujer no opuso ninguna objeción al respecto al ver tanto dinero junto, le entrego un par de toallas rojas que estaban rasposas, rígidas y con olor a jabón de frutos secos, las llaves de la habitación numero trece y un control remoto—en el canal nueve están las películas para adultos, si quieres verlas es tu problema—le dijo y ocultó el dinero que este le dio debajo de la mesa.

"El chico presente" estaba hecho polvo, apenas entro aquella habitación fea de paredes blancas y dos camas individuales divididas solamente por una mesa de noche pequeña y maltratada lanzó todo lo que tenía en el suelo y se dejó caer boca abajo contra la cama, la nariz le moqueaba, y el aroma del jabón y el sudor de las sabanas le hicieron querer vomitar, estaba tan cansado que ni siquiera se quitó los zapatos, quedándose dormido tiene claro que esa noche soñó con aquel orfanato, sin embargo no recordó con exactitud que era.

¿Todo bien querido, lector? ¿Me sigues? No te preocupes, ya casi llegamos.

A la mañana siguiente Harrison se levantó con las ideas más revueltas como se había ido a dormir, se arrepentía de no haber sacado todo el dinero, y de haber dormido sobre esas sabanas, se puso de pie y las piernas le dolieron después de tanta huida. Las llaves de la habitación, las toallas y el control remoto seguían en el suelo, se inclino para tomarlas lanzándolas a la cama se arremango el par de toallas en el brazo dispuesto a darse un baño, el baño era igual de feo que el resto de la habitación, la taza estaba rota y el lavabo flojo lleno de veneno adherible para animales, el espejo que lo encaraba por otro lado estaba sucio. Se dio un baño rápido sin ganas de tocar aquel suelo de baldosas grises, el shampoo le entró en los oídos y las gotas de agua le atacaron la espalda primero ardientes, luego heladas y luego ardientes otra vez.

Él es absolutamente todo lo que sientes y absolutamente nada de lo que vez, huele exactamente como te imaginas y siente como nadie.

Jugaremos en el bosque...

El rubio cerro el grifo de la llave, el agua cesó, se seco con una toalla tanto de su cuerpo como podía, lanzando después la misma sobre el suelo del baño, se cambió ahí mismo por que le daba resquemor salir y tocar aquel piso pegajoso, su cuerpo seguía aun húmedo con las ropas encima cuando este uso la otra toalla para secarse el cabello. Ahora era un hombre libre, podría comprarse una casa, conseguir una novia y tal vez agregar la palabra "familia" a su diccionario.

por que sí el lobo aparece...todos perecerán.


—Buenos días...Harrison—el cuerpo del rubio se detuvo al instante, aun no había conseguido salir del vapor del baño cuando vio al dueño de aquella voz rasposa sentado en una de las camas, con la caja de plástico dorada de Claude entre las manos—vaya si que eres joven—.

Tenía el cabello ondulado, la piel pálida, una sonrisa enorme, un par de gafas y un traje impecable.

—¿Q-quién es usted?—preguntó Harrison con miedo, ya sabía la respuesta—.

—Dominic, Dominic Holland—habló y esta vez la espalda del rubio se arqueo—.

—L-e devolvere s-su dinero—se apresuró a hablar—le regresaré todo, lo juro—el rubio quiso seguir hablando cuando el pelinegro alzo la mano mostrándole la palma para indicarle que se callara—.

—Olvida el dinero, yo te he dejado que lo tomes...todo este tiempo he intentado llegar a ti—sus palabras y esa voz directa y segura se clavaron en el rubio como un millón de aguijones (que razón tenía)—niño prodigio, de donde yo vengo te puedo asegurar tanto y mucho más dinero—.

—¿De verdad?—Harrison preguntó con los pies descalzos sobre el suelo—.

Ese día el diablo escucharía las plegarías que los oídos de Dios no abarcaron, había crecido en ruinas, no habían puertas, ni ventanas, tenía que trepar por los escombros, ese día se volvería el perro favorito de Dominic, el abogado de cualquier diablo que le concediera deseos y lo sacará de esas paredes blancas tan confusas.

Dominic resultó ser más letal de lo pensó, sin embargo a él nunca lo trato mal, incluso hasta le brindó un techo, un trabajo y un futuro torcido y muy dentro suyo, el pensar en él le remitía los momentos en los que decía "papá" al aire, pronto la vida de "el chico presente" torció, apegado a Dominic, como si fuera su propio hijo, le sacaba quicio ver que Thomas, el hijo legitimo, aquel que había crecido en el castillo de cristal, con una madre y dos hermanos, era tan rebelde y desobediente.

Tom tenía todo lo que él nunca pudo y ni aun con eso este estuvo conforme.

"El chico del presente" lo miraba siempre con recelo, 

pasmado con los ojos abiertos,

deseando poder tener la mitad de familia que él tenía.

Sus ganas de ser feliz no se disminuyeron, el pasado le aplastó, 

Ahora que saber quien es ahora, ¿lo sigues confundiendo con el abogado del diablo?

creerlo no es pecado, 

solo recuerda que incluso los diablos tienen las historias de ángeles detrás.

Hasta pronto, querido lector

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Muchas gracias por leer, votar y comentar, no he dormido nada desde la ultima actualización y me tenía un poco nerviosa el hacerlo de esta manera, espero que hayan disfrutado esa ruptura en la cuarta pared.

NOS QUEDAN 5 CAPITULOS ¡AHHHHHHHH!

A mimir.

Con alex

Amor💀

—Bye

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