Capítulo 83
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Posguerra: Amor con filo
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El silencio atrinchero Londres,
y a tí,
rujió con labios de fuego y me alcanzó
a mí.
Aquellos valientes de armaduras de roble que nunca llegaron a florecer,
entre el eco de sus propias voces,
y tus ordenes frías,
se les agotó la fe,
los niños que dejaron detrás son el recuerdo constante
de que aquello que se protege en exceso,
termina por desfallecer,
por que la vida no pasa, ni se detiene ni se pausa,
te pasa por encima,
listo o no,
ahí va
tiene bajo las manecillas todos los trucos que te guían a un destino,
le ofreces el pecho y te da la espalda,
aquellas espaldas dibujadas con las yemas de los dedos,
extraños con destinos cruzados que nunca llegaron a coincidir,
las cartas que no se leerán,
las canciones que no se escucharán,
acordes hechos música y música hecha himno.
Carne vuelta historia e historia vuelta libro.
Detén el ataque, pregona una tregua,
por que entre tus modales ingleses y mi torpeza de calle,
nunca llegue a saber de que iban las guerras,
si al final:
todos pierden.
Si al final
el tiempo nos pasa
a ti
y a mí.
El tiempo paso, esta vez sin certeza de la hora, recorrí la cabaña en busca de algo que era consiente que no iba a encontrar, ni en la alacena, ni debajo del sofá, ni entre las esquinas da las puertas junto a las motas de polvo; terminé comiendo sola entre lagrimas, inseguridad y un par de mantas en el sillón frente a la televisión, no entendía la película delante mío y la sopa me sabía a hierro con exceso de sal que no salió de mi boca ni siquiera cuando me lave los dientes tres veces.
—"Esperare por ti, amor"—exclamó la mujer tras la pantalla, llevaba el cabello esponjado y suave y un vestido largo en color rosa y se aferraba a las solapas de un hombre como si no quisiera soltarlo nunca. Realmente no llegué a comprender la trama, cuando encendí aquel pequeño y viejo televisor ya estaba aquella película a blanco y negro y pase los primeros quince minutos llorando con la sopa y las verduras de la misma en la boca que había traído Martha pensando que se traba de su hermano.
—"Acompáñame"—le respondía el joven de ojos claros, mirándola como si tuviera el sol de frente y las manos engarrotadas sobre las de ella—"no puedo tolerar la idea de vivir sin ti".
—¿De verdad?—le hablé a la pareja en la pantalla con incredulidad, me había acomodado en el sofá cubriéndome del frío que me pareció una pena el levantarme cuando estos empezaron a cantar una canción a dueto—No ahora—dije y me obligue a ponerme de pie para apagar el televisor—.
No estaba de humor para comedias románticas.
La cabaña era más ruidosa que la mansión, el aire se colaba por entre las tablas y me silbaba la soledad, considerablemente más pequeña que la mansión, estar ahí me hacia sentir inútil y diminuta, de tener la seguridad y la oportunidad de hacerlo habría huido de ahí, hubiera ido corriendo de regreso al café de Lola, a mi casa vacía, a aquella casa de escombros donde encontré a Thomas, a casa de Fere, a donde fuera lejos de Tom y de todo lo que me recordaba a él. Era injusto que para poder huir de mí a él le bastaba con irse a otra habitación mientras a que a mí todo lo que me rodeaba me recordaba a él.
Me sentía miserable que incluso al abrir la puerta y contemplar el jardín desierto y las luces de la mansión encendidas me hubiera gustado haber podido ver a Keyslee, pelear un con ella y olvidarme de que ante los ojos del castaño, yo, era un motivo para correr a otra dirección. Ojalá Rubén, Miguel, James, Fere, Martha ó incluso Octavio me hubieran hecho compañía.
Afuera el aire se sentía denso, incluso con la nieve en el suelo y el pasto mojado, hubiera podido jurar que era más cálido estar afuera que dentro de la cabaña; terminé esperando lo que se sintió como veinte minutos a que la puerta de la cocina se abriera y de ella alguien me diera señales de vida, las luces estaban encendidas, sabía que había gente ahí, sabía que Tom estaba allí dentro, destruyéndose.
Injusto.
Sentía la piel pegajosa y el cuerpo sucio, era el cuerpo que Clark había tocado y que Tom había rechazado, el solo recuerdo de tales hechos me hacía querer rasparme la piel con rocas y tras descubrir que había más piel detrás hervirme la carne en agua. Entre a la cabaña tambaleante azotando la puerta tras de mí como si eso fuera hacer alguna diferencia, enojada conmigo misma por no tener un sitio al cual huir, no me importaba si las heridas me escaldaban, tenía la urgencia de mantener mi mente lejos de mí.
Como si se pudiera huir de uno mismo,
anestesiado de lo que no quiere creer,
el que se cubre los ojos por miedo tampoco podrá ser capaz de ver la verdad.
El baño estaba pegado a la habitación, el espacio era tan reducido que al apenas entrar te podías dar un golpe en la cintura con el lavabo blanco de cerámica y de paso caer de bruces contra el escusado; me tomó unos segundos darme cuenta que el apagador estaba situado fuera del baño, justo en la pared. Al encender las luces pude notar que en vez de madera oscura en el suelo habían baldosas oscuras que guiaban desde la entrada hasta el inicio de la ducha, que era separada por un cristal nublado, en el baño arriba de la tapa del inodoro había un cambio de ropa y dos toallas de algodón en color rojo.
Nunca creí que tomar un baño en mi condición actual fuera tan desastroso hasta que me intenté sacar la ropa y quedé en ropa interior de la cintura para abajo, mientras me retorcía de dolor entre el espacio del pequeño lavabo y el inodoro luchando por sacar la cabeza y el yeso atreves de la manga de mi camisa, al final estaba rendida contra la pared fría picándome la herida en la espalda, con media cara cubierta por mi propia camisa y el yeso sin dejarme librar de la prenda.
Un tirón; la tela de la camisa se rasgó, dos tirones; me sentía inútil y las ganas de llorar no faltaron, tres tirones; el coraje me acogió, tire de la prenda y esta cayó al suelo, ahora solo me encontraba adolorida con la ropa interior puesta y el cuerpo hecho heridas y moretones.
El espacio era tan pequeño y la cabaña estaba tan desolada que ni siquiera me moleste en cerrar la puerta del baño—Vamos, vamos—me dije en voz baja entre susurros, había anudado todas mis fuerzas por subir la pierna a la tapa del inodoro junto a las toallas para sacarme la venda que llevaba en los muslos, la gasa que tenía por encima había comenzado a encarnar con la herida y ahora dolía conforme intentaba tirar de ella—¡Mierda!—grité vencida, sintiendo la garganta cerrarse y las hormonas agolpándose.
—¿____?—como sí no se le pudiera añadir más insulto a la herida, pude escuchar como el castaño se atrevió a volver—¿Qué haces?—preguntó caminando con su rapidez habitual hasta que pudo verme en ropa interior hecha un desastre entre vendas y gasas—¡¿Qué haces?!—reacciono al instante precipitándose hacía a mí—.
—Vete de aquí Holland—le gruñí tirando de una de las toallas para cubrir mi cuerpo con ella, él castaño se había dado un baño, se había sacado la inmundicia y la sangre, se había colocado una suéter negro que se ceñía a su figura y un pantalón impecable en color gris—¡No me mires así!—.
Podía ver su perfil impecable en el reflejo del espejo, a él le había bastado con un baño para borrar las marcas que le dejo la contienda, a mí me haría falta más que un baño y muchos años para superar el trauma.
—¿Así como?—preguntó alarmado sin saber que hacer, bajo la mirada al suelo—.
—Vete de aquí, vete a tu estúpida mansión, metete en tu estúpida cama y déjame en paz—le pedí, mi espalda ya estaba contra el cristal del baño y el frío del mismo me arqueo la espalda—.
—No te puedes bañar con este frío ni con las heridas tan frescas—ignoró mi petición y titubeo un instante antes de dar un paso al frente—mucho menos te puedes bañar tu sola—.
—No te pedí permiso—le lancé un pantalón a la cara—.
—Por favor, West—.
—¡Vete! ¡No te quiero! ¡No te quiero nada! ¡Es más...Te odio Holland!—le lanzaba todo lo que estaba a mi alcancé, zapatos, jabones y ropa, él intentaba interponer las manos para atrapar cada uno de los objetos—¡No te acerques!—le grité—.
—¡Ya!—gritó y perdió los estribos, acortó con rapidez la distancia entre los dos, atrapándome en el baño diminuto con él, no me quedaba tela en la toalla para cubrirme el cuerpo—¿Qué es lo que te pasa?—preguntó con sus ojos puestos en mí y yo no me atreví a devolverle la mirada—.
—Te odio—le dije y me descubrí a mi misma llorando con sus manos en aprisionándome los brazos—Te odio tanto—.
—¿Me odias?—preguntó con fiereza—dímelo a la cara, West—sus manos se mantuvieron ceñidas en mis brazos—dímelo a la cara—.
—Vete a la mierda—le dije, le había pedido tanto que me diera a la cara y ahora que me devolvía la mirada me cohibía—.
Incoherente,
No, no le había pedido a este Tom que me regresará la mirada,
al menos no a este,
se lo había pedido con las ropas hechas un desastre,
el cabello castaño enmarañado.
—___, por favor, cálmate—suplicó sus manos no hacían presión sobre mis brazos, pero tampoco me soltaron—.
—Suéltame, no me veas, te odio—chillé entre la vergüenza y la impotencia—.
—Deja de decir que me odias—habló lastimero aun con sus ojos puestos en mí, la toalla comenzaba a resbalar y a su ves mis inseguridades volaban—por favor—.
No podría permitir que el castaño me viera desnuda nunca más.
—Pero es que te odio—le aseguré—.
—¿Por qué me odias?—preguntó y el tono de su voz me estrujó el corazón—.
—Por que sí—le dije e intenté a apartar de nueva cuenta sus manos de mí cuerpo—.
—Yo te amo, ángel—dijo liberándome lentamente a sabiendas de que no podría escapar de él aunque saltará sobre la taza del inodoro y corriera por toda la propiedad en ropa interior—.
—No, no, tu también me odias—dije y negué con la cabeza, veía su torso, su cuello y la puerta detrás suyo, pero no me atrevía a ver su rostro—te repugno—.
—¿Qué?¿Quién te metió semejante estupidez en la cabeza?—se defendió el castaño intentando llamar mi atención—oye...Ángel—.
Sus manos me buscaban e intentaban hacerme reaccionar.
—Solo sal de aquí...—le dije en un susurro—espera afuera—.
—Oye, no quiero escucharte hablar así, no pongas palabras en mí boca, a mi jamás me has repudiado...todo lo contrario, no hay un minuto en el día en el que no quiera estar contigo—alegó e intentó colar sus manos por debajo de mi barbilla—lamento tanto el haberte hecho creer algo así—empeñó su habilidad para levantarme del mentón, forzándome a verlo por completo—.
Tenía los ojos rojos del cansancio, las ojeras pronunciadas sobre la piel pálida y un pequeño moretón a la altura de la barbilla.
—No quiero que me veas...—pedí y el castaño tomó por iniciativa el girarse, salir momentáneamente del baño y apagar la luz—.
—Ya no puedo verte—habló contrastado por la luz de afuera que contrastaba su silueta—ahora los dos estamos en grises—hablo pausado—ángel, tranquila ¿Qué tienes?—preguntó recaudando todas las pizcas de amor que tenía guardadas en el bolsillo—.
—Prometiste que ya no te enojarías conmigo—balbuceé como una niña pequeña y me odie al instante por ello—dijiste que no estabas enfadado conmigo desde que estábamos...—lloriqueé— en el hospital te comportas como si te diera repelús verme—.
Como si fuera aquella pintura que le da escalofríos,
la que quisiera cubrir con una manta y guardarla el fondo del ropero,
avergonzado por mi cuerpo, ajeno a él,
infeliz con sus capacidades, ajenas a mí.
—___, yo no estoy avergonzado de ti, ni de tu cuerpo, estaba avergonzado de mí, por no haber podido protegerte, por haber dejado que marcaran tu piel de la manera en la que...él lo hizo—habló honesto y apenado—yo jamás me avergonzaría de tus cicatrices...al contrario; les guardo un respeto profundo por que sé lo que has tenido que pasar con cada una de ellas—.
¿Cuáles son tus guerras?
¿Qué dejaron en tí?
¿Qué te las recuerda si no la piel que te cubre?
Levanta la cabeza,
compone la mirada,
¿No ves?
que aquellos que no se han roto de por vida
y siguen caminando vivos,
ya llevan la ventaja y el insomnio bajo el brazo.
—¿Te avergüenzas tu de mí?—escupió Tom acallado en una pregunta, apartándose sin quitar su vista de mi cuerpo, la luz dorada le ilumino el cabello, le contrasto la nariz y el mentón—.
Mantuvo una expresión lastimera, comenzó a tirar de su suéter hacía arriba en cámara lenta, tiro este al suelo a la vez que comenzaba a desabotonar su camisa de sarga en color negro de arriba hacía abajo, sobre el pecho llevaba a la altura del corazón un moretón considerable en color negro con tintes verdes, a la altura del torso una venda lo aprisionaba hasta casi la altura del estomago, donde más moretones se atrevían a manchar su piel. El castaño se deshizo de la camisa, sus brazos estaban igual de heridos y cortados, al unisonó con mi cuerpo, pasó una mano por el cinturón de su pantalón y tiro de él, ignorando el frío se sacó el pantalón y los zapatos con la punta de los dedos de cada pie hasta que estuvo en ropa interior.
—¿Te dan vergüenza las marcas de mi cuerpo?—preguntó en un hilillo de voz y se quitó el seguro que sujetaba la venda de su torso para sacarse la venda—.
Yo negué con la cabeza y las mejillas húmedas,
pero en la oscuridad él no fue capaz de verme.
—¿Te repudia ver lo que soy?—dijo y se sacó la venda del torso y de su brazo, la piel que contorneaba las suturas se encontraba roja e hinchada—.
Su cuerpo,
mi cuerpo,
no podíamos escapar el uno del otro,
no cuando su piel había sido marcada por el mismo artista sádica.
Hecho lienzo,
hecho herida.
—No—le dije a susurros aun oculta entre la oscuridad del baño, hipnotizada por los grises del castaño, caminé hacía él incapaz de sentir otro dolor más claro que el verlo así de lastimado—jamás yo—me trague las lagrimas, la boca se me lleno de sal—yo no podría—.
https://youtu.be/g-FEIzyInCo
"Córtame las venas con el filo de tu lengua ¡Luego escúpeme un Te quiero! Mientras desangro en tus piernas
—No...—pronuncie en voz baja, mis manos seguían aferradas a la toalla alrededor de mí cuerpo cuando alcancé la luz, de pie entre las baldosas y la madera de una habitación a otra, estire una de mis manos palpando la piel sobre el pecho de Tom, su piel caliente, sus ojos cálidos—.
Se estaba mostrando y yo tenía una deuda con él, casi como una promesa, me acerque hasta quedar a tres pasas de distancia suyo; me tragué el miedo y me obligué a soltar el agarré de la toalla sobre mi cuerpo, esta resbalo por mi piel y cuando rozó mi cintura mi piel se erizo.
Ver en que nos convertimos me espantó
Pero luego te disculpas te desvistes y me encanta"
Los ojos del castaño se posaron sobre mis moretones; verdes, amarillos y morados, sin moverse de su sitio, lo vi morderse los labios entristecido unos segundos para después posar toda la atención a mis ojos.
—Creo que lo que siento por ti sobre pasa los "te amo"—pronuncio casi a susurros—.
La distancia entre nosotros se acorto a un paso de distancia, mis manos se posaron de lleno sobre la herida de su costado, inconclusa entre tocarlo o no, lo sentía tan mío y tan ajeno que dentro mío cabía la idea de que sí lo tocaba este se evaporaría al tacto.
—No te vayas—le pedí aun sin tocarlo, él se inclino y colocó su mano suave en mi cintura, sus dedos no llegaron a hundirse en mi piel—quédate—le pedí en un murmullo cuando este poso sus labios suaves y delgados sobre mi cuello, dejando besos largos y cortos por el largo de mi cuello y mi hombro—.
—Aquí estoy—aseguró y se separo levemente para ver la herida que llevaba en el brazo, sus dedos se pasearon unos instantes por la cintilla de la gasa—¿te duele?—preguntó con la punta de la nariz y los labios pegados a mi brazo—.
—No—le susurré en un gemido, tenía la cara pegada a su pecho y su cuello y podía jurar que este hombre tenía un aroma propio en la piel y que cada vez que lo olía la cabeza me daba vueltas—.
Quiero que me quieras como yo te quiero a ti
Que me des unos segundos de este o el próximo fin
Si me muero que te afecte y vayas a mi funeral
Si no puedes asistir lo trataré de reagendar
Las manos del castaño pasaron traviesas de mi cintura a mi espalda, intentaba pegarme tanto a él como le era posible, se le había olvidado el sueño y la guerra, de beso en beso me guío sin soltarme hasta la habitación, dejando sus propias ropas en el suelo frente al baño.
—Tom—mascullé su nombre cuando la puerta crujió al abrirse—.
—Dime—susurro exaltado, colocando ambas manos en mi espalda ayudándome a mitigar el dolor para acostarme en la cama—.
He perdido tanto en ti
El dinero y la mirada
Dos tercios del corazón
creyendo tus pendejadas
No tenía nada importante para decirle, solamente lo había llamado por el placer de pronunciar su nombre. Él sabía que le había mentido, él sabía que no había sido del todo honesta y aun así seguía besándome los moretones.
Le había dicho que lo odiaba...
si le decía que lo amaba ahora
¿me creería?
—Tom...tengo que decirte algo—pronuncie con dificultad, el castaño había comenzado a repartir un camino de besos desde mi cuello, el inicio de mis senos, mi estomago y mi cadera—.
—¿Qué me odias?—dijo con astucia y tomó la gasa de mi muslo, arreglándola el mismo—.
Que me amas y lo dices
Aunque no te creo nada
Prefiero mentirme que mostrarte mis cortadas
—No te odio, odiaba la idea de que me odiaras—repuse y el me beso por arriba de la cadera—.
—Ya...—exclamó él subiendo su cuerpo hasta quedar encima mío para aprisionarme con sus labios—igual no te creí nada—una sonrisa se le escapó aun estando pegado a mis labios—.
Su piel hervía encima mío, sus manos se pasaron por mi cabello y sus besos húmedos atacaron con insistencia mi cuello.
Me dueles tanto amor
Odio buscarte tanto amor
Me odio por decirlo, pero aun así te quiero
—Te necesito—pronunció en un susurro, sus mano derecha se posiciono debajo de mi espalda para tener acceso al gancho que unía mi brasier—nunca tendré suficiente de ti ni de tu habilidad para crear tormentas—pegué mi cuerpo al suyo, él introdujo un dedo por debajo de la tela, hizo presión y tras ello tubo más éxito para sacarme el brasier que yo con la camisa y el suéter—.
—Siempre encontraré una manera de meterme en problemas, mejor no te alejes mucho—tomé la iniciativa, para besarlo enterrando mis manos entre el cabello de su nuca, sabía la espalda y la columna se me estaba partiendo a pedazos, sin embargo en ese punto ya no podía parar, si no obtenía tanto como quería de él terminaría por volverme loca—.
Escúpeme en la boca la mentira de tu adiós
Amárrame a la cama y salte de la habitación
Nena porque tan indiferente
El castaño paso la yema de sus dedos por mi torso haciendo mi piel erizar, de mis labios escapó un alarido de placer y esto encendió al castaño de manera inexplicable, comenzando ahora a dejar besos sobre mi cuello y pechos mientras usaba sus manos para tirar de lo que quedaba de mi ropa interior fuera de mi cuerpo.
He perdido tanto en ti
El dinero y la mirada
Dos tercios del corazón creyendo tus pendejadas
—Gruñón—le dije en una risa y este detuvo su camino de besos para verme con una expresión de asombro—.
—¡¿Por que gruñón?!—preguntó exasperado—¡Aaarg! ¡Loca!—dijo ya teniéndome desnuda a su merced abrazándome hasta que pudo enterrar su cara en mi cuello—.
—No pelees, gruñón—provoque y este soltó un bufido—.
Discutiendo en la cama con la ropa en el suelo
Me dueles tanto amor
Odio buscarte tanto amor
Aun podía sentir las cortadas en los relieves de sus manos, aun era capaz de distinguir los moretones de los moretones de Tom bajo la poca luz que entraba de la ventana, los podía contar de uno en uno incluso con toda esa adrenalina.
Al final,
no había tregua
solo un par de pulmones de plomo,
pestañas de carbón
y piel de roble.
No habría piedad para nosotros,
ya estábamos medio muertos
y sus heridas encajaban con la mías.
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Wattpad hoy me odia especialmente, no me deja hacer nada, me costó bastante acabar este capítulo por esos motivos y muchos más, aun así espero que lo disfruten.
Con mucho amor.
—Pedro Parque.
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