Capítulo 76


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De azul a rojo

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Tu y yo estábamos destinados a pasar de azul a rojo, 

tu marcabas la costa y yo dibujaba la arena,

de blanco a negro,

te perdí  en Honduras, 

desintegro, 

recogiste mis partes, 

te encontré en Perú,

me llamaste arte, 

me llene la boca de ti,

nos ocultamos en un color celeste,

por que el mar nunca me alejó de ti,

Por que nunca creí que la guerra fuera tan armoniosa, 

hasta que al abrir la herida te encontraba a ti.

¿Cuándo despertará?—ahí estaba él, como si hablará directamente a un pozo, no podía verlo, pero lo sentía en cada fibra—.

Pronto, la anestesia pasa rápido—.

¿Cuánto tiempo?—demandó saber—¿Horas?¿Minutos?¿Segundos?—.

Señor Holland...por favor no se impaciente—.

—Lo que ella necesite—le respondieron, mis manos, mis piernas y mis ojos se proclamaban ajenos a mí, alejándome del mando, apenas podía sentir un calor chocar contra mi y parte de mis brazos, hasta que llegó un momento que él calor se fue—.

De gris a naranja mi cuerpo despertó.

Al abrir los ojos lo ví, 

a él.

El mundo se volvió un arcoíris y de paso nos dejó en blanco.

—Tom—intenté llamarlo, un picor me recorría la garganta y podía sentir el aire frio y artificial haciéndose paso por mis fosas nasales—oye...—.

Estaba dormido, recostado sobre sus antebrazos sobre el borde de la cama, había acercado un sillón de color arena clara, su cabello estaba enmarañado y su piel pálida, el contorno de sus ojos era contrastado por un rojo llanto, su brazo estaba herido y parte de la sangre salía escapándosele detrás de la venda.

—Gruñón—me obligué a hablar más fuerte, la punta de mis dedos rosaba sus nudillos, estos seguían rojos, la piel ligeramente levantada tras la contienda—.

Sus ojos se abrieron de poco a poco; un pestañeo, desato una mueca; dos pestañeos, libero el cuerpo; levantándose de golpe probablemente mareado por el peso de su acción, el sillón rechino debajo de su cuerpo y talló el suelo al recorrerse.

—Ángel—me llamó sonriente con esos labios heridos y delgados—¿Cómo te sientes?—preguntó inclinándose a mi lado, tallándose los ojos con la palma de la mano derecha, llevaba sus ropas negras de combate que iban pegadas a su cuerpo con bolsas estratégicamente bien planificadas—.

—No me lo vas a creer, pero creo que perdí un brazo—dije y este negó con la cabeza, llevaba una camisa sin mangas y podía ver atreves de ella lo marcado de su torso y como había sangre a la altura de las costillas—.

—No, no perdiste tu brazo, solo esta enyesado—explicó y señalo mi brazo izquierdo que estaba oculto tras las sabanas blancas—.

El castaño me sonrío en café y después se pintó en tristeza.

—¿Estas enfadado conmigo?—pregunté en voz baja, estirando mi mano derecha para poder acariciar la punta de su cutícula con la yema de mis propios dedos—.

—No—repuso firme e incluso con ese aspecto demacrado se mantuvo firme—¿por qué habría de estar enfadado contigo?—.

Su voz me gritaba "rojo"

—No sé...—le conté mi secreto en rosa—Tus ojos me ven, pero tengo la impresión de que no me miras, que tu mente esta en otro lado—confesé—.

Tom respiro aire con fuerza, acomodando su encogido cuerpo en el borde derecho de la cama para sentarse frente a mí.

—Pensé que morirías...—que colores tan sombríos—por un momento pensé que se había acabado...—dijo en un hilillo y su voz comenzó a partirse—.

—Estoy bien, me salvaste otra vez—repuse, pase mis manos a su canilla, sus muñecas estaban calientes y sus palmas empapadas—.

—Por poco...—expresó sin verme a los ojos, como si hablará solamente con lo que quedaba del castaño que conocí, sus manos huyeron de las mías rascándose la punta de la nariz, sorbiendo el morado—¿Qué hubiera pasado si no hubiera llegado?—atacó—¿Qué habría pasado de tardar un segundo más?—.

—No sirve de nada enfocarnos en eso ahora, Tom—empezaba a conocer por donde iba la conversación—estoy aquí y tu también—.

—No tiendes ____...No se trata de salvar, se trata de lo destructivo que es él que estés conmigo—comentó exasperado—.

—Si te da miedo perderme entonces sálvame—repuse a la defensiva, mi garganta ardió—.

—Yo te destruiré más de lo que jamás podre salvarte—menciono en lila, jugando con sus manos en su estomago—no...yo ya no sé que estoy diciendo—.

—Escúchame Holland—me obligue a hablar con la fuerza necesaria para llamar la atención del castaño—tienes que entender que si sigues alejando a los que quieres les harás un daño doble, ninguno quiere morir lejos de casa...eres mi hogar Tom, alejarme de ti no cambiará las cosas y si estas destinado a destruir entonces destrúyeme—los ojos castaños de aquel hombre me encontraron, comenzando aguadarse—tira tu imperio encima mío pero no me obligues a pretender que no tenemos una historia—.

El ambiente se tinto neutro, los colores escaparon por la ventana.

—Lo siento...—se arrancó los colores a mordidas; floreció marchito, proclamándose humano, proclamándose niño—me aterra la idea de seguir perdiendo—expresó y se echó a llorar; vencido se inclino para abrazarme con sus palmas sosteniéndose a si de los costados del colchón a la altura de mi cabeza con la delicadeza suficiente para no aplastarme—no sé estar con alguien sin destruirle—enterró su cara en mi cuello y sus labios se pasearon húmedos y quebradizos por mí clavícula—.

—Tranquilo, ya somos dos—mi mano sana lo abrazó por los hombros, de repente; comenzó a llover en la habitación—respira, gruñón—le pedí dejando un beso sobre su aurícula, su piel olía a cenizas y angustia, su cuerpo formidable temblaba ante mi tacto—oye, mírame—.

Mírame de verdad, 

desmiente aquellos que dicen que ya no eres tú,

demuéstrales aquellos quien eres aun que no reconozcas tus pasos

y la huella que dejas con las suelas de tu zapato te engañen, 

ciérrame la puerta, 

ábreme una ventana, 

déjame encontrarte a ti, 

no a los que demás hicieron de tí, 

no lo que dejaste que hicieran de tí, 

no lo que te hiciste a tí.

—Mírame, Thomas—volví a pedir intentando separarlo de mí—Tom—.

Déjame reconocerte:

grande,

pequeño, 

lleno de barro, 

vuelto alquitrán, 

vuelto deidad, 

tira la mascara, 

deja que la pintura escoja los colores que le adornarán.

Me costó dos tirones más de su mejilla para conseguir que me viera con la expresión ensombrecida y el cuerpo maniatado—yo sé quien eres, te veo en cada parte...tus intentos por ocultar tus intenciones de mí serán siempre inútiles—mis manos se pasearon por sus mejillas quedando empapadas de sus lagrimas; tire de él y lo besé, un beso corto que nos dejo ganas de más—estamos bien y estamos juntos, eso es todo lo que hay que pensar ahora ¿de acuerdo?—dije y este asintió con la cabeza y media sonrisa—.

—Esta bien—el tomó mis manos entre las suyas, sujetando con una el yeso, se inclinó y me volvió a besar, sus labios eran ásperos, sabían a metal y sal—.

A guerra y mar.

—Tom, necesito que me digas una cosa—hablé con miedo a la respuesta, los ojos del castaño se enfocaron en mi cuello y tras esto apretó los labios—¿Qué...paso con el bebé?—dije a una voz y Tom sonrió—.

—Esta bien, el doctor me dijo que estaba sana—declaró y miro al rededor de la habitación, buscando algo hasta que lo encontró en el cajón alto—dijo que las dos estaban bien—sonrió y me paso un sobre blanco de considerable tamaño—.

—¿Las dos?—pregunté; daba igual si era "ella" o "él" estaba bien y era todo lo que importaba—.

—Si...bueno, creo que me gustaría que fuera una niña—dijo ilusionado, intentando husmear cuando sostuve el ultrasonido en mis manos—.

—¿Cómo Matilde?—pregunté y él negó con la cabeza divertido—.

—Tal vez un poco menos salvaje que Matilde—expresó entrecerrando los ojos—podríamos llamarla...Idalia*—comenzó a hablar entusiasmado, el amarillo lo atrapo—podemos llamarla Suri—.

—¿Y sí yo quiero un niño?—pregunté y este detuvo su entusiasmo—uno que tenga tu nariz, tus ojos y tus pestañas, pero que no comparta tu humor—jugueteé con el ultrasonido en mi regazo; tan pequeño como un regazo, faltarían unos meses para saber que era—si es niña hay que llamarla Harriet—propuse y sus ojos no se apartaron de mí—.

—¿Qué significa?—preguntó después de unos segundos sin obtener respuesta—.

—No recuerdo mucho, pero se que significa Harry—sus labios se fruncieron otra vez, casi desapareciendo de su cara, miro al suelo y aguanto las palabras—.

—No llores gruñón—pedí encontrando sus manos con las mías—.

Estaba ahí, 

con los parpados cargados de azul, 

y los labios llenos de gris

—Fere y los demás están afuera—declaró después de un rato recobrando la calma—fueron a buscar algo de comer, me dijeron que les avisara cuando despertaras, pero no tengo ni tengo la intención de compartirte—pronunció—.

Al cabo de media hora Fere, James, Harrison e inclusive Rubén habían llegado, 

llenaron la habitación, la enfermera les suplico que guardarán silencio o terminaría por echarlos a todos.

—Gracias al cielo estas bien—dijo Rubén eufórico, llevaba un ramo de flores en las manos, envueltas en un papel de celofán rosa mexicano, aprovechó que el castaño estaba del otro lado de la habitación para plantarme un beso en la frente—me diste un susto de muerte—.

—Les dije que matarla era imposible de matarla—sonrió con Fere, tenía la cara demacrada y el animo cansado y aun así me sonrió—.

—Ni siquiera yo pude acabar conmigo misma—proclame, Harrison estaba al pie de la cama y de vez en cuando me hacía cosquillas en la planta de los pies—.

Pasaron dos horas, el cuerpo me dolía más con cada minuto, Rubén mantenía una conversación con Fere y James acerca de los beneficios de vivir en Londres y no en andorra; todos juntos sentados en el sillón. Harrison observaba la conversación sin atreverse a hablar, sentado en la orilla de la cama, se sostenía un costado con el brazo y de ves en cuando hacía muecas.

Completamente apoyado sobre la pared cerca de la puerta del baño estaba Tom, mantenía su expresión sería, sobreprotector, tenía ambos brazos cruzados y la cabeza pegada al pared, había cerrado los ojos y parecía estarse quedando dormido.

—Harrison—llamé al rubio, sin embargo capte la atención de todos menos del castaño de expresión cansada—llévate a Tom, que coma algo—pedí y por un segundo las miradas de todos se dirigieron a él, que comenzaba a cabecear en su sitio—.

—Intentaré—hablo Harrison, poniéndose de pie con el cuerpo medio dormido, nadie hablo en todo el trayecto que él hizo desde la cama hasta el castaño—oye, Holland—.

Los ojos de Tom se abrieron alarmado, 

acostumbrado a las malas noticias, 

me preguntaba si habría un día en el que este no se despertara aterrado.

—¿Qué pasa?—preguntó y bostezo para pegar su vista directamente a mí—.

—Él doctor quiere que veas algo—engaño con astucia el rubio—tienes que seguirme—.

—No puedo irme, Harrison—hablo de inmediato, apartando su brazo cuando el rubio intentó tirar de él—.

—Es importante—mintió con elegancia, ahora los ojos de Tom viajaban confusos por toda la habitación—.

—Ve, toma algo de aire—pedí con toda la paz que podía; la anestesia desaparecía con más gentileza que con la que desapareció la mitad de la gente de mi vida—.

Ahora podía sentir mi pierna herida, mi brazo hinchado y adormilado, el picor en mi espalda y como el suero viajaba frio por el interior de mi piel.

—James, te la encargo—dijo rendido el castaño mirando con seriedad a James, que asintió con la cabeza—andando—dijo y tomó la iniciativa para salir de la habitación con Harrison tambaleante detrás—.

Sus ojos me siguieron hasta el ultimo momento,

me vieran o no, 

se volviera un gigante o un fantasma,

al final, 

yo siempre lo reconocería, 

a colores,

a blanco y negro, 

lleno de flores

o siendo huesos y polvo.

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Idalía*:Según una versión mitológica significa "yo vi salir el sol".

Muchas gracias por todo su apoyo, por leer, votar y comentarle a  esta chiquilla sin mucho que dar.

Las llevo en mi corazón.

Pronto sabremos la verdad, cosas grandes se acercan.

—Alex💀







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