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Era septiembre del 2020 cuando la vi por primera vez.
De lejos, su físico mostraba altanería, ego por los cielos, intolerancia y, sobre todo, necedad. Lo último me quedo muy claro cuando ni por cinco minutos quiso recibirme, pero luego de varios intentos y el movimiento de influencias pude conseguir mi objetivo; entrevistarme con ella.
Estaba tan nervioso. No sabía que ropa ponerme. Maldije tanto mi guardarropa por solo tener camisas de cuadros y pantalones holgados. Debía salir de compras. Necesitaba abrigos, camisas, pantalones, bolsos, zapatos y relojes de marcas conocidas. Debía aparentar ser lo que no era para encontrarme con ella. Mostrar seguridad bajo una supuesta vida comprada iba ser mi arma letal.
Faltaban cuestiones de segundos para la hora del almuerzo, pero eso no era motivo para que la protagonista dejara de hacer su rutina de ejercicios. Su corto cabello negro estaba recogido en un revuelto moño que se movía de arriba hacia abajo con cada una de sus cuclillas. Su uniforme azul la hacía resaltar aún más su delgado cuerpo. No comía como antes. No lo sentía necesario. Hubo un tiempo en su adolescencia en el que la comida era una ruta de escape a sus problemas, pero no más. Ahora su ansiedad era calmada con el constante sudor de su cuerpo.
Los tubos que rodeaban la entrada de su celda fueron golpeados gruesamente como si tocasen una guitarra con un dedo. La pelinegra no respondió ante el ruido exagerado y provoco que se enunciara nuevamente. Sus vecinas de celda comenzaron a entrometerse con gritos y copiando el acto de la guardia en espera.
—¿Piensas que eres una campeona deportiva? —dijo la guardia, después de obligar a todas a callar el ruido—. Ya no eres la niña rica de mami y papi—escupió una risa—. Ya no vives en una mansión de cristal; vives en una pocilga. Ya no te vistes de marca; ahora solo usas un atuendo diario y apesta. Solo eres una convicta y así, te vas a quedar Song YuQi. Aunque hagas miles de rutinas diarias y te hagas la sorda, nada cambiara lo que eres.
La oficial se transformó en una mosca entrometida dentro de la oreja de YuQi. Siempre le gustaba molestarla. YuQi pensaba que era porque ambas tenían el mismo apellido, por pura casualidad.
—No es mi culpa que tus compañeras intenten menospreciarte al confundirte conmigo —Las vecinas de la celda hicieron un coro en forma de burla a lo que la guardia Song tomo como una falta de respeto a la autoridad. Lo que trajo como consecuencia, enviar a todas a la zona de castigo.
Las convictas caminaban en tres filas. Sus manos estaban esposadas y sus rostros delataban su miedo a la sala de castigo. En cuanto se veían envueltas en esta situación, buscaban la manera de escapar, pero era imposible. La seguridad de la cárcel era una de las mejores de Asia. Si no querías morir con alguna de sus trampas de seguridad, lo mejor era mantenerse al margen.
La sala de castigo estaba dividida en varios cuartos, muy diferente a las celdas. Algunas eran muy diferentes a las otras en cuanto a: la ambientación y la estructura. La sala que le había tocado a YuQi era de tamaño mediano, careciente de orificios, la temperatura era baja y no tenía muebles.
YuQi estaba en camiseta, había dejado su suéter en su celda. Para los siguientes días, la frialdad la tenía temblando, con los músculos entumidos, con hambre y sed, con incapacidad de hablar y, por último, quedo inconsciente. Esta era su realidad ahora. Tal vez no debió haber hecho todas esas cosas malas que hizo, pero ya estaba hecho.
Cuando la conciencia volvió a su cuerpo, estaba en la enfermería. Se acomodo en la camilla donde despertó y entre quejidos, llamo la atención de la enfermera Kimberly. Fue cuestión de segundos para oler la esencia barata de su colonia y tener sus ojos enormes encima de YuQi. De verdad había estado preocupada y era entendible porque era su única amiga en el encierro.
—Al fin despiertas —sonrió e inyecto una sustancia en el suero de Song—. ¿Qué pasa?
—Lo de siempre. Me he peleado con la guardia Song.
—No, no me refiero a eso. Así están todas tus compañeras— señalo el salón de la enfermería. Todas las convictas estaban inconscientes. YuQi era la primera en despertar—. Presentas desnutrición ¿Por qué no estas comiendo?
—No me gusta la comida.
—YuQi, sé que es difícil adaptarse, pero si dejas de hacerlo puedes morir y eso es lo que quie— La conversación fue interrumpida por la guardia Song. No tenía buena cara, en realidad, nunca la tenía, pero esta tenía algo diferente.
—Me alegra que estes despierta —afirmó con tono optimista. Le importaba un comino realmente—. Tienes visita y si no la recibes, iras a la zona de castigo otra vez.
—Te estas pasando —Kimberly intervino. Estaba cansada del maltrato de esa mujer hacia las convictas—. Un día las vas a matar. Si continúas maltratándolas, le diré al director. Estoy segura de que tomara cartas en el asunto.
La guardia era de menor estatura que Kimberly, pero no fue impedimento para que caminara hacia ella para estar cara a cara. De sus ojos latía el desafío y las ganas de pelearse a golpes, pero debían mantener la cordura. Eran empleadas, no convictas.
—El mismo director me dio la orden de llevarla a toda costa ante la visita —mostro una sonrisa victoriosa—. Esta vez, tu belleza no hizo nada —Susurro lo último en su oreja, lo cual provoco la inquietud de YuQi.
—No me importa quien lo haya dicho. No iré y punto —recalcó YuQi—. Estoy en mi derecho de no ir.
—Aquí los criminales como tú no tienen derechos —Declaro la guardia y detrás para reforzar continuo la enfermera.
—Deberías ir. A lo mejor es para algo importante.
Nunca nadie dijo que sería fácil que nos encontráramos, pero al fin la tuve justo donde la quería. Los nervios me mataban e iba dando vueltas en círculos, arreglando mis gafas y quitándome el sudor del cuello. Sabía que mi vida cambiaria a penas entrara por esa puerta, pero cumpliría el sueño de toda mi vida.
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