Capítulo 40
Jake
Golpes ruidosos en la puerta de la habitación me obligan a despertar de un respingo. Salto de esta cuando la voz de Sam, un guardia, llena mis oídos ¿Por qué grita? Abro la puerta a toda velocidad en intento adaptar mis ojos a la luz que entra por ella y no me permite verlo con claridad. Paso la mano por mi rostro aliviando la molestia.
-Señor -sus labios titubean.
-¿Qué demonios sucede Sam? -sus nervios me inquietan. Me contagia.
-La señorita, la señorita Evans...
- ¡Carajo Sam! Habla de una jodida vez.
-Se han ido. Ellos se han ido.
-¿Qué? Es imposible, teníamos un trato -salgo de la habitación haciendo a un lado a Sam que ahora va tras de mi intentando igualar mi andar. La cabeza me da vuelta, duele tanto que siento las venas de mi sien palpitar al ritmo de mi corazón acelerado.
Abro todas las puertas en el largo pasillo en su búsqueda, mientras maldigo mi estupidez y mala suerte en la vida. Sin duda en la anterior tuve que haber sido un pecador recurrente ¿Qué demonios hice para merecer esto? Ayer pasé toda la noche dando vueltas en la cama pensando como entregar a mi padre en el plazo que había acordado con Maia.
"Una semana Jake, tienes una semana, o juró que desapareceremos de tu vida, para siempre"
Y ahora se va, se larga sin antes cumplir sus palabras, me deja solo una vez más en medio de un muro de desesperación que amenaza con desmoronarse en cualquier momento.
Abro cada una de las puertas que veo a mi paso. No están, es un hecho. Me detengo en medio de salón cuando los pies me tiemblan. Tengo miedo. Aprieto mis puños y sin titubear lanzo mi brazo derecho contra una lámpara de pie que se encuentra justo frente a mí. Los cristales caen al suelo acompañados de gotas de sangre. No duele. Duele más callar, contener mi rabia hacia la vida.
-Señor -susurra Sam al notar mi mano ensangrentada. -su mano.
Le detengo levantando esta en señal de stop. <<Esto no es un juego Maia, no lo es>>
Salgo hacia el jardín, el calor golpea mi torso desnudo y la hierba verde abraza mis pies descalzos. Suspiro cargado de frustración y tristeza. No puedo perderlos por segunda vez, me niego. Cierro los ojos y la escena del parque se instala en mi memoria como una película. Jared divirtiéndose junto a Maia, y yo viendo de lejos. No quiero eso. Quiero estar allí, junto a ellos, tomarlos de las manos, y andar juntos frente al mar. Pero se han ido.
Me dejo vencer por el dolor y acto seguido me siento en la hierba, derrotado a observar la nada. Lloro, claro que lo hago. Los hombres también lloran: de rabia, de dolor, y de impotencia. Los hombres lloran cuando aman de verdad.
Escucho la hierba crujir tras mí, no me volteo.
-Déjame solo Sam, no necesito una niñera para -espeto con rabia.
- ¿Estás seguro? -la voz de Maia me trae a la realidad de un respingo. Es ella, no se ha ido. -Parece que sí. -señala mi mano.
-No te has ido, estás...-llevo mi mano dañada a sus mejillas con cuidado, pero me detengo cuando veo sangre en ella.
-Solo fuimos al parque -rio y ella toma entre sus manos la mía. Creo que ahora duele menos. Ella es sin duda alguna la medicina que necesito -Te has hecho daño. Vamos, hay que curar esa herida.
Ella intenta ponerse de pie, sin embargo, la detengo tirando de su mano hacia abajo, hasta que se acomoda a mi lado, esta vez mucho más cerca. Sus ojos castaños me observan con ¿lastima? Y un extraño ápice de tristeza que hace brillar sus pupilas. Me observo tras ellos, y no logro hallarme. Recorro cada detalle que pude haber olvidado de su piel y memorizo los nuevos, su cabello a oscurecido un poco. Pero nada más. Sigue siendo ella, sigue teniendo el rostro aniñado y el ceño fruncido por su carácter y mala leche. Esta frente a mí y no lo creo.
Me desvío a su garganta y esta traga saliva con dificultad, cierro los ojos cuando me acerco y su respiración se agita rozando mi rostro del aire caliente. Me vibra la piel por la ansiedad y la necesidad de tocarla y no poder.
Abro los ojos cuando la encuentro aún más cerca. Mas mía que la primera vez que hicimos el amor. Despega sus labios y el acto me pone la piel de gallina. Con mi mano sana deslizo la yema de mis dedos por sus suaves mejillas. El acto provoca que sus ojos se cierren por la sensación y su cuello busque más de mi tacto haciéndose hacia atrás. Rozo su mandíbula con mis labios formando un recorrido hasta su garganta. La acción provoca a sus impulsos tentar sus manos a agarrar mi nuca. Entonces abre los ojos y junta con hambre sus labios con los míos. El corazón se me acelera de pronto, sin aviso. No pensé que la necesitase tanto hasta este momento. Incluso antes de conocerla no creí que tuviese la capacidad de amar a alguien hasta perder la razón y dejarme llevar solo por los latidos sensibles que provoca en mi corazón cuando la veo o cuando apenas siento su voz cerca. Suponía que solo tenía la capacidad de odiar y resignarme a tener una vida rodeada de oscuridad, ella fue como una estrella fugaz, llega cuando menos lo imaginas e ilumina tu vida con la esperanza que se cumplan todos tus anhelos. La verdad es que no sabía que los tenía, no sabía que mi deseo más grande era escapar de lo que suponía un lugar seguro, esa zona de confort a la que te acostumbras y de la que acabas siendo prisionero. Porque te vuelves ciego ante las oportunidades debido a la resignación. A veces me imagino como hubiese sido mi existencia si Maia no hubiese llegado a mi vida. Quizá estaría muerto, o en el peor de los casos, tras las rejas. Pues lo considero un castigo peor. Ser consciente de que estás vivo, pero con la impresión de que no lo estas en lo absoluto. De que te sirve poder ver la luz del sol, sino puedes disfrutar de ella en una playa cualquiera. Para mi estar sin mi familia, y amigos, se siente así. Una condena similar a una cadena perpetua.
El beso se extiende, se vuelve apasionado y feroz, pero necesito aire, sin embargo, soltarla equivale a que piense, a que reaccione. Y no quiero que le parezca un error. No quiero que diga que lo siente, que estuvo mal. No quiero que me rompa el corazón.
Lo hace, se aleja despacio. Puedo sentir su respiración acelerada, puedo ver la confusión y las ganas en sus ojos. Suspira y muerde sus labios antes de alejarse unos centímetros. El aire se vuelve denso, y con ello nuestro momento de debilidad.
La noto que entrecierra los labios con la intención de decir algo acerca de lo ocurrido. Una cosquilla se anida en mi estómago, la desesperanza. El miedo me invade y cierro los ojos cuando las palabras se deslizan entre sus labios.
-¿Entramos? -La interrogante acaricia mis oídos. Suelto un suspiro de alivio y me volteo a ella que extiende su mano en mi dirección cuando se pone de pie y con la otra sacude sus jeans para quitar de estos los rastros de césped. Observo sus manos y luego sus labios que dibujan una sonrisa. Tomo su mano tras unos segundos de irrealidad. Esta me guía por el jardín hasta entrar a la casa. Me quedo a su espera en el salón, minutos después aparece con un botiquín. Tras sentarse a mi lado, cura mi herida, mientras lo hace Sam recoje los últimos vidrios rotos en el suelo.
-Creo que es mejor retirar la alfombra -inquiero. -Jared se puede lastimar si queda algún cristal escondido por ahí.
Sam obedece y se lleva la alfombra lejos del salón.
-Jared -susurra Maia ensimismada en sus propios pensamientos. -No puedo creerlo, aún.
-Siento no habértelo dicho antes. Fue un error. Supongo que creyendo que alejándote de todo, podría mantenerte a salvo.
-No he parado de pensar en ello. Puede que suene algo fría, y egoísta, pero. A veces preferirá no haberlo sabido. Es confuso. Porque en otras ocasiones duele. Tengo una extraña sensación de dolor, de no haber disfrutado a mi hermano. Me imagino como hubiese sido mi vida si... Me siento culpable. Y no debería estarlo.
- No, no deberías. Y quizá, me odies después de lo que diré, pero...
- ¿Otro secreto? -ella se pone de pie indignada, lo hago tras ella.
- No debería serlo, eras tan pequeña, que supongo que no lo recuerdas.
- ¿No debería? No te entiendo.
_Ya nos conocías, a Jared, incluso a mí. Nos veíamos en el cine. Bueno, hasta que mi padre lo descubrió.
-En el cine ¿Cuándo iba con mi padre? Ustedes, ustedes eran esos niños -asiento, y ella se niega confundida. -Entonces si conocía Jared, jugué con él, Jared y yo ¿jugamos juntos?
-Si -sus ojos se llenan de lágrimas y me contagia. La envuelvo entre mis brazos cuando se lanza a mí. -no tienes que estar triste. Él nos está cuidando desde donde sea que se encuentre.
La cena transcurrio con normalidad si obviamos la tensión entre Maia y su madre. No culpo a Maia por ser tan distante y dirigirle solo las palabras necesarias y está de más explicar el por qué.
La cena finaliza. Cada uno se dirige a su habitación cuando Jared corre en mi dirección con un libro entre las manos. El corazón se me paraliza llenándome de alegría. El extiende su mano y me conduce hacia la habitación que comparte con su madre. Me quedo paralizado cuando llegamos a la puerta y antes de que pueda abrir me detengo.
-¿Qué pasa? -pregunta Jared.
-No creo que tu madre... -antes de que pueda continuar la puerta se abre y una Maia en pijama de seda rosada nos recibe. Una presión conocida se instala en mi pecho y se apodera de mi cuerpo al ver su silueta bajo el vestido y cabello suelto. Es hermosa.
-Venga, entren, ya es tarde -Jared suelta mi mano y corre a la cama, se sube a ella de un salto. Me observa de lejos.
-Venga Jake -pide Jared. mis ojos se desvían a Maia mientras niego.
-Qué esperas ahí, entra a leerle un cuento a tu hijo.
Cubierto de una capa de miedo a que cambie de idea, entro a pasos lentos y me dirijo a la cama tomando el lado derecho y Maia el izquierdo. Jared me ofrece el libro y lo abro para comenzar a leer "Los tres cerditos"
Sonrió, mi hermano amaba este cuento. Ahora estoy aquí, con mi familia, juntos. Las oportunidades existen. Espero esta se materialice y no se sienta como si fuese una ilusión, que puede desaparecer en cualquier momento.
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