CAPÍTULO 5

Espero acostada en la cama sin moverme del lugar en el que me dejó por algún tiempo hasta lograr tranquilizarme lo suficiente. Me levanto con cuidado a causa del fuerte dolor en mi entrepierna, luego camino hasta el baño para mirarme en el espejo. Suelto un jadeo, agarro el lavadero con fuerza mientras volteo mi cara de un lado al otro. Mi mejilla derecha se encuentra roja e hinchada, mi labio está partido, todavía le sale sangre la cual corre por mi mandíbula hasta mi cuello. Aparto la vista de mi reflejo con tristeza y en su lugar termino de desnudarme.

Ingreso en la ducha antes de abrir el agua lo más caliente posible con la intención de que esta me reconforte de todo lo malo que acaba de pasar. Mis lágrimas se confunden con las gotas de agua que caen en mi rostro y no puedo contener los sollozos que salen sin control de mi garganta. El dolor se vuelve cada vez más profundo, el cual abre una nueva herida que no será fácil de cerrar, igual a las demás. Creía que con el pasar del tiempo, el sufrimiento comenzaría a disminuir, pero no podía estar más equivocada. Cada vez es peor que la anterior. Cada vez siento mi alma resquebrajarse un poco más y no sé cuánto me queda de ella. Cierro los ojos, quiero tratar de pensar en cualquier otra cosa para así poder borrar lo que sucedió en esa habitación.

Después de media hora de llanto y de sentir lástima por mí misma, salgo envuelta en una toalla alrededor de mi cuerpo, luego busco otros jeans y la misma blusa de antes. Me cambio lo más rápido que puedo después aplico base en mi mejilla para ocultar el moretón que ya ha comenzado a formarse, sin embargo; es casi imposible, cada vez queda peor. Al final me rindo y decido salir así.

Miro la hora en el celular, mis ojos se abren con sorpresa al mirar que ya son más de las cuatro. Pasó mucho tiempo desde la citación del profesor a las tutorías, debe estar muy enojado. Agarro mis cosas junto con una chaqueta antes de salir de la habitación sin atreverme a mirar a mi padre quién se encuentra sentado en el sofá con la televisión encendida como si no hubiese pasado nada y no hubiese arruinado mi vida un poco más. Quisiera gritar, preguntarle cómo es posible su despreocupación, cómo puede estar tan tranquilo después de arruinarme la vida, pero el miedo a su reacción me impide hacerlo, así que lo dejo pasar.

Coloco la mano en la perilla, luego permanezco quieta unos segundos frente a la puerta. Espero a ver si me detiene, solo que ni siquiera me voltea a ver. Respiro aliviada luego salgo rápido de casa.

Camino unas cuantas cuadras hasta encontrar un taxi. Le indico el lugar al cual iré y mientras avanzamos por la ciudad, me dedico en mirar a través de la ventana perdida en mis pensamientos, los recuerdos de hace unos minutos quieren regresar al frente para hacerme derrumbar de nuevo. Me toma toda mi fuerza de voluntad no dejar que lo hagan. El conductor me saca de mi aturdimiento después de indicarme con voz exasperada que acabamos de llegar luego de quince minutos. Salgo del taxi, mis ojos se quedan fijos en el gran edificio de color gris frente a mí.

—Buenas tardes señorita, ¿necesita algo? —Pego un respingo en el lugar, mi corazón se acelera con fuerza ante la interrupción. Asustada, me giro hacia la voz.

Un señor que parece ser el vigilante me mira, sus ojos entrecerrados en suspicacia al detenerse en mi mejilla lastimada. La vergüenza quema mis mejillas lo cual trae un sonrojo a ellas

—Eh... —dudo unos segundos con la mirada a mi alrededor, pero reacciono en seguida —, no, estoy bien, solo iré a la biblioteca. Gracias de todas maneras.

Él vigilante me mira de pies a cabeza, no con morbosidad si no como si quisiera analizar el motivo de mis heridas.

—Bien, puede seguir —. Responde al fin antes de desaparecer en el interior.

Comienzo a subir los pocos escalones de la entrada. Al ingresar, una agradable sensación me inunda de inmediato, aunque esta desaparece al observar las otras escaleras. Estas parecen aún más interminables hasta el tercer piso. A medida que avanzo, mi respiración se agita debido a tantas gradas, mi condición física no es demasiado buena, además, cada vez que subo un nuevo escalón, el ardor en mi entrepierna aumenta. Tomo aire en grandes bocanadas cuando al fin llego a donde necesito.

Ingreso en la biblioteca después de calmar un poco mi respiración. Las estanterías son de madera que van del piso al techo; el olor a libro impregna mis fosas nasales mientras avanzo por la alfombra azul oscuro, mi atención revolotea entre cada mesa para encontrar una señal de mi profesor. Lo localizo sentado en la mesa del final, al lado de los computadores. El señor Jones ha cambiado su traje por una camisa informal además de vaqueros, lo cual lo hace ver incluso más joven de lo que sin duda es y mucho más atractivo. Levanta la mirada al sentir mi presencia. El cambio en él es instantáneo, se levanta de golpe, una sonrisa amable hace acto de presencia.

—Llega tarde seño... —guarda silencio al caer en cuenta de cómo se encuentra mi rostro. Su sonrisa desaparece tan rápido como llegó, reemplazada por una fina línea y un ceño fruncido —¿Qué diablos le pasó en el rostro?

Mierda. Cierro mis ojos, la incomodidad me hace remover en mi lugar ante su intensa mirada mientras pienso una excusa creíble. Digo lo primero que me llega a la mente.

—Me caí al bajar las escaleras de mi casa. Mi padre tuvo que curarme la mejilla y el labio, por eso llego un poco tarde...

Todavía me observa de la misma forma como si no me creyera y temo se dé cuenta de la verdad.

—¿Está segura que eso fue lo que sucedió?

Vacilo durante unos segundos, el pensamiento de que tal vez él me puede ayudar se apodera de mi mente, pero el rostro de mi hermanita lo reemplaza y ahí sé que no puedo hacerlo. Me obligo de inmediato a desechar la idea, en su lugar asiento con mi mejor sonrisa aunque la siento plástica además de forzada, lo cual debe notarse. El profesor no me cree, pienso, pero después de lo que parece una eternidad, asiente poco convencido.

—De acuerdo, si usted lo dice... Tome asiento, señorita Johnson.

Suelto el aire retenido antes de poner mi mochila en la mesa. Saca una silla para mí luego vuelve a sentarse a mi lado. Trato de colocar mis ojos en cualquier otro lugar que no sea su rostro, pero de todas maneras aún puedo sentir cómo su mirada taladra el lado derecho de mi mejilla en sentido figurado, eso me pone incomoda. Es como si de repente pudiera ver a través de mí, a través de mis mentiras. No me gusta sentirme tan expuesta; por lo general soy bastante buena en poner muros frente a mí para ocultar mis emociones, solo que con el señor Jones esto no funciona. Saco el cuaderno al igual que mis lapiceros luego los ordeno a mi lado para tener algo que hacer con mis manos que no sea retorcerlas en mi regazo con inquietud. Acerca su asiento a mi lado un poco para tener mayor facilidad al explicarme, lo que solo aumenta mi ansiedad a causa de la poca distancia entre los dos, aunque trato de ocutarlo.


—Empezaremos por donde no haya entendido antes de que yo llegara y luego continuaremos hasta la clase de hoy ¿le parece bien? —Su aliento se siente cálido contra mi mejilla, los escalofríos se apoderan de cada poro de mi piel.

—De acuerdo. —Mi voz sale en un bajo murmullo sin atreverme a mirarlo.

Estar tan cerca de él durante tanto tiempo... no será tan sencillo.

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